La cruel indiferencia hacia las mujeres migrantes que huyen de la violencia en Venezuela
Paseo fotográfico por la vida de mujeres migrantes en Lima, Perú, en su esfuerzo por crear espacios seguros mientras añoran su hogar.
Yenifer Durán, de 22 años, está con su hijo de 2 años, al que prefiere no identificar, junto a la ventana de la habitación donde vive en Lima, Perú. El escrito debajo de la imagen dice "Un nacimiento y un sufrimiento". Durán llegó a Perú en noviembre de 2019 desde Valencia, Venezuela. Mientras estaba embarazada, dice, un día su jefe, "se me acercó y me dijo que tener un bebé arruinaría mi vida". Al final renunció y huyó de su país.
Desde la azotea de su apartamento, justo cuando el sol se pone, Rosa Marín curva su índice y su pulgar izquierdos para formar un círculo en el aire. Las yemas de sus dedos se juntan y crean un pequeño túnel que parece borrar el resto del paisaje ante ella. Con la mirilla improvisada, enmarca un par de chabolas lejanas con tejado de chapa. Por este breve momento, ya no está en Santa Anita, un barrio obrero al este del centro de Lima, sino en su tierra natal, a unos 4000 kilómetros de distancia.
"Mi pequeña Caracas", dice la emigrante venezolana desde su azotea en Perú. "Cada vez que salgo de la habitación por la noche, veo este pequeño punto que me recuerda a mi hogar".
Marín, de 27 años, huyó de Venezuela en 2018 con sus dos hijos a bordo de un autobús que los llevó en un viaje de una semana para comenzar una nueva vida en Perú, donde esperaba encontrar estabilidad y ganar suficiente dinero para ayudar a los miembros de la familia que quedaron atrás. Imaginaba Perú como un refugio. Pero poco después de instalarse, se dio cuenta de que no se sentía segura ni bienvenida allí.
"Hay mucho acoso y xenofobia", dice.
Un grupo de madres migrantes se prepara para un día de trabajo vendiendo café en las calles. De izquierda a derecha, Adriana Sierra, de 23 años, con su hijo Mateo, de 3 años; María José Brizuela, de 23 años; y Joselvis Medina, de 24 años, con su hija Aranza, de 4. Las tres mujeres, que viven juntas en el barrio de San Juan de Miraflores, en el sur de Lima, trabajan como vendedoras ambulantes desde que llegaron a Perú. En sus anteriores trabajos, dicen que sufrieron repetidos acosos por parte de los propietarios que no les pagaban por su trabajo.
De pie en la azotea de su apartamento en Lima, Rosa Marín, de 27 años, utiliza sus dedos para crear un paisaje figurativo que le recuerda a Caracas, Venezuela. "He pensado mucho en mi madre", dice el escrito sobre la imagen. "Mi madre vive en Mérida y está muy enferma, así que quiero volver a Venezuela sabiendo que he intentado buscar una vida mejor en Perú".
El hijo de Yenifer Durán bebe de un biberón en su casa de Lima.
Temía que naciera con el VIH, el virus que causa el sida, al igual que ella.
Marín forma parte de los más de 6,1 millones de venezolanos que han huido de su país para escapar de una economía y un sistema sanitario colapsados, así como de unos servicios públicos cada vez más deteriorados, que han provocado frecuentes cortes de electricidad y un suministro de agua poco fiable.
La mayoría de los venezolanos se instalan en Colombia debido a los lazos familiares y a la proximidad geográfica. Se calcula que la nación vecina ha recibido 1,84 millones de personas. Pero Perú le sigue de cerca con casi 1,30 millones, y es ya la segunda población más grande de migrantes venezolanos en el mundo. En España, en 10 años se ha pasado de apenas 60 000 venezolanos empadronados a casi 200 000 en 2021 y ya se ha convertido la tercera nacionalidad extracomunitaria más numerosa del país después de marroquíes y colombianos.
