¿Era el cáncer menos probable en el mundo preindustrial?
Antes del tabaco y las fábricas, se estima que la tasa de cáncer en Gran Bretaña era del 1 por ciento. Un nuevo estudio arqueológico dice otra cosa.
Un fresco italiano del siglo XV de un artista anónimo representa «El triunfo de la Muerte». En general, se considera que había tres grandes afecciones medievales: infecciones, desnutrición y heridas sufridas en batallas o accidentes.
En la actualidad, se prevé que más de la mitad de los británicos recibirán un diagnóstico de cáncer a lo largo de su vida. Sin embargo, las evidencias arqueológicas de épocas anteriores han sugerido durante años que hasta el 1 por ciento de los residentes preindustriales de la isla sufrían esta enfermedad devastadora.
Ahora, una nueva investigación sugiere que esa cifra podría ser una gran subestimación.
En un estudio publicado recientemente en la revista Cancer, un equipo de arqueólogos ha empleado herramientas modernas para la detección del cáncer en huesos de tumbas de varios siglos de antigüedad para determinar que la incidencia del cáncer en la Gran Bretaña preindustrial podría haber sido al menos 10 veces mayor de lo pensado.
El estudio fue dirigido por Piers Mitchell, de la Universidad de Cambridge, que realiza investigaciones paleopatológicas en el departamento de arqueología de la universidad y también trabaja en hospitales públicos del país, donde realiza cirugías ortopédicas en pacientes de cáncer. Basándose en su experiencia con pacientes modernos, Mitchell siempre se ha sentido escéptico sobre las investigaciones antropológicas que sugieren que la incidencia del cáncer en poblaciones británicas preindustriales era muy inferior a la actual, en gran medida debido a los niveles mucho más pequeños de carcinógenos ambientales.
La Gran Bretaña preindustrial no estaba libre de carcinógenos: las personas consumían alcohol habitualmente, se exponían a contaminantes por las hogueras de leña y carbón, y corrían el riesgo de sufrir mutaciones celulares a medida que envejecían. Pero la amenaza del cáncer aumentó notablemente cuando los carcinógenos como el tabaco (que llegó a Gran Bretaña en el siglo XVI) y la contaminación causada por las actividades industriales (a partir del siglo XVIII) se introdujeron en la vida cotidiana.
Algunos sujetos del estudio procedían de tumbas medievales excavadas en el emplazamiento del antiguo hospital de san Juan el Evangelista en Cambridge, Reino Unido.
Un vistazo superficial
Estudios pasados sobre las tasas de cáncer en poblaciones preindustriales se basaban principalmente en evaluaciones visuales de restos óseos, que buscaban lesiones características que indican la propagación de algunos cánceres.
Mitchell cree que ese es el motivo por el que se han subestimado los cánceres antiguos. La mayoría de los cánceres empiezan en tejidos blandos y aquellos que se extienden a los huesos lo hacen desde la médula ósea hacia fuera. Así que solo analizar la superficie externa del hueso no lo revela todo.
Para identificar mejor los posibles cánceres en restos humanos antiguos, Mitchell y su equipo emplearon las mismas herramientas que utiliza para diagnosticar el cáncer en los huesos de pacientes modernos —TAC y radiografías— para analizar 143 esqueletos adultos de seis cementerios medievales, todos ubicados en los alrededores de Cambridge, Inglaterra, y cuya antigüedad oscila del siglo VI a principios del XVI d.C.
El tamaño de la muestra se vio limitado por la calidad de los huesos disponibles, señala Mitchell: «Cuando has estado en el suelo durante 500 o 1000 años, tus huesos suelen desintegrarse o dañarse por las raíces de los árboles o los roedores». Se centró en esqueletos con pelvis, columnas vertebrales y fémures intactos, zonas con una buena circulación sanguínea donde es más habitual la metástasis ósea.
Una flecha indica una lesión causada por el cáncer en un hueso de la columna de un sujeto del medievo. Los investigadores se centraron en los esqueletos con pelvis, columnas vertebrales y fémures intactos, zonas con mucha circulación sanguínea donde la metástasis ósea es más habitual.
El equipo solo diagnosticaba cáncer si la evaluación de Mitchell combinando el TAC y las radiografías coincidían con la opinión de Alastair Littlewood, radiólogo en el Hospital de Peterborough. Este enfoque doble descartó casi todos los esqueletos de los sujetos. Al final, el equipo detectó cáncer en los huesos de cinco de los 143 individuos.
