Los juicios de Salem fueron distintos a las típicas persecuciones de brujas del siglo XVII

Los juicios a las brujas de Salem son mucho más que una curiosidad histórica. Este escalofriante hecho nos enseña sobre el miedo, el poder y las consecuencias de la paranoia colectiva.

Por Erin Blakemore
Publicado 8 oct 2024, 15:26 CEST
Óleo 'El juicio de George Jacobs'.

Este óleo de 1855 titulado 'El juicio de George Jacobs' representa a Jacobs de pie en el juicio el 5 de agosto de 1692. Bajo la presión de la histeria, su propia nieta testificó contra él, lo que desembocó en su arresto el 10 de mayo de 1692. Durante su juicio, Jacobs no supo recitar correctamente el Padre Nuestro, algo que normalmente se tomaba como una prueba de culpabilidad. Aunque los juicios contra las brujas de Salem fueron famosos por las mujeres acusadas, hubo hombres que también fueron juzgados.

Fotografía de Peabody Essex Museum, Bridgeman Images

Las estadísticas son solo una forma de contar la historia de los infames juicios de brujas de Salem. En solo 16 meses, entre febrero de 1692 y mayo de 1693, hasta 200 personas, en su mayoría mujeres, fueron acusadas de practicar la brujería en la colonia de Salem, Massachusetts (actual Estados Unidos). De esas 200 sospechosas, hubo 30 condenas y 19 ejecuciones.

Pero las acusaciones masivas, los juicios y las ejecuciones en Salem nunca podrían haber ocurrido sin una tormenta perfecta de factores y personalidades individuales. Esta conjunción de fuerzas puso patas arriba a una comunidad puritana y cambio por completo las vidas de sus residentes. Así es como ocurrieron los juicios de brujas de Salem y por qué lo que sucedió allí todavía vale la pena recordarlo hoy.

Los orígenes de la caza de brujas

Primero, un poco de desmitificación. "En el Salem colonial, no había mujeres de cara verde con sombreros puntiagudos removiendo calderos y lanzando hechizos", dice Bridget M. Marshall, profesora de inglés en la Universidad de Massachusetts Lowell que ha escrito sobre estos históricos juicios de brujas. En cambio, las acusaciones de brujería generalmente afectaban a las mujeres cuyo comportamiento irritaba a los miembros de sus comunidades profundamente religiosas. También eran comunes entre los miembros más indefensos de la comunidad, como las mujeres pobres y las mujeres de color, personas a las que era fácil acusar de ser brujas.

Los juicios por brujería no eran exclusivos de Salem. Europa había experimentado una locura de caza de brujas desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, enjuiciando a unas 100 000 personas, en su mayoría mujeres, por acusaciones de conspirar con el diablo y realizar actos heréticos como maldiciones. La colonización europea extendió esta preocupación a medida que los disturbios sociales y los cambios religiosos y políticos en Salem la hicieron susceptible a las acusaciones de brujería.

Al igual que otras ciudades dentro de la colonia de la bahía de Massachusetts controlada por los ingleses, Salem fue poblada por colonos puritanos. Su vida cotidiana se desarrollaba junto a los habitantes indígenas de la zona, los africanos esclavizados y un número creciente de refugiados desplazados de lo que hoy es Canadá y Nueva York por la Guerra del Rey Guillermo, un conflicto entre Gran Bretaña y Francia que se prolongó entre 1689 y 1697, el escenario americano de la Guerra de los Siete Años. Los nuevos residentes llevaron los recursos de Salem al límite, alimentando las ya intensas rivalidades personales entre los aldeanos y sus líderes religiosos y gubernamentales. 

(Relacionado: Historias de brujas; buenas, malas y buenas otra vez)

La primera acusación de brujería

Uno de los conflictos más duraderos de Salem fue sobre su líder eclesiástico, ya que la ciudad tenía problemas para mantener un ministro permanente. Después de varios intentos de retener a un ministro, la congregación de la iglesia del pueblo contrató a Samuel Parris. El mandato de Parris estuvo marcado por una controversia aún mayor debido a su estricta y ortodoxa manera de pensar y a las disputas sobre su salario. 

