2020 no es 1968: para entender las protestas actuales, hay que retroceder más
Los conflictos de 2020 no son solo una repetición de los problemas del pasado; son un nuevo avance en la lucha por la igualdad racial en Estados Unidos.
Unidos en oposición a la brutalidad policial y la muerte de George Floyd, los manifestantes recorren las calles de Nueva York el 4 de junio de 2020.
El activista del Black Power de los años sesenta H. Rap Brown dijo en su día que «la violencia es tan estadounidense como la tarta de cerezas».
En las dos últimas semanas, se han celebrado más de mil protestas —la mayoría pacíficas, aunque algunas degeneraron en violencia— en todo Estados Unidos, impulsadas por la ira por la muerte de George Floyd, que alguien grabó mientras un agente de la policía de Minneapolis le presionaba el cuello con la rodilla durante casi nueve minutos mientras Floyd yacía esposado boca abajo. Floyd fue uno de los casi 1000 estadounidenses asesinados cada año por la policía, una cifra desproporcionada para quienes, como él, son afroamericanos.
Echando la vista atrás, los observadores buscan comparaciones entre los levantamientos actuales y el caos de 1968. Pero las raíces de los acontecimientos de 2020 se adentran mucho más en los últimos cien años de historia estadounidense, marcados por disturbios raciales, masacres y enfrentamientos entre la policía y los afroamericanos. A partir de 1919, tres grandes olas de levantamientos nacionales en el siglo XX arrojan luz sobre cómo ha crecido, cómo ha cambiado y cómo no ha cambiado la lucha por la igualdad racial.
En julio de 1967, la paliza a un taxista negro por parte de policías blancos dio pie a disturbios que duraron nueve días en Newark, Nueva Jersey, que provocaron el despliegue de la Guardia Nacional.
Más de 50 años después, los manifestantes recorren las calles de Nueva York con el puño levantado, pancartas y teléfonos móviles para denunciar la muerte de George Floyd a manos de un agente de policía.
El Verano Rojo de 1919
La primera ola llegó a principios del siglo XX y culminó en el denominado Verano Rojo de 1919, cuando el país se recuperaba de la Primera Guerra Mundial, profundamente dividido por las tensiones de raza y género y el ardor antiinmigración, y devastado por la epidemia de gripe española. Aquel año se produjeron decenas de enfrentamientos raciales violentos en al menos 25 lugares, entre ellos pequeñas ciudades como Elaine, Arkansas, y Bisbee, Arizona, y grandes ciudades como Omaha, Nebraska, Chicago, Illinois y Washington D.C. Durante esta primera ola, cientos de miles de afroamericanos se desplazaban al norte en lo que pasaría a conocerse como Gran Migración para buscar puestos de trabajo creados por el gasto bélico y huir de la violencia y la opresión de los antiguos estados confederados.
En 1921, las turbas blancas, con la complicidad de la policía local, incendiaron el distrito de comercios de propietarios negros de Tulsa, Oklahoma, conocido como «Black Wall Street». Mataron a unas 300 personas y dejaron sin hogar a casi toda la población negra de la ciudad. En la mayoría de estas masacres y revueltas, la policía hizo la vista gorda ante la violencia blanca y detuvo a los afroamericanos por defenderse.
Las tensiones entre los veteranos blancos y afroamericanos de la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas subyacentes del Verano Rojo de 1919. En Chicago, desplegaron a la milicia estatal para vigilar los disturbios.
Los disturbios raciales de Chicago de 1919 fueron unos de los más devastadores del Verano Rojo. Duraron 13 días y se saldaron con 38 muertos y 537 heridos. En esta foto, una turba blanca armada persigue a un hombre afroamericano.
Durante los disturbios, los blancos incendiaron muchas casas afroamericanas, dejando a más de mil personas sin hogar.
En respuesta a estas tácticas brutales, los afroamericanos invirtieron su energía en construir organizaciones de derechos civiles en las décadas de 1920 y 1930. La Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés), fundada en 1909, expandió su campaña nacional por la justicia racial y creó una de las organizaciones de masas más grandes del país, que ya contaba con 500 000 miembros para 1945. Millones de afroamericanos —tanto del norte urbano como del sur rural— se decantaron por organizaciones que fomentaban el orgullo racial y la autodeterminación, en particular la Asociación Universal de Desarrollo Negro, dirigida por Marcus Garvey. Empoderados por el derecho a voto (un derecho negado a las personas negras mediante la supresión del votante en la mayor parte del sur del país), los afroamericanos de las ciudades del norte empezaron a ejercer su influencia electoral.
