La luna podría seguir teniendo actividad tectónica
Un nuevo análisis de los datos sísmicos de las misiones Apolo revela que el interior de la luna podría ser más cálido de lo que los científicos consideraban posible.
Cuando se construye en un lugar remoto, suele ser una buena idea alejarse de las líneas de falla activas. Por suerte para las personas que planifican hábitats humanos en la luna, había parecido durante años que nuestro diminuto satélite natural era un mundo geológicamente muerto. Al fin y al cabo, se necesita calor interno para la actividad tectónica y, según se cree, los pequeños mundos rocosos como la luna se enfrían mucho más rápidamente que los mundos más grandes, como la Tierra.
Pero ahora, los análisis más recientes de los datos de la era Apolo sugieren que la luna es en realidad más tectónicamente activa de lo que se había asumido.
En un estudio publicado en Nature Geoscience, un equipo de investigadores podría haber determinado al fin los epicentros de los misteriosos lunamotos registrados por los sismógrafos de la época Apolo, y los temblores parecen originarse en rasgos denominados escarpes de falla.
«La idea de que un cuerpo rocoso de 4.600 millones de años como la luna haya logrado mantenerse lo bastante cálido en el interior y producir esta red de fallas va en contra del saber convencional», afirma Thomas Watters, coautor del estudio del Instituto Smithsonian en Washington, D.C.
Mareas rocosas
Este verano se cumplirán 50 años desde los asombrosos logros de la Apolo 11. Durante la carrera espacial, Estados Unidos estaba más centrado en llevar a sus astronautas a la superficie lunar y que volvieran antes de que los soviéticos que en qué hacer durante los paseos lunares mientras estaban allí.
«Al final pensaron que tenía que ocurrírseles algo», afirma Renee Weber, la coautora y científica planetaria del Centro Marshall de vuelo espacial de la NASA en Huntsville, Alabama.
Ese «algo» acabó siendo ciencia, como recopilar una gran cantidad de datos geológicos, como muestras rocosas, a la Tierra. Y en cuatro de las misiones Apolo, los astronautas colocaron sismógrafos en sus lugares de aterizaje, que registraron miles de seísmos profundos a lo largo de los ocho años durante los que funcionaron.
Weber explica que la sismicidad lunar depende de mecanismos subyacentes bastante diferentes a los que ocurren en nuestro propio mundo. La mayor parte de la actividad lunar se debe a fuerzas gravitacionales que la Tierra ejerce en su pequeño satélite gris, básicamente lo contrario al efecto de la luna sobre nuestros océanos para provocar las mareas regulares. Sin agua, la superficie lunar se deforma, pasando de una forma esférica a una más oblonga y recuperando su forma original.
Los enormes cambios de temperatura del día a la noche, que pueden superar los 260 grados Celsius, también son responsables de parte de la actividad sísmica. Unos cuantos de los terremotos detectados fueron provocados por los humanos, creados cuando el control de la misión ordenó que las partes prescindibles se estrellasen en la luna para calibrar los sismógrafos.
Pero 28 de los fenómenos registrados parecieron originarse en los pocos kilómetros superiores de la corteza lunar. Estos fenómenos fueron tan potentes como los terremotos de magnitud 5,5 en nuestro planeta y han desafiado toda lógica durante más de 40 años.
Galería: La historia fotográfica de las misiones Apolo
Búsqueda sísmica
Desde 2009, Watters ha empleado imágenes del Lunar Reconnaissance Orbiter de la NASA para cartografiar miles de escarpes en la luna. Basándose en lo reciente que parecía el material lunar a su alrededor, pudo determinar que se habían formado hacía relativamente poco, quizá menos de 50 millones de años, «que es geológicamente joven, pero no joven joven», afirma.
Con todo, Watters sospechaba que los escarpes podrían ser los lugares responsables de los lunamotos, pero necesitaba más pruebas. Con cuatro sismógrafos que producían datos de calidad relativamente baja, el instrumental Apolo solo podía triangular los temblores dentro de unos 160 kilómetros.
Por eso los investigadores emplearon un algoritmo utilizado habitualmente para determinar la ubicación de los seísmos en la Tierra cuando las redes de sismógrafos están dispersas, creando una red de presuntos puntos de origen de los lunamotos. De los 28 fenómenos registrados, ocho podrían haber ocurrido dentro de unos 29 kilómetros de un escarpe y seis de ellos tuvieron lugar cuando la luna se encontraba en su punto más alejado de la Tierra, justo cuando debería producirse el pico de las fuerzas mareales en la superficie lunar.
Para comprobar si la correlación era solo una casualidad, el equipo simuló 10.000 fenómenos sísmicos para comprobar con qué frecuencia podrían producir un patrón como este. Determinaron que existía una probabilidad del uno por ciento de que todos estos factores coincidieran de esta forma. Para Watters, esto sugiere que los escarpes eran probablemente los epicentros de los lunamotos.
«Esto significa que, a todos los efectos, la luna es tectónicamente activa», afirma. «En mi opinión, se trata de un resultado asombroso».
Centrados en los escarpes
Con todo, la incertidumbre de los resultados significa que otros investigadores no creen que se trate de un caso cerrado.
«Utilizan muchos argumentos estadísticos y creo que hacen buena ciencia, pero no diría que son definitivos», afirma Ceri Nunn, que investiga la sismología lunar en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, en California. Con todo, como los datos originales no tienen una calidad ideal, cree que el equipo parece haber encontrado las ubicaciones de los epicentros lo mejor posible por ahora.
Weber y otros científicos están preparándose para proponer una misión que colocaría una red de sismógrafos de última generación en la luna, quizá con uno que aterrice encima o cerca de un escarpe.
Mientras tanto, teniendo en cuenta el renovado interés por la exploración lunar por parte de países y empresas privadas de todo el mundo, los hallazgos aportan un buen mapa de lugares que quizá los futuros aterrizadores prefieran evitar.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.