Sin embargo, es probable que esa cifra no detecte todos los casos de cáncer posibles en la población analizada: solo un tercio de todas las muertes modernas por cáncer presentan propagación al hueso, y los TAC solo detectan cánceres en los huesos en un 75 por ciento de los casos. Cuando los investigadores aplicaron estas limitaciones a los esqueletos medievales, extrapolaron que entre un 9 y un 14 por ciento de los británicos preindustriales probablemente tuvieran cáncer, una estimación diez veces superior a la cifra anterior, de casi un 1 por ciento.
Sin poder utilizar análisis de sangre ni biopsias para descartar otras enfermedades, tampoco hay forma de saber si todas las lesiones óseas identificadas en el estudio fueron causadas por el cáncer. Y como el estudio se realizó en personas de una sola zona geográfica, no representa necesariamente a toda la Gran Bretaña medieval. Con todo, Mitchell señala que Cambridge era «bastante promedio» para una localidad británica de su época.
La compleja realidad de las enfermedades preindustriales
Un manual europeo del siglo XIV, el Tacuinum Sanitatis, representa los tratamientos sanitarios para varias afecciones. En la imagen, unas mujeres recogen salvia.
En la época medieval se cosechaban manzanas para tratar enfermedades, según el Tacuinum Sanitatis del siglo XIV.
Este nuevo estudio complica el estereotipo histórico de las afecciones medievales: infección, desnutrición y heridas sufridas en batallas o accidentes.
«Este es un gran paso en la investigación bioarqueológica y paleopatológica», afirma la bioarqueóloga Roselyn Campbell, que dirige la Paleo-oncology Research Organization, una coalición de académicos que estudia cánceres en la antigüedad. (Campbell no participó en el estudio actual.)
Aunque cada vez más arqueólogos tienen acceso a máquinas de rayos X, dice que los retos logísticos y la escasa financiación hacen los TAC inaccesibles para la mayoría de los investigadores. Espera que más colegas puedan aprovechar la tecnología de TAC.
«Los expertos solo han empezado a buscar evidencias de cáncer en el pasado en las últimas décadas», afirma. Aunque Campbell advierte que no se debe utilizar un solo estudio para realizar conclusiones generales sobre la incidencia pasada del cáncer, señala que los investigadores pueden emplear los métodos de Mitchell para explorar cánceres pasados en tamaños muestrales mayores y en un espacio y un periodo más amplios.
A Mitchell le entusiasman las implicaciones del estudio para la medicina moderna. Los científicos reconocen cómo nos afectan ahora carcinógenos como el tabaco y las emanaciones de las fábricas y los automóviles. Pero ver cómo afectaba el cáncer a una sociedad preindustrial podría ayudar a futuros investigadores a cuantificar cuánto han cambiado la salud humana esos productos causantes de cáncer. «Como médico, es útil tener puntos de datos durante mucho tiempo para comprobar si la prevalencia del cáncer aumenta en tasas determinadas. ¿Cuánto puede repercutir la retirada de estos carcinógenos?». Dice que la investigación también podría ayudar a los científicos a entender mejor las repercusiones de los carcinógenos no industriales, como la radiación solar, el plomo, las hogueras interiores, los virus y los parásitos.
Una carta de tarot medieval, el Tres de Copas, representa un médico junto a la cama de un paciente. En general, se ha asumido que el cáncer era una enfermedad rara en la Europa medieval.
Ambos investigadores insisten en que no todos los cánceres son provocados por carcinógenos como el tabaco o contaminantes industriales: la edad, la genética y las mutaciones aleatorias también influyen. «Si eliminaras la contaminación, el tabaquismo, el cáncer disminuiría, pero no va a hacer que desaparezca», afirma Mitchell. Sin embargo, la paleopatología y la medicina moderna podrían «ayudar a cuantificar hasta qué grado determinadas cosas perjudiciales para tu cuerpo pueden aumentar o disminuir tu riesgo de cáncer».
Aunque ese no sea el caso, Campbell dice que vale la pena seguir intentando diagnosticar cánceres pasados. «Siempre hay cierto nivel de incertidumbre y no pasa nada», afirma. «Tenemos que estar conformes con el hecho de que no siempre tendremos una respuesta definitiva».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.