¿Cómo han cambiado los requisitos para ser astronauta desde los primeros programas espaciales?

Los primeros humanos volaron al espacio hace casi 60 años desde los desiertos del sur de Kazajistán y las orillas de Florida. Desde entonces, hemos descubierto mucho sobre lo que hace falta para abandonar nuestro planeta.

Por Jay Bennett
Publicado 9 oct 2020, 12:53 CEST, Actualizado 28 ene 2021, 15:29 CET
Los siete astronautas seleccionados para el Programa Mercury

Los siete astronautas seleccionados originalmente en 1959 para el Programa Mercury. Fila delantera, de izquierda a derecha: Walter Schirra Jr., Donald Slayton, John Glenn Jr. y M. Scott Carpenter. Fila trasera, de izquierda a derecha: Alan Shepard Jr., Virgil Grissom y L. Gordon Cooper Jr.

Fotografía de NASA

En 2013, la NASA tuvo un problema a 400 kilómetros sobre la Tierra. Los astronautas Luca Parmitano y Chris Cassidy habían salido de la Estación Espacial Internacional para realizar labores de mantenimiento rutinarias cuando Parmitano advirtió que estaba acumulándosele líquido en el casco.

«Parece un montón de agua», dijo el astronauta italiano por radio. Era preocupante porque, en microgravedad, el agua podría flotar frente a su cara y ahogarlo. Aunque Parmitano no lo sabía, su traje espacial tenía un bloqueo en un sistema que circula el agua para el enfriamiento y esta estaba introduciéndose en un sistema de ventilación conectado a su casco.

«A medida que el sol se ponía, el agua me llegaba a los ojos, las orejas y la nariz, y me dejó a oscuras», recuerda Parmitano.

Respirando por la boca, Parmitano buscó a tientas los asideros que llevaban hasta el interior de la estación espacial, tirando de su arnés de seguridad para encontrar el camino de vuelta. El agua le tapaba el micrófono, por lo que no podía comunicarse con Houston ni con Cassidy. Cuando llegó a la esclusa, la tripulación lo entró, le sacó el casco rápidamente y absorbió el agua con toallas.

«Tardé unos siete minutos en encontrar el camino de vuelta y, aunque siete minutos no parezcan mucho tiempo, a mí me pareció una eternidad», cuenta Parmitano.

Luca Parmitano

Los miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional intentan sacarle el casco a Luca Parmitano tras verse obligado a abortar su paseo espacial el 16 de julio de 2013 cuando empezó a entrarle agua en el casco.

Fotografía de NASA fotograma de vídeo
Luca Parmitano respira hondo

Luca Parmitano respira hondo después de que los miembros de la tripulación le quitaran el casco, que estaba parcialmente lleno de agua.

Fotografía de NASA fotograma de vídeo

Para gestionar las emergencias en el espacio, los astronautas tienen que mantener la calma y reaccionar rápidamente bajo una gran presión mental. «Puedes elaborar un plan perfecto y ten por seguro que después llevarás a cabo uno diferente», afirma Parmitano, expiloto de la Aeronáutica Militar Italiana. Solo para soportar las fuerzas físicas del vuelo espacial, los astronautas tienen que gozar de una excelente forma física.

Estos atributos figuraban en el primer puesto de la lista cuando Estados Unidos y la Unión Soviética empezaron a plantearse el llevar a personas al espacio y, por primera vez en la historia, tuvieron que responder una pregunta: ¿qué hace falta para ser un buen astronauta? (La palabra, que se utilizó por primera vez en 1928, deriva del griego y significa «marinero de las estrellas».)

Sin embargo, con la evolución del vuelo espacial se añadieron otras destrezas —como el conocimiento de una disciplina científica— a la lista de aptitudes de los astronautas. Y conforme la cultura estadounidense cambiaba, se fueron abriendo oportunidades para una gama mucho más amplia de la población.

En la actualidad, los humanos quieren regresar a la Luna y llegar a Marte, traspasando los límites de la exploración en el sistema solar. Los viajeros espaciales que emprendan estos viajes compartirán algunas características con los astronautas que les precedieron, pero también serán seleccionados con el beneficio del saber acumulado durante más de seis décadas de vuelo espacial humano. Para vivir y trabajar durante mucho tiempo en el espacio o en otros planetas, estas tripulaciones de marineros de las estrellas necesitarán destrezas y conocimientos técnicos diversos.

