¿Por qué tenemos rituales los humanos? Las enfermedades y el peligro podrían ser la causa
Aunque se desconocen los orígenes de muchos rituales, investigaciones emergentes sugieren que hemos desarrollado estas prácticas sociales para protegernos o para afrontar amenazas comunes.
Chhath Puja, celebrado en regiones de la India, Nepal y otros países, es un antiguo festival védico hindú dedicado al dios sol Surya. Durante el festival, las personas participan en varios rituales, como bañarse en agua bendita, abstenerse de comer y beber y permanecer encima del agua durante al menos una hora para pedir protección para sus familias.
El último día de diciembre, personas de todo el mundo participaron en una de las mayores celebraciones ritualizadas de la humanidad. Para conmemorar el fin de otro viaje alrededor del sol, las actividades de Año Nuevo incluyen fuegos artificiales, besos y nuevos propósitos, así como algunas prácticas específicas de cada cultura, como cocinar alubias carillas y verduras en el sudeste de Estados Unidos, comernos las uvas con las campanadas en España o quemar efigies que representen el año previo en Centroamérica y Sudamérica.
Todas las culturas humanas tienen sus rituales, que normalmente son comportamientos simbólicos y repetitivos que percibimos como algo que tiene sentido, aunque en general no sabemos explicar cómo se supone que funcionan. Estos rituales pueden reforzar la sensación de comunidad y las creencias comunes, pero su diversidad apabullante también puede alienar y separar a las personas, sobre todo cuando los rituales valiosos de una cultura son raros para otra.
La mayoría de los científicos que estudian rituales consideran sus orígenes imprecisos una de sus características definitorias. Pero recientemente, los investigadores han empezado a sospechar que antes de que los rituales se volvieran puramente sociales y muy peculiares, muchos podrían haber surgido como intentos de evitar desastres.
La ritualización podría haber ayudado a las culturas humanas a mantener comportamientos que las personas creían que las mantendrían a salvo, incluso después de que se olvidara el motivo inicial de un comportamiento, según los autores de una serie de artículos de investigación publicados en un número especial de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B.
Las formas ritualizadas de preparar comida o lavar el cuerpo, por ejemplo, podrían haber aparecido como formas de prevenir enfermedades. Muchos rituales también proporcionan consuelo psicológico en tiempos difíciles y, tras convertirse en una práctica común, ayudan a unir a la gente reforzando la sensación de comunidad.
Ahora, en plena pandemia de COVID-19, los humanos estamos adoptando una vez más comportamientos nuevos ante una amenaza, aunque es demasiado pronto para determinar si alguno de ellos llegará a ritualizarse. Por definición, esto solo ocurriría cuando la importancia social del comportamiento prevalece sobre su uso práctico para evitar la enfermedad o el desastre, explica el psicólogo Mark Nielsen, de la Universidad de Queensland, en Australia. Esto es lo que diferencia los rituales de otras prácticas culturales, como cocinar.
«Cuando aprendes a preparar un plato determinado, probablemente copies una receta, pero cuando lo preparas varias veces, quizá lo hagas a tu manera», afirma. Señala que ese tipo de personalización no suele darse en prácticas ritualizadas, que se repiten de forma muy minuciosa hasta que, a la larga, «pierden su valor funcional y se ejercen por su valor social».
La comodidad de la rutina
En regiones donde los desastres naturales y las enfermedades son habituales y hay un alto riesgo de violencia y enfermedades, las sociedades suelen estar «más unidas», lo que significa que tienen normas sociales más sólidas y menos tolerancia a los comportamientos que se apartan de la norma, explica Michele Gelfand, psicóloga de la Universidad de Maryland. También suelen ser más religiosas y asignan una alta prioridad a los comportamientos ritualizados.
La investigación de Gelfand ha revelado que las actitudes de las personas respecto a la conformidad social cambian cuando se exponen a amenazas o incluso a la percepción del peligro. Cuando la película Contagio —que narra una historia ficticia sobre una pandemia mundial— se estrenó en cines en el 2011, Gelfand y sus colegas realizaron un estudio con un cuestionario y descubrieron que las personas que salían del cine sentían más hostilidad hacia aquellos que se desviaban de la norma.
Cuando todos nos movemos en sincronía, o realizamos las mismas acciones de forma predecible, como suele ocurrir con los rituales, puede crear una sensación reconfortante de unidad. Y ante el peligro, la cooperación grupal puede ser cuestión de vida o muerte.
«La cultura del ejército es un gran ejemplo», afirma Gelfand. Los movimientos grupales sincronizados que practican las unidades militares de todo el mundo las preparan para actuar como uno en situaciones peligrosas.
Los rituales también pueden ayudar a las personas a superar otros tipos de miedos e inquietudes. Martin Lang, de la Universidad Masaryk en la República Checa, cree que la previsibilidad de los rituales los hace inherentemente reconfortantes. Por ejemplo, su equipo descubrió que las mujeres de la isla de Mauricio se sienten menos nerviosas cuando tienen que dar un discurso en público tras un ritual de rezos repetitivos en un templo hindú.
