Un nuevo meteorito podría ayudar a desentrañar los secretos del sistema solar

La rarísima roca espacial encontrada en el Reino Unido podría ayudar a los científicos a responder preguntas sobre la procedencia del agua de la Tierra e incluso proporcionar pistas sobre el origen de la vida.

Por Robin George Andrews
Publicado 12 mar 2021, 13:10 CET
Un fragmento de meteorito

Un fragmento de meteorito recuperado hace poco en el camino de entrada a una casa en Winchcombe, Inglaterra. Es un tipo de meteorito raro y antiguo conocido como condrita carbonácea y su composición podría ayudar a los científicos a reconstruir la historia antigua del sistema solar.

Fotografía de Trustees of the Natural History Museum, London

La noche del 28 de febrero, un fragmento de roca cayó del cielo e iluminó la atmósfera sobre Inglaterra. La impresionante bola de fuego fue capturada por una red internacional de cámaras de rastreo de meteoritos y un equipo de científicos fue enviado a la tranquila localidad de Winchcombe. Encontraron un fragmento del meteorito en el camino de entrada a una casa, mientras que otro fue descubierto en un campo lleno de excrementos de oveja.

Hasta ahora han encontrado casi 510 gramos de roca espacial, que enseguida fueron entregados a varias instituciones científicas selectas —principalmente el Museo de Historia Natural de Londres— para un análisis preliminar. El transporte rápido de las muestras a los laboratorios fue crucial para garantizar que el ambiente de la Tierra no alterara la composición química de estos materiales espaciales casi prístinos.

Resulta que el meteorito —el primero encontrado en el Reino Unido en 30 años— es un tipo más bien raro conocido como condrita carbonácea. Estos fragmentos antiguos no solo contienen los componentes básicos de los planetas, sino también compuestos que podrían explicar cómo obtuvo la Tierra su agua o incluso proporcionar pistas sobre el origen de la vida.

«Es como el tipo de meteorito mágico que fascina a un montón de gente», afirma Katherine Joy, experta en meteoritos de la Universidad de Manchester.

Lo raro es que, a primera vista, la composición química, los minerales y las texturas del meteorito no parecen pertenecer a ningún tipo de condrita carbonácea. Cada uno de los fragmentos estudiados hasta ahora parece ser un poco diferente de los demás.

«¿Podría tratarse de un nuevo tipo de meteorito, una nueva clase de meteorito, algo que nunca hemos visto antes?», pregunta Luke Daly, experto en meteoritos de la Universidad de Glasgow. Es una posibilidad intrigante, pero habrá que investigarlo más para esclarecerlo.

El estudio científico del que probablemente pase a conocerse como meteorito de Winchcombe no ha hecho más que empezar. Pero la rareza del meteorito, así como la velocidad a la que fue recuperado, ha hecho que la comunidad de meteoritos explote de júbilo.

«Nos volvimos locos», cuenta Sara Russell, científica planetaria del Museo de Historia Natural de Londres. «Es la adquisición más importante para nuestro grupo de meteoritos, diría yo».

Cápsulas del tiempo

Los meteoritos caen en la Tierra constantemente, pero la mayoría no son lo bastante grandes para anunciarse con una bola de fuego. Incluso cuando lo hacen, muchos acaban en los mares. La gran mayoría de los meteoritos recopilados se hallan en desiertos, específicamente el desierto frío de la Antártida, una inmensidad donde los flujos de hielo depositan los restos espaciales en zonas específicas y los tonos blancos del continente permiten que los meteoritos negros destaquen fácilmente.

El Reino Unido es pequeño, así que los meteoritos no impactan a menudo en las islas, y está lleno de ciudades y vegetación, por lo que son difíciles de encontrar. Pero de vez en cuando las rocas espaciales caen por casualidad justo ante las narices de la gente. La Nochebuena de 1964, un meteorito «rebotó en la entrada de una casa, atravesó la ventana y aterrizó bajo el árbol de Navidad», cuenta Matthew Genge, experto en meteoritos del Imperial College London.

