El cambio climático está acabando con la sabiduría indígena agrícola milenaria
Agricultores de todo el mundo se basan en el saber milenario para sembrar. La alteración del tiempo y las estaciones los introduce en terreno desconocido.
Los indígenas hopi del norte de Arizona son meteorólogos natos.
Cuando el rabo de zorro florece en primavera, saben que les esperan abundantes lluvias en verano. Cuando el desierto se queda baldío, se preparan para la sequía. Hasta donde llega la sabiduría tribal, los agricultores hopi se han mantenido a sí mismos y sus cultivos leyendo con esmero su entorno árido.
Sin embargo, este verano sus técnicas de pronosticación milenarias les fallaron y no es la primera vez que ocurre esto en los últimos años. En abril florecieron muchas plantas, pero las raras lluvias de agosto jamás llegaron. De no ser por los mercados locales y las existencias de semillas que almacenan anticipándose a un mal año ocasional, muchos hopis podrían haber pasado hambre.
«Estos indicadores siempre han sido muy fiables. Contamos con más de 2000 años de repetición. Conocemos nuestros campos, como muchos pueblos indígenas», afirma Michael Kotutwa Johnson, un agricultor hopi que cultiva maíz, judías, calabazas y melones en la reserva tribal, a cientos de kilómetros al norte de Phoenix. «Pero cuando hablo con mi pueblo, me dicen que nuestros inviernos se están alargando, así que se planta más tarde y eso puede causar estragos. Ahora atravesamos una mala situación».
No son los únicos. El cambio climático está poniendo patas arriba las vidas de muchas personas, pero pocas comunidades presencian un desmoronamiento de sus cultivos y de su concepción del mundo tan grave como las que dependen de los pronósticos indígenas. Sus campos, que suelen depender de milenios de prueba y error y análisis del paisaje para calibrar los ciclos de siembra, se marchitan conforme cambian las condiciones en las que se basan los calendarios. Sin esa sabiduría acumulada en la que basarse —las migraciones de las aves, la dirección del viento, las estrellas, etc.—, los agricultores se sienten indefensos ante las complicaciones que introduce el cambio climático en sus vidas.
“La gente solía pronosticar el tiempo/clima observando los fenómenos naturales.”
Es una medición preocupante de la gravedad del cambio climático. Muchas de estas comunidades agrícolas no están familiarizadas con el «cambio climático» como concepto, pero todas son plenamente conscientes de que algo va mal. No hay negación ni escepticismo, solo conmoción y consternación porque las prácticas y tradiciones que han sustentado miles de años de auge y caída de las civilizaciones se están quedando obsoletas. Estos patrones de cultivo están involucrados en ritos religiosos y culturales locales, por lo que este cambio también puede pasar una factura psicológica.
Pero en términos prácticos, las implicaciones de este saber indígena fallido son sombrías, algo que se evidencia al visitar las áreas donde se practica la agricultura tradicional. Como muchos agricultores tienen un acceso limitado o nulo a la previsión meteorológica moderna, no pueden recurrir a nada cuando las lluvias, las temperaturas y las especies silvestres se comportan de formas nuevas e imprevistas. Y como muchos de estos calendarios predominan en partes del mundo que se están llevando la peor parte del cambio climático, sobre todo las zonas tropicales y áridas, la utilidad de su sabiduría se marchita deprisa. Aumentan las pérdidas de las cosechas y, por consiguiente, el hambre. Los meteorólogos temen que dichas pérdidas y sufrimiento se intensifiquen si la ayuda no llega pronto.
«La gente solía pronosticar el tiempo/clima observando los fenómenos naturales», afirma por email Tsegaye Kedema, director de la Agencia Meteorológica Nacional de Etiopía. «Sin embargo, debido al cambio climático, estos fenómenos también han cambiado y los pronosticadores han perdido su credibilidad y su posición dentro de la comunidad. Esto crea un problema considerable a la hora de llevar a cabo actividades agrícolas informadas».
Los calendarios se desmoronan
Este trauma se halla en casi todos los continentes.
En el sur de Irak, los agricultores plantan en casi las mismas tierras que los sumerios —la civilización pionera de la agricultura irrigada en torno al año 6000 a.C.— y todavía se atienen en gran medida al antiguo calendario de siembra. Pero con veranos cada vez más largos y cálidos y los cambios en otras estaciones, muchos agricultores se han quedado perplejos, furiosos y asustados.
«La gente mayor tiene la misma mentalidad que en el pasado. Creen que hay continuidad porque no ha habido desarrollo y tenemos las mismas herramientas y las mismas formas de agricultura», afirma Jaafar Jotheri, geoarqueólogo de la Universidad de Al-Qadisiyah, en Irak, cuyo padre y hermano aún cultivan en el sur de Bagdad. «Ahora ven el cambio climático y algunas personas mayores no saben qué ni cuándo cultivar».
