Querida Columbia: Michael Collins, el astronauta de la Apolo 11, te da las gracias
El piloto del módulo de mando de la misión homenajea a la nave espacial que le hizo compañía en la cara oculta de la Luna.
Cincuenta años después de que Neil Armstrong se convirtiera en el primer ser humano en pisar la Luna, National Geographic conmemora este hito histórico con una espectacular programación dedicada a la exploración espacial y al programa Apolo, que se podrá disfrutar cada domingo de julio, con maratones durante todo el día y estrenos a las 16:00 y a las 21:30 horas.
Esta es una de las entradas en nuestra serie "Dear Spacecraft", en la que pedimos a escritores, científicos y aficionados de la astronomía que compartan sus vínculos personales con exploradores espaciales robóticos.
Querido módulo de mando de la Apolo 11:
¿Puedo llamarte Columbia? Sé que sigues viajando, aunque ahora visitas museos en vez de lugares lejanos, pero antes de que te hinches de satisfacción quiero recordarte tu origen humilde. Naciste en 1966 en Downey, California, y allí te bauticé. Gumdrop, así se llamaba uno de tus predecesores, pero ignoré tu geometría extraña y con forma de seta aplastada y miré al futuro, tu futuro, flotando con gracia en las mareas del Pacífico: Columbia, la joya del océano.
Recuerdo haber cuidado de ti en la cadena de montaje, un proceso nada fácil en el que nos quedamos trabajando hasta después de medianoche llevando a cabo una ardua prueba tras otra para validar tus credenciales. Yo estaba orgulloso de ti y estaba ansioso por subir a bordo en cada visita a la plataforma de lanzamiento 39A, la puerta a la Luna.
En el gran día, con 3,4 millones de kilos de empuje a nuestras espaldas, temí por tu fragilidad. Pero eras fuerte, no te falló ni un interruptor. Parecía que te gustaba abandonar la Tierra en lugar de estar sentada en la plataforma de lanzamiento y que en el espacio eras aún más ágil (bueno, salvo la célula de combustible número 3, pero no lo consideré un fracaso, solo un espíritu libre que no podía ser domado como el 1 y el 2).
Ahora que me he deshecho de Neil Armstrong y Buzz Aldrin y los he mandado a retozar en la superficie a 96 kilómetros bajo mis pies, por fin podemos estar solos. Por favor, otro café solo mientras me acabo este tubo de mi comida favorita, la sopa de pollo. Y el termostato, a 24 ˚C. Bien, se está muy cómodo.
Por alguna razón, quizá algunos días con pocas noticias, la prensa ha empezado a anunciar que estoy aquí, el hombre más solitario de todo el universo, con una órbita tan solitaria que mi soledad supera a la de todas las almas solitarias que me precedieron. Ridículo. ¿Cómo podría sentirme solo? Tú me tienes a mí, yo te tengo a ti (y a la célula de combustible), y con esas vistas por la ventana.
Creo que sacaré una foto de lo que parece verdaderamente solitario, la diminuta Tierra. No, espera. Bill Anders ya ha sacado esa foto en la Apolo 8, así que no tiene sentido malgastar carrete en una duplicada.
Creo que entonces me prepararé para nuestro regreso a la Tierra conmemorando tu aportación, Columbia: un retrato, o algún tipo de reconocimiento artístico, quizá un brillo dorado en tu escudo térmico, o ninfas danzando, o una roca lunar con un zafiro estelar incrustado. Sin tener nada de eso, recurro a mi viejo y leal bolígrafo:
Nave 107, alias Apollo 11, alias “Columbia”, la mejor nave que se ha hecho jamás. Que Dios la bendiga. Michael Collins, CMP
Michael Collins voló en las misiones espaciales Gemini 10 y Apolo 11 en los años 60. Tras retirarse de la NASA en 1970, se convirtió en director del Museo Nacional del Aire y del Espacio hasta 1978, cuando pasó a ser vicesecretario del Instituto Smithsonian. Entre 1982 y 2006, trabajó en la junta de síndicos de la National Geographic Society. Actualmente vive en el sur de Florida.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.