Combatiendo el fascismo en el extranjero y el racismo en casa
La segunda ola masiva de protestas y violencia racial llegó durante los años disruptivos de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. En 1941, cuando A. Philip Randolph, líder del movimiento obrero y por los derechos civiles, amenazó con una Marcha en Washington para demandar que el gobierno federal abriera los empleos de defensa a los afroamericanos, el presidente Franklin Roosevelt sucumbió a la presión y firmó una orden para crear el Comité de Prácticas de Empleo Justo. La hipocresía del racismo en un país que luchaba en una guerra mundial por la democracia alimentó la ira de los afroamericanos y desató uno de los periodos más intensos de organización política negra y oposición blanca.
En una segunda ola de la Gran Migración, cientos de miles de trabajadores negros se desplazaron al norte y al oeste durante la guerra y encontraron trabajo en fábricas de aviones y astilleros. Los periódicos que servían a las comunidades afroamericanas, encabezados por el Pittsburgh Courier, divulgaron la discriminación racial y la violencia y pusieron en marcha la campaña «Doble V» para la victoria contra el fascismo en el extranjero y contra la supremacía blanca en casa.
En agosto de 1944, los manifestantes protestaron en apoyo a la decisión de la Philadelphia Transit Company de permitir a los hombres negros conducir tranvías cuando los empleados blancos se declararon en huelga. Muchos partidarios citaron las experiencias de los afroamericanos en la Segunda Guerra Mundial: «Conducimos tanques. ¿Por qué no tranvías?».
El 21 de junio, una turba blanca protesta y vuelca un coche. Durante unas 24 horas en junio de 1943, Detroit, en Míchigan experimentó uno de los peores disturbios raciales de la segunda ola. Se cobraron las vidas de 25 negros (17 de ellos asesinados por la policía) y nueve blancos.
Durante los disturbios raciales de Detroit, un miembro de la muchedumbre blanca ataca a un hombre negro bajo custodia policial.
En 1943, en Mobile (Alabama) y Detroit los blancos temerosos de la creciente militancia negra y la competición por los empleos y las viviendas arrasaron con barrios negros y atacaron a trabajadores negros, una repetición de lo que ocurrió en el Verano Rojo de 1919. Aquel año se desataron más de 240 disturbios raciales en todo Estados Unidos. Los afroamericanos no eran el único blanco; ese mismo año, en Los Ángeles, las turbas blancas enfadadas por una nueva amenaza racial atacaron a hombres jóvenes mexicano-americanos. La policía intervino en todas estas ciudades, poniéndose del lado de los agitadores blancos.
Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, los afroamericanos protestaron —de forma tanto pacífica como violenta— contra el racismo y la brutalidad policial. El barrio neoyorquino de Harlem fue un semillero de activismo por los derechos civiles. En agosto de 1943, cuando un policía blanco disparó al soldado Robert Bandy, que estaba de permiso, las multitudes negras furiosas por la brutalidad policial rompieron ventanas de comercios y se enfrentaron a los agentes de policía. En tiempos de guerra en Birmingham, Alabama, los afroamericanos se resistieron a un trato de segunda clase en los autobuses municipales y se enfrentaron a conductores, pasajeros y policías. En 1943 y 1944, los activistas por los derechos civiles de Chicago celebraron sentadas en los restaurantes que se negaban a servir a las personas negras. Estas protestas se convirtieron en un movimiento nacional entre la guerra y mediados de los años sesenta.
Los turbulentos años sesenta
Ante el crecimiento del movimiento por los derechos civiles, una tercera y enorme ola de levantamientos urbanos surcó el país entre 1963 y 1968. Las protestas nacieron de décadas de organización de base contra la segregación y la discriminación racial en el empleo, el acceso a la vivienda, el transporte y el comercio, tanto en el norte como en el sur del país.
En 1963, Martin Luther King Jr. y la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano se manifestaron en Birmingham, Alabama, para demandar la desegregación de los comercios, restaurantes, baños públicos y fuentes de agua potable. En un violento despliegue de fuerza, el comisionado de seguridad pública de la ciudad de Birmingham Eugene «Bull» Connor ordenó a la policía y los bomberos que utilizaran los perros guardianes y las mangueras contra los manifestantes no violentos, muchos de ellos niños. Como venganza por la brutalidad, los vecinos negros arrasaron el distrito empresarial de la ciudad en un llamamiento a la autodefensa. Cuando los manifestantes pacíficos no conseguían los resultados deseados y los agentes utilizaban la fuerza para reprimir la disidencia, los manifestantes solían recurrir a tácticas más destructivas.
