Silueta de una mujer preocupada

¿Por qué nos sigue costando asimilar las cicatrices de la pandemia de COVID-19?

Cuatro años después, la pandemia de coronavirus sigue afectando a muchas personas que se sienten solas y agotadas. Además, los expertos están preocupados por la pérdida de interacciones informales no planificadas.

En los años transcurridos desde el encierro, muchas personas (especialmente jóvenes) se han encontrado en un callejón sin salida: solas y agotadas, pero ansiosas por relacionarse con los demás.

Fotografía de Oredia, Patrice Lucenet, Camera Press, Redux
Por Alissa Greenberg
Publicado 14 ago 2024, 11:38 CEST

Cuando Jessica Hernández perdió a su mejor amiga de la universidad por un cáncer en abril de 2020, tuvo que asistir al funeral de la única manera en que las autoridades (en plena etapa de confinamiento por COVID-19) se lo permitieron: a través de Zoom. Su dolor persistió mientras se reducían tanto las tasas de mortalidad por coronavirus como el estado de emergencia mundial, introduciéndonos poco a poco en una nueva era de convivencia con el virus.

Hernández sólo empezó a sanarse cuando por fin pudo hacer el duelo con sus amigos en persona. Pero el proceso ha sido lento. Como trabajadora social licenciada y terapeuta de traumas, se ha dado cuenta de que muchos de sus pacientes han experimentado una angustia prolongada similar exclusiva de los últimos cuatro años.

Es normal que a todos aquellos que, como Hernández, hayan vivido experiencias explícitamente traumáticas durante el encierro, les resulte más fácil empatizar y verse reflejados en esa sensación de dolor persistente. No obstante, cuatro años después ha llamado la atención un nuevo fenómeno: incluso quienes no perdieron a sus seres queridos, sus medios de vida o su salud (con enfermedades crónicas como la COVID larga, por ejemplo) siguen lidiando con una sensación difusa y vaga de malestar.

Los expertos afirman que esta angustia ambigua se manifiesta en una soledad omnipresente y acentuada, una capacidad social mermada y unos lazos con la comunidad que se debilitan. Una sensación en la que las llamadas a seguir adelante y "volver a la normalidad" son precisamente lo que más imposibilita poder llevar a cabo la tarea de recuperar la normalidad.

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Volverse hacia dentro para capear el temporal

Aunque es imposible establecer explícitamente la causa y efecto de los últimos años de encierros y aumento de enfermedades, agitación geopolítica, condiciones meteorológicas extremas e inflación, está claro que el panorama emocional del ciudadano medio se encuentra actualmente en estado de agitación. Y la sociedad estadounidense es un buen ejemplo.

Una encuesta de 2022 de la Asociación Americana de Psicología reflejó que un tercio de los estadounidenses consideraba que el estrés les "abrumaba por completo la mayoría de los días". Y en una encuesta posterior, casi la mitad de los encuestados declararon estar más ansiosos en 2024 que el año pasado. Además, un tercio de los estadounidenses afirma sentirse solo al menos una vez a la semana, mientras que el 10% se siente solo todos los días.  

La geógrafa de la salud Jessica Finlay, que ha estado siguiendo una cohorte de 7000 estadounidenses mayores en los 50 estados desde 2020 para rastrear las formas en que se han enfrentado a la COVID-19, ve esta angustia como parte del legado emocional del confinamiento. "Las personas se volvieron hacia adentro, hacia amigos cercanos y miembros de la comunidad para capear el temporal", dice, confiando en ellos mientras se cerraban al mundo exterior.  

Pero esa postura protectora tiene consecuencias. "Cuando la gente tiene miedo, se vuelve simple, se cierra" a las conexiones que necesitamos, afirma la terapeuta Naomi Altman. Incluso mucho después de que los encierros hayan remitido, muchos estadounidenses parecen seguir luchando contra este círculo vicioso social. "Veo a gente en conflicto con el deseo de estar menos sola, de conocer gente, pero que se siente muy ansiosa o nerviosa por salir y hacerlo", dice la psicóloga clínica Robin Fox.

Los adolescentes y los veinteañeros parecen pasarlo especialmente mal. En un reciente estudio piloto separado de su cohorte principal, Finlay descubrió los niveles más altos de soledad y aislamiento en los encuestados de 15 a 20 años. No obstante, esta combinación de disminución de la batería social y aumento de la aprensión (que Finlay denomina "atrofia del músculo social") está registrándose en personas de todas las edades.

Hernández, Altman y Fox también han observado que ahora a sus clientes les cuesta relajarse, que están en hiperalerta ante el peligro, y que sufren cambios de humor y dificultades para regular las emociones. El terapeuta matrimonial y familiar Sam Silverman afirma que todos estos síntomas son indicadores típicos tanto de un trauma no procesado como de un "agotamiento del sistema nervioso", en el que la hipervigilancia y la angustia prolongadas conducen a un cansancio y agobio permanentes.

