Así usamos a las libélulas para rastrear la contaminación por mercurio
Los cazadores de insectos con más éxito del mundo muestran cómo se mueve el metal tóxico por nuestro entorno y cómo podemos reducir nuestra exposición.
Un dasher azul descansa sobre una planta en Fort Myers, Florida.
Las libélulas, esos coloridos insectos que vuelan como minihelicópteros, son algo más que un espectáculo. Según un nuevo estudio, estos depredadores iridiscentes pueden ser también la mejor forma de detectar dónde y cómo se acumula el mercurio en nuestro medio ambiente, un metal tóxico tanto para las personas como para la fauna salvaje.
La comunidad científica ha utilizado a menudo peces o aves como indicadores de la contaminación por mercurio. Pero las libélulas son un indicador aún mejor. Por un lado, sus larvas se desarrollan en casi cualquier tipo de masa de agua, incluidos los diminutos baches del desierto o las marismas fangosas que no pueden albergar animales más grandes. Además, es más barato, fácil y preciso analizar el mercurio en larvas de insectos que en peces o aves.
Un científico del Servicio Geológico de EE. UU. registra datos para el Proyecto Libélula del Mercurio en el Parque Nacional Joshua Tree de California.
La Organización Mundial de la Salud incluye el mercurio entre las 10 sustancias químicas que más preocupan a la salud pública, y el metal existe en nuestra atmósfera en una concentración aproximadamente un 450% superior a los niveles naturales debido a las actividades industriales del ser humano, como la combustión de carbón y la producción de cemento.
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Desde 2009, más de 7000 ciudadanos e investigadores han recogido larvas de libélula en 150 parques nacionales de EE. UU. como parte del Proyecto Libélula del Mercurio, dirigido por el Servicio Geológico de EE. UU. y el Servicio de Parques Nacionales. Este esfuerzo científico comunitario, actualmente la mayor evaluación de la contaminación por mercurio del país, ha analizado decenas de miles de larvas de libélula.
Al hacerlo, los científicos han descubierto patrones sorprendentes en la forma en que el mercurio se desplaza por el paisaje, incluyendo dónde las concentraciones de este metal dañino son las más altas.
Según Collin Eagles-Smith, ecólogo investigador del USGS y director científico del Proyecto Libélula del Mercurio, coautor de un estudio sobre el tema publicado recientemente en la revista Environmental Science and Technology, este fructífero esfuerzo de investigación demuestra que las larvas de libélula deberían ser el patrón oro para detectar el mercurio.
"Hay un esfuerzo global para reducir las emisiones de mercurio, y las libélulas nos están ayudando a rastrear cómo responden los ecosistemas a esas reducciones".
Un peligro para la salud entre nosotros
"No hay niveles seguros de mercurio", afirma Alexandra Scranton, directora de ciencia e investigación de Voces de las Mujeres por la Tierra, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para reducir y eliminar las sustancias químicas tóxicas. "Sin embargo, todos lo tenemos en nuestro cuerpo. Por desgracia, hemos contaminado el mundo entero".
Una cuchara sostiene larvas de libélula recogidas en el Parque Nacional y Reserva de las Grandes Dunas de Colorado.
Una vez que el mercurio pasa del aire a nuestros cursos de agua a través de la lluvia o la nieve, se bioacumula en la cadena alimentaria, desde los insectos hasta las aves y los peces, lo que significa que los animales que se encuentran en la parte superior de la cadena alimentaria, como los seres humanos, corren un riesgo especial.
Las personas están expuestas sobre todo al comer ciertos peces depredadores de gran tamaño, como el pez espada, el tiburón o la aguja. "El mayor peligro es el efecto sobre el cerebro. El mercurio es una potente neurotoxina, muy, muy dañina para las células cerebrales", afirma Scranton.
Los estudios han detectado menos materia gris y blanca (literalmente, cerebros más pequeños) en personas con altos niveles de mercurio. Los niveles elevados de mercurio en la sangre están relacionados con un mayor riesgo de Alzheimer en los adultos mayores, así como con un mayor riesgo de aborto espontáneo en las mujeres embarazadas.
