El «buzkashi», el deporte nacional de Afganistán, corre peligro
A medida que los talibanes ganan terreno, el «buzkashi» —un deporte antiguo que se juega a caballo con el cadáver de una cabra o ternero por pelota— está perdiéndolo.
Los jinetes o chapandazan luchan por el control del cadáver de una cabra durante un partido de buzkashi en Dawlatabad, Afganistán, el 16 de marzo del 2017. El antiguo régimen talibán prohibió el buzkashi y las recientes victorias talibanes han provocado la cancelación de los partidos en la zona.
Cuando Khaibar Akbarzada entra en el campo, de los aficionados surge una oleada de murmullos y gritos que reconocen al instante su envergadura descomunal y su uniforme negro con el número siete estampado en blanco. Con un solo movimiento, el joven competidor se sube a un caballo y se pone en acción.
Es un viernes de principios de diciembre del 2020 y está jugando al buzkashi, el antiguo deporte nacional de Afganistán. Los grandes partidos se celebran en invierno, tras los rezos del viernes. Unos 80 jugadores, o chapandazan, del norte de Afganistán trotan a lomos de sus monturas en medio del campo. Entre la marabunta de barro, gruñidos y golpes de cascos está la pelota: el cadáver de un becerro o cabra que ha sido decapitado, eviscerado y cosido.
Los jinetes luchan por el cadáver de un becerro decapitado durante un partido el día de Nouruz, o Año Nuevo persa, en Mazar-e Sharif, la ciudadela del deporte nacional, el buzkashi. Khaibar Akbarzada, abajo a la derecha, es el jinete de chaqueta roja que lleva un látigo en la boca.
El objetivo es simple, aunque alcanzarlo puede ser brutal. Para marcar, un jinete debe coger la «pelota», dar la vuelta a una bandera ubicada en un extremo del campo y dejar el cadáver en un círculo dibujado con tiza, llamado «círculo de la justicia». Existen normas y el juego sucio está mal visto, pero los jinetes contrarios harán casi cualquier cosa para impedir que los otros marquen.
Durante sus cinco años de gobierno entre 1996 y 2001, los talibanes ultraconservadores prohibieron el buzkashi y muchas otras formas de entretenimiento por considerarlas «inmorales». Ahora, 20 años después de la caída de los líderes talibanes y con la retirada de las fuerzas estadounidenses de su guerra más larga, los militantes talibanes controlan o están disputándose casi la mitad del país, incluidos grandes tramos del norte, donde tradicionalmente se ha jugado al buzkashi. En las zonas controladas por el gobierno, los talibanes están llevando a cabo asesinatos selectivos y bombardeando carreteras y reuniones públicas para sembrar miedo. A medida que el país se adentra en el caos y los avances de los talibanes interrumpen este pasatiempo, los chapandazan deben correr cada vez más riesgos para ganarse un escaso sustento y mantener viva la tradición.
Gholam, un gran chapandaz de la provincia de Badajshán, posa para una foto tras un partido de buzkashi en Nouruz, el Año Nuevo persa, en Mazar-e Sharif.
Asif (izquierda) y su hermano pequeño Yasin en el campo antes de un partido de buzkashi en Shiberghan. En general, los chapandazan son conocidos por su nombre de pila.
De hecho, Khaibar (normalmente, los jinetes son conocidos por su nombre de pila) tardó más de 10 horas en llegar a Mazar-e Sharif desde Kunduz —el triple de lo normal en coche— debido a los tiroteos por el camino. Su padre, la única persona a quien informa de sus planes de viaje exactos, le pidió que volviera. Pero la temporada de invierno acababa de comenzar y el chico de 24 años, cuyas manos son del tamaño de un cuchillo de carnicero y que tiene mucho que demostrar, ni se inmutó.
Khaibar tiene un pedigrí ilustre en el buzkashi que ha perdurado pese a las consecuencias de la guerra. Su tío, Ahmad Gul, un campeón de la provincia de Kunduz conocido en todo Afganistán en los años setenta, fue asesinado en una emboscada durante la guerra civil, uno de los 14 miembros de su familia que fallecieron durante conflictos de los últimos 40 años.
En el 2015, cuando los talibanes invadieron brevemente la ciudad de Kunduz, la familia de Khaibar se escondió en un sótano durante dos semanas mientras se sucedían los combates y los bombardeos estadounidenses sacudían el suelo. Los militantes han conseguido tomar gran parte de las zonas rurales circundantes y la violencia «empeora cada día», afirma.
Los espectadores observan un partido en Dawlatabad a finales de una temporada muy reñida. En general, el buzkashi se juega durante los meses de invierno, cuando el frío somete a los caballos a menos presión.
