El inesperado efecto secundario de la sequía: mayores emisiones de carbono
La sequía perjudica a árboles, personas y animales, pero también al presupuesto de carbono.
En sus peores días, la sequía que ha asolado el oeste de los Estados Unidos desde principios de la década del 2000 desataba incendios y arruinaban cultivos. Las tormentas de polvo atravesaban llanuras y valles. Los ríos se marchitaban de norte a sur.
Pero la sequía también tiene efectos menos obvios en el clima y el medio ambiente. Los caudales más bajos entorpecían drásticamente la producción de electricidad sin carbono en las centrales de energía hidroeléctrica dispuestas a lo largo de ríos y embalses por toda la región oeste del país.
Ahora, un grupo de investigadores ha hecho el cálculo del carbono para comprobar la magnitud de este efecto. Han determinado que 100 megatones adicionales de carbono acabaron en la atmósfera porque los proveedores de energía tuvieron que usar fuentes emisoras de carbono en lugar de energía hidroeléctrica durante la sequía, cantidad sumada a lo largo de los 15 años que estudiaron. Es el equivalente a añadir 1,4 millones de coches a la carretera cada año.
«Es un trozo del pastel considerable», afirma Noah Diffenbaugh, científico climático en Stanford y uno de los autores del estudio, publicado el viernes pasado en Environmental Research Letters.
En un año normal, poco más del 20 por ciento de la electricidad producida en el oeste de los Estados Unidos procede de centrales de energía hidroeléctrica. Pero esa cifra fluctúa según el flujo y el caudal de agua. Y cuando el agua escasea, la cantidad de energía producida por esas centrales se desploma.
Pero las personas necesitan luz, calefacción y aire acondicionado durante una sequía tanto como (y a veces más que) en épocas de abundancia de agua. Si las empresas energéticas no pueden obtener la electricidad que necesitan de fuentes hidroeléctricas, tienen que llenar ese vacío con otra fuente. En muchas ocasiones, los investigadores descubrieron que las empresas recurrieron a fuentes emisoras de carbono como el gas natural y el carbón para abastecer sus necesidades de energía.
Según Amir AghaKouchak, ingeniero civil y medioambiental de la Universidad de California, Irvine, no es ideal, pero tiene sentido.
«En condiciones de sequía, la prioridad es destinar el agua a personas y ciudades, y los gestores podrían preferir quemar gas para obtener energía», explica. «Hay alternativas para obtener energía de otras fuentes, pero no hay alternativas para el agua».
Grandes impactos
Estados como California, Washington y Oregón, que dependen en gran medida de la energía hidroeléctrica durante los años de abundancia de agua, fueron los más afectados. Y los costes climáticos fueron considerables. En California, por ejemplo, el dióxido de carbono adicional emitido por la sequía supuso más del 7 por ciento de sus emisiones de carbono totales. En Oregón y Washington, las emisiones adicionales supusieron casi un 10 por ciento de sus emisiones totales.
No son cifras insignificantes. Muchos de los estados occidentales han elaborado planes para reducir agresivamente sus emisiones en las próximas décadas. California, por ejemplo, pretende reducir sus emisiones un 80 por ciento por debajo de los niveles de 1990 para 2050. Pero la sequía desvía a todos los estados occidentales de la dirección correcta, dificultando que cumplan sus objetivos de reducción de emisiones.
¿Megasequías futuras?
En la última década, el oeste de los Estados Unidos ha vivido uno de los peores periodos de sequía en siglos. Ahora, algunos científicos creen que en el Suroeste Americano se está instalando una «megasequía», una sequía que dura al menos 20 años. Y según las predicciones de futuro, es probable que los lugares secos se sequen todavía más, estresando más el sistema hidroeléctrico.
«Las sequías van a empeorar y eso podría implicar la quema de más gas natural y carbón», explica Peter Gleick, experto en agua en el Pacific Institute, una organización de investigación en Oakland. «Es realimentación positiva, pero en el cambio climático es algo malo».
Según él, es fácil quedarse atrapado en este bucle de realimentación positiva, pero cuanto más conscientes sean los gestores, mejor podrán planificar una forma de salir de él.
AghaKouchak señala que el coste del carbono en esta franja de sequía en particular y en este lugar específico es bastante grande, pero en cualquier momento dado, muchas regiones diferentes del mundo pasan por situaciones de estrés hídrico. «Y cuando sumas el impacto acumulativo de todos estos fenómenos extremos de las emisiones de CO2...», dice, haciendo una pausa. «Bueno... Va mucho más allá de lo que imaginamos».
Pero Diffenbaugh explica que, con este estudio y otros de los últimos años, hemos aprendido cada vez más sobre cuándo y por qué pasan dificultades las fuentes de energía que no emiten carbono. Según él, con esta información y con una predicción mejorada de las futuras tensiones en el sistema, como la sequía, los gestores energéticos podrán averiguar cómo llenar los vacíos en la demanda de energía con más renovables.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.