La larga travesía del trastorno de estrés postraumático (TEPT) hasta que empezó a ser tomado en serio
Los síntomas del trastorno de estrés postraumático son conocidos desde hace milenios, pero los médicos han tardado más de un siglo en clasificarlos como un trastorno con un tratamiento específico.
Un soldado canadiense observa las secuelas de la batalla de Passchendaele, Bélgica, en 1917. Cientos de miles de personas que sirvieron en la Primera Guerra Mundial sobrevivieron con lo que ahora se llamaría trastorno de estrés postraumático (TEPT).
La guerra había terminado, pero los soldados seguían luchando. Los recuerdos, las pesadillas y la depresión les atormentaban. Algunos arrastraban las palabras. Otros no podían concentrarse. Atormentados y temerosos, los soldados luchaban contra los fantasmas de la guerra.
¿Qué guerra? Si has pensado en Vietnam, la Guerra Civil española o incluso la Primera Guerra Mundial, te equivocas. Los síntomas de estos soldados no se registraron en tablas de papel, sino en tablillas cuneiformes inscritas en Mesopotamia hace más de 3000 años.
Por aquel entonces, se suponía que los antiguos soldados estaban embrujados por fantasmas. Pero si se les tratara hoy, probablemente recibirían un diagnóstico psiquiátrico formal de trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Aunque el diagnóstico tiene sus raíces en el combate, la comunidad médica reconoce ahora que el TEPT afecta por igual a civiles y soldados. Los pacientes desarrollan el TEPT tras experimentar, conocer o presenciar un suceso traumático (definido como "amenaza o muerte real, lesiones graves o violencia sexual") y sus síntomas intrusivos afectan a su capacidad para afrontar el presente.
Es probable que casi el 7% de las personas adultas estadounidenses sufran TEPT a lo largo de su vida, pero han tenido que pasar siglos para que la sociedad haya sabido reconocer los nocivos efectos físicos y mentales de experimentar, presenciar o ser consciente de sucesos traumáticos.
"Histeria traumática"
Los historiadores de la medicina han documentado muchos relatos tempranos de lo que ahora se clasificaría como TEPT. Está la descripción que hace Heródoto de un soldado ateniense que se quedó ciego tras presenciar la batalla de Maratón en el 490 a.C., y un monólogo de Shakespeare en Enrique IV, Parte 1, en el que Lady Percy describe el insomnio y la incapacidad de su marido para disfrutar de la vida tras luchar en una batalla. También hay descripciones más modernas, como los relatos de combatientes de la Guerra Civil de Estaods Unidos que desarrollaron lo que sus médicos llamaron "corazón de soldado".
Pero aunque los primeros médicos buscaron una causa física, no fue hasta la década de 1880 cuando los psiquiatras relacionaron los síntomas con el cerebro. En aquella época, a las mujeres que expresaban emociones vehementes se las etiquetaba con "histeria", una afección que supuestamente surgía del útero. Cuando el neurólogo francés Jean-Martin Charcot observó síntomas similares en los hombres, los atribuyó a sucesos traumáticos (más que a un origen biológico) y nació el término "histeria traumática".
"El concepto de trauma estuvo ligado a la debilidad femenina desde el principio", afirma MaryCatherine McDonald, historiadora del TEPT que trabaja como profesora adjunta de filosofía y estudios religiosos en la Universidad Old Dominion de Virginia (Estados Unidos). Y cuando la Primera Guerra Mundial irrumpió en escena, desafió la convicción común de que la estabilidad psicológica era una cuestión de carácter personal, masculinidad y fuerza moral.
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Shock y fatiga de combate
Desde el combate aéreo hasta el gas venenoso, la Primera Guerra Mundial introdujo nuevas y aterradoras tecnologías de combate a una escala hasta entonces inimaginable, y los soldados abandonaron el frente destrozados. De la noche a la mañana, surgió el campo de la psiquiatría de guerra y apareció un nuevo término, "neurosis de guerra", para describir una serie de lesiones mentales, desde tics faciales hasta incapacidad para hablar. Cientos de miles de hombres de ambos bandos salieron de la Primera Guerra Mundial con lo que ahora se llamaría TEPT, y aunque algunos recibieron una forma rudimentaria de tratamiento psiquiátrico, fueron vilipendiados después de la guerra. Como señala la historiadora Fiona Reid, "el tratamiento de la neurosis de guerra estaba constantemente ligado a la disciplina" en los ejércitos que tenían problemas para alinear sus creencias en el valor y el heroísmo con la realidad de los hombres que llevaban heridas invisibles.
