Para hallar una vacuna anti-COVID-19, ¿habrá que inocular el virus a las personas?

Los ensayos de desafío en humanos, en los que se inocula a los voluntarios una versión debilitada de un patógeno, han producido vacunas revolucionarias en el pasado.

Por Laura Parker
Publicado 28 sept 2020, 14:45 CEST
Muestras de sangre

Un técnico de laboratorio clasifica muestras de sangre para un estudio de vacunas anti-COVID-19 en los Centros de Investigación de Estados Unidos en Florida.

Fotografía de Chandan Khanna, AFP via Getty Images

Josh Morrison no es médico ni científico, pero como activista bienintencionado ha suscitado un feroz debate sobre cómo desarrollar una vacuna contra el coronavirus. Para acelerar los ensayos, quiere que le inoculen el coronavirus de forma deliberada. Ha atraído mucha atención a su causa fundando una organización sin ánimo de lucro que ya cuenta con más voluntarios que también quieren que se lo inoculen en nombre de la ciencia.

Lo que Morrison defiende se denomina ensayo de desafío. Los participantes reciben una vacuna y después se les inocula el virus para reducir el tiempo que se tarda en determinar la eficacia de dicha vacuna. En los ensayos clínicos tradicionales, los científicos tienen que esperar a que los participantes vacunados se contagien de forma natural, algo que puede tardar meses.

La misión de Morrison ha introducido en el ámbito público unas de las preguntas éticas más elementales de la investigación médica y creado conciencia sobre un desacuerdo polémico entre científicos cuyos debates suelen librarse tras las páginas de las revistas científicas. Este debate se ha reproducido en las redes sociales y otras plataformas conforme los ensayos clínicos de las candidatas a vacuna avanzan a velocidades sin precedentes.

Abundan las dudas: sin un tratamiento conocido para la COVID-19, ¿es ético inocular a los participantes un virus que puede ser letal o provocar daños orgánicos y problemas neurológicos a largo plazo? ¿Pueden los ensayos basados en pruebas en personas jóvenes y sanas dar una idea fiable de la eficacia de una vacuna en los ancianos y las personas vulnerables? ¿Cómo pueden los voluntarios firmar un consentimiento informado, obligatorio por ley en los ensayos en humanos, cuando aún se desconocen las repercusiones totales del nuevo virus? ¿Y realmente se producirá una vacuna más deprisa mediante ensayos de desafío?

Quienes respaldan los ensayos de desafío no suelen creerse el panorama de color de rosa presentado públicamente por el gobierno de Trump de que la vacuna está a la vuelta de la esquina. El desarrollo de vacunas sigue siendo una labor peligrosa. Muchas cosas pueden salir mal, una cuestión que ha puesto de relieve el parón temporal de los ensayos clínicos de AstraZeneca cuando un participante enfermó. El récord de la vacuna más rápida que se ha desarrollado aún lo ostenta la vacuna contra las paperas, aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense en 1967. Tardó cuatro años.

Arthur Caplan, especialista en bioética de la Universidad de Nueva York, y Stanley Plotkin, profesor emérito de vacunología en la Universidad de Pensilvania, escribieron un artículo que respaldaba los ensayos de desafío publicado en la revista Vaccine. En él argumentaban que estos ensayos son esenciales en circunstancias extraordinarias como plan B.

«Para lo que hay que prepararse es para tener listo un estudio de desafío», afirma Caplan. «¿Y si la primera vacuna no selecciona suficientes participantes? Digamos que las tres primeras vacunas no funcionan. O que protegen durante tres meses y se necesitan dos dosis, lo que no es práctico».

Los científicos que aún se muestran escépticos señalan la falta de tratamiento y las incógnitas sobre esta enfermedad misteriosa. La muerte de un participante en un ensayo de desafío repercutiría gravemente en la confianza del público en los ensayos de vacunas y en las propias vacunas.

«No estoy en contra de los ensayos de desafío», afirma Jeffrey Kahn, director del Instituto de Bioética Johns Hopkins Berman, en Baltimore. «Si no puedes estar seguro de los riesgos, no hay modo de estar seguro sobre el equilibrio entre riesgos y beneficios. Ahí es donde todo esto se viene abajo».

Por su parte, Morrison sigue ejerciendo presión y construyendo un movimiento incipiente. Además de haber seleccionado voluntarios para que participen en un ensayo de desafío, ha recaudado más de un millón de dólares. Parte de esos fondos se destinarán al desarrollo de una cepa debilitada del nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2, para que se utilice en un ensayo de desafío. El 15 de julio reunió a 125 importantes investigadores y especialistas en ética, entre ellos 15 nobeles, para que firmaran una carta abierta a Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés), instando al gobierno a hacer «preparativos inmediatos» para ensayos de desafío en humanos.

