La mujer que ayudó a salvar los templos egipcios de un destino fatal
La arqueóloga Christiane Desroches-Noblecourt dirigió los esfuerzos para salvar monumentos antiguos de las aguas crecientes de la presa de Asuán.
Trabajadores construyen una colina artificial detrás de las estatuas durante la reconstrucción del templo. Abu Simbel fue el mayor de los más de 20 monumentos reubicados y salvados.
A principios de la década de 1960, las portadas de todo el mundo informaron acerca de una campaña internacional para salvar del ahogamiento algunas de las antigüedades más valiosas de Egipto. Pero la cobertura masiva de esta extraordinaria operación de rescate pasó por alto a la valiente arqueóloga francesa que la hizo posible. De no haber sido por Christiane Desroches-Noblecourt, más de 20 templos, la mayoría de ellos de varios miles de años de antigüedad, habrían sido engullidos por las aguas de una nueva presa gigantesca.
A ojos del Gobierno egipcio, la pérdida de los tesoros, aunque lamentable, era un mal menor: la presa de Asuán era necesaria para impulsar la agricultura y suministrar electricidad a la creciente población egipcia. "¿Qué otra cosa nos queda", dijo un joven ingeniero que trabajaba en el proyecto, "sino ahogar el pasado para salvar el futuro?".
Desroches-Noblecourt, conservadora jefe en funciones de antigüedades egipcias del Museo del Louvre de París (Francia) y asesora de los egipcios, discrepó. Hizo un llamamiento a las autoridades egipcias para que no se resignaran a esta catastrófica pérdida de su patrimonio cultural.
La enérgica arqueóloga francesa Christiane Desroches-Noblecourt se forjó una carrera en un campo dominado por los hombres para convertirse en conservadora de antigüedades egipcias en el Louvre.
"Era como predicar en el desierto", recuerda. "Me decían constantemente: 'Pierdes el tiempo. ¿Por qué haces esto? Ni siquiera son monumentos franceses'". Para ella, ese argumento no tenía sentido: "Estaba luchando por algo que me pertenecía como ciudadana del mundo, y también por el honor de la humanidad".
Desroches-Noblecourt defendía nada menos que el rescate arqueológico más difícil de la historia: un proyecto de magnitud y complejidad casi impensables, destinado a trasladar los frágiles templos de arenisca a terrenos más elevados. A los enormes problemas de ingeniería se sumaba el desalentador reto de buscar la cooperación internacional en un momento de escalada de las tensiones políticas mundiales. En un mundo cada vez más dividido, la visión de Desroches-Noblecourt fue universalmente considerada quijotesca e irremediablemente delirante. Pero eso no la detuvo.
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Rebelde y pendenciera por necesidad
Durante toda su vida, Desroches-Noblecourt se había rebelado contra los hombres que intentaban decirle lo que podía o no podía hacer. En el mundo machista y rudo de la arqueología, las mujeres seguían siendo una rareza extrema y, como primera arqueóloga destacada de Francia, había sido rechazada y acosada desde sus primeros días en la profesión.
En 1938, cuando Desroches-Noblecourt fue nombrada primera mujer miembro del Instituto Francés de Arqueología Oriental, un centro de investigación de élite con sede en El Cairo para el estudio del antiguo Egipto, sus colegas masculinos se sublevaron y se negaron a compartir la biblioteca o incluso el comedor con ella: "Decían que me derrumbaría y moriría sobre el terreno".
Esculpidas en un acantilado de arenisca hace 3200 años, cuatro estatuas sedentes de Ramsés II (parte del complejo de templos de Abu Simbel) corrían peligro de quedar sumergidas antes de ser trasladadas a un terreno más elevado.
El templo reubicado se alza más de 60 metros más alto y 210 metros tierra adentro desde la antigua orilla: una antigua maravilla salvada por la ingeniería moderna.
Miembro de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, se enfrentó a varios interrogadores nazis tras su detención en diciembre de 1940 como sospechosa de espionaje. Se negó a responder a las preguntas de los alemanes y les reprochó su mala educación. Al quedarse mudos por su descaro e incapaces de presentar pruebas sólidas contra ella, finalmente la dejaron marchar.