Lecciones de vuelo espacial

En la década de 1950, cuando los programas espaciales de Estados Unidos y Rusia seleccionaron candidatos, solo necesitaban personas que resistieran los vuelos. Se sabía poco sobre cómo reaccionaría el cuerpo humano al espacio. La convocatoria de astronautas de la NASA incluía a casi cualquier hombre de menos de 1,80 que hubiera realizado actividades peligrosas y físicamente agotadoras, como submarinismo o alpinismo. Pero el presidente Dwight Eisenhower intervino y decidió que los únicos aptos eran los pilotos de prueba militares.

«Como militar, Eisenhower comprendía y respetaba el proceso de evaluación y ascensos en el ejército», afirma Margaret Weitekamp, directora del departamento de historia espacial del Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian. Se suponía que los oficiales del ejército eran disciplinados, leales a su país y estaban dispuestos a sacrificarse si fuera necesario. Y un piloto de pruebas ya había demostrado la capacidad singular de «de subir a una máquina estruendosa y veloz y jugarse el pellejo y luego tener el valor, los reflejos, la experiencia y el temple necesarios para echar el freno y dar la vuelta en el último instante aterrador», escribió Tom Wolfe en su libro de 1979 Elegidos para la gloria.

En un principio, los soviéticos adoptaron un enfoque ligeramente diferente para seleccionar a sus exploradores espaciales, conocidos como cosmonautas (que en griego es «marinero del cosmos»). Los primeros cosmonautas eran unos 10 años más jóvenes, de media, que los primeros astronautas estadounidenses, con menos experiencia y tiempo de vuelo. Yuri Gagarin, la primera persona en el espacio, solo tenía 27 años cuando orbitó alrededor de la Tierra; el primer hombre estadounidense en el espacio, Alan Shepard, tenía 37 en su primer vuelo.

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      Celebración en la Plaza Roja

      En la Plaza Roja, la gente celebra que los Vostok 5 y Vostok 6 orbiten la Tierra con los cosmonautas soviéticos Valery Bykovsky y Valentina Tereshkova, respectivamente. Por aquel entonces, Bykovsky realizó el vuelo orbital en solitario más largo de la historia y Tereshkova fue la primera mujer en el espacio.

      Fotografía de TASS via Getty Images

      «Estaban verdes», dice Asif Siddiqi, profesor de historia de la Universidad de Fordham, sobre el primer grupo de cosmonautas. «Básicamente, el programa espacial tuvo que moldearlos».

      A medida que Estados Unidos y la URSS adquirían experiencia enviando a personas al espacio, empezaron a intentar misiones más complejas, como acoplar en órbita y que los astronautas salieran de la nave. Siddiqi cuenta que, en el proceso de selección, los dos programas espaciales pusieron más énfasis en la educación en ingeniería y el programa soviético incrementó sus requisitos de tiempo de vuelo, por lo que el segundo grupo de astronautas tuvo una media de edad mayor y más experiencia que el primero. Buzz Aldrin, seleccionado en el tercer grupo de astronautas de la NASA en 1963, fue la primera persona con un doctorado (en astronáutica del Instituto Tecnológico de Massachusetts) que se unió al cuerpo.

      Con todo, hasta los alunizajes de las misiones Apolo de 1969 a 1972, los requisitos para ser astronauta apenas cambiaron y se centraron en el astronauta piloto. Seleccionaron a científicos para el cuarto grupo de astronautas de la NASA en 1965, pero solo uno de ellos voló a la Luna: el geólogo Harrison «Jack» Schmitt, que voló en el último vuelo humano a la superficie lunar, Apolo 17.

      «Creo que si de la NASA dependiera, nunca lo habrían hecho», dice John Logsdon, historiador espacial y profesor emérito de la Universidad George Washington. «Había tanta presión externa por parte de la comunidad científica que la NASA se sintió obligada a volar a al menos una de las personas seleccionadas como astronautas científicos».

