Para salvar a los jaguares hay que comportarse como los jaguares
En el remoto Tapón del Darién, en Panamá, los investigadores se preparan para colocar un collar de seguimiento a un jaguar cautivo. Un explorador de National Geographic dirige un equipo que utiliza collares y cámaras trampa para seguir los movimientos de este escurridizo felino, con el objetivo último de salvar a esta especie en peligro de extinción. La inaccesible región entre Colombia y Panamá alberga un parque nacional prístino, pero también es un paraíso para la actividad ilegal, incluido el tráfico de inmigrantes que hacen el peligroso viaje a la frontera con Estados Unidos.
Lo que empezó como un tranquilo paseo por la selva tropical se ha convertido en una dura caminata a medida que el terreno se vuelve más accidentado y escarpado. A veces, la densidad de la selva casi nos ciega, pero algunas ventanas en la impenetrable vegetación nos permiten ver el horizonte.
Seguimos a miembros de la etnia indígena emberá mientras nos adentramos en el Tapón del Darién. Situada en el extremo sur de Panamá, en la frontera con Colombia, es una región aislada, a la vez prístina y tristemente célebre: el contrabando de drogas y personas es tan intenso que las autoridades estadounidenses se plantean enviar tropas allí.
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El explorador de National Geographic Alberto Moreno y un colega examinan el cadáver de una vaca. A medida que su hábitat se fragmenta, los jaguares se ven obligados a cazar en las granjas que lindan con los bosques. La pérdida es significativa para los granjeros, que a veces toman represalias matando jaguares. Moreno dirige la Fundación Yaguará Panamá, que emplea estrategias diseñadas para desalentar la depredación, como cercas eléctricas, alarmas de cencerro y corrales nocturnos.
Científicos, estudiantes, agricultores, indígenas y voluntarios de la Fundación Yaguará Panamá llevan a cabo un control de las trampas de patas que bordean el parque nacional. El equipo controla las señales de las trampas cada dos horas para asegurarse de que un jaguar pasa el menor tiempo posible en la trampa, diseñada para mantenerlo ileso. A los jaguares capturados se les colocan collares y se les libera.
En el Parque Nacional de Darién, el Cerro Pirre (nombre de esta cresta) fue un antiguo yacimiento minero para los españoles que descubrieron oro aquí en 1665. En la actualidad, el parque es la mayor zona protegida de Panamá y el hábitat del jaguar y otras innumerables especies. El explorador de National Geographic Ricardo Moreno dirigió una expedición para colocar cámaras trampa en la zona.
En el marco de un proyecto de la Fundación Yaguará Panamá, los emberá forman parte de una serie de comunidades locales dedicadas a proteger al icónico gran felino de su patio trasero: el jaguar.
"Se mata a estos felinos más rápido de lo que se reproducen", afirma el explorador de National Geographic Ricardo Moreno, que dirige la fundación y esta expedición para instalar 74 cámaras trampa en los alrededores del Parque Nacional del Darién. "En las orillas del Canal de Panamá, por ejemplo, está a punto de alcanzar la extinción local".
Con menos de 1000 ejemplares en Panamá, esta especie en peligro de extinción en la zona podría desaparecer aquí en 50 años. Puede que Panthera onca se encuentre en la cima de la cadena alimentaria, pero ha sido eliminada de la mitad de su área de distribución histórica, un amplio arco que va desde el norte de México hasta Argentina. En los últimos 20 años, se ha perdido hasta el 25% de la población adulta de jaguares; quedan menos de 30 000 ejemplares en libertad en América. A nivel global, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) no considera que la especie esté en peligro.
Los jaguares han sido víctimas del comercio de mascotas exóticas y de la caza furtiva para obtener pieles, colmillos y garras, y su hábitat se ha visto especialmente afectado por la invasión urbanística y la roturación de tierras para la agricultura y el pastoreo. En Panamá se ha perdido más del 40% de su hábitat desde mediados del siglo XX. Esto ha obligado a los jaguares a cazar ganado en las granjas que lindan con los bosques, lo que ha provocado conflictos con los humanos, una situación difícil para los grandes felinos de todo el mundo.
Los investigadores trasladan a un jaguar sedado a una zona abierta para colocarle un collar de seguimiento e inspeccionarlo de cerca. Se le tapan los ojos para mantenerlo tranquilo. El equipo guiará al jaguar de vuelta a la selva y esperará a que despierte del todo. Los collares se utilizan desde 2019 y se suman a los datos proporcionados por más de 1900 cámaras trampa en el país.
