La vital (y desconocida) labor de las abejas no melíferas
Un abejorro autóctono del género Bombus visita un jardín de flores autóctonas en Short Pump, Virginia (Estados Unidos).
¿Te gustan los batidos de frutas del bosque y las tostadas de aguacate? Entonces es hora de compartir un poco de amor por las abejas autóctonas que polinizan muchos de nuestros alimentos favoritos.
Al decir abeja, la mayoría se imagina una abeja europea, una especie no autóctona en América utilizada en la producción comercial de miel en todo el mundo. Pero lo que se olvida fácilmente es que Norteamérica, por ejemplo, alberga unas 4000 especies de abejas silvestres.
En 2014, las Naciones Unidas declararon el 20 de mayo Día Mundial de la Abeja para reconocer a estos ayudantes cruciales del ecosistema, que proporcionan el 75% de nuestra cosecha mundial de alimentos.
El tamaño de estos diversos insectos varía enormemente, desde la diminuta Perdita minima del desierto de Sonora, del tamaño de la punta de un lápiz de color, hasta las abejas carpinteras (de 2,5 centímetros) que polinizan alimentos populares como tomates, pimientos y berenjenas. Alrededor del 70% de las abejas nativas de Estados Unidos anidan en el suelo, no en colmenas, lo que también contribuye a su relativo anonimato.
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La población del abejorro dorado del norte (en la foto, un insecto alimentándose de algodoncillo) está disminuyendo en toda Norteamérica.
Aproximadamente una cuarta parte de las abejas nativas de Estados Unidos están en peligro debido a los pesticidas, el cambio climático y la pérdida de hábitat. En 2016, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos calificó como en peligro de extinción a siete abejas de cara amarilla del género Hylaeus genus, las primeras abejas incluidas en la lista.
La noticia positiva es que, desde jardineros domésticos hasta académicos, la gente está encontrando formas ingeniosas de ayudar y estudiar a los polinizadores autóctonos. He aquí cuatro interesantes ejemplos.
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Grandes voladores
En las montañas del Parque Nacional de Yosemite, en California, la investigadora independiente y autora Olivia Messinger Carril estudia las abejas que viven por encima de los 3000 metros de altitud, entre ellas varias especies de abejas albañiles, abejorros y abejas mineras.
Su objetivo es obtener una línea de base aproximada de estas poblaciones alpinas "antes de que el cambio climático altere la dinámica, para poder entender mejor los cambios que veamos en el futuro", afirma Carril.
Una abeja carpintera oriental cargada de polen se posa sobre una flor en Woodbridge, Virginia. La abeja carpintera se parece a un abejorro, pero tiene un abdomen negro brillante.
Según el Servicio de Parques Nacionales de EE.UU., el aumento de las temperaturas y la sequía en la región están dañando algunos ecosistemas, por ejemplo, al avivar los incendios forestales y acabar con especies arbóreas vitales.
Capturando especies de abejas que viven a gran altitud y catalogando dónde se encuentran, su ubicación y las plantas cercanas, Carril está reconstruyendo el estilo de vida de estos polinizadores.
Carril también espera analizar el ADN ambiental, o ADN que dejan los seres vivos, en Yosemite. Al extraer el ADN de una flor, dice Carril, "se sabe que fue visitada por tres especies de Bombus [un género de abejorros] y una especie de abeja albañil".
Estos detalles dan a los investigadores "una idea de quién ha estado en la zona, aunque no los veamos directamente", afirma.
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Con mentalidad de colmena
Las colmenas estándar de las abejas melíferas europeas no han cambiado mucho desde su invención en 1851, por lo que presentan problemas de ventilación, aislamiento y entrada de otros insectos. Teniendo esto en cuenta, estudiantes de postgrado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Texas, desarrollaron proyectos individuales para construir mejores colmenas u hogares para las abejas nativas de Texas.