Las bayonetas y los tanques amenazan a los manifestantes en la huelga de basureros de Memphis del 28 de marzo de 1968. El reverendo Martin Luther King Jr. viajaría a Tennessee para apoyar la huelga el 3 de abril. King sería asesinado al día siguiente.
Durante los disturbios raciales de Newark, en julio de 1967, los empresarios afroamericanos, como este propietario de una tienda, apelaron a la solidaridad racial para proteger sus negocios de los saqueos.
La policía respondió de forma violenta a las protestas pacíficas, como esta en Birmingham, Alabama. En 1963, emplearon cañones de agua contra jóvenes afroamericanos en una protesta contra la segregación organizada por el reverendo Martin Luther King Kr. y el reverendo Fred Shuttlesworth.
Fue un patrón que se repetiría cientos de veces en los años posteriores, extrayendo energía del creciente movimiento del Black Power, que reivindicaba el orgullo negro, la autodefensa contra ataques racistas y la autodeterminación. Filadelfia, Harlem y Rochester ardieron en 1964; Los Ángeles en 1965; y Chicago y otras ciudades en 1966, culminando en el «largo y cálido verano» de julio de 1967, cuando la violencia colectiva por la brutalidad policial y la indiferencia ante el sufrimiento negro estalló en 163 ciudades.
Los afroamericanos quemaron y saquearon tiendas y se enfrentaron a las represalias violentas por parte de las fuerzas policiales blancas de las grandes ciudades. En Newark, Nueva Jersey, fallecieron 34 personas, 23 de ellas a manos de la policía. En Detroit fallecieron 43 personas, la mayoría por los disparos de unos 17 000 agentes de policía, la Guardia Nacional y los soldados enviados para sofocar la rebelión. En abril de 1968, el dolor y la furia por el asesinato de Martin Luther King Jr. se convirtieron en levantamientos en los que ardieron más de 100 ciudades.
Los levantamientos de los años sesenta fueron diferentes a los precursores de 1919 y 1943. Las manifestaciones posteriores —tanto las no violentas como las disruptivas— fueron encabezadas por afroamericanos, a diferencia de los disturbios raciales de Chicago, Tulsa, Detroit y Los Ángeles, que fueron instigados por turbas blancas. En los años sesenta, casi todos los saqueos y los incendios ocurrieron en barrios afroamericanos y cargaron principalmente contra comercios de blancos acusados de cobrar de más a los clientes negros por artículos de menos calidad. Algunas personas blancas también destrozaron comercios, pero las multitudes y los distritos comerciales afectados fueron mayoritariamente negros.
Las únicas personas blancas que salieron a las calles en grupos considerables fueron los agentes del orden, que echaron leña al fuego del malestar apaleando y disparando a los manifestantes. Muchos estadounidenses blancos —entre ellos los candidatos presidenciales Richard M. Nixon y George Wallace— aplaudieron a la policía. Entre los simpatizantes de los manifestantes negros figuraron miembros notables de la Comisión Kerner bipartita, fundada por el presidente Lyndon B. Johnson para investigar las causas de los alzamientos de los sesenta. Sus 11 miembros, entre ellos el único senador estadounidense negro, Edward Brooke (republicano de Massachusetts), y el director ejecutivo de la NAACP, Roy Wilkins, publicaron un informe superventas que concluyó que, para muchas personas negras, «la policía había pasado a simbolizar el poder blanco, el racismo blanco y la represión blanca».
La nueva cara de las protestas
En las décadas posteriores a 1968, los brotes de protesta y conflicto estuvieron más aislados geográficamente, pero sus causas y su furia presagiaron los de 2020. En 1992 estallaron protestas y disturbios masivos en Los Ángeles tras la absolución de los agentes de policía blancos que fueron grabados en vídeo propinando una paliza brutal al motorista negro Rodney King. Veinte años después, las muertes de más afroamericanos a manos de la policía provocaron la indignación pública, protestas multitudinarias y, a veces, ataques a comercios propiedad de blancos. Los activistas de todo el país se unieron en el movimiento Black Lives Matter, fundado en 2013 por Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi ante la absolución de un hombre de Florida que mató de un disparo a Trayvon Martin, un estudiante negro de 17 años que visitaba a sus parientes en una urbanización privada. La coalición utiliza las protestas, las redes sociales y la publicidad para sacar a la luz la violencia policial contra los afroamericanos.
