¿Quién fue la mujer más poderosa en la historia antigua?
El movimiento #MeToo está ocupando un lugar central, así que hemos pedido a historiadoras que vuelvan a vista hacia el pasado y nos hablen de mujeres poderosas.
De la política a los Óscar, el movimiento #MeToo destaca la naturaleza de la relación de las mujeres con el poder. ¿Por qué las posiciones tradicionales de poder son todavía inaccesibles para muchas? ¿Cómo trabajan las mujeres dentro de estos sistemas (o contra ellos) para lograr sus propias metas?
No es difícil encontrar mujeres inspiradoras que realicen labores notables en el mundo actual. Pero también vale la pena recordar que las que viven aquí y ahora no son los únicos nombres de los que aprender.
Aunque las historias que llegan hasta nosotros no son necesariamente una imagen precisa de cómo era la vida hace miles de años —en una narrativa dominada por hombres y escrita por hombres, las mujeres solo suelen aparecer cuando se las vilipendia—, la historia está repleta de mujeres poderosas.
Hemos preguntado a tres destacadas historiadoras cómo creen que funcionaba el poder de las mujeres en el mundo antiguo y quién era la mejor ejerciéndolo.
Poder blando
«Muy a menudo, el poder se suele vincular erróneamente a la esfera pública y política», afirma Aneilya Barnes, profesora de estudios clásicos en la Coastal Carolina University.
«Como ese espacio suele estar particularmente dominado por hombres, se equipara poder con hombre. Yo iría más allá, diría que el poder también es influencia».
Cleopatra (69 a.C. – 30 a.C.), como resultado de los textos antiguos y las no tan antiguas películas de Hollywood, tiene la reputación de seductora por excelencia. Como última descendiente de la dinastía ptolemaica que gobernó Egipto durante casi 300 años, Cleopatra aseguró su posición —y la independencia de su reino— gracias a su influencia sobre los líderes romanos Julio César y Marco Antonio, unos de los hombres más poderosos de occidente en aquella época.
Según Barnes, la condición de Cleopatra se atribuye de forma injusta e imprecisa a su sexualidad exclusivamente. Barnes, que tacha esta idea de absurda, señala que «el acceso de César a cuerpos femeninos era infinito». Barnes sugiere que el emperador se puso del lado de Cleopatra contra su hermano y marido en medio de una cuasi guerra civil, no porque fuera más atractiva, sino porque «él sabía que ella tenía el poder para alcanzar el trono y mantenerse en él».
Sin importar si la fuente de su influencia fue su inteligencia o su atractivo sexual (o ambos), es indiscutible que Cleopatra fue una figura muy influyente. Su estrategia de influencia como forma de poder mantuvo Egipto unido e independiente en una época tumultuosa, y protegió su reputación durante miles de años.
Reinas guerreras
Yurie Hong, profesora adjunta de estudios clásicos y de estudios de género, mujeres y sexualidad en el Gustavus Adolphus College, tiene una opinión diferente.
«Normalmente se entiende el poder como tener control y autoridad», afirma. «Aunque la influencia es una forma de poder, no es lo mismo que ejercer autoridad y control directo sobre los demás».
Hong menciona a la reina griega del siglo V a.C. Artemisa de Halicarnaso como ejemplo de poder directo. Artemisa, respetada comandante naval aliada con los persas contra los griegos, al parecer traicionó a sus propios aliados persas cuando la derrota parecía inminente durante la decisiva batalla de Salamina en el 480 a.C. Sin embargo, conservó la admiración de griegos y persas, especialmente la del rey persa Jerjes, que alabó su inteligencia y siguió sus consejos, según el historiador Heródoto.
Aunque quizá Artemisa sea la más famosa, Hong describe a otras reinas guerreras, como la líder celta Boudica, que se rebeló contra la colonización romana de Bretaña en torno al 60 a.C., o Tomiris, líder de los masagetas, una tribu nómada de Asia central, que derrotó al rey persa Ciro el Grande en el 530 a.C.
«Es mi favorita», dice Hong sobre Tomiris.
Lo mejor de ambos mundos
«Lo que nosotros entendemos por poder no siempre coincide con lo que entendía la gente de otras épocas y lugares», advierte Amy Gansell, profesora de historia del arte en la Universidad St. John.
En las antiguas ciudades-estado mesopotámicas de Sumeria, por ejemplo, existieron gobernantes similares a reinas y reyes, aunque el poder no estaba exclusivamente en sus manos, sino que se extendía de forma directa e indirecta a lo largo de una estructura más compleja.
«La relación entre el templo y el palacio podría haberse solapado de varias formas, con figuras políticas y miembros de la familia real que poseían un alto rango en el culto», afirma Gansell.
Una de esas figuras fue Enheduanna (2285 – 2250 a.C.), princesa que se convirtió en suma sacerdotisa de Ur, una de las ciudades más poderosas de Sumeria. Sus poemas y rezos la convierten en la primera poetisa conocida con un nombre registrado y consolidan su influencia como figura religiosa, literaria e incluso política, ya que su labor tenía el objetivo específico de unificar las diversas ciudades-estado sumerias.
«Hace que nos centremos en el hecho de que, desde el principio, las mujeres desempeñaron roles fuera del hogar», afirma Gansell. Enheduanna, respetada y muy visible, era «realmente poderosa y no solo en la esfera política: los rituales apoyan la política y viceversa».
Un lugar en la mesa
Aunque podemos aprender mucho de estas mujeres antiguas, no es ni de lejos el comienzo de la historia.
«Uno de los problemas de estudiar a las mujeres poderosas de la historia es que pasamos por alto al importancia de las mujeres normales y los papeles que desempeñaron a diario en sus comunidades y familias», explica Barnes.
Y Hong señala que, aunque las mujeres individuales pueden obtener prestigio, eso no siempre se traduce en el empoderamiento de todas las mujeres. «Puedes obtener poder dentro de la estructura y optar por explotarlo, mantenerlo o desafiarlo», afirma. «Pero desafiar el statu quo puede hacerte perder poder».
«Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar para entenderlo», añade Gansell. «Cuando todo empieza a tener sentido es cuando tenemos que investigar más».
Finalmente, seguir cuestionando y aprendiendo es la única forma de alzar aquellas voces que tradicionalmente han quedado excluidas de la historia, todas aquellas cuyos nombres no han quedado registrados, pero que han traído al mundo hasta donde está hoy en día.
«Hasta que podamos llenar estos gigantescos huecos en la historia, la narrativa no va a a cambiar», afirma Barnes.