Por qué esta mutación del coronavirus no es motivo de alarma

No hay evidencias sólidas de que el coronavirus se haya vuelto más mortal ni más transmisible. Pero ¿por qué surgen estos miedos durante las epidemias?

Por Monique Brouillette
Publicado 30 jul 2020, 14:29 CEST
Imagen del SARS-CoV-2

En esta imagen de un microscopio electrónico de transmisión aparece el SARS-CoV-2 —el virus que causa la COVID-19— aislado de un paciente en Estados Unidos. Las partículas del virus emergen de la superficie de las células cultivadas en el laboratorio. El coronavirus se llama así por las estructuras espiculares del borde exterior de las partículas del virus. La imagen se tomó en los Rocky Mountain Laboratories (RML) del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos en Hamilton, Montana.

Fotografía de Niaid

Las mutaciones suenan aterradoras. Son un tema habitual en nuestro miedo colectivo a la radiación nuclear y los cánceres insidiosos. En una pandemia con tantas incógnitas, la mínima sugerencia de que un virus está empeorando, volviéndose más infeccioso o más letal aumenta nuestra ansiedad.

Por eso no fue una sorpresa que los medios presentaran titulares aterradores a principios de julio cuando un estudio publicado en Cell, una revista de prestigio, alegó que se había extendido por todo el mundo una cepa mutante del coronavirus SARS-CoV-2, posiblemente porque era más transmisible.

El estudio señalaba que, a principios de marzo, esta mutación solo representaba un 10 por ciento de los especímenes tomados de pacientes en todo el mundo. Pero para mayo, se había hecho con el dominio global con un 78 por ciento. Según los investigadores, sus experimentos de laboratorio apuntaban a que la mutación en cuestión —un solo cambio en la proteína espicular que forma una corona alrededor del virus— podía mejorar de algún modo la capacidad del virus para introducirse en las células humanas y reproducirse.

No cabe duda de que los virus mutan; por eso necesitamos una nueva versión de la vacuna de la gripe cada año. Con todo, la comunidad científica alberga muchas dudas respecto a la importancia de esta mutación en particular para la pandemia de COVID-19. El estudio de Cell sugiere que esta mutación permite que el coronavirus se fije mejor y penetre con más facilidad en las células humanas.

“No hay evidencias de esto.”

por VINCENT RACANIELLO, UNIVERSIDAD DE COLUMBIA

«No hay evidencias de esto», apunta Vincent Racaniello, virólogo de la Universidad de Columbia que ha escrito una explicación de por qué el artículo de Cell no aporta pruebas de que haya aumentado la transmisión humana de este SARS-CoV-2 mutante. Los experimentos de laboratorio del estudio de Cell se llevaron a cabo con un virus «seudotipado», es decir, que los investigadores no utilizaron el virus SARS-CoV-2 real. Para demostrar que la mutación incrementa la transmisibilidad, habría que observar cómo se comporta el mutante en las personas.

«Hay una gran diferencia entre la infecciosidad en un laboratorio y la transmisión humana», explica Nathan Grubaugh, epidemiólogo y virólogo de la Universidad de Yale. Señala que, en el mundo real, un virus tiene que llegar a los pulmones, pasando la mucosidad y las células inmunitarias que revisten las vías respiratorias. Después tiene que reproducirse y sobrevivir en gotículas que se liberan al aire. Grubaugh señala que la conclusión descrita en el estudio de Cell es plausible, pero «hay muchas más variables».

Entonces, ¿deberíamos preocuparnos por las mutaciones de coronavirus? National Geographic ha preguntado a virólogos y médicos.

Mutación G614: ¿qué sabemos sobre ella?

Los autores del estudio de Cell, dirigido por la bióloga Bette Korber del Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México, cortaron y pegaron la proteína espicular del coronavirus —ya la versión mutante G614 o la original— en un microbio no relacionado llamado lentivirus.

Los «seudovirus» resultantes son una forma segura y reproducible de trabajar con y comparar diferentes espículas virales.