Desde la muerte de George Floyd el 25 de mayo de 2020, las protestas se han extendido desde Minneapolis, donde falleció Floyd, a los 50 estados del país y al resto del mundo. Kingmil Miceus es uno de los manifestantes en Nyack, Nueva York.
Los levantamientos de 2020 se parecen a los de 1919, 1943 y 1968 en ciertos aspectos: han surgido de odios latentes sembrados por la larga y enconada historia de violencia blanca y brutalidad policial contra los afroamericanos que se han cobrado cientos de vidas cada año, entre ellas las de Floyd, Breonna Taylor y Ahmaud Arbery, tres de las víctimas más recientes. La mayor parte de las protestas de 2020 han sido pacíficas, según los informes preliminares, y solo una fracción se ha vuelto violenta.
Pero más que nunca, las manifestaciones actuales son marcadamente interraciales: rostros afroamericanos, asiático-americanos, latinos y blancos tapados con mascarillas para prevenir la propagación de la COVID-19 han aparecido en los centros de las ciudades, bloqueado puentes y carreteras y se han congregado frente a la Casa Blanca. Sugiere una nueva fase de oposición que está uniendo a grupos que no han tenido mucho en común durante la mayor parte de la historia de Estados Unidos. En los casos en los que han surgido conflictos, los agredidos, gaseados o disparados con balas de goma pertenecen a todas las razas.
En Minneapolis, poco después de la muerte de Floyd, la policía disparó gas lacrimógeno a los manifestantes frente a la Comisaría Tercera. Al igual que las protestas pasadas, ha habido violencia y saqueos en algunas de las protestas de 2020.
En Nueva York, el blanco de la ira han sido las franquicias y los barrios más ricos de la ciudad, un cambio pronunciado frente a los disturbios de las décadas pasadas.
La geografía de la violencia y los saqueos también es distinta en 2020. Los enfrentamientos del pasado se producían principalmente en barrios donde vivían personas negras; en la actualidad, han empezado y se han extendido hacia las partes ricas del centro de las ciudades y los centros comerciales suburbanos. Los saqueadores han atacado tiendas locales y franquicias internacionales en barrios ricos como Rodeo Drive en Beverly Hills, el Soho en Nueva York y Buckhead en Atlanta. Todavía no podemos comprender del todo la importancia de que los manifestantes pinten grafitis que digan «Black Lives Matter» y «Eat the Rich», pero ante el aumento del desempleo y la injusticia racial continua es posible que estemos presenciando algo que es tan viejo como nuevo.
A menudo, en las protestas de las últimas décadas había razas diferentes en lados diferentes. En 2020, los manifestantes de razas diferentes, con mascarillas para mantener a raya la COVID-19, se congregan en Nueva York el 1 de junio de 2020.
La solidaridad de los manifestantes actuales trasciende las divisiones raciales sangrientas del pasado y podría ser un trampolín hacia reformas más radicales. La muerte de George Floyd ha generado un movimiento global en el que se han derribado estatuas de propietarios de esclavos de Bristol, Inglaterra, a Richmond, Virginia; los manifestantes antipolicía se han arrodillado en Seattle, Río de Janeiro y Roma; y las autoridades públicas están debatiendo si desfinanciar o reconstruir las fuerzas policiales desde cero.
Está por ver si los levantamientos de 2020 resolverán los antiguos problemas de la injusticia racial combatida una y otra vez en las calles de Estados Unidos, pero cuando muchas razas marchan juntas en lugar de enfrentarse, el arco de la historia podría estar inclinándose de nuevo hacia la justicia.
Thomas J. Sugrue, es un destacado estudioso de ciudades, política, raza y derechos civiles y profesor de historia y análisis cultural y social en la Universidad de Nueva York. Sus libros incluyen The Origins of the Urban Crisis: Race and Inequality in Postwar Detroit, ganador del Bancroft Prize, Sweet Land of Liberty: The Forgotten Struggle for Civil Rights in the North y These United States: A Nation in the Making, 1890 to the Present.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.