Anthony Fauci, el inmunólogo que supervisa la investigación federal de vacunas, afirma que los NIH están preparando una cepa del virus para emplearla en un ensayo de desafío si se considerara necesario, pero el centro de investigación médica más importante del país no planea llevar a cabo uno.

El pasado mayo, en un borrador de directrices, la Organización Mundial de la Salud recomendó que los ensayos de desafío se limitaran a personas sanas de entre 18 y 25 años, ya que son quienes corren el menor riesgo de caer gravemente enfermas o morir. Pero el cuadro de expertos, que consta de 19 miembros, estaba dividido casi a la mitad en varias cuestiones importantes, como si los ensayos deberían llevarse a cabo si no hay tratamiento para la COVID-19.

Morrison está consternado, pero no sorprendido. El Reino Unido le ha dado un mejor recibimiento. Ahora trabaja con Adrian Hill, director del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, que se llama así por el físico inglés Edward Jenner, que creó la primera vacuna del mundo. En julio, Hill anunció que pretendía llevar a cabo un ensayo de desafío a finales de este año, pero la oficina de comunicaciones de Oxford ha indicado que actualmente no hay planes para hacerlo.

«Imagina un mundo en el que hay contratiempos inesperados con las vacunas y es el 1 de enero de 2021 y no se vislumbra el final», dice Morrison. «En ese mundo, si nos hubiéramos preparado para llevar a cabo un estudio de desafío, al menos podríamos empezar a obtener respuestas en un par de meses».

La COVID-19 exige que el mundo considere «enfoques poco convencionales»

Morrison, de 35 años, llegó al activismo en ciencias médicas de forma indirecta. En 2011, era un abogado formado en Harvard que acababa de empezar a ascender puestos cuando, en un acto de generosidad insólito, decidió donarle un riñón a un desconocido. No solo salvó la vida de otra persona, sino que cambió drásticamente la suya.

«Saqué dos conclusiones», dice. «Una es la idea de que puedes salvarle la vida a alguien y la otra es que todos los riesgos que corres son muy inferiores a los beneficios para la otra persona. Es un superpoder bastante guay».

Dejó el bufete de abogados de Boston donde trabajaba y se unió a un grupo de benefactores que promueve los trasplantes de riñón. Para 2014, se había trasladado a Brooklyn, Nueva York, y fundado su propia organización sin ánimo de lucro para el fomento de los trasplantes de riñón, Waitlist Zero. «Yo había sido muy privilegiado y había crecido con seguridad económica, con unos buenos padres y con suerte en el colegio», afirma. «Si lo único que hacía con eso era ganar dinero como abogado corporativo, me habría parecido un desperdicio».

El pasado marzo, cuando la pandemia barrió el mundo y los hospitales sobrecargados detuvieron las cirugías, trasplantes incluidos, Morrison se encontró sin nada que hacer. Leyó un artículo publicado en la revista Journal of Infectious Diseases que argumentaba que los ensayos de desafío podrían acelerar la producción de vacunas seguras y eficaces. «Una nueva cepa de coronavirus nos obliga a considerar enfoques poco convencionales», decía el artículo.

Los autores —Nir Eyal, profesor de bioética en la Universidad Rutgers, Marc Lipsitch, epidemiólogo de la Universidad de Harvard, y Peter G. Smith, epidemiólogo tropical de la Facultad de Higiene y Medicina Tropical de Londres— señalaron que la sociedad pide que la gente corra riesgos «cada vez que pedimos que los bomberos voluntarios entren en edificios en llamas, que los parientes donen un órgano vivo a sus seres queridos». Morrison estaba convencido.

Concluyó que lo que hacía falta era crear un grupo de voluntarios para ahorrar tiempo. Para seleccionarlos, él y Sophie Rose, que hacía poco había terminado sus estudios de posgrado de la Universidad de Stanford, pusieron en marcha una página web llamada 1 Day Sooner y, para finales de junio, se habían apuntado voluntarios de 162 países. Más de la mitad eran de Estados Unidos y Brasil. Muchos son jóvenes, están bien informados y solteros, señala Abie Rohrig, estudiante del Swathmore College que se prestó voluntaria y que ahora es la directora de comunicaciones de la organización.

«Aunque ahorre un día, podría ser valiosísimo», afirma Rohrig. «Un mes menos de lo que ocurre ahora mismo sería de vital importancia y para lograrlo vale la pena esforzarse y sacrificarse. Yo estaría dispuesta a afrontar esos riesgos si pudiera desempeñar un pequeño papel a la hora de ahorrar tiempo y para que el mundo vuelva a la normalidad un día antes, una semana antes, un mes antes».