Un médico administra un sedante a un soldado estadounidense de la Segunda Guerra Mundial que sufre un "shock de batalla". Términos como "shock de batalla", "colapso psiquiátrico", "fatiga de combate" y "neurosis de guerra" se utilizaron para describir los síntomas del TEPT durante la Segunda Guerra Mundial.
Para la Segunda Guerra Mundial, los psiquiatras reconocían cada vez más que el combate tendría ramificaciones en la salud mental, y llegaron a la conclusión de que demasiados hombres propensos a la ansiedad o a las "tendencias neuróticas" habían sido seleccionados para servir en la guerra anterior. Sin embargo, aunque en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial se examinó y rechazó a seis veces más hombres estadounidenses, el servicio militar siguió pasando factura. Aproximadamente el doble de soldados estadounidenses mostraron síntomas de TEPT durante la Segunda Guerra Mundial que en la Primera Guerra Mundial. Esta vez su afección se denominó "colapso psiquiátrico", "fatiga de combate" o "neurosis de guerra".
Los oficiales militares supusieron que retirar a los hombres de las situaciones de combate o tratarlos con inyecciones de fármacos como el amital sódico aliviaría su angustia psiquiátrica. No funcionó: casi 1,4 millones de los 16,1 millones de hombres que sirvieron en la Segunda Guerra Mundial fueron tratados por fatiga de combate durante la guerra, y la enfermedad fue responsable del 40 por ciento de todas las bajas.
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Síndrome post-Vietnam
El creciente reconocimiento de la ubicuidad de las lesiones psiquiátricas durante la guerra impulsó enfoques más compasivos hacia los veteranos traumatizados. "El soldado sufre en la situación de guerra moderna una privación difícil de igualar en cualquier situación de la vida civil o incluso primitiva", escribió el psiquiatra Abram Kardiner, cuyo libro de 1941 The Traumatic Neuroses of War [Las neurosis traumáticas de la guerra] ayudó a cambiar la visión de lo que ahora se conoce como TEPT. Pero a pesar del creciente reconocimiento de las tensiones propias del combate, así como de los estudios que demostraban que los efectos de la guerra podían durar décadas, los soldados seguían enfrentándose a opiniones anticuadas sobre su capacidad para recuperarse de los trastornos psiquiátricos relacionados con el combate.
En 1952, la Asociación Americana de Psicología publicó el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), lo más parecido que tiene la psiquiatría a una biblia. El manual ayuda a los profesionales a diagnosticar las enfermedades mentales e influye enormemente en todos los ámbitos, desde la investigación hasta las políticas públicas y los seguros sanitarios. Pero los síntomas de los veteranos se clasificaban dentro de trastornos como la depresión o la esquizofrenia en lugar de ser reconocidos como un diagnóstico distinto.
En 1972, el psiquiatra Chaim Shatan acuñó el término "síndrome post-Vietnam". Por aquel entonces, los veteranos de Vietnam llevaban años volviendo a casa y muchos se sentían acosados por el entumecimiento emocional, la volatilidad, las escenas retrospectivas y la rabia. En parte porque muchos experimentaban síntomas tardíos, los veteranos tenían problemas para acceder a tratamiento y prestaciones a pesar de sus heridas invisibles.
Cada vez más, los veteranos recurrieron a lo que el psiquiatra Robert Lifton denominó "psiquiatría de la esquina": comunidades de autoayuda de veteranos que a menudo combinaban su curación con protestas contra la guerra. Por el camino, conocieron a médicos e investigadores como Lifton y Shatan, que empezaron a abogar por que el DSM incluyera algún tipo de diagnóstico de estrés postbélico. En 1980, el "trastorno de estrés postraumático" se convirtió en un diagnóstico formal en la tercera edición del DSM. Doce años más tarde, también se adoptó en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud.