Al final de su vida, dijo a un entrevistador: "No se llega a ninguna parte sin luchar. Nunca busqué la pelea. Si me convertí en una pendenciera, fue por necesidad".
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Desroches-Noblecourt contra la presa de Asuán
La lucha de Desroches-Noblecourt por salvar los templos comenzó a finales de los años 50, tras el anuncio del presidente egipcio Gamal Abdul Nasser del proyecto de la presa de Asuán. Tras meses de incesantes presiones, consiguió finalmente el apoyo de la UNESCO, la agencia cultural de las Naciones Unidas, y de Sarwat Okasha, ministro de Cultura egipcio, quien a su vez persuadió a Nasser para que aprobara el plan de rescate.
En 1960, la conservadora del Louvre y sus aliados se embarcaron en un bombardeo de relaciones públicas para informar al mundo de la amenaza que pesaba sobre las antigüedades y recaudar dinero para cubrir los astronómicos costes de su rescate. Desde el principio se enfrentaron a obstáculos hercúleos.
La mayoría de los expertos en ingeniería creían que, por mucho dinero que se invirtiera en el proyecto, los templos no podrían trasladarse sin sufrir daños irreparables. Lo que más preocupaba eran los majestuosos templos gemelos de Abu Simbel, erigidos en un acantilado sobre el Nilo por el faraón más notable de Egipto, Ramsés II. Custodiado por cuatro estatuas de Ramsés de 20 metros de altura talladas en la roca, el complejo fue construido hacia 1250 a.C. y se cría que era "tan frágil y precioso como el cristal más fino".
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Para salvar de las inundaciones una colosal estatua del faraón Ramsés II, en la década de 1960 unos obreros la cortaron en pedazos y la volvieron a montar en un terreno más elevado.
La incertidumbre del proyecto se vio agravada por un fuerte sentimiento anti-Nasser en Occidente, que comenzó con el golpe militar de 1952 que le llevó al poder y puso fin al control de facto de Egipto por parte de Gran Bretaña y Francia. La firme negativa de Nasser a aliar a su país con naciones no árabes y su aceptación de la ayuda soviética en plena Guerra Fría fueron puntos especialmente delicados para los gobiernos occidentales, incluida la administración Eisenhower, que no sólo se negó a apoyar el esfuerzo de salvamento, sino que trató activamente de impedirlo.
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Otra salvadora improbable
Sin la ayuda financiera masiva de los países occidentales, en particular de Estados Unidos, el proyecto estaba condenado al fracaso. Entonces apareció en escena una improbable salvadora, Jacqueline Kennedy. Pocos meses después de que su marido llegara a la presidencia en 1961, la nueva Primera Dama presionó a éste para que revocara la oposición estadounidense. Gracias a su influencia, el Presidente John F. Kennedy, en el momento justo, pidió al Congreso que autorizara el dinero suficiente para asegurar el rescate. Finalmente, unos 50 países (incluida España) se unieron a Estados Unidos para aportar los más de 80 millones de dólares necesarios, convirtiendo la operación en el mayor ejemplo de cooperación cultural internacional que el mundo haya conocido jamás.
En el verano de 1968, la carrera contra el tiempo estaba ganada. Los templos de Abu Simbel, cortados en grandes bloques y reensamblados como un enorme juego de Lego, habían sido instalados en su nuevo emplazamiento, sin que se perdiera ni una sola piedra ni sufrieran daños graves. Lo mismo ocurrió con los otros templos más pequeños. El egipcio Nasser estaba tan agradecido que regaló a Jacqueline Kennedy y a Estados Unidos el Templo de Dendur, que ahora se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. España por su parte el Templo de Debob, que está en el centro de Madrid.
Irónicamente, las dos únicas mujeres que desempeñaron papeles cruciales en este rescate histórico aparentemente no tenían ni idea de que la otra había sido una participante clave en la lucha. Tanto Desroches-Noblecourt como Kennedy habían trabajado entre bastidores. Ninguna de las dos había buscado o recibido atención pública por sus logros, preocupándose menos por el mérito que por hacer el trabajo.
Lynne Olson es autora de 'Empress of the Nile: The Daredevil Archaeologist Who Saved Egypt's Ancient Temples from Destruction'.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.