En los últimos años, los cazadores de meteoritos del Reino Unido han incrementado sus probabilidades colocando cámaras diseñadas para detectar bolas de fuego, que se utilizan para averiguar dónde caen los fragmentos. A lo largo de la última década, seis redes diferentes de cámaras que miran al cielo, supervisadas por investigadores profesionales y aficionados se han integrado en la U.K. Fireball Alliance.

Estas cámaras «apuntan hacia el cielo constantemente», siempre graban y buscan destellos notables de objetos que surcan el cielo, explica Jim Rowe, el organizador del grupo. Durante la pandemia, escribió un código para garantizar que estas redes pudieran comunicarse para rastrear cualquier objeto que cayera del cielo.

El sistema ha capturado bolas de fuego ocasionales en los últimos cinco años, pero no es fácil recoger los restos en los lugares de impacto. Hace unos años, «hubo una bola de fuego que dejó caer un meteorito directamente en el mar del Norte», cuenta Daly, pasando de largo las tierras circundantes del Reino Unido, el norte de Europa o Noruega, donde podría haberse recuperado.

Bienvenidos a Winchcombe

 A finales de febrero, tras años de observación y espera, se capturó una bola de fuego de seis segundos que dejó caer fragmentos de meteorito por todo Gloucestershire, un condado en el sudoeste de Inglaterra. La trayectoria fue analizada por un equipo de investigadores internacionales que trabajaban con la U.K. Fireball Alliance, se determinó la zona probable del impacto y expertos de toda Inglaterra acudieron a la localidad de Winchcombe y la región circundante.

Tras unos pocos días de búsqueda, los científicos informaron a la prensa local y pidieron al público que los ayudara a encontrar fragmentos de roca de aspecto extraño. Personas de todo el país enviaron a los expertos fotografías de posibles fragmentos.

Una familia encontró fragmentos de roca negra y manchas parecidas al hollín en la entrada de su casa. Tras enterarse de las noticias sobre la bola de fuego, enseguida averiguaron que el resto era de un meteorito y contactaron con la U.K. Meteor Observation Network. Solo 12 horas después del impacto, ya habían empaquetado un gran fragmento del meteorito, listo para ser recogido por los expertos.

«Qué generoso es reconocer lo importante que es esto para la ciencia y querer contribuir a ella», afirma Joy.

Daly y Mira Ihasz, su novia, se unieron a un grupo que peinó un campo cercano plagado de excrementos de oveja. Cuando una roca atraviesa la atmósfera terrestre, el material se funde y se endurece, formando una cáscara negra e, inoportunamente, los tonos oscuros de los excrementos de oveja se parecían a la corteza chamuscada de los meteoritos.

«Empezamos a decir “otra caca prometedora”», afirma Daly. Pero tras cinco días de búsqueda, Ihasz se topó con el fragmento de meteorito.

Lo encontraron a 400 metros de donde los modelos habían dicho que deberían haber aterrizado los fragmentos, un nivel de exactitud increíble, pero no lo bastante preciso para los diseñadores de modelos, que según Daly expresaron cierta decepción por que su predicción no hubiera sido más exacta.

«Una bola de lodo del principio»

El análisis preliminar determinó que el meteorito era una condrita carbonácea: objetos rocosos tan antiguos como el sistema solar que se llaman así por su composición abundante en carbono. Estas rocas espaciales son raras: de los 65 209 meteoritos catalogados, solo 2639 son condritas carbonáceas.

Los orígenes exactos de la mayoría de los meteoritos siguen siendo un misterio. Pero gracias a la trayectoria terrestre ampliamente documentada del meteorito de Winchcombe, lo rastrearon hasta el borde exterior del cinturón de asteroides, entre Marte y Júpiter.

«Saber qué es esto y de dónde procede es muy especial», afirma Joy. Esta información facilita determinar de qué tipo de asteroide se desprendió el meteorito y también ayuda a los científicos a entender mejor el tipo de perturbaciones espaciales que pueden enviarnos estas rocas.