      Finalmente, Schmitt, que ayudó a formar a otros astronautas para identificar las formaciones geológicas en la Luna, tuvo la oportunidad de examinar la superficie lunar en 1972. Allí descubrió franjas de suelo amarillo compuestas de gas volcánico de una erupción de hacía 3500 millones de años. Sin embargo, la mayoría de los astronautas científicos tendrían que esperar hasta que Estados Unidos desplegara su primera estación espacial.

      La misión Skylab, que se lanzó en 1973, recibió la visita de tres tripulaciones que pasaron un total de unas 24 semanas a bordo. La primera tripulación incluyó al primer astronauta físico, Joseph Kerwin. Durante los 28 días en el espacio —la misión más larga hasta entonces—, Kerwin vigiló a la tripulación, que siguió sana, pero perdió peso y masa muscular. Estos hallazgos hicieron que la NASA aumentara el consumo de calorías y el tiempo de ejercicio para futuras tripulaciones.

      En las Skylab 3 y 4, las otras dos misiones tripuladas a la estación, empezaron a revelarse otras tensiones del vuelo espacial prolongado. «Esas primeras misiones aprendieron más sobre el efecto de un entorno de gravedad cero, las misiones de larga duración, en el cuerpo humano», explica George Abbey, exdirector del Centro Espacial Johnson de la NASA y miembro de política espacial en el Instituto Baker de la Universidad Rice. «Fue una experiencia de aprendizaje».

      Las tripulaciones, que incluyeron a los primeros astronautas ingenieros eléctricos y físicos, siguieron supervisando los efectos médicos de la microgravedad. Entre ellos figuraba el «síndrome de adaptación espacial», provocado por ver pero no sentir el movimiento al flotar en el espacio, y el «síndrome de la cara hinchada», provocado por la acumulación de fluidos.

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        Charles «Pete» Conrad

        El médico Joseph Kerwin realiza un examen dental al astronauta de la NASA Charles «Pete» Conrad, comandante de la misión Skylab 2.

        Fotografía de NASA

        Por su parte, los soviéticos estaban aprendiendo lecciones similares sobre el vuelo espacial a largo plazo en las estaciones espaciales Salyut. Ambos países redoblaron esfuerzos para estudiar los efectos fisiológicos y psicológicos de las estancias de larga duración en el espacio. También se estudió la dinámica de equipo mientras los astronautas entrenaban en entornos extremos, como los desiertos de Nevada y los bosques de las afueras de Star City, en Rusia.

        Pioneros en las estrellas

        Las mujeres quedaron excluidas del cuerpo de astronautas de la NASA durante los programas Apolo y Skylab. La primera cosmonauta, Valentina Tereshkova, voló en el sexto vuelo espacial humano de la Unión Soviética en 1963 y pasó casi tres días en el espacio, orbitando la Tierra 48 veces.

        «En la Unión Soviética se habían perdido tantas vidas durante la Segunda Guerra Mundial que había muchas más mujeres en puestos profesionales», afirma Weitekamp. «Existía un interés por que una mujer volara, porque demostrar que podían hacerlo supondría un hito en las relaciones públicas y la diplomacia internacional. Después ya no se ve un interés continuo para que las mujeres participaran en el programa de cosmonautas en condiciones de igualdad».

        Weitekamp señala que el requisito de que los astronautas tuvieran experiencia como pilotos de prueba impidió que las mujeres participaran en misiones de la NASA, ya que por aquel entonces no se permitía que las mujeres fueran pilotos del ejército. Aunque un grupo de mujeres estadounidenses superó las pruebas y el entrenamiento —demostrando que podían hacerlo igual de bien que los hombres en el espacio— e incluso sacaron mejores resultados en las pruebas cardiopulmonares y oculares, nunca les ofrecieron la oportunidad de volar.

        Parte de la selección de los astronautas y de esos prejuicios tenía que ver con el tipo de persona que los líderes estadounidenses y soviéticos querían presentar como ciudadano ideal, ya que entendían que los astronautas se convertirían en representantes internacionales de su país. Gagarin fue lo que Siddiqi describe como un «ruso clásico». Era «de etnia rusa, se crio en una granja, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, se formó» y acabó uniéndose al ejército. Del mismo modo, los siete primeros astronautas estadounidenses eran «hombres blancos con educación universitaria, casados y con hijos», afirma Weitekamp.

        El arquetipo se mantuvo en las misiones Skylab. «El cambio real llegó antes del programa del transbordador espacial», indica Abbey.