Es un ejemplo de "nuevos diseñadores que analizan un viejo problema", dice Chris Graves, director creativo de Team One, que colaboró en el proyecto con la Healthy Hive Foundation y la escuela de arquitectura.
Algunos estudiantes "pensaron detenidamente en las plantas autóctonas que formarían parte del conjunto", dice Danelle Briscoe, profesora asociada de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Texas, con experiencia en la incorporación de plantas autóctonas a su trabajo.
La estudiante Ji Yoon Ahn creó el diseño "Live, Work, Nest", que parece una maceta sobre un trípode. La estructura circular de madera puede albergar 120 abejas autóctonas de varias especies. Las plantas autóctonas que crecen en el "tejado" facilitan el acceso a las fuentes de alimento, como tener una cafetería en el edificio.
Una abeja albañil (Osmia) poliniza un susan de ojos negros en Arlington, Virginia.
Las abejas del sudor (o halíctidos- en la foto, un insecto poliniza un áster en Arlington, Virginia-) son abejas solitarias que beben nuestro sudor, como su nombre indica.
El diseño portátil podría instalarse en zonas urbanas, aportando "una dosis de ecología saludable que los entornos urbanos suelen necesitar, del mismo modo que los seres humanos necesitan vitaminas diarias", afirma Briscoe.
En conjunto, el proyecto de la UT aborda tanto la escasez de alimento para las abejas autóctonas como la "acuciante falta de hábitat en algunos de nuestros entornos urbanos", afirma.
Abejas escolares
Planet Bee Foundation, una organización sin ánimo de lucro con sede en San Francisco, colabora con numerosas empresas para financiar programas destinados a escuelas, centros de trabajo y comunidades con el fin de difundir el mensaje de la protección de las abejas autóctonas.
"Tenemos un flujo que va de estos socios corporativos a las escuelas que realmente necesitan los recursos", dice Jason Graham, científico principal y entomólogo de Planet Bee.
En una iniciativa, Planet Bee regala a un aula varias casas de abejas autóctonas, que los niños instalan en el exterior y vigilan con ayuda del personal de Planet Bee. En algunos casos, se instalan especies de abejas solitarias, que coexisten en la casa de las abejas.
"Los niños van a ser la próxima generación que defienda las abejas autóctonas", dice. No deberíamos "depender de una sola especie de abeja para toda nuestra agricultura".
La organización sin ánimo de lucro también ofrece talleres para empresas, como catas virtuales de miel o salidas al campo en busca de polinizadores. Las cuotas del programa se destinan a impulsar iniciativas escolares.
Las amapolas, como éstas de Richmond (Virginia), atraen a las abejas por sus vivos colores, pétalos abiertos y abundante polen.
Impulsar los abejorros
Rich Hatfield, biólogo conservacionista de la Sociedad Xerces para la Conservación de Invertebrados, afirma que la gente no suele considerar fauna salvaje a las abejas o los insectos, igual que los animales de mayor tamaño. Cuando se trata de estudiar las poblaciones de abejas autóctonas, llevamos "décadas de retraso con respecto a las aves y los mamíferos", afirma.
Para llenar ese vacío, Xerces empezó a invitar al público a enviar sus propias observaciones de abejorros a través de su página web, boletines y redes sociales. En los últimos seis años, se han registrado 65 000 observaciones de 35 especies, datos que han servido para crear el Atlas del Abejorro, un esfuerzo de colaboración para seguir y conservar los abejorros autóctonos, muchos de los cuales están disminuyendo. En 2017, el Gobierno de Estados Unidos incluyó al abejorro de manchas rojizas en la lista federal de especies en peligro de extinción.
"Han sido proyectos de gran éxito en términos de participación de miles de personas y recopilación de datos reales que se están utilizando de muchas maneras", dice Hatfield.
Los abejorros "son vida salvaje", añade; "todo el mundo que tiene un patio trasero ya tiene un safari de vida salvaje ahí detrás: solo tienen que ir a buscarlo".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.