El síndrome de Ekbom: el caso de las personas que creen estar infestadas de parásitos
Cada vez más gente acude a entomólogos para que diagnostiquen la causa de una sensación aparentemente inexplicable de parásitos recorriendo sus cuerpos.
Hace unos años, un hombre empezó a contar a sus familiares una historia aterradora: había bichos viviendo dentro de él.
Estos bichos, según decía, tenían caparazones duros que crujían cuando los aplastaba. Los podía sentir moviéndose por su cuerpo, sobre todo dentro de su nariz y sus partes íntimas. Al principio, su familia le dijo —amablemente— que eso era imposible, pero él intentó convencerlos.
Para recoger «muestras», el hombre se metía pinzas en la nariz, sacándose trocitos de tejido y cartílago hasta que se agujereó el septo; ahora, silba al respirar. Tras una miríada de pruebas y sin señal alguna de insectos subcutáneos, sus médicos parecían haberse rendido.
Mostraba los síntomas clásicos de lo que los científicos denominan delirio de parasitosis, o síndrome de Ekbom, la férrea aunque equivocada creencia de que el cuerpo del paciente está infestado con algo.
Durante años, los entomólogos han insistido en que estos delirios no son tan poco habituales como pueden pensar los psiquiatras y el público general. Y ahora, un estudio de la Clínica Mayo sugiere que están en lo cierto. El primer estudio de la prevalencia de la enfermedad basado en la población sugiere que aproximadamente 27 de cada 100 estadounidenses al año tienen delirios de parasitosis. Esto significa que 89.000 personas en Estados Unidos padecen actualmente este síndrome.
Para muchos de los que sufren estos delirios, la infestación adopta la forma de insectos o ácaros, normalmente diminutos, a los que suelen describir mordiéndoles o arrastrándose sobre su piel. Otras personas dicen sentir gusanos o sanguijuelas o algún tipo de parásito desconocido.
Muchos afectados acuden a la consulta de un entomólogo. Y, como les dicen los entomólogos, solo dos tipos de artrópodos infestan a los humanos: los piojos y un ácaro que provoca la sarna. Ambos son fáciles de identificar y provocan síntomas característicos. Las chinches o las pulgas pueden infestar una casa, pero en realidad no viven sobre ni dentro del cuerpo humano; solo se alimentan de nosotros y se van. Del mismo modo, hay ácaros que viven en nuestra piel, sobre todo en la cara, pero son una parte normal del cuerpo de cualquiera, como las bacterias que viven en nuestros intestinos.
Lo que suele ocurrir es que en realidad existe una enfermedad subyacente que provoca los picores o las sensaciones de hormigueo que hacen que la persona piense que está infestada. Alergias, nutrición, estrés, afecciones neurológicas y reacciones ante muchos medicamentos habituales pueden ser causas básicas. Esa es una de las razones para no hacer caso omiso de las descripciones de los pacientes. Pero lo que suele empezar con picor u otra afección cutánea o neurológica se convierte en una obsesión, normalmente con insectos.
«Existe una ansiedad extendida hacia los artrópodos», afirma Gale Ridge, entomóloga en la Connecticut Agricultural Experiment Station. «Por eso cuando la gente cree que les han picado, naturalmente tienden a esa ansiedad. Es casi instintiva».
Llamadas desesperadas
Ridge oyó hablar del hombre que se quejaba de los insectos en la nariz cuando un familiar le envió un correo electrónico describiendo su enfermedad. Ridge estudia chinches y dirige la oficina que se encarga de las preguntas del público, y dice que en los últimos años, los insectos invisibles han ocupado gran parte de su tiempo. Solo el año pasado, al menos 300 personas acudieron a ella convencidas de estar infestadas de insectos, ácaros u otros bichos.
Cada historia es única, pero guardan un gran parecido, según dice Nancy Hinkle, entomóloga de la Universidad de Georgia que también ha trabajado con esta enfermedad. Un denominador común es que, en ocasiones, los enfermos hacen lo imposible para recoger muestras de los «bichos» de sus cuerpos y hogares, enviando bolsas que suelen estar llenas de polvo, pelusa, pelo y costras.
Otra similitud es una palabra que utilizan con frecuencia: desesperado. «Llaman y me dicen: “Dra. Hinkle, tiene que ayudarme. Estoy desesperado”». Para entonces, ya han visitado a varios médicos.
Si no se puede hallar una causa física de los síntomas, cualquier doctor —incluso un médico de familia— puede recetar medicación para tratar los delirios. Pero tras seis meses intentando identificar la causa de su angustia, Ridge dice que es más difícil hacer que la gente se someta a dichos tratamientos.
«Muchos pacientes se niegan a tomarlos», afirma el dermatólogo Mark Davis de la Clínica Mayo, autor del reciente estudio sobre el delirio de parasitosis. «Dicen: “usted piensa que estoy loco, y no lo estoy”».
En 2012, Davis y sus colegas notificaron 147 casos de delirio de parasitosis en la Clínica Mayo a lo largo de siete años. No recordó a ningún paciente que se hubiera recuperado por completo de sus delirios. Señala que, normalmente, vienen a la Clínica Mayo con la esperanza de que les diagnostiquen un nuevo tipo de infección exótica y se van decepcionados, y nunca vuelven a saber de ellos.
Por su parte, es probable que Internet haya ayudado a engrosar las filas de infestados. Los blogs y las páginas web sobre diversas infestaciones, muchas de ellas dedicadas a teorías conspiratorias y explicaciones biológicas imposibles, dan a los pacientes una sensación de comunidad, pero también refuerzan los delirios y suelen venderles soluciones falsas.
Insectos que no están
Tanto Ridge como Hinkle dicen que, cada vez que le llega un nuevo caso, empiezan buscando insectos o ácaros. Esto puede implicar examinar decenas o cientos de supuestas muestras. Si no pueden encontrar pruebas de los insectos, un entomólogo debe proceder con cuidado. Hinkle dice que la experiencia le ha enseñado que mencionar a profesionales de la salud mental es lo último que se debe hacer, ya que la gente se enfada.
Ridge dice que algo que ha dado buenos resultados es hablar con la familia del paciente. Una vez, cuenta, «acabé con 11 miembros de la familia conversando en una mesa redonda». Ese apoyo ayudó a que el paciente buscase el tratamiento que necesitaba.
Tanto Hinkle como Ridge son empáticas, pero también está claro que caminar por esta cuerda floja a diario —tratando persuadir a los impersuadibles— les ha pasado factura emocionalmente.
«A veces no puedo desconectar», afirma Hinkle. «No puedo dormir». Se tumba en la cama pensando en la mujer con la que habló ese mismo día, pensando que es posible que se esté bañando en productos de limpieza.
«Puedes pasar el resto de tu vida haciendo seguimiento del delirio de parasitosis», advierte Hinkle. En cierto sentido, eso es lo que hace. Tras años de buscar insectos que no están, «tienes que reírte o te vuelves loca».