        «El sueño está vivo»

        Para el transbordador, un nuevo avión espacial diseñado para aterrizar en una pista y volver a volar, la NASA necesitaría tripulaciones más grandes con destrezas más diversas. El orbitador de 37 metros de largo no se parecía a nada lanzado hasta entonces: podía transportar entre dos y ocho pasajeros, permanecer semanas en el espacio, desplegar satélites, albergar grandes experimentos y acoplarse a estaciones espaciales.

        «Buscábamos personas que tuvieran experiencia en ciencia e ingeniería y hubieran trabajado en entornos de mucho estrés y colaborado con miembros de un equipo», afirma Abbey, que fue el encargado de la selección, el entrenamiento y las tareas de vuelo de los astronautas en la época del transbordador. «Aquello lo abrió bastante y también pudimos abrirlo para incluir a muchas más mujeres y a minorías que tuvieran la experiencia que buscábamos».

        Clase de astronautas

        Los 35 miembros de la clase de astronautas seleccionados en 1978 para volar en el nuevo transbordador espacial.

        Fotografía de NASA

        La clase de astronautas de la NASA de 1978 fue la más multitudinaria hasta la fecha: 35 personas, entre ellas las primeras mujeres, afroamericanos y asioamericanos. Además de los astronautas pilotos, la NASA empezó a enviar a «especialistas de misión» que llevaban a cabo tareas científicas o de ingeniería. En el noveno vuelo del transbordador también participaron «especialistas en carga útil», responsables de un experimento o del material.

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          Tripulación del séptimo vuelo del transbordador espacial

          La tripulación del séptimo vuelo del transbordador espacial de la NASA, STS-7, entrena en la misión de simulación del transbordador en mayo de 1983. De izquierda a derecha: el comandante Robert L Crippen, el piloto Frederick Hauck y los especialistas de misión John Fabian y Sally Ride. Ride fue la primera mujer estadounidense en el espacio.

          Fotografía de Space Frontiers/Getty Images

          En 1983, Sally Ride, la primera mujer estadounidense en el espacio, viajó en el séptimo vuelo del transbordador, una misión de seis días para desplegar satélites. El siguiente vuelo del transbordador incluyó al primer astronauta afroamericano de la NASA, Guion Bluford, que regresó al espacio en tres lanzamientos subsiguientes. Les seguirían más mujeres y personas de color, ya que las iniciativas de la NASA para incrementar la diversidad del personal —sobre todo en los primeros días en el Centro Marshall de Vuelo Espacial en Alabama— reflejaban el progreso del país en los derechos civiles.

          Sally Ride

          Sally Ride estaba estudiando física en la Universidad de Stanford cuando vio un anuncio en el periódico del colegio que invitaba a las mujeres a presentar su solicitud para el programa de astronautas. Fue una de las seis mujeres seleccionadas en 1978. En junio de 1983, se convirtió en la primera mujer estadounidense que voló al espacio como miembro de la tripulación del transbordador espacial Challenger.

          Fotografía de NASA/AFP via Getty Images
          Sally Ride

          La muñeca de Sally Ride, parte de la serie de mujeres inspiradoras de Barbie, se expone en Barbie's Dream House en las Galerías Lafayette Haussmann en París en 2019. Ride fue una inspiración para mujeres de todo el mundo.

          Fotografía de Kristy Sparow, Getty Images

          Abbey indica que el modelo que establecieron los astronautas del transbordador en 1978 se mantuvo durante todo el programa. Los transbordadores espaciales emprendieron misiones para reparar los satélites averiados en el espacio, entre ellos el Telescopio Espacial Hubble. Estas misiones de reparación fueron una novedad y debían participar astronautas veteranos que pudieran realizar paseos espaciales largos y agotadores. Los transbordadores también llevaron un módulo científico llamado Spacelab construido por la Agencia Espacial Europea. El laboratorio orbital proporcionó una plataforma para que los astronautas llevaran a cabo experimentos en microgravedad de física, astronomía, ciencia de materiales y observaciones terrestres, entre otros.

          Ciudadanos de a pie en el espacio

          A medida que la NASA adquiría experiencia en la órbita baja terrestre, surgió un nuevo tipo de astronauta: el ciudadano de a pie. Los políticos fueron los primeros: Jake Gran, senador de Utah, y Bill Nelson, congresista de Florida, volaron en el transbordador en 1985 y 1986, respectivamente.

