La COVID-19 podría no desaparecer nunca: así viviremos con ella

A la larga, el virus podría convertirse en una enfermedad más leve, pero por ahora las vacunas y la vigilancia son fundamentales para poner fin a la fase de la pandemia.

Por Michael Greshko
Publicado 25 ene 2021, 12:20 CET
Fotografía de una enfermera rezando en la UCI

Una enfermera reza en los pasillos de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Rafik Hariri el 15 de enero del 2021 en el sur de Beirut, el Líbano. Aunque la pandemia sigue devastando comunidades de todo el mundo, las campañas de vacunación y la vigilancia del virus podrían hacer que, a la larga, la COVID-19 se parezca más al resfriado común.

Fotografía de Diego Ibarra Sánchez, Getty Images

A medida que la COVID-19 sigue su curso, el resultado más probable a largo plazo es que el virus SARS-CoV-2 se vuelva endémico en muchas partes del mundo y que circule constantemente entre la población humana, aunque causando menos casos graves de la enfermedad. Con el tiempo —dentro de años o incluso décadas—, la COVID-19 podría transformarse en una enfermedad infantil leve, como los cuatro coronavirus humanos endémicos que causan el resfriado.

«Yo supongo que suficientes personas la contraerán y que suficientes personas se vacunarán y que eso reducirá el contagio interpersonal», afirma Paul Duprex, director del Centro de Investigación de Vacunas de la Universidad de Pittsburgh. «Habrá grupos de personas que no se pondrán [las vacunas], habrá brotes localizados, pero se convertirá en uno de los coronavirus “normales”».

Pero esta transición no ocurrirá de la noche a la mañana. Los expertos sostienen que la trayectoria pospandémica exacta del SARS-CoV-2 dependerá de tres factores principales: el tiempo que retenemos los humanos la inmunidad al virus, la rapidez con que evoluciona el virus y hasta qué punto se volverán inmunes las poblaciones de personas mayores durante la pandemia.

Según estos factores, el mundo podría tener por delante varios años de transición pospandémica, que se verá marcada por la evolución viral continua, brotes localizados y posiblemente varias rondas de vacunas actualizadas.

«La gente tiene que darse cuenta de que esto no va a desaparecer», afirma Roy Anderson, epidemiólogo de enfermedades infecciosas del Imperial College London. «Podremos gestionarlo gracias a la medicina moderna y las vacunas, pero es algo que no va a desaparecer por arte de magia».

El largo camino hacia otro resfriado

Uno de los factores esenciales que regirán el futuro de la COVID-19 es nuestra inmunidad a la enfermedad. La inmunidad a cualquier patógeno, incluido el SARS-CoV-2, no es binaria, como un interruptor. Más bien, es como un regulador de intensidad: el sistema inmunitario humano puede conferir varios grados de protección parcial frente a un patógeno, que puede prevenir una enfermedad grave sin evitar necesariamente la infección o la transmisión.

En general, el efecto de protección parcial es uno de los motivos por los que los cuatro coronavirus humanos endémicos conocidos —los que causan en resfriado— tienen síntomas tan leves. Un estudio de 2013 publicado en BMC Infectious Diseases demuestra que, de media, los humanos se exponen por primera vez a los cuatro coronavirus entre los tres y los cinco años, en la primera ola de infecciones que tienen los niños pequeños.

Estas infecciones iniciales sientan las bases de la respuesta inmunitaria futura del cuerpo humano. A medida que evolucionan nuevas variantes de coronavirus endémicos de forma natural, el sistema inmunitario lleva ventaja para combatirlos: no la suficiente para erradicar el virus al instante, pero sí para garantizar que los síntomas no progresen más allá de los estornudos y el moqueo.

«El virus también es su propio enemigo. Cada vez que te infecta, recarga tu inmunidad», afirma Marc Veldhoen, inmunólogo de la Universidad de Lisboa, en Portugal.

Los estudios pasados dejan claro que la inmunidad parcial puede impedir que una persona enferme de gravedad, aunque los coronavirus entren en el cuerpo. A largo plazo, es probable que ocurra lo mismo con el nuevo coronavirus. Jennie Lavine, investigadora posdoctoral de la Universidad Emory, modelizó la trayectoria pospandémica del SARS-CoV-2 basándose en los datos del estudio de 2013 y sus resultados —publicados en Science el 12 de enero— sugieren que, si el SARS-CoV-2 se comporta como otros coronavirus, es probable que se convierta en una leve molestia en años o décadas.

Sin embargo, la transición de pandemia a dolencia menor depende de cómo se mantenga con el paso del tiempo la respuesta inmunitaria al SARS-CoV-2. Los investigadores están examinando la «memoria inmunológica» del cuerpo al virus. Un estudio publicado en Science el 6 de enero rastreó la respuesta inmunitaria de 188 pacientes de COVID-19 de cinco a ocho meses después de la infección y, aunque había variaciones individuales, en torno al 95 por ciento de los pacientes tenían niveles de inmunidad cuantificables.