Mientras el partido de hoy se intensifica, Khaibar tiene dificultades para encontrar su ritmo. Sus caballos, proporcionados por patrocinadores locales, son más pequeños de lo previsto y no se adaptan bien a su tamaño y estilo intrépido. Sus esfuerzos se han visto obstaculizados por un grupo de cinco hermanos de la provincia de Samangán que se han aliado en su contra y le tiran de las manos y del jersey cada vez que coge el becerro. En un momento dado, cuando está a punto de atraparlo, dos de ellos azotan con fuerza la ijada de su caballo para que se tambalee. La multitud los abuchea.
«Estos jugadores están arruinando el partido con faltas», dice Hameed Rassekh, un aficionado local, disgustado. «Es juego sucio».
Tras casi 10 minutos de forcejeo, un jinete levanta el becerro, se lo coloca bajo la pierna y marca un punto. Va hasta la tribuna para recoger su premio de 500 afganis (5,35 euros). La próxima ronda ya ha empezado, parte de un ciclo repetido que se extenderá hasta el atardecer.
Sarwar Pahlawan descansa durante un partido en Dawlatabad. El título «Pahlawan», que significa «luchador» o «guerrero», es honorífico y se otorga a los buenos jugadores de buzkashi.
El equipo de buzkashi está esparcido por el suelo de la casa de un jinete en Shiberghan. La armadura de protección suele ser una mezcla de objetos reciclados —cascos de tanques rusos, rodilleras tácticas, chaquetas y pantalones de judo— y equipo fabricado para el deporte, como los látigos y las botas de cuero.
El origen de juego
Nadie sabe cómo surgió el buzkashi (que en dari, la versión del idioma persa hablada en gran parte de Afganistán, significa «agarrar la cabra») en las estepas de Asia Central. Una de las teorías más populares es que evolucionó hace siglos como ejercicio de batalla para asaltantes mongoles. En la actualidad, se juega en toda Asia Central, con unas cuantas modificaciones. En Kirguistán y Kazajistán, juegan un formato en equipo en el que el becerro o la cabra se lanza a unas porterías elevadas. (Cada vez se utilizan más cadáveres falsos para complacer a los grupos por los derechos de los animales.) En el oeste de China, se utilizan yaks, no caballos, como monturas.
El buzkashi «se rige y se regula por sus propias tradiciones, por el contexto social y sus costumbres, y por los acuerdos implícitos entre jugadores. Si necesitas la protección de un libro oficial de normas, no deberías jugar», escribe Tamim Ansary, autor afgano-estadounidense, en su libro Game Without Rules. «Hace 200 años, el buzkashi ofrecía una metáfora apta para la sociedad afgana. El tema principal de la historia del país desde entonces ha sido una disputa sobre si y cómo imponer normas en el buzkashi de la sociedad afgana».
Ninguna figura representa el buzkashi como Abdul Rashid Dostum, el mariscal de las fuerzas armadas afganas. Este trabajador de campos de gas de etnia uzbeka convertido en comandante luchó contra los muyahidines respaldados por Estados Unidos en los años ochenta, después se alió con los radicales islamistas y, más adelante, con los talibanes durante la guerra civil, antes de cambiar de bando para unirse a la Alianza del Norte. La alianza se asoció con Estados Unidos y derrotó al régimen talibán en el 2001; Dostum dirigió a los Boinas Verdes estadounidenses en las cargas de caballería.
Los chapandazan se enfrentan durante un partido en Dawlatabad. El objetivo de un jinete es colocar el caballo de forma que pueda alcanzar y agarrar el cadáver, un movimiento que puede traducirse en huesos rotos y cortes desagradables. Los caballos también pueden lesionarse, pero los jinetes se llevan la peor parte.
Tras la guerra, él y otro temible señor de la guerra, Mohammad Qasim Fahim, de etnia tayika, canalizaron parte del dinero internacional y estadounidense destinado a la reconstrucción del país para convertirse en patrocinadores del buzkashi (Fahim falleció en el 2014). Derrocharon cientos de miles de dólares en jinetes e instalaciones y obtuvieron caballos de países de Asia Central para reponer las monturas afganas diezmadas por la guerra.
Pese a todo el maltrato que soportan en los partidos, los sementales del buzkashi son preciados por su espíritu enérgico. Se sabe que los principales patrocinadores llegan a pagar cinco cifras a cambio de un solo caballo, ya que muchos opinan que el éxito en el campo es «80 por ciento del caballo, 20 por ciento del jinete». Durante todo el año, los mozos de cuadra alimentan y cuidan a los animales, símbolos de poder cuyo rendimiento impulsa la posición social de sus dueños.