En enero de 1692, la hija de Parris, Elizabeth, de nueve años, y su sobrina Abigail Williams, de 11, comenzaron a experimentar "ataques" después de jugar juegos de adivinación. Tales diversiones eran consideradas perversas bajo la doctrina puritana. 

En este caso, las chicas dejaban caer una clara de huevo en un vaso de agua e interpretaban las formas que se formaban como indicadores de las profesiones de sus futuros maridos. Después de ver una forma de ataúd en una de los vasos, las chicas comenzaron a comportarse de manera extraña. Durante estos episodios, hacían ruidos fuertes e incoherentes, como ladridos como perros, lloraban y caían al suelo, con los cuerpos atormentados por movimientos aparentemente involuntarios. 

El médico del pueblo diagnosticó que ambas tenían una "mano maligna sobre ellos", estando bajo el hechizo o la maldición de una bruja que había causado que el diablo las poseyera. La brujería y tratar con el diablo eran delitos según la ley de Massachusetts y el comportamiento de las niñas se convirtió rápidamente en un asunto legal.

Retrato de Samuel Parris (1685).

Retrato en miniatura de Samuel Parris, el pastor que dirigió la caza de brujas en Salem en 1692, pintado en óleo en 1685. Las primeras acusaciones contra su familia ayudaron a prender la mecha de la histeria que desembocó en juicios masivos y ejecuciones.

Fotografía de Massachusetts Historical Society, Bridgeman Images

Cuando se enfrentaron, las chicas culparon a Tituba, una mujer esclavizada propiedad de Parris, de encantarlas con brujería. Aunque no estaba involucrada en el juego de adivinación, Tituba había preparado un "pastel de brujas" de orina y centeno para tratar de curar a las niñas de su supuesta posesión. Cuando Parris se enteró de que Tituba les había preparado y alimentado con la comida, se enfureció y la golpeó. Bajo coacción, Tituba confesó brujería, admitiendo que era la sirvienta del diablo.

"Tituba era un blanco fácil en el sentido de que habría sido considerada lo más bajo de lo más bajo en una sociedad muy jerárquica. Esta era una sociedad bajo mucho estrés que buscaba chivos expiatorios a los que culpar de varios problemas", dice Marshall.

Tituba no fue el único chivo expiatorio desafortunado por el comportamiento de las niñas. Señalaron con el dedo a otras dos mujeres: Sarah Osborne, una mujer del pueblo que era considerada promiscua por sus vecinos, y Sarah Good, una mujer sin un centavo cuya familia era ampliamente despreciada. Pronto, las tres fueron acusadas formalmente de brujería, encarceladas y juzgadas. 

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Los efectos de la histeria colectiva

Si bien los verdaderos motivos detrás de las acusaciones siguen siendo turbios, sus consecuencias son claras. Los arrestos desencadenaron un ataque de lo que los analistas modernos llamaron histeria colectiva, y que los estudiosos han atribuido a todo, desde intoxicación por cornezuelo de centeno hasta alucinógenos sin obviar la "polarización grupal.

A raíz del provocador testimonio en el que Tituba afirmó que ella y las niñas habían montado escobas y firmado un libro que le había ofrecido el diablo, otras niñas del pueblo comenzaron a mostrar un comportamiento extraño.

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    Ilustración de 1892 de los juicios de Salem.
    Panfleto antibrujería publicado en Massachusetts en 1693.
    Izquierda: Arriba:

    Esta ilustración de 1892 de la revista Harpers Magazine muestra una escena del juicio, con la muchedumbre acusando a dos chicas jóvenes. Como ocurrió muchas veces durante los juicios por brujería de Salem, la juventud de las chicas refleja la vulnerabilidad de las perseguidas.

    Fotografía de Bridgeman Images
    Derecha: Abajo:

    El título de esta página de un panfleto sobre caza de brujas en 1693 escrito por Cotton Mather, un ministro puritano durante los juicios por brujería de Salem, refleja el miedo y fanatismo que alimentaron las persecución de las supuestas brujas en el Massachusetts colonial.

    Fotografía de Peter Newark American Pictures, Bridgeman Images

    A medida que avanzaba el juicio, más residentes de Salem comenzaron a acusarse unos a otros de practicar la brujería. Historiadora Carol F. Karlsen apunta a que muchos de los aldeanos que hacían acusaciones de brujería contra la gente de su comunidad tenían vidas inciertas y pocas perspectivas de futuro. Estos creciente presiones explicaron tanto el interés de las niñas de la aldea por aprender más sobre su futuro como su deseo recibir la aprobación de la comunidad después de que su extraño comportamiento provocara preguntas de otros aldeanos.

