¿Conoceremos alguna vez el número de muertes real de la pandemia?
Este último año ha sido un duro recordatorio de las desigualdades internacionales, entre ellas los recursos necesarios para documentar datos fiables y actualizados sobre las muertes. Estos innovadores quieren solucionarlo.
Preparan una tumba para un hombre que falleció de COVID-19 en Nueva Delhi el 23 de abril de 2021.
En una calurosa noche de abril en Ahmedabad, la ciudad más grande del estado indio de Guyarat, Shayar Rawal fue en su moto a un hospital público que trataba a pacientes con COVID a las 23:55. Durante las 24 horas siguientes, tendría una sola tarea: contar el número de cadáveres que se llevaban a la morgue.
Rawal, periodista del diario local Divya Bhaskar, contó cuatro muertes durante la primera hora. Los familiares recogieron otros cinco cadáveres a lo largo de la hora siguiente. Cuando la cifra llegó a 100, dice, asimiló la realidad.
«Sabía que el gobierno ocultaba las cifras, pero esto era mucho más de lo que me esperaba», dice Rawal.
Según cifras oficiales, aquel día la ciudad solo registró 15 muertes por COVID-19. Pero al final de su vigilia, Rawal había contado 112 cadáveres, y esas eran solo las víctimas de un hospital de la ciudad. Durante las semanas siguientes, sus colegas también contaron los cadáveres en crematorios y cementerios y accedieron a los certificados de defunción de distritos de todo el estado. Su análisis final reveló que el número de muertos durante nueve semanas en el estado de Guyarat era oficial. En respuesta a la noticia del Divya Bhaskar, el gobierno estatal ofreció varios motivos para explicar la discrepancia, desde que las muertes con comorbilidades no pueden contarse como muertes por la COVID-19 hasta que se habían emitido duplicados de los certificados de defunción. Las preguntas de National Geographic al gobierno estatal no obtuvieron respuesta.
«Hay retos fundamentales e inherentes», dice Samira Asma, subdirectora general de datos, análisis y entrega en la Organización Mundial de la Salud. Incluso en países ricos, las autoridades se enfrentan a diagnósticos incorrectos, irregularidades en el seguimiento de los datos y otros factores que pueden ocultar el verdadero impacto del virus. «Por eso no tenemos una comprensión completa del alcance total de la pandemia».
Pero el año pasado también ha sido un crudo recordatorio de las desigualdades en todo el mundo, entre ellas los recursos necesarios para recopilar datos actualizados y exactos sobre las muertes. En una evaluación realizada en 2019, la OMS descubrió que casi dos tercios de los países del mundo carecen de sistemas sólidos de registro civil y estadísticas vitales que lleven la cuenta de los nacimientos y las defunciones.
Esta disparidad tiene consecuencias peligrosas ante la COVID-19. El informe de Estadísticas Sanitarias Mundiales publicado este mes señalaba que ha habido tres millones de muertes directas e indirectas atribuidas al virus SARS-CoV-2, 1,2 millones más que las cifras oficiales registradas por los países y después sumadas por la OMS.
La falta de datos sólidos en los países de ingresos bajos y medios, como la India, hace que iniciativas de base como la de Rawal sean cruciales para determinar la cifra real de muertes, lo que a su vez afecta a nuestra comprensión de la trayectoria global de la pandemia.
«Disponer de un conocimiento exacto de la mortalidad histórica es fundamental para conocer la eficacia de las distintas intervenciones, pero también para ayudarnos a prever con mayor exactitud lo que puede ocurrir en el futuro de la pandemia», afirma Oliver Watson, investigador posdoctoral de epidemiología de enfermedades infecciosas del Imperial College London.
Muertes por la COVID-19
Al principio de la pandemia, la falta de métodos estandarizados para clasificar las muertes por la COVID-19 en distintos países hizo que no se notificaran todas las muertes. En un intento por comprender mejor el número de víctimas real, demógrafos, periodistas y economistas desarrollaron métodos de seguimiento alternativos y cada uno de ellos abordó el problema desde ángulos diferentes.
Para Ariel Karlinsky, comenzó con un meme.
