Cómo un grupo de observadores del sol detuvo una posible III Guerra Mundial en 1967
El Sol expulsa una gigantesca nube de plasma conocida como eyección de masa coronal, como se vio el 1 de mayo de 2013.
El 23 de mayo de 1967, en plena Guerra Fría, los oficiales en servicio del Mando Aéreo Estratégico de Estados Unidos (SAC, por sus siglas en inglés) se apiñaban en un centro de mando subterráneo a las afueras de Omaha. Tenían menos de 30 minutos para determinar si un repentino brote de interferencias de radio y radar era fruto de un suceso natural o si de lo contrario se trataba de un subterfugio soviético que enmascaraba un ataque nuclear.
Al Buckles era el controlador de acción de emergencia de guardia ese día en el SAC. Tan pronto como se enteró de la aparente interferencia de radio, él y el Equipo de Acciones de Emergencia del SAC, que incluía oficiales superiores, se pusieron al teléfono con el NORAD, el Mando de Defensa Aérea Norteamericano en Colorado Springs, y el Centro Nacional de Mando Militar en el Pentágono.
Los radares estadounidenses que se habían estropeado formaban parte del Sistema de Alerta Temprana de Misiles Balísticos, dedicado a escanear el cielo en busca de misiles soviéticos. Aunque no se hubiera disparado ningún misil, interferir intencionadamente este sistema de alerta temprana habría sido considerado un posible acto de guerra durante el clima políticamente tenso de la Guerra Fría.
Mientras el equipo analizaba la información recibida, los aviones utilizados como centros móviles de mando y control y los bombarderos cargados con armas nucleares esperaban sus instrucciones. El presidente, Lyndon B. Johnson, estaba a una llamada de distancia.
En resumen, si el equipo determinaba que los soviéticos habían sido los culpables, sus siguientes acciones podrían haber desencadenado la devastación mundial.
Afortunadamente, ese día no se produjo ninguna llamada y los aviones permanecieron en tierra. Al cabo de unos 10 minutos, Buckles y sus colegas determinaron que la interferencia del radar había sido un fenómeno natural: una fuerte erupción solar había bombardeado nuestro planeta con una ráfaga de partículas cargadas, creando perturbaciones geomagnéticas que interrumpieron las comunicaciones por radio.
"Fue un acontecimiento casi inesperado", afirma Delores Knipp, física espacial de la Universidad de Colorado-Boulder, que esta semana ha relatado públicamente la historia por primera vez en un nuevo artículo publicado en Space Weather.
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La gran tormenta
Las erupciones solares se producen cuando el Sol libera repentinamente la energía magnética acumulada en su atmósfera. Si una erupción especialmente fuerte apunta a la Tierra, la radiación electromagnética puede golpear la atmósfera superior y causar interferencias de radio.
La Gran Tormenta de 1967 fue una de las tormentas solares más fuertes registradas en la historia, desencadenando auroras tan al sur como Nuevo México, según un informe del 26 de mayo de 1967.
Imagen que muestra la actividad del Sol el 23 de mayo de 1967. Una gran llamarada aparece marcada por un punto brillante en la parte superior-media del disco solar.
Además, tras una erupción pueden producirse ráfagas de partículas solares conocidas como eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés), y estas corrientes de partículas solares pueden seguir afectando a las comunicaciones durante días. Este fue el caso de la tormenta de 1967.
"Algunas de estas [CME] se canalizan hacia las regiones del casquete polar, y terminamos con apagones en el casquete polar", dice Knipp. En 1967, "esto sucedió y continuó durante cuatro días. Pico, tras pico, tras joroba".
Fue muy importante que la Gran Tormenta ocurrió justo un año después de que el Centro de Predicción Solar del Servicio Meteorológico Aéreo publicara su primer manual de predicción meteorológica espacial. En aquella época, un equipo de previsión solar emitía previsiones semanales, operaba las 24 horas del día y obtenía datos de cuatro observatorios solares de Estados Unidos, así como de instalaciones de Grecia y Filipinas.
La observación solar sólo había cobrado fuerza en el ámbito militar unos años antes, tras el lanzamiento del satélite soviético Sputnik-1 en 1957.
Por suerte para Buckles y su equipo, la Environmental Science Services Administration, precursora de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), detectó inicialmente manchas solares el 18 de mayo. En los días siguientes, observaron cómo las manchas aumentaban en complejidad e intensidad magnética, hasta que finalmente estallaron en una brillante erupción solar. Poco después se produjeron otras dos erupciones.
Dos observatorios solares operados por el Servicio Meteorológico Aéreo vieron las erupciones en tiempo real y el NORAD utilizó sus datos en sus conversaciones con el SAC.
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Nacimiento de una previsión
En última instancia, una red científica implantada en la década de 1960 sentó las bases para que Buckles y su equipo pudieran tomar una decisión rápida y precisa ante el fallo de una red de radares.
Según Knipp, "esta tormenta fue lo suficientemente importante como para impulsar cambios en el desarrollo de la Fuerza Aérea en meteorología espacial y observatorios". En su opinión, la tormenta de mayo de 1967 fue la raíz de lo que hoy llamamos previsión meteorológica espacial.
El Departamento de Defensa amplió rápidamente su observación espacial en respuesta a la tormenta, y el Sistema de Apoyo al Entorno Espacial de las Fuerzas Aéreas de EE. UU. nació directamente del acontecimiento.
Pero aunque la tormenta cambió la forma en que los militares veían la observación espacial, para Al Buckles no fue más que otro día en la oficina.
"Cada minuto era un minuto de entrenamiento, un minuto de estar preparado", dice: "No había lugar para interpretaciones o juicios erróneos. Un error podía provocar un montón de cosas no deseadas".
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.