La península antártica ha batido récords de temperatura, pero no se mantendrán mucho tiempo
Los expertos prevén que se producirán más fenómenos de calentamiento extremo, lo que ha hecho saltar las alarmas sobre el futuro del continente helado.
A más de 800 kilómetros al sur del cabo de Hornos de Sudamérica, una estrecha franja de tierra y un puñado de islas componen el extremo de la península antártica, una tierra amenazadora de hielo y permafrost y el lugar de reproducción óptimo para los pingüinos. Sin embargo, hace poco los confines más septentrionales del continente (donde actualmente es verano) han aparecido en las noticias por algo mucho más exótico que las colonias de estas aves no voladoras: temperaturas que rozan los 21 grados centígrados.
La península antártica está recuperándose de una ola de calor que ha redefinido el «tiempo de manga corta» de una de las masas continentales heladas más grandes del mundo y que ha hecho que salten las alarmas sobre su futuro. Las estaciones meteorológicas cerca del extremo septentrional de la península y de las islas vecinas han registrado temperaturas que rondan los 15 grados e incluso una lectura cercana a los 21 grados. De confirmarse, serán los nuevos récords de temperaturas máximas en el continente.
Los responsables de este aumento son una mezcla de factores meteorológicos, como los vientos cálidos de las montañas y los patrones del océano y la atmósfera. Pero el tiempo poco común también concuerda con una tendencia a largo plazo. Aunque normalmente las temperaturas estivales de la península antártica oscilan en torno a los cero grados o solo se elevan unos pocos grados, la región ha sufrido un calentamiento drástico en las últimas décadas, lo que facilita que las olas de calor batan récords. Además, ante el calentamiento continuo del clima de la Tierra conforme aumentan los niveles de carbono en la atmósfera, es improbable que los récords recién batidos se mantengan mucho tiempo.
«Creo que no es tan desconcertante», afirma Peter Neff, glaciólogo antártico en la Universidad de Washington. «Forma parte de la tendencia y veremos más fenómenos cálidos que fríos» en el futuro.
El ataque del aire caliente
Las raíces de la reciente ola de calor antártica se remontan a cientos de kilómetros al norte.
Hacia principios de febrero, una cadena de aire de alta presión migró sobre el extremo meridional de Sudamérica y envolvió la región en un tiempo caluroso. Según Xavier Fettweis, climatólogo polar de la Universidad de Lieja, en Bélgica, esto ocurre varias veces cada verano. Normalmente, los efectos no llegan a la península antártica, que está protegida de las incursiones de aire caliente por los vientos del oeste del hemisferio sur.
Sin embargo, en los últimos meses los vientos del oeste se han debilitado en torno al Polo Sur, en el marco de un patrón recurrente denominado oscilación antártica. Esto ha contribuido a que el aire cálido llegara al sur de forma «excepcional», en palabras de Fettweis.
Además, hacia principios de mes las temperaturas marinas en los alrededores de la punta septentrional de la península antártica eran entre 1,6 y 2,7 grados más altas de lo normal. Según Harry Hendon, investigador de la Oficina de Meteorología de Australia, este calor marino podría ser el efecto prolongado de un raro fenómeno de calentamiento en la atmósfera superior que ocurrió en primavera y que también desplazó al norte los vientos del oeste.
Todo este calor en el mar y la atmósfera preparó el terreno para una ola de calor de récord. Entonces, a finales de la primera semana de febrero, un capricho de la topografía de la península antártica llevó la situación al límite.
La espina occidental de la península está cubierta por una cadena montañosa: los Antartandes, que en el pasado podrían haber estado unidos a los Andes sudamericanos. Conforme el aire circula sobre las montañas, empieza a hundirse, comprimirse y calentarse al desplazarse ladera abajo y crea los denominados vientos foehn. Según Ella Gilbert, investigadora doctoral de meteorología de la Prospección Antártica Británica, estas ráfagas de aire caliente pueden provocar un aumento temporal de las temperaturas hasta los 30 grados Celsius.
«No es del todo insólito observar estos fenómenos foehn. Pero claro, es más fácil batir récords cuando la atmósfera y el océano de los alrededores están más cálidos», afirma Ruth Mottram, climatóloga del Instituto Meteorológico Danés.
Eso es precisamente lo que parece haber pasado a principios de mes, cuando un viento foehn envolvió la península, un fenómeno que Gilbert describió como «bastante extremo». Las estaciones de investigación antártica lo constataron: el 6 de febrero, la Base Esperanza de Argentina registró una temperatura de 18,3 grados Celsius, batiendo el récord anterior de la estación (17,5 grados Celsius, registrado en marzo de 2015), que también es la temperatura más alta de la historia del continente.
Más adelante, el 9 de febrero, una estación de investigación brasileña en la isla Seymour registró una temperatura aún más extrema: 20,75 grados Celsius, según varios informes periodísticos. De verificarse, sería el primer registro de una temperatura superior a los 20 grados Celsius no solo en la Antártida, sino en toda la región al sur de una latitud de 60 grados.
¿Cómo se verifica un récord?
Es una gran suposición. Randall Cerveny, que dirige el rastreo de los fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en la Organización Meteorológica Mundial, está reuniendo un comité para investigar ambas lecturas de temperatura y determinar si cumplen los rigurosos estándares de récords oficiales de la OMM. No hay garantías de que los cumplan.
