Explorando los secretos del laberinto helado de la cima del monte Rainier
Tabby Cavendish, guardabosques del Parque Nacional del Monte Rainier, se asoma a una cueva de hielo de otro mundo situada en el cráter oriental del monte Rainier. Un equipo de montañeros, espeleólogos y científicos ha cartografiado recientemente la extensa red de cuevas de hielo con más detalle que nunca.
Cerca de la cima del monte Rainier, escondida en el cráter oriental del majestuoso volcán, se encuentra una red de oscuras y vastas cuevas de hielo. Estas cavernas, las mayores cuevas glaciovolcánicas del mundo, se encuentran a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Además de la altitud, las bolsas invisibles de gases letales y las rocas afiladas como cuchillas hacen de estas cuevas un lugar inhóspito en el que estar. Y no digamos ya en el que investigar.
Este laberinto helado en los glaciares del monte Rainer, que se eleva al sureste de Seattle (Estados Unidos), contiene pistas sobre el volcán, el funcionamiento interno de los glaciares e incluso mundos helados lejos de la Tierra. Las cuevas pueden ser sobrecogedoras, pero para el espeleólogo y explorador de National Geographic Christian Stenner, la alegría sólo se siente una vez que él y el resto del equipo de expedición están sanos y salvos.
"Fue increíble poner un pie en ella por primera vez", dice Stenner. El pasaje principal de las cuevas es un gran anillo alrededor del cráter volcánico, pero las entradas al sistema son estrechas, ramificándose hacia arriba y hacia fuera del anillo principal. Los exploradores deben agacharse para descender desde los orificios de entrada en la superficie del glaciar y arrastrarse por el escarpado cráter hasta el anillo principal, situado a casi 150 metros de profundidad. "Tardas un minuto en centrarte en lo que vas a hacer, y luego te pones manos a la obra", explica Stenner.
Elevándose sobre el paisaje del estado de Washington, el Monte Rainier, un volcán activo, alcanza los 4400 metros de altura.
De 2014 a 2017, el trabajo de Stenner y su equipo consistió en inspeccionar minuciosamente más de tres kilómetros de cuevas de hielo, expediciones que contaron con el apoyo de National Geographic. Esta red se cartografió en expediciones realizadas en las décadas de 1970 y 1990, pero seguía habiendo lagunas, incoherencias e incertidumbre. ¿Se habían pasado por alto túneles en expediciones anteriores o eran de nueva formación?
Ahora, en un nuevo estudio publicado en la revista Journal of Cave and Karst Studies, Stenner y sus colaboradores han elaborado el mapa más completo de las cuevas de hielo del monte Rainer hasta la fecha, que incluye casi el doble de la longitud de cuevas que se había cartografiado antes. El equipo también descubrió un lago subglacial que podría ser el de mayor altitud de Estados Unidos.
Sorprendentemente, estas cuevas glaciovolcánicas han persistido durante décadas, cuando lo habitual es que muchas cuevas de este tipo sean mucho más efímeras. Para descubrir los secretos de su longevidad y estudiar su posible impacto en el cambio climático, los científicos tuvieron que adentrarse en la boca helada de un volcán.
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James Frystak, miembro de la expedición, en una de las entradas de la cueva. En muchas de las cuevas, el suelo del cráter está más caliente que el aire, lo que crea niebla.
La larga historia de las cuevas
Como su nombre indica, las cuevas glaciovolcánicas se forman en los glaciares de la cima de los volcanes, y hasta los geólogos las consideran rarezas. Puede que sólo haya unos 250 sistemas volcánicos en el mundo capaces de albergar cuevas glaciares, y de ellos, sólo un puñado en lugares como la Antártida, Islandia y el oeste de Norteamérica tienen cuevas documentadas.
"La mayoría de la gente no ha oído hablar de las cuevas glaciovolcánicas", afirma Linda Sobolewski, geóloga de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania) que trabaja con Stenner; "es muy difícil entrar en estas cuevas e investigar, así que queda mucho por hacer".
Llegar a esas cuevas requiere experiencia en montañismo, espeleología y escalada en hielo, así como hacer frente al esfuerzo físico y mental que supone pasar varios días a gran altitud. Por ello, según los autores del estudio, las cuevas glaciovolcánicas pueden ser el tipo de cueva menos conocido de la Tierra.
Las cuevas de hielo del monte Rainier fueron documentadas por primera vez por montañeros durante una expedición a la cima en 1870, aunque las historias indígenas sobre la montaña (que también se llama Tahoma o Takoma, que significa "madre de todas las aguas" en la lengua indígena lushootseed) son mucho más antiguas. En un relato de la expedición publicado en The Atlantic en 1876, el autor describe "una profunda caverna que se extendía dentro y debajo del hielo, formada por la acción del calor... Su techo era una cúpula de hielo verde brillante de la que colgaban largos carámbanos".