«La inmunidad está disminuyendo, pero no desaparece y creo que esa es la clave», afirma Lavine, que no participó en el estudio.

De hecho, incluso es posible que uno de los coronavirus que causan el resfriado provocara un brote grave en el siglo XIX antes de pasar a formar parte de la retahíla de patógenos humanos leves comunes. Basándose en la propagación de su árbol familiar, los investigadores estimaron en 2005 que el coronavirus endémico OC43 entró en los humanos en algún momento a finales del siglo XIX, probablemente a principios de la década de 1890. La fecha ha hecho que algunos investigadores especulen que la versión original del OC43 podría haber provocado la pandemia de «gripe rusa» de 1890, que destacó por su índice inusualmente elevado de síntomas neurológicos, un efecto observado de la COVID-19.

«No hay pruebas sólidas, pero hay muchas indicaciones de que esta no fue una pandemia de gripe, sino una pandemia de coronavirus», afirma Veldhoen.

El crisol de la evolución

Aunque la carnicería de los coronavirus pasados se ha desvanecido con el paso del tiempo, es probable que el camino hacia una coexistencia relativamente indolora entre los humanos y el SARS-CoV-2 sea accidentado. A medio plazo, las repercusiones del virus dependerán en gran medida de su evolución.

El SARS-CoV-2 se propaga de forma descontrolada por todo el mundo y, con cada multiplicación, cabe la posibilidad de que se produzcan mutaciones que podrían ayudar al virus a infectar a los humanos de forma más eficaz.

Aunque a muchos nos protege de las enfermedades graves, el sistema inmunitario humano también actúa como crisol evolutivo, sometiendo el virus a una presión que selecciona mutaciones que hacen que se una con más eficacia a las células humanas. Los próximos meses y años revelarán hasta qué punto nuestro sistema inmunitario puede seguir el ritmo de estos cambios.

Las nuevas variantes del SARS-CoV-2 también han hecho más cruciales que nunca la vacunación colectiva y otras medidas para impedir la transmisión, como el uso de mascarillas y el distanciamiento social. Cuanto menos se propaga el virus, menos oportunidades tiene de evolucionar.

“Podremos gestionarlo gracias a la medicina moderna y las vacunas, pero es algo que no va a desaparecer por arte de magia.”

por ROY ANDERSON, IMPERIAL COLLEGE LONDON

 

Las vacunas actuales deberían funcionar contra las variantes emergentes, como el linaje B.1.1.7 descubierto en el Reino Unido, y prevenir muchos casos graves. Las vacunas y las infecciones naturales crean enjambres diversos de anticuerpos que se pegan a muchas partes diferentes de la glicoproteína espicular del SARS-CoV-2, lo que significa que una sola mutación no puede hacer que el virus se vuelva invisible para el sistema inmunitario humano.

Sin embargo, las mutaciones podrían producir variantes futuras del SARS-CoV-2 que sean parcialmente resistentes a las vacunas actuales. En una prepublicación del 19 de noviembre actualizada el 19 de enero, Duprex y sus colegas demuestran que las mutaciones que borran partes de la región de la glicoproteína espicular del genoma del SARS-CoV-2 previenen la fijación de determinados anticuerpos.

«De nuestro trabajo hemos aprendido la belleza maliciosa de la evolución», afirma Duprex.

Otros laboratorios han desvelado que las mutaciones en la 501Y.V2, la variante hallada en Sudáfrica, son muy eficaces para ayudar al virus a eludir los anticuerpos. Según otra prepublicación del 19 de enero, de 44 pacientes de COVID-19 recuperados en Sudáfrica, la sangre de 21 de ellos no neutralizó la variante 501Y.V2. Sin embargo, esas 21 personas padecían casos leves o moderados de COVID-19, así que sus niveles de anticuerpos eran más bajos, lo que podría explicar por qué su sangre no neutralizó la variante 501Y.V2.

Hasta la fecha, las vacunas autorizadas —que estimulan la producción de elevados niveles de anticuerpos— parecen ser eficaces contra las variantes más preocupantes. En una tercera prepublicación del 19 de enero, un equipo de investigadores demostró que los anticuerpos de 20 personas que habían recibido las vacunas de Pfizer-BioNTech o Moderna no se fijaban tan bien a los virus con la nueva mutación como a las variantes anteriores, pero se fijaban al fin y al cabo, lo que sugiere que las vacunas protegerán de una enfermedad grave.