"El mercurio no se descompone en algo menos tóxico", afirma Scranton. "Seguirá circulando por el medio ambiente durante mucho tiempo", y precisamente por eso debemos concentrarnos en los lugares donde es más peligroso.
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Esfuerzo colectivo para rastrear el mercurio
Hay unas 470 especies de libélulas en Canadá y EE. UU. continental, todas ellas con una visión de casi 360 grados, dientes dentados y una impresionante habilidad para volar en busca de presas.
Durante los dos años que dura su fase larvaria, comen montones de insectos acuáticos contaminados con mercurio.
Los científicos comunitarios pueden capturar fácilmente las numerosas larvas (cada hembra pone hasta mil huevos) en cualquier lugar donde haya agua.
Todas las muestras de larvas se envían a un laboratorio de Corvallis (Oregón), donde los científicos analizan sus tejidos.
De 2009 a 2018, el proyecto descubrió que aproximadamente un tercio de los 457 lugares no tenían niveles de mercurio o los tenían bajos, mientras que más de la mitad tenían niveles moderados. El 11% de los lugares tenían niveles de mercurio de alto riesgo, y el 1% (incluido un lugar en el lago Yellowstone) entraba en la categoría de riesgo grave.
Esta investigación también demostró que las concentraciones de mercurio son más elevadas en las larvas de libélula de ríos y arroyos de EE. UU. que en las de aguas tranquilas, como humedales o lagos.
Las larvas de las regiones desérticas presentan las mayores concentraciones de mercurio, mientras que las de las Grandes Llanuras tienen las más bajas. Para averiguar por qué, en el último estudio, los investigadores rastrearon los isótopos de mercurio (o diferentes formas de mercurio) en las larvas para evaluar cómo se desplaza el metal desde la atmósfera a los cursos de agua.
Por ejemplo, el equipo descubrió que, sorprendentemente, el metal empieza a acumularse más rápidamente en los cursos de agua y en la red trófica de lugares áridos como la Gran Cuenca o el desierto de Mojave. Esto se debe a que, en ausencia de cubierta arbórea, el mercurio de la lluvia o la nieve entra directamente en los cursos de agua. Además, el metal se acumula en la red trófica más rápidamente cuando los sedimentos se secan y vuelven a humedecerse.
Pero en las zonas más húmedas y boscosas, como el noreste de EE. UU., el mercurio se deposita desde el aire en las hojas, que transportan la toxina al suelo cuando caen. El mercurio se almacena entonces en el suelo antes de filtrarse más lentamente a los cursos de agua. Esto significa que el mercurio puede tardar años o décadas en pasar del aire a la cadena alimentaria en las zonas boscosas.
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Cómo reducir la exposición al mercurio
"Las causas del mercurio en Nebraska son distintas de las de Nuevo México", afirma Eagles-Smith.
Esta nueva información ayudará a las comunidades a "comprender mejor los plazos de recuperación", afirma, y a mantener las toxinas nocivas fuera del medio ambiente y de nuestros cuerpos.
La mejor manera de reducir la exposición al mercurio es tener cuidado con el pescado que se consume. Elige anchoas, sardinas o salmón en lugar de fletán o reloj anaranjado, que se alimentan de otros peces. Además, ten especial cuidado al manipular lámparas fluorescentes, bombillas de bajo consumo y pilas: si se rompen, el mercurio que contienen puede absorberse a través de la piel.
Los científicos también animan al público a participar en el Proyecto Libélula del Mercurio. Al fin y al cabo, es divertido coleccionar larvas de libélula.
"Son una especie de icono cultural", afirma Colleen Flanagan Pritz, ecologista del Servicio de Parques Nacionales y directora del programa del proyecto.
Desde los niños en edad escolar hasta los jubilados disfrutan observando a estos adorables insectos.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.