          «Lo hicieron, supongo, porque tendrían sus motivos», explica Abbey, refiriéndose a la sede central de la NASA. «El congresista Nelson y el senador Garn participaban en la supervisión de las actividades de la NASA, así que, en cierto modo, supongo que así se harían una idea de qué hacían y cómo lo hacían».

          Inmediatamente después del vuelo de Nelson, se programó el vuelo de una verdadera miembro del público general como especialista en carga útil en el transbordador espacial: Christa McAuliffe, una maestra de Nuevo Hampshire. La misión terminó en tragedia en enero de 1986, cuando el transbordador espacial Challenger se desintegró durante el lanzamiento, matando a McAuliffe y a los siete miembros restantes de la tripulación.

          «Aquel fue el fin del programa espacial de ciudadanos», cuenta Logsdon. «El segundo ciudadano sería un periodista y bien podría haber sido [Walter] Cronkite». Pero tras el accidente del Challenger, la NASA volvió a seleccionar solo a astronautas de carrera.

          La próxima generación de estaciones espaciales

          En la Unión Soviética, el programa espacial siguió desarrollando estaciones orbitales. Avanzaron mucho con las Salyut 6 y 7, que estuvieron ocupadas durante un total de 683 y 816 días, respectivamente. El trabajo llevó directamente a uno de los triunfos del programa espacial soviético/ruso: la Mir.

          «Mir es una multimodular, una especie estación espacial monstruosa», afirma Siddiqi. «En 1989, empezaron la presencia humana permanente en la Mir y la mantuvieron ocupada durante diez años seguidos».

          Sin embargo, no fue un lecho de rosas. En 1997, mientras probaban un sistema de acoplamiento pilotado de forma remota, una nave de carga del tamaño de un autobús colisionó con uno de los paneles solares de la Mir y abrió una brecha en uno de los siete módulos de la estación. Los dos cosmonautas y un astronauta de la NASA que viajaban a bordo lograron cortar los vínculos con el módulo roto y sellarlo. Más adelante, dos de ellos entraron en el módulo despresurizado con trajes espaciales para repararlo.

          Aunque a veces este tipo de incidentes causaron tensiones en la cooperación entre Estados Unidos y la Rusia postsoviética, fueron fundamentales para establecer una asociación internacional en el espacio. «Ambos bandos tienen que colaborar. Tienen que ser transparentes, compartir lo que va mal», dice Siddiqi. Parte de esa transparencia consistía en que los astronautas aprendieran la cultura del otro país. A partir de la misión de acoplamiento Apolo-Soyuz en 1975, los cosmonautas rusos vivieron y entrenaron en Estados Unidos y los astronautas de la NASA hicieron lo mismo en Rusia.

          «Podían hablar en las lenguas maternas del otro y resulta que eso es muy importante cuando estás en una nave espacial», afirma Weitekamp. «Una de las cosas que suelen pedir que hagan los astronautas es que hablen en el idioma que menos dominan, porque es menos probable que hagan suposiciones erróneas».

          Tanto Estados Unidos como Rusia enviaron a astronautas de otros países, como Inglaterra, Francia, Alemania, Polonia, Hungría, México, Canadá e India. Los programas espaciales incipientes de todo el mundo empezaban a aportar investigación y hardware, y la próxima gran estación espacial empezó a construirse con el lanzamiento del módulo ruso Zarya en 1998.

          A finales de octubre, la Estación Espacial Internacional celebrará 20 años de ocupación humana continua. La estación espacial, que completa una órbita alrededor de la Tierra cada 90 minutos, se considera un triunfo de la cooperación internacional, ya que ha albergado a 240 astronautas de 19 países. En la órbita se han llevado a cabo miles de experimentos en astronomía, física, botánica y ciencias médicas.

          Los primeros taikonautas

          La era moderna del vuelo espacial humano también ha recibido a una nueva nación en la órbita: China. Brian Harvey, historiador y autor que escribe acerca del programa espacial chino, explica que, en los años noventa, el programa espacial chino se aprovechó de la mejora de las relaciones con Rusia tras el colapso de la Unión Soviética.