Los animales suelen ser cazados como venganza por la depredación. "Hemos registrado 381 muertes entre 1989 y 2022 (aunque podrían llegar a 700) y alrededor del 96% están relacionadas con conflictos con el ganado", dice Moreno. "Esto significa de 20 a 40 muertes de jaguar cada año".
Con más de 1900 cámaras trampa colocadas en el país en la última década (y cada vez más collares GPS), el equipo del Yaguará estudiará a su escurridizo sujeto y comprenderá mejor su número, área de distribución, patrones de migración y dónde podría entrar en contacto con el ganado. Los datos ayudarán a orientar las estrategias de conservación y gestión de agricultores y ganaderos.
"Nuestra prioridad es hacer ciencia con la gente", afirma Moreno. En última instancia, "la conservación reside en la comunidad. Ellos son los que continuarán con este proyecto a largo plazo, así que tenemos que ser percibidos como una presencia positiva en sus vidas para desmitificar al jaguar y convertirlo en un aliado, como controlador de especies que depredan los cultivos, como caimanes, capibaras, ciervos, jabalíes y pacas. Al fin y al cabo, si ayudamos a la gente, ayudamos al jaguar".
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Salvando las distancias
Panamá forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano, que se extiende a lo largo del istmo centroamericano, un puente natural que une las poblaciones continentales de jaguares y otras innumerables especies, favoreciendo el flujo genético.
Abarcando casi 26 000 kilómetros cuadrados a ambos lados de la frontera entre Colombia y Panamá, el Tapón del Darién es una pieza crucial del corredor y famosamente inexpugnable. Aquí, la carretera panamericana se detiene en seco, de ahí "el tapón" en la ruta terrestre.
Esa inaccesibilidad también ha fomentado un territorio sin ley plagado de tráfico de armas, vida salvaje, drogas y un número creciente de migrantes en ruta hacia la frontera con Estados Unidos.
Los migrantes se desplazan por otra parte de la brecha, por lo que "no han afectado directamente a la población local de jaguares ni a nuestro proyecto", dice Moreno. "Nos los hemos encontrado al entrar o salir de Darién, siendo testigos del sufrimiento físico y emocional por el que pasan. Por eso siempre intentamos llevarles ropa o provisiones".
La zona también atrae la tala y la minería ilegales. Según el Ministerio de Ambiente de Panamá, es donde se produce la mayor parte de la deforestación ilegal del país: entre 2012 y 2019 se perdieron más de 207 kilómetros cuadrados.
Sin embargo, también alberga el Parque Nacional Darién, donde se centran los esfuerzos de Moreno. Con casi 5700 kilómetros cuadrados, es el área protegida más grande del país: una selva intacta, casi salida del Jurásico.
Tanto para los emberá como para los guna, las principales culturas indígenas de la región, el místico jaguar es el guardián de esos bosques. "Al protegerlo, rescatamos la espiritualidad de la selva y, a su vez, el sentido de pertenencia", afirma Leonardo Bustamante, guardabosques emberá que nos acompaña en la caminata.
El perezoso, especie emblemática de Centroamérica, habita los bosques húmedos del Tapón del Darién. Al igual que el jaguar, su presencia es un indicador de la salud del ecosistema, pero también es víctima del tráfico para el comercio de mascotas.
Bajando a la tierra
Después de cuatro horas de caminata, afrontamos el último tramo de la cresta del Cerro Pirre, en lo más profundo del parque. Mientras observo cómo Moreno y los demás escalan una pared casi vertical de rocas que ellos llaman "pecho sucio", me agarro a cualquier cosa que esté a mi alcance: raíces, troncos de árboles, lianas. A pesar de los anclajes sueltos, las espinas ocultas y los insectos que acechan en cada rincón, coronamos la cima tras una hora de trepar.
Moreno empieza a arrastrarse como un gato por el suelo del bosque, girándose de un lado a otro como si olfateara algo. Recoge excrementos que reconoce como pertenecientes a un jaguar. De repente, sus misteriosos movimientos toman forma: está midiendo una nueva configuración para las cámaras trampa.
Al posicionarse como lo haría un jaguar, basándose en la ubicación de las heces, Moreno maximiza las posibilidades de capturar imágenes de ambos lados de un jaguar para obtener una visión más completa de las rosetas, manchas únicas de cada individuo que se utilizan para la identificación.
"Las muestras fecales revelan la dieta y permiten saber si se trata de animales salvajes o de ganado", explica Moreno mientras se sacude la tierra de las manos.
Ivonne Cassaigne, veterinaria especializada en fauna salvaje y exploradora de National Geographic, vigila los canales de radio con una antena para comprobar si se ha activado alguna trampa para animales. Las patrullas se realizan cada dos horas desde el amanecer hasta el anochecer. Yaguará realiza expediciones de dos meses cada año a lo largo de los límites del parque para comprender mejor cómo entran en contacto los jaguares con las granjas vecinas.