    Víctimas de los juicios de brujas de Salem

    Salem creó un tribunal especial para los juicios y comenzó a acusar, juzgar y ejecutar a supuestas brujas en grandes cantidades. Los acusados no se presumían inocentes y las condenas se basaban en confesiones forzadas, rumores e incluso "pruebas espectrales" que involucraban los sueños de los testigos. Los jueces también indagaban en la reputación, el comportamiento pasado y los cuerpos de los acusados, en busca de características físicas como lunares o rasguños que interpretaban como "marcas de bruja".

    Incluso los niños pequeños corrían peligro.  Los testigos acusaron a la hija de cuatro años de Sarah Good, Dorothy, alegando que había "atormentado" y mordido a sus víctimas. Fue liberada después de 34 semanas en prisión, aunque no antes de la ejecución de su madre, en la horca. La hermana recién nacida de Dorothy, Mercy, fue la víctima más joven de los juicios. Fue encarcelada y murió en la cárcel poco después de nacer.

    Aunque las mujeres constituían la abrumadora mayoría, el tribunal también juzgó y condenó a seis hombres. John Proctor, un hombre de 60 años que se opuso públicamente a los juicios, lo pagó con su vida. La historia de Proctor y la ejecución por ahorcamiento, fue dramatizada más tarde en la obra de Arthur Miller El Crisol.

    Tras ser acusado, Giles Corey, de 81 años, se negó a admitir o negar "diversos actos de brujería" en un intento de proteger su patrimonio de la confiscación si era condenado. En lugar de juzgarlo, las autoridades lo aplastaron lentamente hasta la muerte entre dos piedras, una de las formas de ejecución más brutales de la época.

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    Las secuelas de los juicios de brujas de Salem

    Al final, dice Marshall, "solo un pequeño porcentaje fue declarado culpable". Pero es difícil determinar el destino de los absueltos. Lograron convencer a los tribunales de su inocencia o pasaron una variedad de pruebas, como estar dispuestos a rezar el Padre Nuestro o carecer de cualquier característica física que pudiera interpretarse como "marcas de bruja".

    Cinco de los acusados perecieron mientras seguían encarcelados. Los que fueron liberados no estaban necesariamente en una mejor situación. "Habrían estado en una situación financiera difícil", dice Marshall, señalando los activos confiscados, severas tasas de prisión y otras penas. Otros, como Tituba, se enfrentaban a una mayor marginación dentro de la comunidad. Tituba finalmente se retractó de su testimonio, pero languideció en la cárcel durante 13 meses antes de que un benefactor anónimo pagara su fianza. Nunca se le concedió la restitución.

    Estos supervivientes sufrieron un daño devastador a su reputación, empeorado por el hecho de que algunos también fueron excomulgados de la iglesia. Como resultado, muchos lucharon largas batallas durante años para limpiar sus nombres, dice Marshall.

    La locura de los juicios de brujas en el pueblo de Salem se desvaneció en 1693, posiblemente debido en parte a la postura pública adoptada por prominentes figuras anti-juicios de brujas como el ministro puritano Cotton Mather.

    Tuvieron que pasar siglos para que Salem, que ahora es un destino popular para turistas interesados en lo paranormal, reconociera plenamente a sus víctimas. Los funcionarios de Massachusetts solo comenzaron disculparse por los juicios en 1957, y la última persona en ser exonerada por el delito de brujería en Salem, Elizabeth Johnson Jr., fue rehabilitada en 2022. En 2017, la ciudad finalmente dedicó un monumento conmemorativo en el lugar donde tuvieron lugar los ahorcamientos masivos. El monumento, rodeado de bosque, consiste en una sencilla pared grabada con los nombres de las 19 víctimas de los juicios ajusticiadas en la horca.

    Al incitar a una reflexión silenciosa, el monumento va más allá de las estadísticas y la especulación y sitúa en centro a las verdaderas víctimas  de la histeria de brujas de Salem: personas marginadas y asediadas cuyos conciudadanos estaban dispuestos a matarlas.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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