Karlinsky es estudiante de posgrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén y economista en el Kohelet Policy Forum, un laboratorio de ideas. Cuando Israel impuso el confinamiento en marzo de 2020, un meme popular que circulaba era que la COVID-19 se estaba cobrando tantas vidas como la gripe en años anteriores. Karlisnky, que sentía curiosidad por saber si era cierto, empezó a buscar datos, pero no encontró ninguno. Así que empezó a recabar datos de distintos países por su cuenta: envió correos electrónicos a oficinas de estadísticas nacionales y regionales, así como a investigadores que trabajaban en esta cuestión en varios países.
En enero de 2021, empezó a colaborar con Dmitry Kobak, investigador de la Universidad de Tubinga. Su esfuerzo ha conducido a la creación del World Mortality Dataset, que incluye información sobre 95 países y territorios. Desde entonces, The Economist ha utilizado el World Mortality Dataset para realizar sus propias proyecciones sobre las muertes mundiales por la COVID-19. En reconocimiento al trabajo de Karlinsky, la OMS lo invitó a formar parte de un grupo de asesoramiento técnico cuyo objetivo es crear un mapa del número de muertes por la pandemia en todo el mundo.
Karlinsky se siente sorprendido. «Normalmente hay organizaciones como el Banco Mundial y la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos] que básicamente hacen lo que yo hice. Toman datos de cada país y los unen. Por algún motivo, no lo habían hecho, y todavía no lo han hecho», dice por Zoom una tarde de domingo. «Aunque ahora están utilizando mis datos, lo cual es un poco extraño porque son organizaciones oficiales con un presupuesto mucho mayor que mi portátil y yo».
Ahora Karlinsky también está trabajando en las cifras de mortalidad locales basadas en datos de regiones más pequeñas, como ciudades o estados de todo el mundo. Al recopilar y estandarizar estos datos en un mismo lugar, más personas pueden emplear la información para tomar decisiones informadas sobre la respuesta local a la pandemia.
«Existen muchos datos, pero si no se utilizan, no se comparten, es como si no existieran, ¿no?», dice.
Fuentes nuevas, problemas antiguos
Una de las fuentes que acabó en el World Mortality Dataset procede de la periodista india Rukmini S, quien, como Karlinsky, cree que estos datos existen en el sistema de registro civil de la India, que registra los nacimientos y las muertes en todo el país. Sabiendo esto, Rukmini recopiló los datos de mortalidad por todas las causas en la ciudad de Chennai, en el sur de la India.
Una forma de conocer las muertes por la COVID-19 cuando no se dispone de causas específicas es observar el denominado exceso de mortalidad. Esta cifra representa la diferencia entre el número de muertes en un año promedio, tras ajustar el crecimiento demográfico, y el de un año con una circunstancia atenuante, como una pandemia.
El exceso de mortalidad podrían ser muertes por COVID-19 que no se han notificado, pero que también podrían deberse a causas indirectas, como la imposibilidad de acceder a la asistencia sanitaria durante el confinamiento o por enfermedades no relacionadas. Aunque se necesitarán más análisis y datos para relacionar el exceso de mortalidad del último año y la COVID-19, los investigadores se basan cada vez más en las cifras de exceso de mortalidad para comprender las consecuencias directas e indirectas del virus.
En Chennai, los datos muestran más de 74 000 muertes en 2020, que son 12 000 más que la media de los cinco años anteriores. Es un incremento de un 20 por ciento, pese al hecho de que la cifra oficial de muertes por COVID-19 en la ciudad para ese periodo era de solo 4000.
En otros lugares, los expertos en salud pública han encontrado fuentes de datos aún más novedosas. En Damasco, Siria, la presión pública hizo que el depósito de cadáveres publicara los datos de las muertes por todas las causas durante un periodo limitado de ocho días entre el 25 de julio y el 1 de agosto de 2020. Watson, del Imperial College de Londres, cotejó esta información con los datos de un grupo de Facebook que sube obituarios.
Empleando estos datos, Watson y sus colegas calcularon estimaciones para toda la duración de la pandemia, desde febrero hasta septiembre de 2020, llegando una cifra asombrosa: su modelo demuestra que solo se habían notificado el 1,25 por ciento de las muertes por COVID-19 en Damasco hasta el 2 de septiembre de 2020 y que más de 4380 muertes podrían haber pasado desapercibidas a través del sistema oficial de notificación de defunciones.