Esta migración, calificada por la ONU como la mayor crisis de desplazamiento externo en la historia reciente de América Latina, también ha arrojado luz sobre los riesgos a los que se enfrentan las venezolanas y otras mujeres migrantes y refugiadas en toda la región. Los estudios han revelado que corren un mayor riesgo de ser víctimas de abusos sexuales y otros ataques sexistas y xenófobos en el trabajo, en eventos sociales o en espacios públicos.
Muchas venezolanas en Perú, incluida Marín, han sufrido estos abusos. Pero en lugar de centrarse en la violencia, que se ha vuelto demasiado común, la fotógrafa peruana Daniela Rivera optó por documentar los espacios seguros que estas mujeres han creado para sí mismas mientras navegan por un entorno hostil y añoran lo familiar.
Amanece en el distrito de Comas, en el norte de Lima.
Adriana Sierra recibe galletas de su hijo Mateo. Huyó de Venezuela con su hijo en enero de 2020 y fue agredida sexualmente durante la travesía por Cúcuta (Colombia). "Me quedé sin hogar en Venezuela, por eso me fui", dice. Madre e hijo llegaron a Lima en marzo de 2020. "Durante el día pienso que todo está bien", dicen las palabras debajo de la fotografía, "pero en la noche me doy cuenta de que algo en mí se rompió y no puedo dormir porque tengo pesadillas de que estoy en Venezuela en las calles de nuevo o que estoy caminando sin rumbo".
Yusbeili Carrillo, de 31 años, sostiene las imágenes de la Virgen María y de José Gregorio Hernández, un médico venezolano que atendía a los pobres y que fue beatificado en abril de 2021. "Me dieron estas imágenes en el hospital. Mi hija tuvo un derrame cerebral que le paralizó todo el cuerpo... Después de su primera operación, yo lloraba y gritaba en el hospital. Nadie hizo nada, excepto un cirujano que se acercó a mí, me dio la imagen de la Virgen María y me sugirió que rezara."
"Estas mujeres echan de menos a sus familias, sus casas, tener conversaciones normales con la gente, el calor del Caribe", dice Rivera. "Estos pequeños espacios que han construido son su núcleo y actúan como un caparazón protector".
Después de vivir en el extranjero durante casi cuatro años, Rivera regresó a Perú en 2019 para encontrar un país diferente al que dejó atrás. Ahora era común escuchar el acento venezolano mientras compraba alimentos, usaba el transporte público o paseaba por las calles de Lima.
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Durante seis meses, Rivera fotografió a ocho venezolanas que eligieron Perú como destino para una nueva vida. Compartían no sólo la nacionalidad, el género y una historia de encuentros violentos, sino también un sentimiento de añoranza, un profundo dolor por la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo querido. Rivera capta estos complejos anhelos en sus imágenes.
Un vestido de Navidad que compró para su hija yace en el suelo de la habitación de Joselvis Medina. "Llegué a Perú con Aranza sin nada que comer y sin maleta... Quiero que Aranza tenga todo lo que yo nunca tuve". Las palabras debajo de la foto dicen: "Recordé cuando mi abuela me decía que tenía sueños delirantes de ser una reina y Aranza una princesa".
La habitación de Marisol Pérez, de 59 años. Pérez era copropietaria de un restaurante con su familia en Venezuela y decidió emigrar con sus dos hijos tras el fallecimiento de su padre. "Quería hacer pasteles y dar a mis hijos una mejor oportunidad en la vida". Debajo de la fotografía están estas palabras: "Ser y estar, ser y estar. Lucha, adaptación, constancia, saludos y despedidas. Un largo viaje lleno de flores con espinas y de nubes que parecen suave algodón. Un día a la vez, una larga noche, trabajo duro, consistencia, agotamiento, descanso..."
Un estudio realizado por las académicas Leda Pérez y Daniela Ugarte, de la Universidad del Pacífico en Lima, sugiere que las mujeres venezolanas en Perú se enfrentan a "un triple peligro" caracterizado por su nacionalidad, género y condición de migrantes. Por ello, también corren el riesgo de desempeñarse en trabajos informales, precarios y mal pagados, independientemente de su nivel educativo.