La humanidad de los rituales
Carel van Schaik, primatólogo de la Universidad de Zúrich, en Suiza, que ha estudiado la evolución de la cultura en los orangutanes, explica que se han observado algunos fenómenos que en la superficie parecen rituales en otros primates. Al igual que todos los animales, los primates nacen con instintos que los ayudan a evitar el peligro y las enfermedades, y también pueden aprender a evitar riesgos tras una mala experiencia o tras observar a otros miembros de su grupo.
Sin embargo, los investigadores no han hallado pruebas de que los primates no humanos practiquen rituales verdaderos, señala van Schaik. «Solo han surgido de nuestras mentes culturales, que evolucionaron en el entorno inusual que creamos para nosotros».
Van Schaik cree que muchos rituales sociales surgieron cuando los humanos empezaron a vivir en grupos más grandes, sobre todo después de que la agricultura permitiera que poblaciones más grandes vivieran en el mismo lugar. «Esa decisión fatídica expuso a los humanos a todo tipo de violencia, desastres y enfermedades», dice, «por conflictos dentro de un mismo grupo, guerras entre grupos o enfermedades infecciosas que podían propagarse rápidamente en pueblos enteros».
Para impedir que ocurrieran esas catástrofes, los humanos pusieron a trabajar sus mentes hábiles y fantasiosas, explica. «Como teníamos una orientación tan social, creo que tendíamos a interpretar la mala suerte como algo que alguien —un espíritu, un demonio o un dios— nos había hecho, quizá porque nuestro comportamiento los había disgustado. Así que intentamos encontrar una forma de hacer las cosas que pudiera impedir que dichos desastres ocurrieran de nuevo».
Muchos rituales religiosos, por ejemplo, abordan la higiene, la sexualidad o la forma en que tratamos la comida de formas que están relacionadas con el riesgo de enfermedades, mientras que otros afrontan cuestiones de propiedad y familia que a menudo son la raíz de los conflictos. No todos los rituales son eficaces porque no siempre entendemos qué produce el riesgo que intentamos controlar. «Pero algunos sí funcionaban», afirma van Schaik.
Además de surgir como respuesta al riesgo, es probable que algunos rituales persistieran por su vínculo constante con la prevención de riesgos. Por ejemplo, en el estado rural indio de Bihar, donde hay una elevada mortalidad materna e infantil, la científica cognitiva Cristine Legare, de la Universidad de Texas en Austin, documentó 269 rituales asociados con el embarazo y el parto. «La mayoría de ellos [son] intentos de evitar resultados negativos», afirma.
Una proporción considerable de estos rituales perinatales, como la comida nutritiva que se prepara para la madre durante el Chhathi, un ritual hindú practicado al sexto día después del parto, son perfectamente compatibles con las recomendaciones médicas modernas, señala Legare. «Es probable que muchos sean neutrales, mientras que los que son peligrosos, como bañar al bebé justo después de nacer o alimentarlo con leche maternizada hasta que un sacerdote o imán lo bendiga para empezar a tomar el pecho, son arriesgados debido a la falta de agua limpia», añade.
Legare, que estudia estas prácticas para aprender a fomentar los comportamientos sanos de formas culturalmente sensibles, afirma que esto ilustra lo resilientes que son algunos rituales contraproducentes una vez adquieren importancia social. «Es importante recordar que, para la mayoría de las personas, los mecanismos de la medicina moderna son igual de opacos que los rituales».
Aunque los rituales tradicionales se han transmitido a lo largo de muchas generaciones, las prácticas de la medicina moderna son relativamente nuevas. «Cuando un médico te dice “lo siento, pero no podemos hacer nada por usted”, aunque sea cierto es muy desalentador», afirma Legare. «Mucha gente de todo el mundo busca otras opciones».
La evolución de los rituales
En tiempos de pandemia, los consejos médicos prácticos, como la higiene de manos, se han ritualizado en cierto modo. Los expertos sanitarios nos recomiendan exactamente cómo deberíamos lavarnos y durante cuánto tiempo, lo que nos proporciona la seguridad de que, tras 20 segundos, probablemente nos hayamos lavado suficiente.
Otras prácticas sociales —como chocar los codos y abrazarnos en el aire— también están arraigando. Y llevar mascarilla (o decidir no hacerlo) se ha convertido en una forma de mostrar lealtad a un grupo social, así como en una forma científicamente válida de reducir el riesgo de transmisión de enfermedades. No está claro si, a la larga, estas prácticas se repetirán tanto que olvidaremos por qué empezamos a realizarlas, convirtiéndose en rituales reales en el proceso. Pero nuestros esfuerzos para comprender por qué comenzó la pandemia, desde las explicaciones religiosas hasta el énfasis en cómo nos hemos expuesto a las enfermedades dañando el medioambiente, reflejan las búsquedas de nuestros ancestros para descubrir qué habían hecho para merecerse los desastres.
Por suerte, dice Gelfand, nuestra búsqueda humana de comprensión también nos ha llevado a la investigación científica, poniéndonos en la mejor posición para prevenir futuras catástrofes. «Cuando personas de todo el mundo ponen sus mentes a trabajar en esto, quizá acabemos aprendiendo algo», afirma Gelfand.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.