Uno de los datos más tristes de la página web 1 Day Sooner es un recuento de las vidas que podrían salvarse en un día, una semana o tres meses, basado en la media de 5000 muertes globales al día en junio.

Gavriel Kleinwaks (23), una estudiante posgrado en ingeniería en la Universidad de Colorado, dice que presentarse voluntaria a un ensayo de desafío podría ser lo más importante que haga en su vida. «Cuando lo piensas con un método claro de pros y contras, analizas el riesgo que corres frente a salvar decenas de miles de vidas. Yo asumiría ese riesgo», dice.

Muchos de los participantes comparan presentarse voluntarios para los ensayos de desafío con presentarse voluntarios para el servicio militar durante una guerra. De hecho, un participante comparó la misión para derrotar la COVID-19 con el desembarco en las playas de Normandía en la Segunda Guerra Mundial.

A Angela Rasmussen, viróloga de la Universidad de Columbia que cree que es demasiado peligroso organizar ensayos de desafío con enfermedades para las que no existe tratamiento y cuya información histórica está incompleta, le desagradan especialmente las analogías militares.

«Sí, en la guerra se corre el riesgo de muerte o de discapacidad. Sin embargo, en la guerra los soldados no son utilizados para probar nuevos tipos de armas ni tecnología de defensa. No pedimos a los soldados que se pongan chalecos antibalas y que después se disparen para probarlos», afirma. «No sirve de nada comparar el apuntarse a un ensayo de desafío humano con cumplir con un deber patriótico, sobre todo cuando los resultados de un estudio serían paulatinos, probablemente».

La evolución de los ensayos de desafío desde el siglo XVIII

La práctica de inocular un virus a las personas para probar vacunas se remonta a 1796, cuando Jenner, el físico inglés, inoculó la viruela vacuna a un niño de ocho años y probó su eficacia contra la viruela infectándolo con la enfermedad. El niño no sufrió lesiones y así nació la vacuna contra la viruela. Desde entonces, los ensayos de desafío se han utilizado para probar las vacunas de la fiebre tifoidea, el cólera, la malaria y muchas más enfermedades.

En Estados Unidos, los ensayos de desafío del siglo XX solían llevarse a cabo en establecimientos como hospitales psiquiátricos y cárceles, donde los participantes no se presentaban voluntarios. En Maryland se hacían ensayos en la cárcel de Jessup, a las afueras de Baltimore. Entre 1955 y 1970, se llevaron a cabo ensayos de desafío para probar una vacuna contra la hepatitis en los niños de Willowbrook State School en Staten Island, Nueva York, donde vivían niños y adultos con anomalías del desarrollo en condiciones de hacinamiento. Los ensayos aceleraron el desarrollo de la vacuna contra la hepatitis B, pero en aquel momento otros investigadores también estaban acercándose a una vacuna viable y se ha debatido durante años si fue correcto infectar a niños.

En los años setenta, Estados Unidos aprobó reformas como la Ley Nacional de Investigación de 1974, que establecía protecciones para los participantes en ensayos de investigación en humanos. En la actualidad, todos los ensayos en humanos deben ser revisados por Juntas de Revisión Institucional y deben contar con la aprobación del gobierno.

En los ensayos sobre el terreno, los participantes viven en sus casas mientras los científicos esperan a que se contagien del virus de forma natural. Los ensayos suelen realizarse en regiones donde el patógeno se encuentra activo. Los ensayos de desafío se llevan a cabo en unidades médicas cerradas donde los participantes viven aislados durante las pruebas. Según los patógenos implicados, los ensayos de desafío pueden exigir un nivel de protección de bioseguridad. Un ensayo de desafío de la COVID-19 exigiría un nivel 3 de protección de bioseguridad.

El Centro para el Desarrollo de Vacunas y Salud Global de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland cuenta con una unidad de 48 camas en Baltimore donde se llevan a cabo de forma rutinaria estudios de desafío para crear vacunas contra enfermedades como la malaria, la gripe y varias enfermedades bacterianas provocadas por la comida o el agua contaminadas, como la shigela.

Wilbur Chen, especialista en vacunología y jefe de la sección de Estudios Clínicos en Adultos, ofreció una visita guiada por la unidad donde estarían los participantes en el ensayo de desafío mientras esperan a que pasen los efectos de las infecciones que les han inoculado. Incluye una sala recreativa, con mesa de billar y televisión, y salas pequeñas donde los pacientes pueden leer o trabajar. Dice que los voluntarios suelen repetir e indica que los escritores aprecian mucho el aislamiento.

