Así han influido siglos de pandemias en la monarquía británica
El positivo en coronavirus del príncipe Carlos de Inglaterra se suma a una larga lista de enfermedades que han afectado a la realeza británica, como la peste, la viruela y la gripe.
El príncipe Carlos, heredero al trono británico, ha dado positivo en COVID-19. Su oficina anunció esta semana que el príncipe de Gales muestra síntomas leves y actualmente se mantiene aislado en su residencia en Escocia, el castillo de Balmoral, junto a su esposa Camilla, duquesa de Cornualles, que ha dado negativo en la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus.
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Aunque el príncipe Carlos es el primer miembro de la familia real británica que ha dado positivo en este brote, no es el primero que sufre durante una pandemia. De la peste negra en el siglo XIV a la gripe española en el XX, las enfermedades mortales no discriminan. Los miembros de la familia real británica han sucumbido y sobrevivido a las pandemias y, en algunos casos, han cambiado el curso de la historia.
La peste
La peste bubónica, una de las enfermedades más letales de la historia humana, es una infección bacteriana que puede saltar de animales a humanos. Aunque las pandemias de la peste han ocurrido desde en torno al 542 d.C., la más famosa comenzó en 1334 con el brote de la peste negra, que arrasó Asia y Europa y mató a hasta 25 millones de personas. Su propagación fue implacable y la familia real no se libró.
Eduardo III, coronado rey de Inglaterra en 1327, fue el primer monarca que perdió a un familiar por la peste negra. En 1348, su hija de 14 años, Juana, contrajo la peste durante su viaje a España para casarse con Pedro de Castilla, cuyo padre, el rey Alfonso XI de Castilla, moriría de peste dos años después intentando reconquistar Gibraltar.
Los brotes de peste bubónica seguirían asolando Gran Bretaña. Casi 50 años después, el nieto de Eduardo III perdió a un ser querido por la peste. En 1394, el rey Ricardo II se vio muy afectado por la muerte de su mujer, la reina Ana de Luxemburgo. Ana, conocida por su amabilidad, tenía el mote de «buena reina Ana» y su marido la quería tanto que ordenó la demolición del palacio de Richmond, donde había fallecido.
Evidencias recientes sugieren la peste volvió a afectar a la familia real británica un siglo más tarde. En 1492, Elizabeth Woodville (reina consorte de Eduardo IV y abuela de Enrique VIII) fue enterrada con una ceremonia curiosamente pequeña: solo asistieron cinco personas que acompañaron su ataúd y la enterraron sin ritos funerarios. En 2019, una carta de 500 años de antigüedad descubierta en los Archivos Nacionales de Inglaterra señaló la peste como causa de su muerte, lo que posiblemente explicaría su modesto funeral y el miedo a la enfermedad que sintió su nieto durante toda su vida.
La viruela
La viruela, aún más letal que la peste, era una enfermedad muy contagiosa provocada por el Variola virus que produce pústulas en el cuerpo del infectado. Aunque la viruela había circulado por Europa durante siglos (en el año 907, parece que la hija del rey Alfredo el Grande sobrevivió a la enfermedad), un brote en el siglo XVI podría haber cambiado el rumbo de la historia.
En 1552, el rey Eduardo VI, único hijo legítimo de Enrique VIII, enfermó de viruela y sarampión con solo 14 años. Aunque se recuperó rápidamente, el joven monarca falleció de tuberculosis el año siguiente, algo que se ha atribuido a su sistema inmunitario afectado. No había herederos hombres supervivientes, así que el trono se le concedió a su medio hermana María y, a su muerte en 1558, a la reina Isabel I, que quizá sea la víctima más famosa de la viruela.