Los montañeros seguirían visitando las cuevas, y los científicos también las visitarían en busca de información sobre los procesos volcánicos y glaciares, en este planeta y más allá. En las profundidades de las cuevas vive una vertiginosa variedad de bacterias extremófilas, que ofrecen información sobre cómo podría ser la vida en mundos oceánicos helados como Encélado, la luna de Saturno, y cómo los humanos podrían explorar esos entornos algún día. La NASA incluso ha probado robots exploradores de cuevas de hielo en las grutas de Rainier.
Los cambios en la estructura de las cuevas también podrían alertar a los científicos de la existencia de una actividad volcánica sutil, como la migración de fumarolas, respiraderos de gases volcánicos calientes, que podrían no ser detectados por la teledetección de la superficie. Con millones de personas viviendo a su sombra, el Rainier "es un volcán que necesita toda la vigilancia que podamos ofrecerle", afirma Stenner.
Y si hay que rescatar a alguien de las cuevas, los rescatadores necesitarán un mapa, dice Stenner. El Parque Nacional de Rainier desaconseja encarecidamente a la gente entrar en las cuevas porque son entornos muy peligrosos.
Pero lo que más motiva a Stenner es encontrar algo nunca visto.
"Es verdadera exploración", dice; "es estar en partes de la cueva en las que ningún ser humano ha estado nunca, y quizá nunca vuelva a estar. Es aportar nuestro conocimiento al mundo. Ésa es realmente la recompensa".
El explorador de National Geographic Eduardo Cartaya y el médico de la expedición Woody Peebles miden la densidad del hielo en las cuevas.
De ida y vuelta al mapa
Tras la ascensión de 1870, los informes de los montañeros y un puñado de trabajos de investigación proporcionaron pistas a menudo contradictorias sobre las cuevas. Para resolver esta incertidumbre, entre 1970 y 1973 un equipo escaló las cuevas debidamente equipado para elaborar un mapa preciso. Documentaron unos 1800 metros de pasadizo. Luego, entre 1997 y 1998, otro equipo fue a las cuevas con equipos más modernos y las cartografió de nuevo, esta vez registrando unos 1500 metros.
Stenner y sus colegas sospechaban que podían mejorarlo. Entre 2014 y 2017, su equipo dirigió múltiples expediciones a la cumbre. Con más de 80 científicos y voluntarios, la expedición de 2017 fue la mayor de la historia del volcán.
Todos los que subieron se enfrentaron a una caminata de aproximadamente 24 kilómetros, con más de 2700 metros de desnivel, cargando una mochila de 30 kilos y enfrentándose a vientos de 128 kilómetros por hora. Una vez en la cima, el trabajo no se detuvo.
"Los últimos kilómetros son realmente desmoralizadores. Llegas a los 12 000 pies [3600 metros] y te das cuenta de que aún te quedan 2000 pies [600 metros] por recorrer", explica Lee Florea, geólogo del Servicio Geológico de Washington que participó como espeleólogo en las expediciones. "A 14 000 pies [4200 metros], todo es simplemente brutal en tu cuerpo".
Florea perdió algunas uñas de los pies en las empinadas subidas, y recuerda "ampollas del tamaño de pelotas de softball" (ligeramente más grandes que una pelota de béisbol) que cubrían los pies de un miembro del equipo mientras un médico se apresuraba a salvar la piel que podía. "Básicamente, se le desprendieron los pies dentro de la bota", cuenta Florea.
Una vez establecido el campamento, Stenner y el equipo transportaron pequeñas estaciones de medición por las cuevas, midiendo cuidadosamente las distancias y triangulando los puntos para crear un mapa digital. Cuando se necesitaban más matices, el equipo dibujaba a mano los detalles y las correcciones, como habían hecho sus predecesores.
Cuando volvieron en años posteriores, algunas de las estaciones habían desaparecido en grietas o se habían degradado hasta quedar inutilizables. Incluso cuando las estaciones estaban instaladas, el vapor que salía de las fumarolas a veces bloqueaba los láseres de los instrumentos, impidiéndoles medir nada.
"Lo malo de estas cuevas es que lo destrozan todo", afirma Stenner.
El trabajo en los pasadizos más pequeños a lo largo del borde del sistema de cuevas fue especialmente difícil. Algunas de las etiquetas de los mapas, como "Misery Crawl" y "Murphy's Law" (Arrastrado Miserable y Ley de Murphy), dejan entrever el estado de ánimo del equipo.
