El gran legado de Michael Collins, astronauta y cronista de la misión Apolo 11
El piloto del módulo de mando del famoso vuelo que aterrizó en la Luna será recordado por su perspectiva única de la misión.
Michael Collins practica para la misión Apolo 11 a la Luna en el simulador del módulo de mando el 19 de junio de 1969, un mes antes del lanzamiento, en el Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida.
Michael Collins, el astronauta que pilotó el módulo de mando durante la misión Apolo 11 a la Luna, ha fallecido hoy a los 90 años. «Lamentamos comunicar que nuestro querido padre y abuelo ha fallecido hoy, tras librar una valiente batalla contra el cáncer», escribió su familia en un comunicado público.
El 20 y el 21 de julio de 1969, Collins orbitó a 111 kilómetros sobre la superficie de la Luna mientras Neil Armstrong y Edwin «Buzz» Aldrin exploraban el terreno del satélite. Como tercer miembro de la misión Apolo 11 y el hombre que no pisó la Luna, Collins ha sido descrito como el «astronauta olvidado». Pero se convertiría probablemente en el cronista más importante de la primera misión de la humanidad a la superficie de otro mundo, en parte gracias a su autobiografía de 1947, Carrying the Fire: An Astronaut’s Journeys.
También tenía la que quizá sea la perspectiva más única de cualquiera que hubiera presenciado este acontecimiento, al no verlo en televisión, sino escudriñando la superficie lunar desde la ventana de su nave espacial, pensando en «las vicisitudes de mis dos amigos en la Luna y su incierto camino de regreso hasta mí».
A solas durante más de 21 horas en el módulo de mando de la Columbia, Collins dio una vuelta a la Luna una vez cada dos horas. El astronauta de 38 años perdía la comunicación con el resto del mundo cada vez que traspasaba la cara oculta de la Luna, la parte más distante de espacio visitada por los humanos hasta la fecha.
«Ahora estoy solo, realmente solo, y completamente aislado de toda la vida conocida», escribiría Collins en su autobiografía. «Lo siento de forma intensa, no como miedo ni soledad, sino como consciencia, expectación, satisfacción, seguridad, casi júbilo».
Tras aventurarse a la Luna, Collins se convirtió en un defensor de la exploración espacial humana en Marte. Collins formó parte del consejo gestor de la National Geographic Society durante 24 años y en 1988 escribió un reportaje para la revista National Geographic donde indicaba qué se necesitaría para alcanzar el planeta rojo.
«Soy incapaz de poner nada tangible a nuestra capacidad de ir a lugares lejanos. Creo que hay que aspirar a lo intangible», me contó Collins en 2019, durante una entrevista acerca del 50º aniversario de la misión Apolo 11. «Simplemente creo que la humanidad tiene un deseo innato de salir, de seguir viajando».
El camino hacia la NASA
Nacido en Roma, Italia, el 31 de octubre de 1930, Collins trazaría una ruta similar a la de sus coetáneos hasta el cuerpo de astronautas de la NASA, pilotando aviones experimentales del ejército antes de unirse a la agencia espacial. Su padre, James Lawton Collins, fue oficial del ejército de Estados Unidos y su carrera hizo que su familia, que incluía un hermano y dos hermanas mayores, se mudara por todo el mundo hasta asentarse en Washington D.C. tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Después del instituto, Collins asistió a la Academia Militar de West Point, Nueva York, se unió a la Fuerza Aérea y se convirtió en piloto de pruebas en la Base Edwards de la Fuerza Aérea en el sur de California. Pilotaba aviones de alto rendimiento, como el Lockheed F-104 Starfighter supersónico, y realizaba vuelos de prueba alcanzando altitudes de hasta 27 000 metros.
Su primera solicitud para ser astronauta de la NASA fue rechazada en 1962. Esa segunda cohorte incluía a tres compañeros de Collins, también pilotos de la Fuerza Aérea, así como a Neil Armstrong, que por aquel entonces era piloto de pruebas de la NASA en Edwards.
«Mi fracaso supuso un golpe, por supuesto, aunque nunca creí que lo lograría», escribiría más adelante en Carrying the Fire. Su carta de rechazo decía que no cumplía los «requisitos especiales de programa de astronautas».
«Los requisitos especiales, ¿no? Bueno, si no los tenía, ¿cómo podía conseguirlos?», escribió en su libro. Como era un «perpetuo optimista» y sabía que otros astronautas de la NASA habían sido rechazados antes de unirse al cuerpo, decidió volver a solicitarlo el año siguiente. Esta vez, lo seleccionaron para el grupo 3 de astronautas de la NASA, junto a su compañero de la Apolo 11, Buzz Aldrin.
La primera incursión de Collins al espacio en 1966 no salió según lo planeado. Durante la misión Gemini 10 con el astronauta John Young, Collins salió de la cápsula Gemini para subirse a una nave no tripulada conocida como vehículo Agena, que la NASA había lanzado para ayudar a los astronautas a practicar el encuentro espacial en órbita. Sin embargo, en un principio no consiguió agarrarse bien a la nave y se alejó a la deriva.
«Una cosa llevó a la otra y lo siguiente que recuerdo es que estaba al final del cable de 15 metros viendo a John en la cabina abierta, la Gemini y después la Agena», me contó Collins en 2019. «Me imaginé que el cable de 15 metros nos iba a envolver a los tres en una pequeña bola».
Con esfuerzo, Collins volvió a la cápsula Gemini y la tripulación de dos astronautas amerizó sana y salva en el océano Atlántico el 21 de julio de 1966. Más adelante, actuaría como comunicador de cápsula, o CAPCOM, en el control de la misión Apolo 8, el primer vuelo tripulado de ida y vuelta a la Luna.
En su autobiografía, escribió que «ver la Apolo 8 sacando hombres de la Tierra por primera vez en la historia» fue «un acontecimiento que, en muchos sentidos, fue más asombroso que aterrizar en la Luna». Poco después de aquella misión, Collins fue seleccionado como piloto del módulo de mando de la Apolo 11, responsable de pilotar la nave en la órbita lunar mientras Armstrong y Aldrin descendían a la superficie.
Preservando la historia de la exploración espacial
Collins se jubiló de la NASA en 1970, pero siguió involucrado en la exploración espacial humana de una forma u otra durante gran parte de su vida. Ejerció de director del Museo Nacional del Aire y el Espacio del Instituto Smithsoniano entre 1971 y 1978, donde supervisó la inauguración del edificio principal en la Explanada Nacional. «Los artefactos de su extraordinaria vida se expondrán para siempre en nuestro museo», escribió en un comunicado el director en funciones del museo, Christopher Browne.
A pesar de la importancia de los trajes espaciales que llevó y de las naves que pilotó, puede que el artefacto más importante que dejó Collins sea su libro, que preserva una de las mayores aventuras de la humanidad. Hacia el final de su autobiografía, reflexiona acerca de cómo volar a la Luna le cambió la vida y cómo salir de la Tierra influye en la perspectiva humana.
«Aunque me sienta la misma persona, también me siento diferente a los demás», escribe. «He estado en lugares y hecho cosas que simplemente no te creerías».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.