«Cuando tenemos un récord extremo, debemos obtener toda la información del sensor, la ubicación [y] la estación. ¿Estaba a la altura adecuada? ¿Se había calibrado? Si es una estación manual, ¿ha tomado correctamente las lecturas esa persona? ¿Era el sitio adecuado? Tenemos que evaluar todos esos factores», explica Cerveny.
Hay muchos pequeños factores que pueden desequilibrar una lectura de temperatura en entornos extremos como la Antártida. Uno de ellos, sorprendentemente, es el hielo. En días soleados, las superficies blancas reflectantes dispersan la luz sobre los sensores y hacen que se calienten más. En 2015, se registró una temperatura de 17,9 grados Celsius en la isla James Ross que estuvo a punto de conseguir el título de temperatura más alta registrada en la Antártida, pero la OMM decidió reducir la lectura a 17 grados Celsius para contabilizar el efecto del calentamiento solar.
Cerveny está bastante seguro de que la lectura de la Base Esperanza del 6 de febrero pasará la inspección. La estación meteorológica forma parte de la red oficial de supervisión de la OMM y ha registrado mediciones desde finales de los 50, de ahí que los meteorólogos estén bastante seguros de que sus lecturas son correctas. «Extraoficialmente, creo que será un récord», afirma.
Se muestra mucho más escéptico con la temperatura más elevada registrada unos días después en la isla Seymour, que no se tomó en una estación permanente de la OMM, pero formaba parte de un proyecto brasileño de supervisión del permafrost. La OMM evaluará minuciosamente esta lectura para determinar cómo se colocó el sensor de temperatura (según Cerveny, debe situarse a varios centímetros del suelo para evitar la influencia del calentamiento superficial), cuánto tiempo lleva tomando mediciones y la calidad de su calibración.
Cerveny advirtió que se tardará un tiempo en obtener todos los datos necesarios de la estación, así como en averiguar si la temperatura batirá un récord. «Someteremos a bastante escrutinio la [estación] de investigación brasileña», afirma.
La tendencia a largo plazo
Aunque los récords térmicos suelen copar titulares, para los científicos que estudian la Antártida son mucho menos importantes que la tendencia a largo plazo. En el caso de la península antártica, la tendencia es compleja, pero la dirección general es evidente: está calentándose.
La Antártida en su conjunto solo se ha calentado ligeramente desde mediados del siglo XX, pero las temperaturas han aumentado la friolera de 2,7 grados Celsius desde los años 50 y desde principios del siglo XXI en la Base Esperanza y en otras estaciones de investigación a largo plazo de la península antártica, superando con creces la tasa media global de calentamiento.
A finales de los 90, este calentamiento veloz se estancó de forma abrupta, lo que atrajo mucho interés científico por averiguar qué lo había provocado. Los investigadores concluyeron que se debió a una mezcla de factores, como las pérdidas de la banquisa, la intensificación de los vientos del oeste y los efectos en cadena del agujero de ozono sobre la Antártida. Finalmente, esos procesos se vieron suplantados por los cambios de circulación que hicieron que la fiebre de la península dejara de subir ligeramente.
Con todo, ante el incremento de las emisiones de carbono humanas a la atmósfera cada año, los científicos prevén que la península empezará a calentarse de nuevo en un futuro no tan lejano. Si las tendencias recientes son un indicador, es una mala noticia para el hielo.
Aunque el agua marina cálida está atacando desde abajo el perímetro helado de la Antártida Occidental, el calentamiento del aire en la península antártica está desestabilizando el hielo desde arriba y está haciendo que se acumule el agua del deshielo. A veces, este agua se drena en las plataformas de hielo flotantes y las agrieta. El derrumbamiento y la retirada de estas exclusas de hielo protectoras libera los glaciares, que fluyen más deprisa hacia el océano y provocan el aumento del nivel del mar global. Entre 1992 y 2017, la tasa de pérdida de hielo en la península antártica casi se quintuplicó, pasando de 7000 a 33 000 millones de toneladas anuales.
Las olas de calor a corto plazo también están implicadas. Si el calentamiento persistente ya ha debilitado una plataforma de hielo, una ola de calor anormal puede propinarle un «empujón final», según Mottram. Indica que esto es lo que ocurrió en la plataforma de hielo Larsen B, que en 2002 se rompió de forma espectacular en cuestión de días.
Una limitación importante a la hora de entender los efectos de las olas de calor es la falta de registros de temperaturas a largo plazo en la Antártida. La mayoría de las casi 180 estaciones meteorológicas del continente datan de mediados del siglo XX, como mínimo, pero para comprender la importancia de un fenómeno extremo sería mejor remontarse mucho más atrás en el tiempo.
Eso puede hacerse con testigos de hielo, que contienen instantáneas anuales de la atmósfera de hace siglos o milenios. Y un testigo en particular (extraído en el casquete de hielo de la isla James Ross en 2008) pone de relieve las condiciones actuales de la península. Demuestra que los niveles recientes de deshielo estival no tienen precedentes en el último milenio. Un estudio de 2013 sugiere que incluso un aumento leve de las temperaturas del aire en el futuro podría traducirse en «incrementos rápidos» del deshielo estival y la desintegración de la plataforma de hielo.
Entonces ¿qué pasaría si aumentaran los días con temperaturas de 15 grados? Nadie lo sabe, pero en los rincones más septentrionales de la Antártida, la pregunta empieza a parecer menos descabellada.
«Creo que se puede decir que podríamos ver más fenómenos de calentamiento extremo como estos en el futuro», afirma Mottram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.