Heridas invisibles
La definición actual de TEPT es más amplia que nunca, y se reconoce entre los supervivientes de abusos o agresiones sexuales, crisis sanitarias y operaciones quirúrgicas, catástrofes naturales, duelo, tiroteos masivos, accidentes y otras situaciones. El TEPT se asocia a todo tipo de trastornos, desde flashbacks y pesadillas hasta hipervigilancia, problemas de concentración, amnesia, disociación y creencias negativas sobre sí mismos o sobre los demás.
Cada año que pasa, los investigadores desarrollan nuevos tratamientos para el TEPT y aprenden más sobre cómo el trauma afecta al cerebro y al cuerpo. También están lidiando con la posibilidad de que los efectos del trauma y el estrés puedan transmitirse de una generación a otra a través de cambios químicos que afectan la forma en que se expresa el ADN. Un estudio de 2018, por ejemplo, encontró una alta mortalidad entre los descendientes de hombres que sobrevivieron a los campos de prisioneros de la Guerra Civil estadounidense en la década de 1860. Los científicos todavía están discutiendo sobre un estudio anterior que sugirió que los descendientes de los sobrevivientes del Holocausto heredaron un equilibrio diferente de hormonas del estrés que sus pares.
Otros investigadores, como Jessica Graham-LoPresti, se oponen a las limitaciones del propio diagnóstico oficial de TEPT. Psicóloga clínica y profesora adjunta de la Universidad de Suffolk (Estados Unidos), Graham-LoPresti estudia los efectos del racismo sistémico en los afroamericanos. "La gente de color experimenta muchos síntomas en respuesta a la frecuencia y la omnipresencia del racismo que reflejan los síntomas del TEPT", afirma, y señala que ver imágenes de brutalidad policial puede exacerbar los miedos y el estrés de unas vidas ya afectadas por experiencias racistas generalizadas. "Esto no es nuevo, pero [estas imágenes están] provocando mucha hipervigilancia, respuestas emocionales de estrés y ansiedad, y sentimientos de impotencia y desesperanza".
Varios niños observan a "Rudy", un perro de apoyo emocional traído el primer día de clase tras el devastador incendio de Kincade, en el norte de California, en 2019. Muchos de los niños sufren síntomas de TEPT debido a la frecuencia de los incendios en la zona.
Pero aunque la definición actual de TEPT considera que experimentar o presenciar un único incidente de terror racializado es un incidente incitador, no tiene en cuenta las microagresiones y las dinámicas intergeneracionales que los afroamericanos experimentan cada día. "Es un tema complicado", afirma Graham-LoPresti. "Es muy nuevo, y los investigadores de color están empezando a recibir muchas críticas porque el campo es abrumadoramente blanco".
Mientras Graham Lo-Presti trabaja para conectar los puntos entre el racismo y el TEPT, sus colegas están considerando los efectos potenciales de otra pandemia: COVID-19. Los psiquiatras se preparan para una avalancha de pacientes traumatizados tanto por haber sobrevivido a la enfermedad como por haber perdido a sus seres queridos a causa de ella. Tras la epidemia de SRAS en Hong Kong en 2003, algunos pacientes y trabajadores sanitarios desarrollaron TEPT y, en diversos estudios, las personas que estuvieron en cuarentena mostraron más signos de estrés postraumático que las que no lo estuvieron.
Pero eso no significa que todas las personas que vivan un acontecimiento traumático desarrollen TEPT, ni que quienes lo padezcan no puedan encontrar la curación y la alegría. Al igual que ocurre con otras enfermedades crónicas, el TEPT puede remitir y, a medida que el estudio del TEPT madura, los investigadores han llegado a apreciar los heroicos intentos del cerebro por curarse a sí mismo tras los sucesos traumáticos.
"Pensar que el TEPT es una disfunción es una idea destructiva", afirma McDonald. "Nos equivocamos de raíz cuando pensamos que es un signo de ruptura. Es el signo del impulso de sobrevivir".
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.