Esta angustia parece correlacionarse con el aumento de la adicción: las investigaciones muestran que los problemas de salud mental fueron el motivo más común de casos de abuso de alcohol y otras sustancias durante la pandemia. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), las muertes anuales por sobredosis no han dejado de aumentar desde 2020, al igual que las llamadas a la línea de atención al suicida 988. El último informe de los CDC muestra que el suicidio se encuentra en un máximo no visto desde 1941.

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"Vínculos débiles" y lugar de trabajo

Una consecuencia persistente de la era del encierro es que nos enseñó "a temer a otras personas", dice Fox. En concreto, a Finlay le preocupa la pérdida de lo que los sociólogos denominan "vínculos débiles", interacciones informales y no planificadas que, según demuestran décadas de datos, están asociadas a una mayor satisfacción vital e incluso a una mayor esperanza de vida.

Ahora, muchas personas de su grupo creen que no tienen ni la habilidad ni la oportunidad de mantener esas interacciones. En lugar de charlar con la cajera o la persona del mostrador de la carnicería, "ya sea por costumbre, a propósito o ambas cosas, la gente se apresura en el supermercado. Cogen lo que necesitan y se van", dice.

Es más probable que los vínculos débiles tiendan puentes entre las diferencias de edad, raza, etnia, política u otras, lo que significa que su pérdida tiene implicaciones cívicas y puede contribuir al aumento de los conflictos públicos y a una mayor polarización política. "La gente dice que ahora no puede o se niega a relacionarse con amigos o familiares que piensan de forma diferente, una intolerancia que nunca antes habían experimentado", añade Finlay.

Los cambios sísmicos en la cultura laboral estadounidense desde 2020 también están amenazando estos vínculos débiles.

En mayo de 2024, alrededor del 40% de los estadounidenses trabajó desde casa al menos un día a la semana y el 26% lo hizo a distancia, cinco veces más que antes de la pandemia, según Nick Bloom, economista de la Universidad de Stanford. Los datos muestran que el cambio ha sido "abrumadoramente positivo", afirma Bloom, pero también ha representado una transformación cultural que tiene a las empresas luchando por ponerse al día.

Para muchas personas, "la tecnología no sustituye al tiempo en persona; no puede reemplazar todas las respuestas fisiológicas cuando estamos en persona y todas las conversaciones aleatorias que se producen", afirma Jim Harter, científico jefe para el lugar de trabajo en la consultora de gestión Gallup. Subraya que el trabajo a distancia no tiene por qué conducir al aislamiento o la soledad. Pero si la forma en que trabajamos (desde la frecuencia de las reuniones al estilo de gestión) no cambia en consecuencia, entonces "la distancia física puede convertirse en distancia mental".

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El peligro de los mensajes de "vuelta a la normalidad"

Los mensajes generalizados que nos animan a actuar como si todo hubiera "vuelto a la normalidad" pueden ser en sí mismos síntomas de trauma, afirma Silverman, ya que muchas personas se sienten más cómodas hablando de experiencias difíciles una vez resueltas y "en tiempo pasado".

Esa dinámica también puede contribuir a la reacción emocional, y a menudo política, contra la gente que sigue llevando mascarilla: en la mayoría de estados de EE. UU. se están planteando prohibirlas por completo, una medida que conllevaría graves consecuencias en medio de oleadas de infecciones, muertes continuas y riesgo de COVID larga.

Finlay ha descubierto un mayor riesgo de depresión y ansiedad en las personas de su cohorte que siguen practicando la precaución asociada a la COVID-19. En sus encuestas, dicen sentirse abandonados y aislados viendo cómo el resto del mundo parece olvidar lo que para ellos está dolorosamente presente. Y con el fin de las directrices de salud pública y el aumento del estigma de la mascarilla, "mucha gente se ve obligada a aislarse aún más", dice Miles Griffis, cofundador de The Sick Times (una web que se centra en la ciencia y regulación detrás de la COVID larga), una sensación parecida a la de estar "encerrado fuera de la sociedad".

Tanto para los que guardan cautela frente al coronavirus como para quienes retoman los hábitos de 2019, Fox considera que el reconocimiento generalizado de las luchas de los últimos cuatro años, incluso por parte de las figuras de autoridad, es un primer paso esencial hacia la curación. Más pasos posibles: Finlay sugiere revitalizar los vínculos débiles mediante programas comunitarios; mientras Altman apunta a rituales que dejen espacio para recordar las cosas que hicieron tan difícil este periodo.

De lo contrario, la gente seguirá culpándose a sí misma de su angustia continuada. "Oigo a mucha gente decir: 'Ya debería haber superado esto; ¿por qué no me va mejor? La verdad es que esto fue tan traumático, ¿cómo podemos esperar que la gente lo supere? Hay mucho que trabajo que hacer". dice Fox.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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