Aunque el meteorito de Winchcombe muestra características de varios tipos de condritas carbonáceas, lo que significa que podría ser completamente nuevo, el análisis químico inicial determinó que era de tipo CM. Estos meteoritos incluyen (entre otras cosas) abundantes minerales que contienen agua.

«Es una bola de lodo del principio», afirma Genge, del Imperial College London. Solo se han descubierto 652 de este tipo.

Comparadas con otros tipos de meteoritos, las condritas CM «son delicadísimas», afirma Daly. Los minerales de su interior se degradan rápidamente en la atmósfera húmeda de la Tierra, así que si se dejan expuestas a los elementos durante mucho tiempo, «se convierten en polvo».

«El hecho de que sea tan frágil y delicada, y el hecho de que la recogieran tan rápido, fue fundamental», afirma Joy. «Esta fue empaquetada y trasladada al museo de 36 a 48 horas después de que cayera, y no pasa a menudo». La rapidez del descubrimiento significa que sus ingredientes se han preservado casi a la perfección y que tendrán mucho que revelar sobre el sistema solar antiguo y el planeta en el que vivimos hoy en día.

Secretos de la Tierra y el espacio

Un secreto oculto en rocas como el meteorito de Winchcombe tiene que ver con cómo recibió la Tierra cantidades tan grandes de agua. Es probable que el enorme impacto con nuestro planeta que provocó la formación de la luna hace unos 4500 millones de años despojara a la Tierra de gran parte del agua con la que empezó.

Si el agua superficial que tenemos hoy procedía principalmente del interior del planeta y salió mediante erupciones volcánicas, o si llegó de la mano de asteroides húmedos es objeto de debate. Russell dice que, estudiando los minerales hidratados en condritas carbonáceas, podríamos descubrir qué proceso llenó los océanos de nuestro mundo moderno.

En general, las condritas CM también contienen muchas moléculas orgánicas diferentes, entre ellas aminoácidos y azúcares, y se prevé que este meteorito no será diferente. Los asteroides que bombardearon la Tierra primitiva habrían traído esta materia orgánica con ellos y quizá depositaran los materiales necesarios para la formación de los primeros organismos vivos.

«Esa química orgánica podría haber acelerado los orígenes de la vida en la Tierra», afirma Genge.

Los meteoritos también pueden hablarnos de la época anterior a la formación de la Tierra. El meteorito de Winchcombe contiene inclusiones minerales ricas en calcio y aluminio (o CAI, por sus siglas en inglés). «Son los sólidos más antiguos del sistema solar, que por supuesto es lo más asombroso de esto», afirma Russell.

La química de las CAI sugiere que se formaron en el mismo momento y lugar, hace 4560 millones de años, junto al Sol, y acabaron encajadas en material rocoso que se acumuló en los fríos recovecos del sistema solar exterior. El viaje de este material hacia el exterior no es fácil de explicar, pero recopilar más CAI podría ayudar a desentrañar cómo se movió y se mezcló la materia a medida que se formaban los planetas y que el sistema solar evolucionaba hasta su forma moderna.

A menudo, las condritas CM también contienen sustancias como granos de diamante y grafito que son más antiguos que el propio sistema solar. Su composición química es tan diferente de cualquier cosa presente en nuestro sistema solar que los científicos creen que vinieron de las atmósferas de estrellas gigantes o se formaron en explosiones de supernovas antes de vagar la deriva hasta nuestro vecindario cósmico cuando aún estaba formándose.

Dichos granos fueron «expulsados al universo, flotaron durante cientos de millones de años y después colapsaron hace dentro para formar nuestro sistema solar», afirma Genge. Aunque todavía no se hayan identificado estas gemas primordiales en el meteorito de Winchcombe, los científicos prevén que, como otras condritas CM, contendrá granos más antiguos que el sistema solar.

Por consiguiente, el meteorito de Winchcombe no solo podría albergar pistas de la historia de nuestro vecindario cósmico, sino también los fantasmas de otros sistemas planetarios que ya no existen, y la iniciativa internacional para descifrar sus muchos secretos no ha hecho más que empezar.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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