Qara, al que vemos en su establo de Mazar-e Sharif, es un tricampeón de buzkashi. Aunque no es muy grande, se hizo famoso en el norte de Afganistán por su velocidad e intrepidez en el campo.
Gholam Pahlawan poco después de haber sido pateado por un caballo durante un partido en Shiberghan.
Tanto Dostum como Fahim utilizaron el buzkashi para ejercer influencia sobre sus respectivos grupos étnicos. En el 2016, Dostum atacó en público a un opositor político en un partido de buzkashi en la ciudad noroccidental de Šibarġan, su base de operaciones. Con todo, lo más normal es que el buzkashi sirva como fuente de magnanimidad. Además de proporcionar entretenimiento público gratuito, los líderes fomentan una competición mejor invirtiendo en sus jinetes y repartiendo premios cuantiosos. Los ganadores pueden llevarse a casa puñados de billetes estadounidenses y, de vez en cuando, las llaves de una camioneta nueva.
Pero el pasado diciembre, más de un mes después del comienzo de la temporada de 2020-21, la reaparición de los talibanes impidió que muchos jinetes viajaran para competir, así que el buzkashi aún no había comenzado en Šibarġan. Se dice que Dostun estaba combatiendo contra los talibanes en un rincón turbulento de la provincia y otras grandes sedes del deporte habían sido clausuradas por los talibanes.
Para los principales competidores de la región norte con familias que alimentar y pocos lugares donde jugar, Mazar-e Sharif, el mayor centro urbano de la región que aún sigue bajo el firme control del gobierno, sigue siendo la ciudadela del deporte.
Las mujeres no suelen asistir a los partidos de buzkashi. Aquí, los espectadores ven un partido en Dawlatabad.
Un campeón adorado
Gulbuddin, un campeón veterano adorado por los aficionados y el mayor rival de Khaibar, restaura la fe pública en el partido del viernes en Mazar-e-Sharif (o Mazar, como dicen los afganos). Tras marcar varias veces hacia el final del partido, pese a los esfuerzos de los hermanos de Samangán de detenerlo, Gulbuddin guarda sus mejores florituras para la ronda final, en la que se ofrece el premio más cuantioso: 100 dólares. (Los partidos se terminan cuando se agotan el dinero del premio de los patrocinadores o el suministro de cabras y becerros, en general unas dos horas.)
Tras seis intensos y agobiantes minutos, Gulbuddin agarra el becerro y se separa de la horda. Sosteniéndolo con las dos manos y reclinándose en la silla, con una fusta entre los dientes para mantener el equilibrio, rodea la bandera y carga hacia un grupo de bloqueadores apiñados alrededor de la portería. Con una hábil maniobra, avanza entre huecos imperceptibles y tira el becerro en el círculo, levantando el brazo como señal de victoria.
Los aficionados invaden el campo. En el aparcamiento, Gulbuddin está rodeado de un mar de admiradores que se empujan para sacarse un selfi y gritan su nombre: «¡Larga vida a Gulbuddin!». En una tierra llena de miedo e inseguridad, la estrella del deporte local les ha dado un momento de celebración, un gol limpio, ejecutado con destreza y tenacidad.
La última vez que vi a Gulbuddin, a principios del 2017, estaba en el banquillo. La popularidad de este agricultor pastún de voz suave en un bastión de etnia tayika ha suscitado los celos de Qurban Shah, un comandante militar que ordenó a sus jinetes que bloquearan a Gulbuddin a toda costa, incluso golpeándolo en la cara con las fustas. Como eso no lo detuvo, empezaron a amenazarlo.
Jahangir (derecha) y su hijo Akbar (centro) observan cómo sacrifican un becerro tras un partido en Shiberghan. A modo de pelotas, se utilizan cadáveres de cabras o becerros que pesan entre 25 y 45 kilos.
Gulbuddin llevó su genialidad a las regiones interiores, donde se juega el buzkashi más puro sin las complicaciones del dinero y el ego. En febrero del 2017, vi cómo dominaba un partido a las afueras de las murallas ruinosas de Balj, una antigua ciudad de la Ruta de la Seda saqueada por el gran conquistador Genghis Khan en el 1220 y de nuevo por Timur, el gobernante que trató de restaurar su imperio, en 1370. Ahora, Balj está en manos de los talibanes, uno de una lista creciente de lugares donde ya no se juega al buzkashi.
