Fotografías de un mundo en pausa por el coronavirus
Desde sus casas de Barcelona a Nairobi, los fotógrafos de National Geographic han capturado a sus seres queridos, las calles vacías y los pequeños detalles.
«Andrà tutto bene».
«Jiayou».
«Together, apart».
Estas frases en italiano, mandarín e inglés respectivamente transmiten el mensaje de «solidaridad en la soledad». Es como si el avance de la COVID-19 hubiera creado un llamamiento y una respuesta universales en todo el mundo. Si no podemos reunirnos en persona, podemos unirnos en espíritu contra la amenaza conjunta del coronavirus.
De San Francisco a Milán, de Tokio a Barcelona y más allá, nos quedamos en casa, aplanamos la curva, practicamos el distanciamiento social. Eso también se aplica a los fotógrafos de National Geographic.
¿Cómo es la pandemia desde sus perspectivas ahora geográficamente limitadas? Hemos pedido a varios fotógrafos que compartieran sus puntos de vista sobre los mundos que ven en el interior de sus casas o cuando miran por la ventana.
«Me encantan las vistas desde mi ventana», afirma Ian Teh, fotógrafo británico-malayo. «Pero no suena tan tranquilo como parece: me llega el ruido del tráfico de una autopista cercana. [Pero durante] nuestro bloqueo nacional, solo cantan los pájaros o reina el silencio, ambos recordatorios de esta grave situación. Solo salimos para comprar comida o medicamentos. Los trabajos y los proyectos han desaparecido o se han aplazado. Me siento afortunado por poder compartir estos momentos en casa con mi pareja. He intentado verlo como una oportunidad para hacer cosas para las que nunca saco tiempo, como hablar con amigos y familiares que viven lejos por videollamada, cocinar o meditar».
«Es muy bonito detenerse y pasar tanto tiempo juntos en familia, pero también puede volvernos locos», afirma Ivan Kashinsky que, junto a la fotógrafa Karla Gachet, su mujer, ha pasado muchas horas con sus hijos. «Nuestra salvadora ha sido la naturaleza. Damos un paseo todos los días por la tarde y los senderos parecen curarnos la mente. La fotografía es otra forma de terapia. He documentado nuestras vidas con el móvil mientras nos adentramos en lo desconocido».
«Me preocupa el futuro de mi trabajo como fotógrafa autónoma, que depende de viajar y de los encargos en el extranjero», cuenta Rena Effendi, que vive en Estambul. «En el último año, he viajado por trabajo a unos 20 países y en cierto modo estoy disfrutando del descanso en casa, con mi hija. En realidad no es tan malo estar en cuarentena en el barrio donde vivo, Gihangir. Hay muchos supermercados pequeños y todo lo que necesitas está a poca distancia a pie».
«En la primera mañana de la cuarentena, apareció un rayo de luz inesperado en la pared del piso de mi pareja cerca de Gotemburgo, Suecia», cuenta la fotógrafa Acacia Johnson. «Desde que empezamos la cuarentena, he estado sacando fotos igual que cuando cogí una cámara por primera vez, cuando era adolescente, en busca de la magia silenciosa de lo cotidiano. En esta época de incertidumbre, es reconfortante reconocer la belleza en los pequeños detalles que nos rodean».
«Aquí, en el sur de Bahía, no hay estructura para esta crisis. La gente sigue viviendo con normalidad, yendo a la playa, respetando la distancia de vez en cuando», cuenta la fotógrafa Luisa Dörr. «[Los bahianos] son gente muy dura, criada en el bosque, y han trabajado toda su vida en condiciones difíciles. Dicen que el virus no los matará. Además, son muy religiosos y la mayoría cree firmemente que Dios los protegerá».
«Un fotógrafo lo es las 24 horas del día todo el año, no solo cuando trabaja en un encargo», afirma Paolo Verzone, que fotografió el gimnasio improvisado que se ha montado en su azotea barcelonesa. «Me siento muy cómodo documentando la vida desde mi cocina en una habitación de 20 metros cuadrados mientras estoy en cuarentena. Es como si estuviera en medio de un desierto con unas vistas mágicas».