Las nuevas variantes también conllevan otras amenazas. Algunas, como la B.1.1.7, parecen ser más transmisibles que las formas previas del SARS-CoV-2 y, si dejamos que se propaguen de forma descontrolada, estas variantes podrían hacer que más personas enfermen de gravedad, lo que podría sobrecargar los sistemas sanitarios de todo el mundo y causar un mayor número de muertes. Veldhoen añade que las nuevas variantes también podrían conllevar un mayor riesgo de reinfección para los pacientes de COVID-19 recuperados.

Los investigadores están supervisando estrechamente las nuevas variantes. Si hay que actualizar las vacunas en el futuro, Anderson afirma que podría hacerse con rapidez: en unas seis semanas para las vacunas de ARNm autorizadas, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna. Con todo, este periodo no tiene en cuenta la aprobación de las agencias reguladoras, que es necesaria para la distribución de las vacunas actualizadas.

Anderson añade que, dependiendo de cómo progrese la evolución del virus, podrían aparecer linajes del SARS-CoV-2 que sean tan diferentes que las vacunas tendrán que adaptarse a regiones específicas, como ocurre con las vacunas antineumocócicas. En adelante, para protegernos del SARS-CoV-2, necesitaremos una red de supervisión global similar a los laboratorios de referencia a nivel internacional empleados para recopilar, secuenciar y estudiar las variantes de la gripe.

«Tendremos que convivir con ello, tendremos que tener una vacunación constante y tendremos que contar con un programa de vigilancia molecular sofisticado para rastrear cómo evoluciona el virus», afirma Anderson.

La promesa y el desafío de la vacunación colectiva

Los expertos están de acuerdo en que superar una pandemia depende de la prevalencia de la inmunidad, sobre todo entre poblaciones mayores y más vulnerables. Las personas más jóvenes, sobre todo los niños, construirán la inmunidad al SARS-CoV-2 a lo largo de toda una vida exponiéndose al virus. En la actualidad, los adultos no gozan de ese lujo, lo que deja expuestos sus sistemas inmunitarios.

El umbral exacto para lograr una inmunidad poblacional que ralentice la propagación del virus dependerá de lo contagiosas que sean las variantes futuras. Pero hasta ahora, la investigación sobre las primeras variantes del SARS-CoV-2 sugiere que al menos el 60 o 70 por ciento de la población humana tendrá que desarrollar inmunidad para que termine la pandemia.

Esta inmunidad puede conseguirse de una de dos formas: la vacunación a gran escala o la recuperación de infecciones naturales. Pero lograr la inmunidad generalizada mediante la propagación descontrolada supone un coste terrible: cientos de miles de muertes y hospitalizaciones en todo el mundo. «Si no estamos dispuestos a impulsar las vacunas y defender las vacunas, tendremos que decidir de forma colectiva cuántas personas mayores van a morir, y yo no quiero ser el que tome esa decisión», afirma Duprex.

Jeffrey Shaman, experto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Columbia, señala que el impulso mundial de las vacunas también pone de manifiesto las desigualdades existentes en la salud global. En un mapa muy compartido de diciembre, la Economist Intelligence Unit estimó que los países ricos como Estados Unidos dispondrán de vacunas accesibles para principios del 2022, lo que podría no ocurrir en países más pobres de África y Asia hasta el 2023.

Las iniciativas para vacunar a los países de bajos ingresos dependen, en parte, de vacunas que puedan almacenarse en refrigeración normal, como las que están desarrollando Oxford/AstraZeneca y Johnson & Johnson.

Para la semana del 18 de enero, según una estimación de la Organización Mundial de la Salud, ya se habían administrado unos 40 millones de dosis de la vacuna anti-COVID-19 en todo el mundo, la mayoría en países de ingresos altos. En África, solo dos países, Seychelles y Guinea, han empezado a ofrecer vacunas. Y en Guinea, un país de bajos ingresos, solo 25 personas han recibido las dosis.

«El acaparamiento de vacunas [en países ricos] solo prolongará el suplicio y retrasará la recuperación de África», declaró Matshidiso Moeti, directora regional de la OMS para África, en un comunicado. «Es profundamente injusto que los africanos más vulnerables se vean obligados a esperar a las vacunas mientras se inmuniza a los grupos de bajo riesgo en los países ricos».

A medida que las vacunas se distribuyen por el mundo de forma fragmentaria, es probable que los países emitan un mosaico de mandatos de vacunas y requisitos de certificación para viajeros internacionales. Sin embargo, si el virus se vuelve endémico y, a la larga, se propaga de forma similar al resfriado, las vacunas podrían no ser necesariamente para siempre, señala Lavine.

Pero incluso las mejores proyecciones de los investigadores se topan con la niebla de incertidumbre que separa el presente del futuro. Las incógnitas sobre la reinfección, la transmisión, la carga asistencial pospandémica y la evolución viral surgirán a lo largo de años o incluso décadas.

«Por desgracia, va a llevar su tiempo», afirma Shaman. «El tiempo es lo único que nos lo dirá».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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