Restos óseos revelan las complejidades sociales «invisibles» de los antiguos hogares europeos
El ADN y los análisis isotópicos de personas que vivieron en Alemania hace 4000 años muestran vínculos inesperados en las granjas de la Edad del Bronce.
Las primeras pistas de desigualdad social en Europa surgen en la Edad del Bronce, con la aparición de tumbas para la élite llenas de artículos de lujo. Es fácil imaginar la distribución de los ricos y los pobres en una población, pero un nuevo análisis de tumbas antiguas del sur de Alemania sugiere que las disparidades de riqueza eran evidentes incluso dentro cada hogar, con ricos y pobres viviendo bajo el mismo techo.
Un equipo de investigación ha centrado su atención en los cementerios prehistóricos del valle del Lech, en Bavaria. Hace unos 4000 años, el valle estaba lleno de granjas de la Edad del Bronce, no de aldeas abarrotadas y fortificadas. Cada finca ocupaba un pueblo individual con unos cuantos edificios de vivienda y almacenamiento y un pequeño cementerio.
El equipo analizó más de 100 tumbas descubiertas por los arqueólogos de estas granjas, que databan del Neolítico (hace casi 5000 años) hasta el Bronce Medio (hace unos 3300 años).
A partir de datos de ADN prehistórico, los investigadores construyeron árboles familiares genéticos de los hogares. Mediante los análisis isotópicos de los restos óseos, los científicos pudieron comprender dónde crecieron los individuos y cuánto viajaron a lo largo de sus vidas. Los investigadores también tuvieron en cuenta cómo habían sido enterrados los difuntos y emplearon los ajuares funerarios como indicador de la riqueza de cada persona durante su vida.
Según Alissa Mittnik, genetista de la Facultad de Medicina de Harvard y coautora del estudio publicado en la revista Science, en los resultados observaron unos cuantos patrones intrigantes. El cementerio de cada granja solía estar ocupado por un núcleo familiar que duraba cuatro o cinco generaciones. Normalmente, los miembros de cada familia eran enterrados los unos junto a los otros y en sus tumbas aparecían más indicios de riqueza, como ornamentos y armas. La propiedad parece haberse transmitido a lo largo del linaje masculino, ya que las únicas relaciones entre los progenitores y su descendencia observadas en las tumbas eran paternofiliales.
Casi un 60 por ciento de las mujeres enterradas en las granjas del valle del Lech se clasificaron como «no locales», ya que carecían de lazos genéticos con el resto de los individuos de la muestra y sus firmas isotópicas sugerían que llegaron al valle del Lech desde diversas regiones que estaban a cientos de kilómetros de distancia. Sin embargo, estas mujeres «no locales» fueron enterradas con el mismo tipo de bienes funerarios que las mujeres locales de alta posición social.
«Aún nos preguntamos cuál era la identidad y el papel de estas mujeres en estas comunidades», afirma Mittnik. «Una de las teorías que tenemos es que quizá fueran mujeres de alta posición social que se habrían casado con [un miembro de] una de estas familias». No se descubrieron hijas adultas de los hombres del núcleo familiar en los cementerios, lo que sugiere que las mujeres que se criaron en estas granjas podrían haberse mudado para casarse. El patrón encaja con hallazgos anteriores que Mittnik y sus colegas publicaron en 2017.
Por su parte, las personas enterradas sin bienes funerarios valiosos eran normalmente lugareños que carecían de vínculos genéticos con las familias nucleares de los hogares.
«Interpretamos estos individuos como posibles sirvientes o quizá esclavos», explica Mittnik, basándose en la ausencia de bienes valiosos para el más allá comparada con el resto de las personas enterradas en los cementerios. «Esto aporta la primera imagen de un tipo de hogar socialmente complejo en la prehistoria. Observamos que se produce un tipo de desigualdad social que antes no era visible». Imaginan que la estructura social del interior de estos hogares podría haber sido similar a la existente 1500 años después, en la antigua Grecia y Roma, cuando era habitual tener criados domésticos.
«Estas muestras proceden de una época en la que no había textos escritos, así que hemos conseguido una imagen mejorada de la dinámica comunitaria más allá de lo que nos pueden revelar los datos arqueológicos por sí solos. Asumiendo este enfoque detallado, pueden empezar a utilizar el ADN prehistórico para desvelar qué pasaba a nivel comunitario en estas culturas antiguas», afirma Krishna Veeramah, genetista de la Universidad de Stony Brook en Nueva York que no participó en el estudio, pero que ha empleado el ADN prehistórico para estudiar las poblaciones bávaras de periodos posteriores.
Michael Smith, arqueólogo de la Universidad del Estado de Arizona que ha estudiado la desigualdad histórica en otras partes del mundo, afirma que no es necesariamente sorprendente que las personas fuera del núcleo familiar hubieran vivido en un solo hogar y advierte que no se debe asumir que los extranjeros eran esclavos o criados. Con todo, los resultados le entusiasman:
«Creo que la idea de emplear los restos de ADN para analizar las relaciones de parentesco y desigualdad a escala local es muy prometedora y que sería fantástico tener más casos en los que hacer análisis de este tipo», afirma.
Por ahora, los resultados podrían haber dado pie a más preguntas que respuestas. Los investigadores no han podido identificar a la descendencia de las mujeres no locales, por ejemplo. Si estas mujeres eran novias extranjeras, ¿qué les habría ocurrido a sus hijos? Es un misterio que Mittnik y sus colegas deben desentrañar, aunque especulan que los niños podrían haberse empleado en algún tipo de intercambio.
«Estos niños podrían haber sido enviados a las comunidades originarias [de las madres], quizá para fortalecer los vínculos comerciales o las redes maritales o culturales a larga distancia», especula.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.