Durante la última década, Yaguará ha registrado 73 556 "noches activas" en las cámaras trampa. "No sólo ha proporcionado muchos datos sobre los jaguares, sino también sobre otras especies", dice Moreno. Su equipo ha identificado patrones de movimiento, conectividad del hábitat y cifras de población estimadas entre 600 y 1000 ejemplares.
Junto con el programa de colocación de collares, los datos alimentarán un censo nacional de jaguares. México fue el primer país en censar el jaguar con precisión, y Antonio de la Torre, un explorador de National Geographic que participó en ese proyecto, asesora a Yaguará en técnicas de captura con trampas para collares, empleadas en cinco de los 11 jaguares avistados en explotaciones ganaderas cercanas.
Entretanto, las estrategias de coexistencia entre el hombre y la fauna de Yaguará exigen que los ganaderos adopten medidas como vallas eléctricas, cencerros con alarmas, modificación de la ubicación de los pastos, zonas de maternidad y cría y corrales nocturnos. Los fondos para apoyar esos cambios proceden de un consorcio de sus socios, entre ellos el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU., la National Geographic Society y la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación.
"Perder un animal es muy lamentable para un ganadero", dice el ganadero Erasmo De León. "Es la manutención de un mes para su familia. Y si no se entiende con el jaguar, le declara la guerra inmediatamente".
Calcula que cada pérdida vale entre 700 y 800 dólares. "Y hay vecinos que han tenido más de 40 depredaciones", dice.
Los investigadores controlan los niveles de oxígeno, la frecuencia cardiaca y la temperatura de un jaguar cautivo. Colocan un collar, miden al animal (al que llaman Su) y toman muestras de sangre para estudiar la variabilidad genética antes de liberarlo.
Moreno mide una huella reciente de un jaguar que deambula cerca de explotaciones ganaderas.
"Si ayudamos a la gente, ayudamos al jaguar"
A medida que aumenta el ecoturismo, estos lugareños se benefician de su participación en la nueva industria. Erasmo De León y su esposa, Elsie Quintero, ganaderos desde hace más de 20 años, ahora alojan a personas en su propiedad de Agua Buena de Punuloso, a las afueras del parque, y ofrecen recorridos como guías para la observación de aves y el rastreo de vida silvestre.
"No hemos tenido ninguna muerte de jaguar en nuestras fincas desde 2017", dice Quintero. Las estrategias parecen estar funcionando. Han llevado a "entender la dinámica de nuestro ecosistema", añade. "Y, sobre todo, a pensar en un manejo sostenible y en el turismo como subsistencia para nuestras familias".
Ahora forman parte de una misión aún mayor. Ella y De León se han unido a otras cinco fincas en un programa para preservar sus parches de bosque con el objetivo de ayudar a reconstruir el corredor mesoamericano, fragmentado por el desarrollo. Yaguará espera reclutar otras 14 fincas. La iniciativa se enmarca en el plan de Panamá de restaurar un millón de hectáreas de bosque para 2035.
De vuelta en Cerro Pirre, el personal de campo de Emberá ha montado el campamento y seguirá instalando cámaras durante los próximos días. Gracias a la formación recibida, estos habitantes de aldeas cercanas como Pijibasal forman ahora una red de supervisores para vigilar las cámaras trampa. Esto supone ingresos adicionales para una comunidad dedicada principalmente a la agricultura.
Moreno y yo volvemos a la entrada del parque. Mientras salimos con linternas y los pies hinchados, Moreno reflexiona sobre el proyecto. "Si reúnes a la gente para el beneficio común, las cosas pueden salir bien", dice, "sobre todo cuando las comunidades están capacitadas, formadas y bien equipadas".
Dos días después de mi salida de Panamá, el equipo confirmó la captura de un jaguar (un avistamiento que se me había escapado) y el éxito del collar. Un par de horas después, se activó una segunda trampa para patas. "Dos en una mañana: debe ser para el Guinness de los récords", me dijo Moreno por teléfono.
Las dos hembras recorren unos seis kilómetros al día, y una de ellas vuelve al mismo lugar, por lo que los investigadores sospechan que tiene crías. Es una semilla de esperanza. "Incluso en una zona dominada por los humanos y el ganado", dice Moreno, "los jaguares siguen reproduciéndose".
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El periodista mexicano Erick Pinedo es ex redactor de la edición latinoamericana de National Geographic. El fotógrafo Rikky Azarcoya es Explorador de National Geographic.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.