«Mi respuesta instintiva ante esto es hallar la belleza en lo que me rodea, redescubrir mi casa y su poesía mediante la fotografía y el vídeo», afirma la fotógrafa milanesa Camilla Ferrari, que no ha salido de casa desde el 9 de marzo. «Creo que esta pausa forzosa pronto revelará cómo ha afectado nuestro comportamiento a la Tierra y a otros humanos. Intento mantener una mentalidad todo lo positiva posible leyendo, investigando, meditando y sacando fotos».
«La verdad es que veo un lado positivo de esta crisis, que es que el mundo entero se ha paralizado», cuenta la fotógrafa Maggie Steber. «Estoy usando el regalo del tiempo para trabajar en un proyecto en curso. recojo cosas en mi jardín y he estado observando la actividad de los lagartos, las abejas y las ardillas. Hoy vi una pelea entre lagartos. Aunque estoy preocupada por el mundo, el trabajo y la vida en general, esta pausa también me ha dado serenidad».
«Acabo de llegar a casa desde fuera del estado y me cuesta no preocuparme por si soy portador de un virus latente», cuenta el fotógrafo Corey Arnold. «Espero convertir mi nueva incapacidad de viajar en algo positivo, al tener más tiempo para pasar con la familia. Mi pareja, Aly Nicklas, y yo vivimos en Portland con nuestro hijo de seis semanas, Wolfgang. Normalmente, salgo del estado al menos dos veces al mes por trabajo, pero ahora, en cuarentena en casa, estoy documentando una crisis sanitaria y económica que acecha en un futuro no tan lejano».
«Ayer, mi vecina de 82 años, Barbara, me pidió ayuda para hacer una videollamada con Zoom desde su iPad para su clase de pilates», cuenta el fotógrafo Ismail Ferdous. «Lleva más de tres décadas dando estas clases con la misma instructora y esta era la primera vez que Barbara tuvo que participar de forma remota desde su piso de Manhattan. Como necesitaba pesos, los improvisó con [latas de] alubias».
«Los fotógrafos tradicionales ya tienen el reto de capturar el mundo real y todo lo que ocurre en él. Con el coronavirus, me siento muy limitada físicamente», cuenta la fotógrafa de Teherán Newsha Tavakolian, que rompió la cuarentena para sacar fotos inquietantes de su ciudad. «Me he comprometido a contar historias, pero a menudo son las historias de otros. Esta vez, lo que pasa también me pasa a mí».
Para la fotógrafa Loulou D’Aki (que es sueca pero vive en Grecia), estar en Japón durante el coronavirus fue una experiencia heterogénea. «Estar lejos de mis dos hogares, el adoptivo y el natal, me pasó factura emocionalmente», cuenta. «Seguí las noticias y hablé con amigos y familiares, pero en tiempos de crisis como estos, me sentía mal estando sola en la otra punta del mundo. Japón gestionó la situación de forma muy distinta. Cuando llegué, ya habían averiguado cómo mantener a raya la pandemia. Por un lado, esto me tranquilizó, pero por otro, hizo que me sintiera sola». D’Aki sacó esta imagen de las mujeres con mascarillas en el barrio de Jimbocho de Tokio antes de volver a Suecia a finales de marzo.
«A la incertidumbre le acompaña una conciencia más viva, no solo de las curvas parabólicas cambiantes de esta pandemia, sino también de las minucias de la vida cotidiana», cuenta la fotógrafa Nichole Sobecki. «Los halcones del barrio, el calor del suelo bajo nuestros pies, los momentos de silencio juntos. He pasado gran parte de la última década como observadora mientras los hoteles, los aeropuertos y las comidas apresuradas se difuminaban en una sola línea de movimiento continuo. Ahora, con todos los viajes aplazados, el tiempo se expande. Me preocupa cómo será la situación en mi hogar adoptivo, Kenia, tan viva pero tan desigual, cuando nos golpee esta tormenta con todas sus fuerzas».
Maura Friedman es editora de fotografía adjunta de National Geographic Travel. Síguela en Instagram y Twitter.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.