La muerte del misionero estadounidense pone en peligro a la tribu de Sentinel del Norte
Si la tribu indígena de Sentinel del Norte es «pacificada» tras la muerte del misionero estadounidense, podría correr la misma suerte que otras tribus del archipiélago de Andamán, perteneciente a la India.
La muerte violenta de un misionero estadounidense en una remota isla del océano Índico a mediados de noviembre ha planteado nuevas incógnitas urgentes respecto a la supervivencia de las tribus aisladas y su derecho a vivir sin la intervención del mundo exterior.
John Allen Chau, de 26 años, «aventurero» autoproclamado de Vancouver, Washington, pretendía convertir al cristianismo a una tribu aislada entrando ilegalmente en la isla de Sentinel del Norte para hacerlo.
La isla rodeada de corales, que está estrictamente prohibida para los extranjeros, alberga una de las sociedades de cazadores-recolectores más aisladas del planeta, conocida como los sentineleses. Sentinel del Norte forma parte de las islas de Andamán y Nicobar, un archipiélago administrado por la India que se extiende entre la punta sur de India y la costa oeste de Birmania.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo han vivido allí los sentineleses —la última tribu de indígenas aislados y demográficamente intacta en Andamán —, pero algunos estudios indican que podrían haber migrado desde África hace decenas de miles de años.
Al igual que las tribus aisladas y no contactadas de otras partes del mundo, como las de la selva amazónica, se considera que los sentineleses corren un riesgo elevado por las enfermedades contagiosas de los forasteros, contra las que tienen poca o ninguna defensa inmunológica.
Los sentineleses son hábiles arqueros que han desarrollado una reputación temible como fieros defensores de su hogar. Con unos pocos cientos de habitantes, esta población es la única que vive en la isla densamente forestada. Los intentos previos de contacto han sido recibidos con lluvias de flechas y lanzas.
El director de un documental de National Geographic sobre Andamán resultó herido por una lanza que le arrojaron mientras grababa a los sentineleses desde un barco en 1974. Incluso hoy, las icónicas imágenes de los guerreros saltando con arcos y flechas en las playas de arena blanca de la isla sacadas por el fotógrafo Raghubir Singh durante esa expedición de National Geographic siguen siendo testimonio de la resistencia de la tribu ante el mundo exterior.
Esta feroz reputación se fortaleció en 2006, cuando dos pescadores fueron asesinados por la tribu cuando su barca vagó a la deriva mientras dormían y acabó varada en la playa. Se abandonaron los esfuerzos por recuperar sus cuerpos después de que los arqueros lanzaran proyectiles contra un helicóptero que había intentado aterrizar.
La muerte de Chau fue especialmente angustiosa por las notas que garabateó en un diario tras su primer intento de llegar a la orilla, el 15 de noviembre. Ese acercamiento inicial fue rechazado cuando una flecha perforó una copia impermeable de la Biblia que Chau sostuvo en el aire en su intento de evangelizar a la tribu. Al ver que otros dos hombres preparaban flechas en los arcos, Chau se retiró rápidamente en su kayak. Remó hasta los pescadores a los que había pagado 350 dólares a cambio de llevarle allí y que aguardaban su regreso.
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¿«El último bastión de Satán»?
En su diario, Chau se preguntaba si Sentinel del Norte sería «el último bastión de Satán» y expresaba frustración por no haber sido recibido con los brazos abiertos. «¿Qué hace que sean tan defensivos y hostiles?», escribió.
Dejando de lado sus miedos, se decidió a volver esa misma noche. Pidió a los pescadores que no le esperasen esta vez y les dio instrucciones para que entregaran sus notas a un amigo en Port Blair, la capital administrativa del archipiélago de Andamán.
El 17 de noviembre, los pescadores bordearon la orilla. Desde la distancia, según declararon más adelante durante un interrogatorio policial, vieron que los sentineleses arrastraban un cuerpo y lo enterraban en la playa. Por la ropa y la silueta del cuerpo, dedujeron que se trataba de Chau.
India ha acusado a varias personas —entre ellas a los pescadores y a un ingeniero local y misionero identificado como «Alexander» que supuestamente ayudó a Chau a planificar su viaje— de «homicidio culposo» y de violar la legislación que prohíbe estrictamente las visitas a la isla.
«Sabía que era muy probable que lo mataran», afirmó Madhusree Mukerjee, editora de Scientific American de Calcuta y autora de The Land of Naked People [La tierra del pueblo desnudo], un libro acerca de sus experiencias entre las tribus indígenas del archipiélago de Andamán. «Quería ser un mártir cristiano, y lo es. Lo que probablemente no sabía es que esto desencadenaría una serie de acontecimientos que, en última instancia, perjudicarían a la tribu».
Por temor a que la presión internacional llevara a un intento de recuperar el cuerpo de Chau, con consecuencias imprevisibles y posiblemente devastadoras, añadió: «Es un punto de inflexión en la historia de los sentineleses».
Tras la desaparición de Chau, las autoridades organizaron tres viajes de exploración —uno por aire y dos por barco— y llevaron a dos de los pescadores para que señalasen la ubicación del cuerpo. En la segunda excursión en barco, la policía vio a cinco o seis indígenas con arcos y flechas, vigilando desde la playa.