«Ahora la gente tiene miedo de un atentado suicida en el partido», afirma Ghulam Mohammad Aylaqi, patrocinador de Gulbuddin en Mazar y exministro del gobierno y empresario de 77 años que hizo su fortuna fabricando zapatos. Recuerda los días dorados de la época de preguerra, cuando en el norte el buzkashi podría atraer a 700 u 800 jinetes —y a veces miles— como entretenimiento en las bodas de las tierras altas de Badajshán. «¡Hasta las mujeres podían venir!», afirma.
Hoy, no hay ninguna mujer presente. Aunque formalmente no se les prohíbe asistir a los partidos de buzkashi, se consideraría inapropiado que una mujer fuera vista en un evento tan grosero y exclusivamente masculino.
Akbar, el hijo mayor de Jahangir, ve un partido en Shiberghan. Como uno de los jinetes de Marshal Dostum, tiene acceso a los mejores caballos e instalaciones y mejor seguridad laboral que la mayoría.
Haji Gholam Sakhi, director de la Federación de Buzkashi de Jowzjan, con su preciado caballo en su casa de Shiberghan. El caballo, que vale 20 000 dólares, fue un regalo de Marhsal Dostum, el señor de la guerra uzbeko y ex co vice presidente de Afganistán.
A lo largo de la década que llevo siguiendo este deporte, nunca he visto a ninguna aficionada ni jugadora, y las veces que he visitado la casa de un chapandaz, la esposa nunca se deja ver, como es habitual.
En una cena en su casa tras el partido del viernes, el patrocinador de Gulbuddin, Aylaqi, está sentado en una silla dorada en el centro de una gran sala mientras media docena de jinetes, entre ellos Khaibar, y sus séquitos se congregan en el suelo para presentar sus respetos. Aunque son rivales, Gulbuddin y Khaibar son cordiales y corteses fuera del campo.
Aylaqi cree que el aumento del juego sucio en los partidos de buzkashi es un síntoma de la caída general del país en la anarquía. Mientras los sirvientes distribuyen platos rebosantes de cordero y pilaf, un plato de arroz aromático con zanahorias y pasas, reproducen un vídeo del partido para destacar las faltas de los hermanos de Samangán. Los jinetes chasquean con la lengua y sacuden la cabeza. Un hombre se pone de pie para grabar un vídeo con el móvil y humillar a los hermanos en redes sociales.
«La destreza es esencial, pero lo más importante es la moral», explica Sarwar, un jugador respetado. «En el partido, todos son jueces. Por eso todo el mundo adora a Gulbuddin. Es un verdadero campeón».
De vuelta a la carretera
El viernes siguiente, Khaibar aparece en Kabul, la capital afgana, tras haber pasado otras 10 horas conduciendo por tramos dominados por los talibanes y por un paso de montaña del macizo del Hindú Kush que divide el país. Con todo, está de buen humor: no cabe duda de que esta vez tendría caballos fuertes. Su patrocinador, Qais Hassan, un constructor rico y exparlamentario, no ha reparado en gastos para construir uno de los mejores establos de Afganistán.
Los caballos descansan en los establos de Tolai Sawar en Shiberghan. Como los caballos afganos han sido aniquilados por décadas de guerra, los patrocinadores ricos como Dostum importan caballos de Kirguistán y otros países de Asia Central.
El buzkashi se juega en un campo estrecho y amurallado en el norte de la ciudad; es como un partido en una jaula. Minutos después del inicio, el hombre que marca el círculo de tiza es derribado por un caballo, mientras un grupo de jinetes locales con chaquetas rojas se empeña en demostrarle a Khaibar quién domina este territorio. Cada vez que se acerca al becerro, lo rodea una oleada de oponentes que le tiran de la chaqueta y los brazos, unas faltas flagrantes. Su aplomo ante los ataques es extraordinario.
Khaibar consigue marcar dos puntos que entusiasman al público, una mezcla ruidosa de agentes de policía fuera de servicio, veteranos de guerra y niños desaliñados. Pero la popularidad del jugador visitante no hace más que avivar los esfuerzos de los lugareños de detenerlo y con pocos aliados en la plantilla de Hassan para abrir el camino, Khaibar no puede hacer gran cosa. Hacia el final del partido, pierde el becerro al intentar abrirse paso una última vez. El jinete que escapa con él acaba marcando casi sin obstáculos.
A un lado de las gradas, un comandante tayiko ríe con sus amigos; al otro Qais Hassan está de mal humor. Khaibar es uno de los mejores jinetes del país y tiene caballos que se ajustan a su destreza, pero eso no basta contra la superioridad numérica y el juego sucio. «No has visto cómo hacían trampa», dice, echando humo.