Para 1562, la viruela se había convertido en una epidemia que parecía afectar principalmente a «a señores y damas de edad». No era solo una enfermedad potencialmente mortal, sin que también desfiguraba a los supervivientes. La reina Isabel I tenía solo 29 años cuando contrajo una fiebre violenta que resultó ser viruela. Los que la rodeaban pensaban que moriría, y ella también: más adelante contaría a una delegación parlamentaria que «la muerte poseyó cada una de mis articulaciones».
La reina Isabel I sobrevivió, pero la enfermedad le dejó cicatrices que cubrió con maquillaje con base de plomo y acabaría reinando en una edad de oro marcada por William Shakespeare y el ascenso de Inglaterra como superpotencia.
Con todo, más de un siglo después, la viruela se cobró la vida de otra monarca británica. En 1694, la reina María II, que gobernó junto a su marido Guillermo III tras el golpe de estado incruento conocido como Revolución Gloriosa de 1688, falleció de viruela en sus aposentos a los 32 años. Fue una de las varias gobernantes mundiales a los que mató la enfermedad: también fallecieron el rey Luis I de España en 1724, el zar Pedro II de Rusia en 1730 y el rey Luis XV de Francia en 1774.
La gripe
Aunque quizá sea tan habitual como el resfriado, la gripe ha provocado catástrofes globales. La gripe, causada por un virus muy infeccioso, es una enfermedad respiratoria que se propaga fácilmente mediante la tos y los estornudos y provoca neumonía. Aunque en general nuestros cuerpos pueden combatir estos virus, a veces mutan y allanan el camino para la aparición de una pandemia. Desde el siglo XVIII, la gripe ha provocado una docena de pandemias y se ha cobrado millones de vidas.
En 1889, un brote de gripe que surgió en San Petersburgo se propagó por Europa en lo que acabaría conociéndose como la pandemia de «gripe rusa». La gripe llegó a Londres en tres olas, cada una peor que la anterior. En 1892, la tercera ola de gripe afectó a la familia real cuando el príncipe Alberto Víctor, nieto de la reina Victoria y segundo en la línea sucesoria, contrajo la gripe el día antes de si vigésimo octavo cumpleaños. Falleció en una semana y su muerte preparó el terreno para que su hermano pequeño, Jorge V, se convirtiera en rey.
Su muerte supuso un segundo golpe para la reina Victoria, que había caído en una profunda depresión tras la muerte de su marido Alberto en 1861, atribuida a la fiebre tifoidea. Su dolor era tan grande que la reina estuvo de luto el resto de su vida.
No habían pasado ni tres décadas cuando otra pandemia de gripe, la más catastrófica hasta la fecha, llegó hasta la familia real y al resto del mundo. En 1918, la denominada gripe española (aunque los primeros casos se documentaron en Estados Unidos) infectó a un tercio de la población mundial y mató a hasta 50 millones de personas. Uno de sus supervivientes más famosos fue el rey Jorge V, que contrajo la gripe en mayo de 1918, aunque parece que le fue mejor que a su primer ministro, David Lloyd George, que estuvo a punto de morir por la enfermedad.
El legado
Las pandemias han influido en la historia de muchas formas diferentes. Sin embargo, las pérdidas que ha sufrido la familia real a manos de las pandemias ofrecen un ejemplo tangible de cómo una enfermedad puede cambiar el rumbo de la historia. No solo altera las líneas sucesorias, sino que también es una llamada de atención.
Para el público británico, la muerte del príncipe Alberto Víctor en el siglo XIX fue una de esas llamadas de atención. En 2019, el Museo de Londres inauguró una exposición que ponía de manifiesto la vulnerabilidad de las ciudades modernas a las epidemias en la que se exhibió de forma destacada el vestido de luto de la reina Victoria. Entonces, la cocomisaria Vyki Sparkes explicó que la muerte repentina del príncipe conmocionó a la nación y demostró que nadie era inmune a un brote. «Cambió el rumbo de la historia, ya que su hermano pequeño se convirtió en rey, el rey Jorge V, pero también cambió la perspectiva sobre las epidemias», contó al Belfast Telegraph.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.