Pero también había belleza. Tras pasar interminables minutos arrastrándose por el escarpado suelo del cráter, Stenner y un compañero salieron por fin de un agujero en el hielo del lateral del cráter. Debajo de ellos se extendían las cimas de las nubes, la montaña proyectando una sombra azul sobre blanco.
"Estábamos tan mal por lo que acabábamos de hacer, y miramos hacia atrás y nos encontramos con esta majestuosa escena", recuerda Stenner; "fue realmente asombroso".
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El científico Andreas Pflitsch fotografía los pasadizos de la cueva con una cámara de infrarrojos.
Peebles explora una nueva pista en las cuevas.
Sorprendentemente estable
Una vez concluida la expedición, Stenner y sus colegas, de nuevo a salvo a nivel del mar, compararon metódicamente su nuevo mapa con los de los años 70 y 90, buscando vías que se hubieran pasado por alto o que se hubieran formado, desaparecido o cambiado de tamaño recientemente.
El nuevo mapa documentaba pasadizos de unos 3600 metros. El equipo calcula que recientemente se han formado unos 600 metros de nuevos pasadizos. Mientras que el pasadizo principal, que casi rodea todo el cráter, se mantuvo prácticamente sin cambios, muchos de los pasadizos más pequeños alrededor de los bordes de la cueva se habían desplazado o desaparecido.
Para ser cuevas de hielo situadas en la cima de un volcán, son "notablemente estables", escriben los autores. "Bueno, más o menos estables", dice Florea.
Según Erin Pettit, glacióloga de la Universidad Estatal de Oregón (EE. UU.) que ha estudiado los glaciares del Rainier pero no participó en estas expediciones, las cuevas del Rainier pueden ser estables porque el cráter en forma de cuenco protege al glaciar de un derretimiento excesivo, mientras que el volcán proporciona la cantidad justa de calor. "No me sorprende que se hayan mantenido estables a lo largo del tiempo, tanto como el volcán", afirma; "pero es muy bonito poder ver la longevidad, sabiendo lo sensibles que pueden ser los glaciares".
Según Jason Gulley, geólogo de la Universidad del Sur de Florida (EE. UU.) que no participó en el trabajo, el mapa es aún más emocionante gracias a la contribución de los científicos ciudadanos.
"Lo más increíble e impactante de todo esto es que se trata de una exploración realizada por un grupo de ciudadanos corrientes", afirma Gulley, aunque señala que no hay nada de "corriente" en las habilidades necesarias para trabajar en algunas de las cuevas de hielo más altas del mundo.
Cartaya, asegurado por Frystak, trepa por una pared de hielo de la cámara principal para colocar marcadores de ablación en el hielo que permitirán a los científicos medir el deshielo a lo largo del tiempo.
El futuro de las cuevas de hielo del Rainier
La estabilidad de las cuevas contrasta con la de dos vecinos de Rainier: el monte Hood y el monte St. Helens. El glaciar Sandy del monte Hood está en retroceso y sus cuevas de hielo se están reduciendo con él, mientras que las cuevas glaciares del monte St. Helens están creciendo, como informaron Stenner y Sobolewski en 2023.
Es un equilibrio tenue, y con otros glaciares de todo el mundo sucumbiendo al cambio climático, los científicos no están seguros de lo que pasará con las cuevas del Rainier. "Cada [glaciar volcánico] responderá de forma diferente", afirma Stenner; "no nos gustaría que estos entornos desaparecieran porque son únicos".
El nuevo mapa servirá de referencia fundamental para seguir los cambios, tanto del clima como de la actividad volcánica. Si aumenta la tasa de deshielo, no sólo podrían derrumbarse las cuevas. La roca de las cimas de los volcanes es un "amasijo de migas" debido a los fluidos calientes y ácidos que circulan por ellas, y el hielo glaciar es clave para mantener intacta la cima de la montaña, afirma Pettit. Si el glaciar desaparece, partes del edificio volcánico también podrían hacerlo, provocando flujos de lodo mortales llamados lahares que podrían poner en peligro a miles de personas.
Recién cartografiadas, las cuevas serán también un valioso análogo para otros planetas, afirma Gulley. "Los astrobiólogos pueden hacer mucho dentro de estas cuevas para entender cómo podría ser la vida en mundos helados como Europa [la luna de Júpiter]", afirma.
El cambio climático amenaza con alterar el equilibrio de estas cuevas de hielo, pero por el momento, los recovecos helados del monte Rainier no parecen ir a ninguna parte.
"Todo es efímero, en realidad", dice Pettit; "pero resulta que el hielo es bastante difícil de derretir".
La National Geographic Society, comprometida a iluminar y proteger las maravillas de nuestro mundo, financió el trabajo de este equipo. Descubre más sobre la NGS y su apoyo a los exploradores en natgeo.com/impact.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.