Divorciadas a los 15 años: la vida de las niñas novias sirias
Para las familias de refugiados sirios en Turquía, el matrimonio precoz se considera un camino hacia la seguridad, aunque el resultado no siempre es el esperado.
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Cuando estalló la guerra en Siria, hasta las familias contrarias al matrimonio precoz consideraron que debían casar a sus hijas adolescentes para protegerlas. Ahora, como refugiados, se enfrentan al mismo dilema. En países vecinos como Turquía, las niñas se convierten en madres solteras en medio de una epidemia de matrimonio infantil ampliamente ignorada.
La ciudad industrial de Kayseri, en la región de Anatolia de Turquía, alberga a unos 60.000 refugiados sirios. La fotógrafa Özge Sebzeci pasó una temporada documentando una historia que, según ella, es muy poco conocida en su Turquía natal: la persistencia del matrimonio y el divorcio entre las niñas refugiadas sirias.
Niñas de 13 años se casan en ceremonias no oficiales. A veces, estos matrimonios no duran, lo que hace que las niñas estén divorciadas a los 15 años con niños a los que criar, enfrentándose a obstáculos ante su educación y ante las oportunidades que les allanarían el camino al éxito en un nuevo país. «El divorcio es fácil porque todo lo que tiene que hacer el marido es decir tres veces: "Me divorcio de ti"», explica Sebzeci, hablando de una ley suní conocida como «triple talaq». «Las niñas se quedan sin los derechos que tendrían en otra situación, como la herencia o la pensión alimenticia».
Con la ayuda de un miembro con contactos de la comunidad refugiada siria, Sebzeci entrevistó a niñas y madres para entender la raíz del problema. Algunas de estas madres, aunque no la mayoría, habían sido novias adolescentes. Según el Fondo Población de las Naciones Unidas, el matrimonio infantil era mucho menos habitual entre los sirios antes de que estallara la guerra. Algunas estimaciones actuales muestran tasas de matrimonio infantil cuatro veces más altas entre refugiados sirios hoy en día que entre los sirios antes de la crisis.
Los motivos por los que las familias consienten el matrimonio precoz van desde razones prácticas —casar a sus hijas alivia la carga financiera— a un deseo de proteger su honor frente a los hombres ajenos a la comunidad, por miedo a que se aprovechen de ellas.
En un caso, una joven novia que había perdido a su padre en la guerra contó a Sebzeci: «Si mi padre estuviera vivo, nunca me habría dado permiso», pero su madre sucumbió a la presión de los pretendientes.
La edad legal para casarse en Turquía es 18 años, o 17 con consentimiento de los padres. En circunstancias excepcionales, uno puede casarse a los 16 años, siempre y cuando un juez lo apruebe. Los matrimonios religiosos en edades más jóvenes todavía existen a diferentes niveles en el país como un «secreto a voces», según Sebzeci. Estos reductos de aceptación también podrían explicar la reticencia a la hora de intervenir en las comunidades de refugiados, que perciben la práctica como parte de su tradición.
«[Las familias sirias] invitan a las bodas a vecinos turcos que dicen, "Esta novia es muy joven", pero no hacen nada», explica Sebzeci. «Una de las novias fue al hospital a dar a luz a los 15 años y la policía la llevó a una vivienda protegida, pero no hablaba turco. La policía la hizo firmar [un documento] que decía que no viviría con su marido hasta los 18, pero no hay forma de supervisar que se cumpla. Va a comisaría cada semana para declarar que no está viviendo con él, aunque sí lo está».
Aunque las chicas hablaban con libertad dentro de la seguridad de sus casas, Sebzeci pasó más tiempo escuchándolas que fotografiándolas. Algunas no dejaban que las fotografiase sin sus abayas, que llegan hasta el suelo, y no se le permitió sacar fotografías en las bodas. En su lugar, ha optado por un enfoque metafórico, mostrando a las niñas tras las cortinas que literalmente impiden que las vieran.
La clave para empoderar a estas familias y a sus hijas para elegir de forma diferente es la educación a nivel local, incluyendo aprender turco. «Debemos pensar en cómo podemos ayudarlas a adaptarse a la sociedad», afirma Sebzeci.
La mujer que presentó a Sebzeci a la comunidad de refugiados se considera una activista, según Sebzeci, y cuenta estas historias para poner fin a la práctica. Cuando escuchó que una compañera de clase de su hija de 12 años estaba siendo presionada por una familia interesada en casarla, ella intervino. «No», les advirtió. «Se lo contaré a la periodista».
Puedes ver más fotografías de Sebzeci en su página web y seguirla en Instagram.