La agricultura del sur de Irak está llena de expresiones milenarias que ya no tienen validez. «En agosto se reducen las uvas y se producen los dátiles», dice uno; pero las uvas y los dátiles han empezado a llegar en momentos diferentes en los últimos años. «Septiembre es el mes para sacar al búfalo de agua», dice otro; pero septiembre es tan cálido que los búfalos de agua deben pastar en los pantanos del sur de Irak hasta más tarde por el miedo al sobrecalentamiento.
En el sur de Egipto y el norte de Sudán, muchos agricultores todavía se basan en el calendario cóptico, una variante del antiguo calendario faraónico. Sin embargo, ellos también se enfrentan a una realidad que ya no se ciñe a los miles de años de sabiduría recopilada junto al Nilo. Hoy en día suele hacer demasiado calor para plantar trigo a finales de Masry, que se corresponde más o menos con agosto, lo que puede desbaratar el resto del ciclo de siembra invernal si el retraso se prolonga demasiado.
Hasta hace 20 años, este calendario era «casi perfecto», cuenta Ismail Elgizouli, científico sudanés y expresidente en funciones del IPCC, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Pero ahora, «debido al cambio climático, hay variabilidad interanual».
Al igual que en Irak y en otras partes de la región, los agricultores de Sudán están abandonando el campo en masa. Se trata de un desenlace fatal para un calendario que sustentaba el importante sector agrícola egipcio y que permitía a sus faraones medir la duración de sus reinados y calcular las celebraciones.
La situación tampoco va nada bien en grandes segmentos del África subsahariana. El pueblo nganyi, de Kenia occidental, ha empleado tradicionalmente factores como los enjambres de saltamontes o los vientos que azotan el lago Victoria para predecir las lluvias, pero la deforestación y la pérdida de biodiversidad han echado por tierra su éxito prolongado.
Kenia oriental vive una situación similar, ya que las medidas de previsión habituales de los atharaka —la floración de varias plantas o el croar de las ranas— se han desmoronado con la sequía. De las comunidades de Benín que se basan en los insectos hasta los agricultores de Nigeria que interpretan las estrellas para predecir los rendimientos de la cosecha, la utilidad de las medidas tradicionales se evapora con celeridad.
“Ya hemos visto cómo morían nuestros cultivos, así que estamos preparados para el impacto psicológico del cambio climático. Podemos soportarlo.”
Hay varios estudios que determinan que los agricultores mayores y los que están geográficamente aislados son más vulnerables a los cambios porque es más improbable que se les ofrezca ayuda para pasar a otros tipos de previsión. Por eso, en un giro cruel pero habitual de los acontecimientos, los que más sufren son los más pobres entre los pobres.
Desplegando técnicas modernas
Pese a lo desesperado de la situación en algunos lugares, al menos esta es una consecuencia del cambio climático a la que, en teoría, podemos hacer frente. Los agricultores en las partes más prósperas del mundo, como Australia, han superado diversas dificultades climáticas modificando sus calendarios agrícolas y sembrando antes. Desplegando técnicas de previsión modernas en zonas que no han tenido ninguna, las organizaciones del desarrollo ya han logrado cierto éxito.
Según datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), los rendimientos de la cosecha ascendieron un 20 por ciento en el África occidental cuando se otorgó a los agricultores acceso a la información meteorológica.
«Los agricultores necesitan saber: ¿Cuándo planto? ¿Qué planto? Si un agricultor acostumbra a tener una mezcla de 60 por ciento maíz y 40 por ciento mijo, tienen que tomar una decisión», explica Robert Stefanski, jefe de la División de Meteorología Agrícola de la OMM. «El maíz puede ser más rentable, pero gasta más agua, así que si hay una estación más seca quizá tomen la decisión basándose en el pronóstico».
Incluso los pronósticos a siete días pueden permitir a los agricultores evaluar si habrá periodos lo bastante secos para retirar la maleza de los campos o fumigar los cultivos.
Claro está, los retos aún son considerables. Las ayudas agrícolas disminuyen en muchos de los lugares que más las necesitan, ya que muchos países en vías de desarrollo destinan los recursos a industrias más rentables. Debido a los componentes culturales y religiosos del saber indígena, los costes serán insalvables pase lo que pase. También se necesitará delicadeza.
«No puedes llegar a un sitio y decir: vuestra sabiduría tradicional no vale. No puedes ser acusatorio, porque gran parte de esa sabiduría se basa en la ciencia», afirma Stefanski.
Pero si somos listos, quizá podamos considerar esto una oportunidad, o eso dicen agricultores y meteorólogos. Al fin y al cabo, los pronósticos indígenas dependen de una lectura minuciosa del paisaje natural, algo de lo que muchas sociedades parecen haber carecido ante el deterioro de las prácticas medioambientales. Como mínimo, podríamos aprender algo de la entereza de muchas comunidades indígenas:
«Ya hemos visto cómo morían nuestros cultivos, así que estamos preparados para el impacto psicológico del cambio climático», declaró Michael Kotutwa Johnson, el agricultor hopi. «Podemos soportarlo».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.