Antes de proceder con los ensayos, necesitan un modelo aprobado por la FDA y una cepa del virus que sea lo bastante fuerte como para probar la vacuna, pero no tanto como para matar o incapacitar al voluntario.

«Se supone que un ensayo de desafío es más rápido. Pero probablemente no lo sea», afirma Chen. «Hay que entender qué dosis quieres utilizar para inocular la enfermedad. Hay que ir hacia arriba, desde una dosis baja hasta una dosis meta, en los denominados estudios de escalada. El proceso puede llevar hasta 16 meses».

La mayor diferencia entre los estudios de investigación del centro y un estudio de desafío sobre la COVID-19 es que todas las vacunas probadas por Chen y su equipo son contra enfermedades para las que hay tratamiento. Cuando los participantes en los estudios bacterianos enferman, reciben antibióticos y no pasa nada.

Chen y Kahn, director del instituto de bioética de Johns Hopkins, están preparando un artículo que presentará argumentos en contra de los ensayos de desafío para enfermedades sin tratamiento.

«Hemos revisado la literatura y llegado a la conclusión de que no se puede justificar la ética [de un ensayo] de desafío de la COVID», afirma Chen. «No es cierto que sea completamente seguro para los adultos jóvenes. Si se sufren complicaciones crónicas que, como consecuencia, duran de por vida o se corre riesgo de muerte, es algo que hay que sopesar muy seriamente».

Algo que no es tan visible en el debate sobre la ética de los estudios de desafío, pero que se cierne sobre el tema es la confianza del público. Una encuesta reciente de la Kaiser Family Foundation desvela que la confianza pública en la gestión de la pandemia por parte del gobierno estadounidense está disminuyendo. Menos de la mitad de los estadounidenses encuestados dicen que se vacunarían si hubiera una vacuna disponible antes de noviembre. Chen dice que el recelo del público imposibilitaría llevar a cabo ensayos de desafío.

«Digamos que el gobierno dice que vamos a hacer estudios de desafío e inocular el virus a la gente. Sembraría mucha más desconfianza en estos momentos», dice. «Parece concordar con la idea de que existe algún tipo de conspiración o mala intención tras esta situación».

El posible (y crucial) papel de los ensayos de desafío

Aunque una de las candidatas más prometedoras obtenga la aprobación para principios del año que viene, sería solo un primer hito en el desarrollo de vacunas anti-COVID-19. El mundo necesitará varias vacunas para inoculárselas a todos y es probable que las versiones preliminares tengan ciertos inconvenientes. Por ejemplo, la vacuna de Moderna necesita una temperatura de almacenamiento de -20 grados Celsius y dos dosis administradas con un mes de diferencia. Las vacunas de BioNTech y Pfizer tienen que ser almacenadas a -70 grados Celsius. Estas dosis y las exigencias de almacenamiento crearán problemas de distribución que podrían solucionarse en Estados Unidos, pero no en el África subsahariana.

Basándonos en la historia, será aún más difícil desarrollar la próxima generación de vacunas mejoradas. Será cada vez más complicado encontrar financiación para la investigación y los voluntarios en ensayos prolongados. A medida que vacunen a las poblaciones, la tasa de infección descenderá, lo que dificultará los ensayos.

Chen prevé que los ensayos de desafío podrían desempeñar un papel crucial a la hora de probar vacunas mejoradas y para aprender cómo interactúa el coronavirus con su anfitrión humano.

«Puedes sacar muestras varias veces al día para estudiar en profundidad ese tipo de cuestiones científicas. Podemos analizar la respuesta inmunitaria, los linfocitos T y B, muestras de sangre, muestras de saliva, muestras respiratorias», explica. «Podemos hacerlo de forma sistemática y minuciosa, de forma estandarizada, y obtener un conjunto de datos que solo podrían conseguirse en el contexto de un estudio de desafío».

Pero sin un tratamiento para el coronavirus, señala que estos estudios tendrán que esperar.

«Los estudios de desafío tendrán un papel, y su momento llegará cuando superemos la pandemia o cuando alcancemos el momento en el que aún esté muy difundida, pero mejor controlada y cuando haya factores que nos den seguridad», afirma. «Quizá en seis o 12 meses hayamos aprendido lo suficiente para estar cómodos yendo adelante. Pero por ahora no me siento cómodo».

Si ese retraso decepciona a los voluntarios de 1 Day Sooner, Chen insta a que tengan paciencia. Puede que tengan la oportunidad de ayudar: «Queremos saber todo lo que podamos sobre el virus para prepararnos para las futuras pandemias».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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