Para Watson, el análisis fue una revelación. «Cambió por completo nuestra forma de entender la magnitud de la pandemia», dijo. «Fue sorprendente que pudiera haber esa cantidad de muertes, ese nivel de colapso del sistema sanitario, y que los medios de comunicación apenas le prestaran atención».
Al principio, dice, fue difícil convencer a la gente de que la cifra de muertos oficial era inexacta. Pero señala que ha encontrado una sensación de comunidad con otros investigadores que también están dispuestos a cuestionar los datos oficiales y a probar diversos métodos para alcanzar mejores estimaciones.
«Encontrar a otras personas que ya vienen con la idea de que, en realidad, no, todos estamos pasando por alto mucho de lo que ha sucedido y nos queda mucho que mejorar —salir a buscar esos datos— es sin duda una experiencia muy enriquecedora», afirma Watson.
Transparencia gubernamental
Aunque reconoce las ventajas de este tipo de métodos creativos, Rukmini, la periodista de Chennai, insiste en que los gobiernos deben hacer públicos los datos más exactos.
«Aunque estoy a favor de las fuentes novedosas y todos los que trabajan en esto lo hacen con un espíritu de investigación científica y, obviamente, se esfuerzan mucho, me preocupa un poco que no se ejerza suficiente presión democrática para que se publiquen las estadísticas oficiales», afirma.
Chinmay Tumbe, economista que ha estudiado pandemias pasadas, cree que confiar en las cifras del gobierno significaría que la cifra real de víctimas no se revelaría hasta dentro de unos años, cuando lleguen los datos del censo. Pero entonces sería demasiado tarde para que gobiernos, empresas y otros responsables políticos utilicen los datos para influir en la trayectoria de la pandemia.
Llegar a la cifra real de muertes ayudará a averiguar la tasa de letalidad real de la infección, la proporción de todas las personas infectadas que murieron a causa de la COVID-19. Esta cifra fue crucial en la fase inicial de la pandemia para comprender la gravedad de las consecuencias que podría tener el hecho de que no se aplicaran las restricciones de salud pública y se permitiera que el virus se propagara libremente en las poblaciones.
«Sin embargo, es muy difícil realizar una estimación correcta si no conocemos la cantidad real de personas que han muerto», afirma Watson.
Explica que la tasa de letalidad de la infección por SARS-CoV-2 ha sido un tema de debate. Algunas personas sostienen que se ha inflado y han utilizado dicha opinión para desincentivar los confinamientos y otras intervenciones. También señalan la menor mortalidad notificada en entornos de bajos ingresos como prueba de que la pandemia no es tan mortal como se creía en un principio. «Dichos argumentos son manifiestamente incorrectos, dada la magnitud de la insuficiencia de notificaciones que se ha observado», afirma.
Por eso los investigadores deben seguir presionando a los gobiernos para que prioricen la recopilación de datos exactos y actualizados, afirma Tumbe. «Creo que puede convertirse fácilmente en una cuestión electoral. E incluso podría convertirse en algo que incluir en un manifiesto: decir, si nos votan, fundaremos un comité con el que contaremos las muertes».
Necesidad de rendir cuentas
En algunos países, presionar al gobierno ha dado sus frutos. Hace poco, Perú revisó su recuento oficial de muertes, que ahora asciende a 185 380, casi el triple de la cifra original de 69 342. Con 5551 muertes por millón de habitantes, Perú es el país con la peor cifra oficial de muertes del mundo.
Convencer a los países para que acepten un recuento de muertes superior al oficial no va a ser tarea fácil. Con la ayuda del grupo de trabajo, la OMS tiene un plan, dice Asma. Para noviembre de 2021, la OMS quiere estandarizar la metodología para el recuento del exceso de mortalidad, decidir qué parámetros deben utilizarse y contar con estimaciones revisadas para todos los países, seguidas de consultas con representantes de los gobiernos.
«Vamos a hacerlo de forma transparente, así que esto será muy importante», dice. De este modo, los países podrán colaborar con la OMS para señalar incoherencias y llegar a las estimaciones más precisas. Cree que el diálogo animará a los países a alcanzar un consenso sobre las repercusiones reales de la pandemia y a reconocer y publicar mejores datos.
«Si los datos son un bien público, deben ser abiertos», dice. «Y esa es la única forma de pedir cuentas a los demás».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.