A continuación, el equipo mezcló estos seudovirus en tubos de ensayo con tipos diferentes de células renales. Un lote se extrajo a cercopitecos verdes hace 60 años, mientras que los otros se extrajeron a humanos en 1973. Estas células también han sido inmortalizadas, lo que quiere decir que han sido modificadas de forma natural o artificial para poder vivir para siempre, a diferencia de las células del cuerpo humano. Igualmente, las células humanas empleadas en el estudio de Korber estaban genéticamente alteradas para que cualquier virus portador de la proteína espicular pudiera infectarla con más facilidad.

En este escenario artificial de laboratorio, los investigadores descubrieron que la espícula mutada era más infecciosa. Junto al hecho de que la mutación G614 se había vuelto dominante en cuestión de meses, parecía que un virus que ya es temible de por sí podría estar mejorando su capacidad para saltar de persona en persona. Los medios se lanzaron a por la noticia.

Pero ¿qué significan los resultados para los humanos en este momento?

«No tenemos ni idea», señala Racaniello. Aunque los experimentos con seudovirus son una práctica común en virología, sería como poner un diente de tigre en la boca de un koala. El mordisco del koala mutante podría doler más, pero el experimento no revela gran cosa sobre la ferocidad de los koalas ni de los tigres fuera del laboratorio.

Korber reconoce las limitaciones de los resultados experimentales: «No sabemos» cómo se traducen en transmisibilidad en humanos, pero «lo estamos explorando actualmente en varios laboratorios», afirma.

Por otra parte, existe una explicación alternativa sobre por qué el virus mutante ha podido abrirse paso entre la población y dominar el brote, y tiene muy poco que ver con la mutación G614.

El efecto fundador

Los virus pueden mutar mientras se multiplican; cada ciclo representa un lanzamiento de los dados genéticos. Muchas de esas mutaciones pueden no otorgar ninguna ventaja, pero sí se transmitirán hasta ser comunes en la población. Esto se denomina «efecto fundador».

La mutación G614 se detectó por primera vez fuera de China en enero de 2020, justo cuando el nuevo coronavirus se propagaba por Europa. Eso apunta a que su dominio global podría deberse a la diseminación en los primeros días del brote en Europa, lo que a continuación provocó su propagación en gran parte del hemisferio occidental. De hecho, cuando el Instituto de Genética del University College London tuvo en cuenta el efecto fundador en un análisis reciente de genomas de coronavirus tomados a 23 000 pacientes en todo el mundo, no halló evidencias de que aumentara la transmisibilidad de ninguna mutación actual del SARS-CoV-2, entre ellas la G614.

Aunque Korber reconoce la posibilidad del efecto fundador, cree que la prevalencia de la G614 en el planeta sugiere que la mutación otorga una ventaja y, en su opinión, las pruebas sugieren que supera a su cepa ancestral. «En casi todos los casos, de las decenas y decenas de veces en las que ambas formas cocirculaban en una región, el virus cambiaba a mayores frecuencias de la forma [G614]», afirma.

Por su parte, otro grupo de investigadores llamado COVID-19 Genomics UK Consortium está rastreando la mutación G614 entre pacientes británicos y ha analizado más de 30 000 genomas virales hasta la fecha. Aunque la mutación G614 «podría aumentar la tasa de transmisión entre personas, la diferencia que observamos es muy inferior a la diferencia en la infectividad celular medida en el laboratorio», declaró en un comunicado Erik Volz, epidemiólogo del Imperial College London y miembro del consorcio.

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    El consorcio tampoco halló pruebas de que la G614 esté agravando o volviendo más mortales las infecciones de coronavirus, un patrón que también fue documentado por el grupo de Korber y por científicos del estado de Washington.

    Aunque en teoría es posible que a un virus le toque la lotería genética y se convierta en algo mucho más letal y transmisible, las mutaciones que provocan «cambios a lo X-Men» son extremadamente improbables, señala Tyler Starr, virólogo del Centro Fred Hutchinson de Investigación del Cáncer en Seattle, Washington.