"Migrar así, movido por el sentido de la supervivencia porque tienes que irte para garantizar tu bienestar, ya te pone en una posición vulnerable desde el principio", afirma Pérez, quien añade que empezar de nuevo en un país con "altos niveles de informalidad" en el sector económico puede derivar en explotación.
Yenifer Durán, de 22 años y madre de dos hijos, entró en el mercado informal a pesar de haber seguido la carrera de técnico dental. En 2019, se trasladó a Perú después de que los clientes de la clínica dental en la que trabajaba en Venezuela comenzaran a pagar con comida en lugar de dinero.
Una vez en Lima, Durán comenzó a limpiar casas y a vender comida en quioscos. A menudo ganaba menos del salario mínimo, sufría acoso y abusos verbales por parte de sus empleadores, y trabajaba largos turnos.
Retrato de Yenifer Durán nadando en una piscina residencial por primera vez desde que llegó a Lima desde Venezuela. La administración del edificio le cobró el equivalente a 15 dólares por el chapuzón de la tarde, lo que equivale a una semana de compras. Durán planea, en última instancia, buscar asilo en otro lugar. "Estoy muy contenta de que mi hijo haya nacido aquí, pero sin documentos no podemos hacer mucho".
Testimonio del parto de Yenifer Durán
Yenifer Durán muestra una cicatriz de un parto realizado sin anestesia en un hospital de Lima, Perú. Dice que el personal médico la maltrató verbalmente cuando se quejó de las molestias y el dolor.
"Te levantas temprano y es como si fueras un robot. Vas a trabajar, llegas a casa y nadie te espera, nadie te ha hecho la comida", dice Durán. "Al día siguiente es lo mismo. Esa es la vida del emigrante venezolano, te sientes solo todo el tiempo. Es como un vacío".
La Asociación Protección Población Vulnerable (APPV), una organización no gubernamental con sede en Perú, se esfuerza por cambiar esta realidad para las mujeres migrantes. Fundada por Martha Fernández, una especialista en recursos humanos venezolana que se trasladó a Lima en 2008, la APPV ha creado un grupo de apoyo para que las mujeres migrantes se conecten, se organicen y conozcan sus derechos.
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"Hemos recibido muchos casos de mujeres venezolanas cuyos derechos han sido violados. Queremos que creen espacios para estar juntas y apoyarse", dice Fernández. Desde su creación en 2019, la APPV ha ayudado a cientos de mujeres migrantes de diferentes orígenes.
Para Marín, adaptarse a la nueva vida se hizo demasiado difícil.
El pasado mes de marzo, volvió a subirse a un autobús con sus hijos y regresó a Venezuela. Los efectos económicos de la pandemia de COVID-19 en Perú y el deseo de volver a ver a su familia eran insoportables.
"Llevaba cuatro años fuera y mis padres enfermaron mientras estaba en Perú. Quería verlos antes de que pasara algo", dice.
Aunque se siente aliviada de estar en casa, Marín no sabe si se quedará en Venezuela por mucho tiempo. Pero al llegar a Caracas, su hijo mayor le hizo una petición: "No más aventuras, mamá".
A caballo entre Venezuela y Alemania, Julett Pineda ha cubierto un amplio abanico de temas, como las violaciones de los derechos humanos, la agitación política y las limitaciones de la sanidad pública. En 2018, ganó el segundo lugar en el Concurso Nacional de Periodismo de Investigación del Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela por una investigación conjunta sobre la corrupción en el Arco Minero del Orinoco.
Daniela Rivera Antara nació en Perú y se crió entre Lima y Australia. Su trabajo se centra en el género con un fuerte interés en el desplazamiento, la desigualdad y la identidad. Está particularmente interesada en el papel de la memoria, en el trauma y en la pertenencia, que se correlacionan con su experiencia como inmigrante y con el hecho de haber crecido en un país con una compleja identidad post-conflicto. Puedes ver más de su trabajo en su página web o en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.