La revancha
Una ventaja de tener dinero e influencia es que puedes crear nuevas oportunidades enseguida. Hassan y sus amigos empiezan a organizar de inmediato su propio partido de buzkashi para rectificar el resultado. Los chaquetas rojas de Kabul están invitados, así como los mejores jinetes de las provincias centrales.
En Dawlatabad, los chapandazan luchan por el cadáver del becerro. Aunque buzkashi significa «agarrar la cabra», en los partidos importantes se prefiere utilizar becerros porque son más pesados y menos propensos a romperse.
Para garantizar la victoria de sus jinetes, Hassan llama al hermano mayor de Khaibar para que venga desde Kunduz. También se apellida Gulbuddin y es una estrella por derecho propio, pero es más conocido como Kalakov (que en argot afgano se refiere al fusil de asalto ruso Kalashnikov) por su estilo de juego duro.
Cuatro días después, Khaibar, el hijo de Hassan, Faisal, y yo nos abrimos paso entre el tráfico de Kabul en un convoy de todoterrenos, dos camionetas que llevan guardaespaldas armados tanto delante como detrás. Pasamos frente a la valla publicitaria de la nueva liga nacional de buzkashi, un torneo televisado programado para primavera. Durante semanas, los equipos provinciales se enfrentarán en Kabul para ganar premios considerables y el derecho nacional a alardear.
Khaibar se siente emocionado por esta competición de alto nivel, que le dará la rara oportunidad de competir contra otros grandes jinetes en un solo lugar, asumiendo que la violencia de los talibanes y la COVID-19 no lo saboteen. (La pandemia interrumpió el evento de la pasada primavera.)
A casi una hora en coche al sudoeste de la capital, en el distrito de Paghman, la carretera serpentea hasta una llanura yerma flanqueada por picos nevados donde los jinetes preparan sus monturas. Hassan y sus amigos los observan desde unas alfombras extendidas sobre un afloramiento de roca. Falta la mayoría de los jinetes rojos. Quizá hayan sentido que la suerte no estaba de su lado.
Un chapandaz se sienta en el suelo, aturdido tras haberse caído del caballo durante un partido en Mazar-e Sharif. Cualquiera con un caballo puede entrar en el campo, pero solo los jinetes experimentados se atreven a entrar en la melé.
Khaibar comienza el partido marcando. Gulbuddin contraataca enseguida y Khaibar vuelve a marcar. Es una rivalidad sana entre hermanos. En una ronda, luchan por el control del becerro, tirando de él, aparentemente a punto de caerse de sus monturas hasta que una de las patas del becerro se desprende del resto del cuerpo. El partido sobrepasa las fronteras del campo mientras los caballos cargan colina arriba, derribando a los espectadores de una cornisa. Gulbuddin gana la ronda final, para deleite de Hassan.
Para alivio de Khaibar, ha conseguido la friolera de siete puntos, dos más que su hermano. Sus premios son 200 y 160 dólares, respectivamente. Pasan el resto de la noche alrededor de una estufa de leña, hablando de los próximos partidos de buzkashi. Se rumorea que Dostum podría iniciar la temporada de Šibarġan la semana próxima, una posibilidad que genera sentimientos encontrados. La última vez que Khaibar viajó por esa carretera, pasó por un control talibán. Por otra parte, cuando Dostum es el anfitrión, siempre hay grandes premios. Y con su carácter legendario, no es un hombre al que se le pueda decir que no.
En una temporada cada vez más incierta, Khaibar tendrá que navegar las fisuras cambiantes de una guerra que parece no tener fin, la responsabilidad de ganar dinero y mantener a la familia y un hambre juvenil de ganarse una reputación y poner a prueba su coraje.
«La gente adora a un campeón dispuesto a ir a cualquier lugar y jugar, independientemente del riesgo», dice mientras hace las maletas para volver a Kunduz. «Quiero ir a todas las provincias y jugar contra los mejores. Es mi sueño y está haciéndose realidad».
Jason Motlagh es un escritor y director que ha informado sobre la guerra en Afganistán durante 15 años. Actualmente, está trabajando en un documental sobre el buzkashi. Para conocer su trabajo, visita www.jasonmotlagh.com y www.blackbeardfilms.com.
Balazs Gardi es un fotógrafo nacido en Hungría cuya obra explora las condiciones antropogénicas que amenazan la existencia de la humanidad. Ha cubierto la guerra en Afganistán y las consecuencias de la crisis hídrica global. Su trabajo ha sido galardonado con el Premio Bayeux-Calvados para Corresponsales de Guerra y el Global Vision Award de Pictures of the Year International. Para conocer su trabajo, síguelo en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.