    Según Kristian Andersen, inmunólogo en Scripps Research en La Jolla, California, un desenlace mucho más probable es que «el virus siga mutando y que la mayoría [de las mutaciones] no hagan nada, ya que algunas serán ligeramente perjudiciales y otras ligeramente beneficiosas, como cabe esperar».

    ¿Cuándo deberían preocuparnos las mutaciones virales?

    La actual conversación sobre la G614 puede resultar familiar para cualquiera que recuerde el brote de ébola en 2014 en África. Por aquel entonces, algunos expertos plantearon la aterradora posibilidad de que el virus del Ébola —que mataba a casi un 50 por ciento de sus víctimas, pero solo se transmitía mediante fluidos corporales— pudiera convertirse en una enfermedad de transmisión aérea.

    Las investigaciones preliminares a los tres meses del comienzo del brote desvelaron que el virus del Ébola había sufrido mutaciones similares a las observadas en el SARS-CoV-2: un solo cambio en un aminoácido en su superficie que mejoraba su capacidad para infectar células en experimentos de laboratorio con seudovirus.

    Sin embargo, al final el ébola no se transmitió por el aire. El brote se contuvo mediante buenas medidas de salud pública y atención médica.

    Los expertos entrevistados para este artículo señalaron que la preocupación pública por las mutaciones surge en casi todas las pandemias. Podría deberse al miedo por lo que desconocemos sobre esta enfermedad peligrosa o simplemente porque las mutaciones son un buen artículo de prensa.

    “Con la COVID-19 hay tantas incógnitas que aún no podemos contar una historia completa. Pero como humanos, buscamos esa historia completa y llenamos los vacíos.”

    por SEEMA YASMIN, STANFORD HEALTH COMMUNICATION INITIATIVE

    «Con la COVID-19 hay tantas incógnitas que aún no podemos contar una historia completa. Pero como humanos, buscamos esa historia completa y llenamos los vacíos. A menudo llenamos esos vacíos con información muy sensacionalista y que evoca emociones», afirma Seema Yasmin, directora de investigación y educación de la Stanford Health Communication Initiative.

    Plantear la posibilidad de una mutación mortal «es muy bueno para suscitar interés, porque es como el argumento de una serie de ciencia ficción», explica Howard Markel, médico e historiador médico de la Universidad de Míchigan. «En los relatos populares sobre la gripe, por ejemplo, en artículos de revistas, se puede leer que la gripe de 1918 mutó y se volvió más fuerte. Pero no hay evidencias que lo sugieran».

    Es improbable que se produzca una mutación que cambie el comportamiento del coronavirus. Tanto la gripe como el coronavirus son virus ARN y Racaniello cita otros ejemplos de este tipo —como el VIH y el sarampión— que no han cambiado radicalmente su comportamiento de transmisión desde que aparecieron.

    «No hay precedentes de que ningún virus modifique su forma fundamental de transmisión», dice Racaniello.

    En el caso de la COVID-19, es más plausible que se produzcan pequeñas mutaciones que hagan que el virus sea irreconocible para el sistema inmunitario. En este caso, las personas podrían reinfectarse y las vacunas —una vez desarrolladas— podrían volverse inútiles con el paso del tiempo. Esto es lo que ocurre con la gripe estacional: cada año, el virus cambia ligeramente y, por consiguiente, tenemos que ajustar nuestras vacunas.

    El SARS-CoV-2 ya era muy hábil a la hora de propagarse cuando surgió en Wuhan a finales de 2019. Su medio de transmisión —a través de gotículas respiratorias y a veces en personas asintomáticas— ya bastaba para provocar una pandemia devastadora.

    Los expertos sostienen que el futuro de la pandemia dependerá más de las medidas que tomemos para impedir que el virus se propague que en las propiedades intrínsecas del virus en sí.

    Claus Wilke, biólogo estructural de la Universidad de Texas Austin, cree que la inquietud por la mutación G614 no tiene en cuenta eso: «No afectará las dos cuestiones principales que nos planteamos: cómo prevenir la propagación y si la vacuna funcionará».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
    Fotografía de muestras de la vacuna

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