«Ahora mismo, no tenemos ningún plan para hacerles frente ni tocar tierra en la isla, lo que sin duda les generaría mucha angustia», contó por teléfono Dependra Pathak, director general de la policía de Andamán, a National Geographic desde su casa de Port Blair. Según Pathak, por ley, ni siquiera se permite a la policía entrar en la zona de seguridad de ocho kilómetros en torno a la isla. Sin embargo, Pathak afirmó que había consultado a antropólogos e incluso a psicólogos para comprender mejor los posibles efectos del incidente en los isleños, que podrían haber experimentado algún tipo de trauma. Aunque expresó serias reservas respecto a intentar recuperar el cuerpo, no lo descartó expresamente.
Tanto Pathak como el Departamento de Estado de los Estados Unidos reconocen que mantienen una estrecha colaboración acerca de cómo proceder. Fuentes de Port Blair informan de que las autoridades consulares trabajan para recuperar las pertenencias de Chau, incluido su diario, y para emitir el certificado de defunción. Normalmente, en la India no puede emitirse un certificado de defunción sin un cuerpo que identificar. «Es un caso ideal, sí», dijo Pathak, reconociendo la práctica habitual de su país. «Pero tenemos que tener en cuenta la realidad».
Comparaciones con el Amazonas
Hubo una época en los años 60, 70 y 80 en la que las autoridades indias intentaron «pacificar» a las tribus aborígenes del archipiélago de Andamán, entre ellas los sentineleses. Las expediciones «con obsequios» pasaban cerca de la orilla y los integrantes del equipo mostraban cocos, plátanos y juguetes de plástico para que los indígenas los recogieran. En 1991 pareció producirse un avance, cuando varias decenas de sentineleses acudieron a la playa desarmados, acercándose a los intrusos con el agua hasta la cintura para recoger los regalos.
Estas iniciativas tenían un concepto similar al de las expediciones llevadas a cabo durante la mayor parte del siglo XX al otro lado del mundo, en la Amazonia. Allí, los exploradores brasileños —así como los misioneros estadounidenses— emplearon el atractivo de los bienes industriales y los productos cultivados para sacar de la selva a cazadores-recolectores aislados.
«En el pasado, los misioneros eran una fuerza importante a la hora de contactar y pacificar pueblos indígenas asilados en el Amazonas, lo que provocó la aniquilación demográfica y la erosión cultural», afirmó Glenn Shepard, antropólogo estadounidense y etnobotánico del Museo Paraense Emilio Goeldi en Belém, Brasil.
Y, como las tribus pacificadas de Sudamérica, los pueblos indígenas del archipiélago de Andamán pronto sucumbieron a las enfermedades contagiosas y a la desintegración social tras establecer contacto. La tribu jarawa, tras bajar sus arcos y flechas en la isla de Andamán del Sur a finales de los 90, ha sufrido dos brotes letales de sarampión.
Sus guerreros antaño orgullosos han sido reducidos por la apatía y el alcoholismo, y los turoperadores desaprensivos que organizan «safaris humanos» por la carretera que ahora atraviesa su territorio han hecho que sus hijos bailen a cambio de limosna. Otras tribus de Andamán han sufrido la conmoción demográfica y el derrumbe cultural tras los esfuerzos para obligarlas a asentarse en comunidades estables.
Teniendo en mente dichos fracasos y las lecciones aprendidas en Brasil y otros países de la Amazonia que han trazado un nuevo curso consistente en evitar forzar el contacto con tribus aisladas, las autoridades indias abandonaron sus expediciones con obsequios a los sentineleses tras la expedición de 1991.
La muerte de Chau ha suscitado preocupaciones por el destino de los sentineleses. El 26 de noviembre, en una carta abierta a los medios, un grupo de destacados antropólogos y activistas indios han instado al gobierno a cancelar cualquier intento de recuperar el cuerpo del misionero. «Los derechos y deseos de los sentineleses deben ser respetados», reza su carta. «No se logrará nada escalando el conflicto y la tensión y, lo que es peor, creando una situación en la que se causen más daños».
La situación singular de los sentineleses —como única tribu aislada del mundo que habita su propia isla— los hace «excepcionalmente vulnerables» a las enfermedades de los forasteros, según Sophie Grig, experta en las tribus de Andamán de Survival International, un grupo de defensa de los derechos de los indígenas con sede en Londres. «Es una razón fundamental para respetar su derecho a permanecer sin contacto», explicó. «Aún sin todo eso, han dejado muy claro qué es lo que quieren».
Los sentineleses deben ser plenamente conscientes del mundo extranjero que los rodea. Los aviones surcan sus cielos. Los buques oceánicos aparecen con regularidad en el horizonte. Las afiladas puntas de sus flechas están hechas de metal que se cree que han rescatado de naufragios. A veces, son objeto de las indiscretas cámaras de los turistas que, como Chau, pagan a los pescadores para que evadan las patrullas costeras y se acerquen a la isla.
Grig espera que el gobierno indio duplique esfuerzos para proteger Sentinel del Norte y a los sentineleses. «Es muy importante que se refuercen las patrullas y que las aguas a su alrededor se vigilen de forma adecuada y se protejan de cualquier forastero: pescadores, turistas o evangelizadores».
Nadie aparte de los sentineleses sabe exactamente por qué la tribu tiene tanta hostilidad hacia el mundo exterior. Quizá se remonte a una visita de los colonos británicos en la década de 1880, cuando varios isleños fueron secuestrados y perecieron bajo custodia británica. Quizá sienten por instinto que los forasteros suponen un peligro claro y presente, incluso los que se acercan con las mejores intenciones.
Sea cual sea su motivo, los sentineleses se han ganado la admiración de muchos que consideran su resistencia una voluntad férrea de vivir como quieren en una diminuta franja verde rodeada de un mar cargado de problemas.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.