La grieta de timidez: la versión arbórea del «distanciamiento social»
Muchas cubiertas forestales dejan espacios misteriosos entre ellas, denominados grietas de timidez, que podrían ayudar a los árboles a compartir recursos y mantenerse sanos.
Los alcanfores de Borneo (Dryobalanops aromatica) exhiben grietas de timidez en el Instituto de Investigación Forestal de Malasia. El fenómeno se da en algunas especies de árboles cuando aparecen espacios en la cubierta forestal para impedir que se toquen sus ramas y forman huecos con aspecto de canales.
Un día caluroso de marzo de 1982, el biólogo Francis «Jack» Putz se adentró entre unos mangles negros para protegerse del calor de la tarde. Putz, que se sentía somnoliento tras la comida y las horas de trabajo de campo en el parque nacional de Guanacaste, en Costa Rica, decidió tumbarse para echar una siesta corta.
Mientras contemplaba el cielo, el viento mecía las copas de los mangles y hacía que las ramas de los árboles vecinos se arañaran y perdieran algunas de las hojas y ramitas más exteriores. Putz advirtió que esta poda recíproca había dejado un rastro de espacio vacío que atravesaba la cubierta forestal.
Esta red de brechas en las copas de los árboles, las llamadas grietas de timidez, se ha documentado en bosques de todo el mundo. De los manglares de Costa Rica a los gigantescos alcanfores de Borneo, en Malasia, las grietas abundan en las cubiertas forestales. Pero los científicos aún no entienden por qué las copas de los árboles se niegan a tocarse.
Hace 40 años, al borde de una siesta bajo los mangles, a Putz se le ocurrió que los árboles también necesitan espacio personal, un paso fundamental para revelar las raíces del comportamiento de las ramas.
«Suelo hacer grandes descubrimientos a la hora de la siesta», cuenta.
En la actualidad, un conjunto de trabajos creciente sigue respaldando las primeras observaciones de Putz y sus colegas. Al parecer, el viento desempeña un papel fundamental a la hora de ayudar a muchos árboles a mantener la distancia. Las grietas creadas entre las ramas podrían facilitar el acceso de las plantas a los recursos, como la luz. Los espacios en las copas de los árboles podrían incluso frenar la propagación de insectos que se alimentan de las hojas, enredaderas parasitarias o enfermedades infecciosas.
Meg Lowman, bióloga de la cubierta forestal y directora de la TREE Foundation, señala que en cierto modo la grieta de timidez es la versión arbórea del distanciamiento social. «En cuanto empiezas a impedir que las plantas se toquen físicamente, puedes aumentar la productividad», afirma. «Esa es la belleza del aislamiento... El árbol protege su propia salud».
La hipótesis de la abrasión
Aunque han aparecido descripciones de la timidez de los árboles en la literatura científica desde la década de 1920, han transcurrido muchos años hasta que se ha empezado a indagar en la causa del fenómeno. Inicialmente, se propuso la hipótesis de que los árboles eran incapaces de llenar los espacios entre sus copas debido a la falta de luz —un recurso crucial para la fotosíntesis— en las partes donde su follaje se solapaba.
Sin embargo, en 1984 el equipo de Putz publicó una investigación que demostraba que, en algunos casos, la timidez podría deberse a una batalla entre los árboles mecidos por el viento, ya que cada uno de ellos intenta brotar nuevas ramas y esquivar los golpes de sus vecinos. En su investigación, cuanto más se movían los mangles en el viento, más ancho era el espacio entre las copas vecinas. Son algunos de los primeros resultados que respaldan la denominada hipótesis de abrasión para explicar los patrones de grietas en las copas de los árboles.
Casi dos décadas después, un equipo dirigido por Mark Rudnicki, biólogo de la Universidad Tecnológica de Míchigan, midió las fuerzas que empujaban los pinos torcidos (Pinus contorta) en Alberta, Canadá. Descubrieron que los bosques ventosos llenos de troncos largos y delgados de altura similar eran especialmente propensos a la timidez de las copas. Cuando Rudnicki y su equipo emplearon cuerdas de nailon para impedir que los pinos vecinos se chocaran, las plantas entrelazaron sus copas y llenaron los espacios entre las copas adyacentes.
También se han hallado pistas de la posible existencia de varias causas de la timidez de los árboles y algunas podrían ser menos combativas que estos forcejeos ventosos. Por ejemplo, Rudnicki afirma que algunos árboles podrían haber aprendido a dejar de crecer en las puntas al darse cuenta de que les arrancarán el follaje nuevo.
Por consiguiente, los árboles pueden evitar los daños innecesarios, indica Inés Ibáñez, ecóloga forestal de la Universidad de Míchigan: «Desarrollar tejido nuevo es muy costoso para las plantas... Es como si los árboles se anticiparan: mejor no crecer aquí porque no vale la pena».
Algunos árboles podrían ser capaces de llevar esta prudencia un paso más allá con un sistema sensorial especializado para detectar sustancias químicas que emanan de plantas cercanas. «Hay un conjunto creciente de literatura sobre la percepción de las plantas», afirma Marlyse Duguid, silvicultora y horticultora de la Universidad de Yale. No hay muchos datos sobre comunicación química en plantas leñosas, pero si los árboles pueden sentirse los unos a los otros, podrían ser capaces de detener el crecimiento de las copas antes de verse obligados a «pelearse».
Las ventajas del espacio personal
Sea cual sea la causa de las grietas de timidez, es probable que la separación tenga ventajas. «Las hojas son como los diamantes más caros de un árbol. Quieren protegerlas a toda costa», afirma Lowman. «Si liquidan una gran cantidad, eso supone un desastre terrible para el árbol».
Un follaje más escaso también podría ayudar a que la luz solar llegue al suelo del bosque y nutra a las plantas y animales terrestres que a su vez sustentan la vida arbórea. Putz cree que los espacios podrían incluso ayudar a los árboles a evitar las lianas invasoras —que son comunes en bosques tropicales y templados de todo el mundo— o proteger a las plantas de microbios que causan enfermedades e insectos no voladores que utilizan las copas de los árboles para desplazarse. (En teoría, algunos gérmenes y bichos pueden saltar cuando los árboles pelean en la brisa.)
Sin embargo, muchas de estas posibles ventajas no están vinculadas de forma concluyente a la timidez de las copas. Lowman, que se autodenomina «arbonauta» y es una de las pocas científicas que ha dedicado su carrera a estudiar las copas de los árboles, indica que las cubiertas forestales no son fáciles de estudiar. Examinarlas exige trepar, mantener el equilibrio y ser valiente. «El factor restrictivo es nuestra incapacidad para afrontar la gravedad para llegar a esos lugares», señala.
Con todo, Lowman apunta que ignorar la copa de un árbol es como intentar entender el cuerpo humano solo de cintura para abajo. Las copas de los árboles están repletas de vida y gran parte de esta biodiversidad podría no haberse descubierto todavía, sobre todo en los trópicos.
Por suerte, Putz afirma que «no tenemos que subirnos a un avión» para observar la timidez de las copas. «Ocurre por todas partes y mirar hacia arriba y verlas es algo muy enriquecedor».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.