          Según Harvey, «los chinos pudieron beneficiarse de la experiencia que había acumulado la Unión Soviética con las Soyuz» enviando a instructores para entrenarse en Rusia y comprando tecnología de su programa espacial. En 2003, Yang Liwei se convirtió en el primer ciudadano chino en el espacio. Como el país no participó en una carrera espacial, China pudo adoptar un enfoque lento y metódico, estudiando exhaustivamente maniobras como el acoplamiento antes de llevarlas a cabo.

          En lo que respecta a los astronautas, China siguió el modelo habitual y seleccionó primero a pilotos militares. Pero el país también aprendió de algunos de los retos del programa espacial de Estados Unidos. «Los siete del Programa Mercurio eran personas con una sólida convicción que querían ir a lo suyo», explica Abbey. «Creo que los chinos podrían haber buscado personas que no presentaran ninguna de esas dificultades a la hora de gestionarlas».

          Nave Orión

          Un modelo de la nave Orión, construida para llevar a los humanos a la Luna, se expone en una reciente convención de la NASA. La misión Artemis III de la NASA quiere enviar a la primera mujer y a un hombre a la Luna en 2024.

          Fotografía de Aubrey Gemignani, NASA

          Vuelo espacial en el siglo XXI

          Al igual que Estados Unidos, China aspira a enviar humanos a la Luna. Para misiones como el programa Artemisa de la NASA, que quiere establecer una presencia humana a largo plazo en la superficie lunar, los efectos psicológicos del aislamiento y la dinámica del trabajo en equipo serán aún más relevantes a la hora de seleccionar astronautas, apunta Abbey.

          Los requisitos para ser astronauta seguirán evolucionando a medida que las agencias espaciales centren su atención en metas científicas como establecer un radiotelescopio en la cara oculta de la Luna para observar el universo primitivo o buscar señales de vida en otros cuerpos planetarios. La NASA también se ha comprometido a enviar a una mujer en el primer vuelo de vuelta a la superficie lunar.

          Zena Cardman fue seleccionada como candidata a astronauta en 2017, por lo que es posible que participe en los vuelos a la Luna. Antes de ser astronauta, pasó su carrera estudiando microorganismos en entornos extremos.

          «Una de las partes favoritas de mi trabajo es que todo el mundo aprende algo», afirma Cardman, que ha entrenado en aviones y llevado a cabo paseos espaciales lunares simulados bajo el agua en el Neutral Buoyancy Laboratory de la NASA. Una de las cualidades más importantes de cualquier astronauta es «la voluntad de implicarse en disciplinas diferentes de su propia especialidad», señala Abbey.

          Además de las aptitudes individuales de los astronautas, el mundo también afronta una cuestión filosófica sobre quién debería aventurarse al espacio. Las empresas privadas han empezado a colaborar con la NASA en el lanzamiento de astronautas y pronto cualquiera lo bastante rico podrá comprarse un billete para volar en cohete.

          James Jennings, ex vicedirector del Centro Espacial Kennedy de la NASA y uno de los primeros miembros de la junta de Igualdad de Oportunidades de Empleo de la agencia, dice que si la visión de los humanos viviendo y trabajando continuamente en otros mundos llegara a hacerse realidad, necesitaremos un programa espacial que exponga a los niños, sobre todo los de zonas desfavorecidas, a las disciplinas CTIM.

          «Tiene que haber mucha gente implicada en ciencia y tecnología», afirma Jennings, que añade que la mayor fuente de potencial inexplotado está en la «población marginada», sobre todo entre las personas de color. «Si dejas atrás a ese segmento, entonces como país nos habremos quedado atrás respecto al resto del mundo», afirma.

          Durante casi 40 años en la NASA, Jennings vio de primera mano cómo los programas de divulgación ofrecían a las personas con talento la oportunidad de trabajar en la agencia espacial, algo a lo que se le ha restado importancia con los recortes en los programas de educación de la NASA. En el futuro, las iniciativas para exponer a los jóvenes a la ciencia espacial podrían ser fundamentales para el éxito de la NASA y de otras agencias espaciales. Para expandirnos más allá de la Tierra de forma provechosa, el mundo necesitará todo el talento que pueda reunir.

          Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
          Objetos de la era espacial

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