El radiocarbono ayuda a datar objetos antiguos, pero no es un método perfecto
Durante casi 70 años, los arqueólogos han medido los niveles de carbono 14 para datar lugares y artefactos.
Lo bueno no es eterno y, en el caso del carbono 14 (un isótopo radiactivo presente en la atmósfera terrestre), es una buena noticia para los arqueólogos.
Con el paso del tiempo, el carbono 14 se desintegra de forma predecible. Con la ayuda de la datación por radiocarbono, los investigadores pueden usar esa desintegración como una especie de reloj que les permite asomarse al pasado y determinar las fechas absolutas de muchas cosas, como la madera, los alimentos, el polen, las heces e incluso los animales y humanos muertos.
¿Cómo funciona la datación por radiocarbono?
Las plantas vivas absorben carbono mediante la fotosíntesis. Los humanos y otros animales ingieren el carbono en alimentos de origen vegetal o comiendo otros animales que consumen plantas. El carbono consta de tres isótopos. El más abundante, el carbono 12, permanece estable en la atmósfera. Por su parte, el carbono 14 es radiactivo y se desintegra en nitrógeno 14 con el paso del tiempo. Cada 5730 años, la radiactividad del carbono 14 desciende a la mitad.
Ese periodo de semidesintegración es fundamental para la datación por radiocarbono. Como el carbono 12 no se desintegra, es un buen punto de referencia para medir la inevitable desaparición del carbono 14. Cuanto menos radiactividad emita un isótopo de carbono 14, más antiguo es. Como los animales y las plantas dejan de absorber carbono 14 cuando empiezan a descomponerse, la radiactividad del carbono 14 restante revela su antigüedad.
Pero tiene truco: el carbono atmosférico fluctúa con el paso del tiempo. Sin embargo, la cantidad de carbono 14 de los anillos de los árboles de edades conocidas puede ayudar a los científicos a corregir dichas fluctuaciones. Para datar un objeto, se usan espectrómetros de masas u otros instrumentos para determinar la proporción de carbono 14 y carbono 12. A continuación, se calibra el resultado y se presenta con un margen de error.
En la década de 1940, el químico Willard Libby se percató de que el carbono 14 podía servir de reloj. En 1960, le concedieron el Premio Nobel de Química por haber ideado el método. Desde el descubrimiento de Libby, la datación por radiocarbono se ha convertido en una herramienta valiosísima para arqueólogos, paleontólogos y otros científicos que quieren establecer dataciones fiables de la materia orgánica.
Los problemas del método
El método tiene sus limitaciones: las muestras pueden estar contaminadas por otros materiales que contienen carbono, como la tierra que rodea algunos huesos o las etiquetas con pegamento de origen animal. Los materiales inorgánicos no pueden datarse mediante el análisis del radiocarbono y el precio del método puede ser prohibitivo. La antigüedad también es un problema: cuesta mucho datar muestras de más de 40 000 años aproximadamente, ya que contienen niveles ínfimos de carbono 14. Si tienen más de 60 000 años, no pueden datarse.
La calibración presenta otra dificultad. Con la llegada de la era industrial, los humanos empezamos a emitir mucho más dióxido de carbono y a diluir la cantidad de radiocarbono de la atmósfera. Los ensayos nucleares también afectan a los niveles de radiocarbono y a partir de la década de 1950 incrementaron drásticamente los niveles de carbono 14. Los métodos estadísticos modernos y las bases de datos actualizadas permiten a los científicos tener en cuenta los efectos de los humanos en la atmósfera terrestre.
La datación por radiocarbono no es una solución milagrosa: el contexto lo es todo y puede ser complicado determinar si existe una relación temporal entre dos objetos en un yacimiento arqueológico. Con todo, es la herramienta de datación más precisa de la que disponen los arqueólogos, todo gracias a la desintegración predecible del carbono 14.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.