Por qué la dopamina nos impulsa a hacer tareas difíciles (incluso si no hay recompensa)
Alex Honnold cuelga de un acantilado en la costa norte de Omán. Las investigaciones demuestran que las personas que participan en actividades de alto riesgo, como deportes extremos o aventuras en busca de emociones, suelen presentar mayores niveles de dopamina que quienes no lo hacen.
Tanto si corremos agotados en una maratón como si pasamos el dedo por un smartphone, a menudo nos preguntamos: ¿por qué estoy haciendo esto?
En ambos casos, la respuesta se encuentra en la dopamina, el mensajero químico del cerebro que procesa las recompensas y nos motiva a buscarlas. Cuando algo nos hace sentir bien (ya sea comida, drogas o likes de Instagram) la dopamina nos impulsa a querer más, a veces hasta el punto de la adicción.
En su libro Dopamine Nation: Finding Balance in the Age of Indulgence [El país de la dopamina: Encontrando el equilibrio en la era de la indulgencia], Anna Lembke, psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), llama al teléfono inteligente "la aguja hipodérmica moderna, que suministra dopamina digital 24 horas al día, 7 días a la semana". Los smartphones hacen posible nuestro deseo de facilidad y comodidad.
Pero a veces (ya sea corriendo una maratón, escalando una montaña o montando muebles) elegimos voluntariamente la dificultad frente a la facilidad.
Michael Inzlicht, psicólogo de la Universidad de Toronto (Canadá), lo llama la paradoja del esfuerzo. Aunque a menudo evitamos el trabajo duro, otras veces lo valoramos y consideramos que las cosas son más gratificantes si tenemos que trabajar para conseguirlas. Hacemos senderismo por la montaña aunque podamos disfrutar de las mismas vistas en telecabina, y gastamos más en muebles que montamos nosotros que en piezas premontadas. "Parece que se dan las dos cosas a la vez: evitamos el esfuerzo, pero también parece que nos gusta", dice Inzlicht.
Este fenómeno va más allá de las actividades extremas, como el alpinismo o la maratón. Muchas personas buscan actividades que les supongan un reto, como los rompecabezas o los crucigramas, porque el esfuerzo en sí les resulta agradable. Esta apreciación del esfuerzo está arraigada en nuestro cerebro, ya que la dopamina nos anima a valorar las tareas que exigen perseverancia y dedicación.
"A veces, el esfuerzo es la única forma que tienes de ponerte a prueba", afirma Inzlicht.
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¿Qué le hace la dopamina a nuestro cerebro?
La misma molécula que nos engancha a las aplicaciones que dispensan dosis instantáneas de placer también nos anima a valorar las cosas que requieren mucho trabajo.
En un estudio de Neir Eshel, psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, los ratones aprendieron a meter la nariz en un agujero para obtener zumo. Cuando se aumentaba el número de agujeros necesarios para obtener zumo o se administraban descargas eléctricas leves, se liberaba más dopamina en el cuerpo estriado, una región del cerebro importante para la motivación y la experiencia de recompensa.
Del mismo modo, los estudios sobre la gratificación diferida revelan que la espera de una recompensa mayor desencadena un aumento constante de los niveles de dopamina, lo que refuerza el valor de la paciencia y la perseverancia. Sin embargo, aunque la dopamina puede motivarnos, también conlleva riesgos. Perseguir constantemente recompensas ricas en dopamina puede conducir al agotamiento y a comportamientos poco saludables. Además, las presiones sociales para tener éxito pueden exacerbar esta búsqueda, fomentando una cultura de competición y validación externa.
Pero a diferencia de lo que ocurre con las drogas adictivas o las aplicaciones, los niveles de dopamina no se disparan cuando hacemos intencionadamente cosas que nos suponen un esfuerzo o un dolor. La subida y la bajada son más graduales, "una forma potencialmente más sostenible y menos vulnerable al problema de la adicción", dice Lemke. Algunas personas se vuelven adictas a los estímulos dolorosos, pero es menos común y a menudo más adaptable socialmente; sólo los casos extremos de adicción al ejercicio o la adicción al trabajo buscan atención clínica.
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La ciencia de la motivación
Kenneth Carter, psicólogo de la Universidad de Emory y autor de ¡Buzz! Inside the Minds of Thrill-Seekers, Daredevils, and Adrenaline Junkies [¡Buzz! Dentro de la mente de los buscadores de emociones, los temerarios y los adictos a la adrenalina], afirma que incluso los llamados "adictos a la adrenalina" lo hacen por la dopamina. Will Gadd, el primero en escalar las cataratas heladas del Niágara, dijo a Carter que si quisiera un subidón de adrenalina, cruzaría a toda velocidad una autopista.
En cambio, lo que Gadd describe (diferenciar los sonidos que hace el hielo para evaluar si le aguantará) suena a maestría. Lo hizo por el reto, no por el riesgo. "Los grandes buscadores de sensaciones en esos entornos caóticos tienden a producir niveles más altos de dopamina", dice Carter. También tienen niveles más bajos de cortisol, una hormona del estrés que desencadena la respuesta de lucha o huida: "Es esa combinación la que hace que esos grandes buscadores de sensaciones sean realmente buenos".
Los menos ansiosos por empuñar un piolet pueden aprender a valorar el esfuerzo. Inzlicht descubrió que las personas recompensadas por elegir una tarea más difícil (a diferencia de las recompensadas por hacerlo bien) optan por la versión difícil la próxima vez, aunque ya no conlleve una recompensa. Esta valoración del trabajo duro se traslada a tareas no relacionadas, desde la escuela y el deporte hasta el trabajo y la crianza de los hijos. "Si recompensas el esfuerzo que la gente pone en las cosas, la gente empezará a valorar el esfuerzo", dice Inzlicht.
Aun así, soltar el teléfono y buscar el esfuerzo puede resultar difícil al principio. Lemke sugiere incluirlo en nuestra agenda y hacerlo con amigos o hacerlo motivado por un bien mayor, como correr una carrera benéfica o ir en bici para ahorrar gasolina.
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También es importante elegir algo estimulante. Nos quedamos mirando el móvil, aparentemente sin hacer nada, porque es mejor que no hacer nada. La gente está dispuesta a pagar dinero, mirar imágenes asquerosas o darse descargas eléctricas para evitar el aburrimiento. "Puede que el esfuerzo nos resulte aversivo, pero también lo es el aburrimiento", afirma Inzlicht. En sus estudios, la gente elegía una tarea mentalmente desafiante antes que no hacer nada. "Hay un punto óptimo", afirma; "no queremos esforzarnos mucho, pero también queremos que nos estimulen... y el esfuerzo puede ser interesante". Pero el mismo esfuerzo puede volverse tedioso, así que mantenlo fresco: busca un parque nuevo por el que pasear o guarda un programa o podcast favorito para el gimnasio.
Al reconocer el poder de la dopamina en el impulso de nuestros comportamientos, podemos esforzarnos por lograr un equilibrio más saludable entre la búsqueda del placer y la aceptación de los retos. Como dice Lembke, "estamos programados para esforzarnos", pero depende de nosotros canalizar ese impulso de forma sostenible y satisfactoria.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.