La loca historia de la guerra que Australia perdió contra los emús
Estas resistentes aves, capaces de recorrer grandes distancias en busca de alimento, se convirtieron en inesperados adversarios de los agricultores australianos en la década de 1930, durante la tristemente célebre "Guerra de los Emús".
En la década de 1930, el interior de Australia fue testigo de una batalla sin precedentes. Tras la Primera Guerra Mundial, miles de “colonos soldados” se trasladaron a Australia Occidental atraídos por los incentivos del Gobierno para explotar la tierra. Como resultado, miles de emús (aves altas y no voladoras), en busca de comida, emigraron a estas granjas recién establecidas pisoteando y arrasando a su paso con todos los cultivos.
La respuesta del Gobierno fue rápida e inusual: envió soldados armados con ametralladoras para eliminar a más de 20 000 emús. Lo que esperaban que fuera una victoria rápida y decisiva se convirtió en un episodio humillante y absurdo conocido como la “Guerra del Emú”.
Pero este extraño capítulo de la historia no fue sólo un paso en falso militar: reveló el papel fundamental de los emús en los ecosistemas de Australia y consolidó su estatus como una de las especies más emblemáticas del país.
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La guerra de los emús: un enfrentamiento surrealista
Tras la Primera Guerra Mundial, el Gobierno australiano intentó asentar a más de 5000 soldados convertidos en granjeros en el estado más occidental de Australia. Sin embargo, las duras condiciones de la región resultaron difíciles, con un suelo pobre y lluvias irregulares. Cuando una grave sequía en 1932 llevó a casi 20 000 emús a las zonas de cultivo, las aves (que rompieron las vallas que permitían la entrada de plagas más pequeñas) fueron la gota que colmó el vaso.
Los granjeros pidieron refuerzos, y el 2 de noviembre de 1932 llegaron tres soldados de la Real Artillería Australiana con dos ametralladoras ligeras Lewis. La misión parecía sencilla: eliminar a los emús y proteger los cultivos.
Sin embargo, la campaña se convirtió rápidamente en un caos. “Creo que en aquella época subestimaron a la especie”, afirma Sarah Comacchio, cuidadora del zoo de Taronga (Sídney). “Tuvieron bastante poco éxito porque [los emús] son aves muy rápidas y ágiles”, explica.
En los tres primeros días, lograron matar a tan sólo 30 emús. En lugar de permanecer en grandes manadas, los emús se dispersaron, lo que los convirtió en objetivos difíciles. Dos días después, una ametralladora se encasquilló durante una emboscada en un abrevadero, con miles de emús merodeando a plena vista.
A medida que se difundían los informes de la “guerra”, crecía la fascinación del público. La gente estaba intrigada por los valerosos supervivientes, que incluso formaron “unidades” con vigías para evitar ser capturados. Los conductores de camiones que eran incapaces de llevar a los emús hacia los artilleros informaron de que las aves esprintaban sobre terreno irregular a 88 kilómetros por hora y que hubo incluso un vehículo que se estrelló durante una persecución.
Otros testigos se mostraron asombrados por la supuesta capacidad de los emús para sobrevivir a los disparos sopresivos. El oficial al mando, Gwynydd Purves Wynne-Aubrey Meredith, célebremente declaró: “[Los emús] podían enfrentarse a las ametralladoras con la invulnerabilidad de un tanque”.
Tras 45 días después de campaña, los soldados sólo habían matado a unos 2500 emús (una fracción de la población) sin que los granjeros salieran mejor parados. Poco después empezaron a surgir voces que pedían un trato humano para los animales, y el Gobierno suspendió la operación. Los emús salieron victoriosos.
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En 1932, el Gobierno australiano envió soldados armados con ametralladoras para eliminar a más de 20 000 emús, esperando una rápida victoria. Al final, los emús superaron a sus atacantes y sólo murieron 2500 aves, lo que convirtió la campaña en un costoso y peculiar fracaso.
Supervivientes en tierras solitarias
La Guerra del Emú no fue sólo un testimonio de la insensatez militar, sino que puso de relieve la increíble resistencia de estas aves. Los emús, que miden casi 1,8 metros de altura y dan zancadas de más de un metro, forman parte de las ratites, un grupo de aves no voladoras descendientes de los dinosaurios. Son las únicas aves con un músculo en la pantorrilla que les ayuda a impulsarse. Los poderosos músculos de sus patas les confieren una velocidad y resistencia excepcionales, lo que les permite esprintar hasta 88 kilómetros por hora y seguir los patrones de las lluvias, llegando a caminar hasta 24 kilómetros al día en busca de alimento.
“Yo diría que los emús son más dispersivos que migratorios. Sus movimientos son algo impredecibles y pueden producirse en cualquier dirección”, afirma Rowan Mott, ecólogo de la Bush Heritage Foundation.
Aunque los emús suelen buscar comida solos o en pequeños grupos familiares, las sequías pueden unirlos en grandes bandadas, transformando sus vagabundeos normalmente solitarios en desplazamientos masivos por el campo. Esta convergencia de comportamientos naturales preparó el terreno para la llamada “Guerra del Emú” a principios de la década de 1930.
Pero los emús son algo más que simples supervivientes. Con un patrón de alimentación oportunista, desempeñan un papel ecológico vital al dispersar semillas a grandes distancias, ayudando así a regenerar la vegetación en toda Australia.
Aunque los estudios han encontrado docenas de especies vegetales en el estiércol de los emús, Comacchio afirma que los emús son fundamentales en la propagación del quandong del desierto (Santalum acuminatum), un melocotón autóctono resistente. “Muchos otros animales también se alimentan de esa planta. Crece en desiertos donde no lo hacen otras plantas”, explica. “La dispersión de semillas que llevan a cabo los emús es un gran beneficio para el ecosistema, lo que a su vez nos beneficia a todos”, añade.
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Un símbolo australiano
Más allá de su función ecológica, los emús tienen un profundo significado cultural. El emú tiene un importante simbolismo en algunas historias de creación de las primeras naciones aborígenes, representando a menudo la resistencia, la fuerza y una profunda conexión con la tierra. En algunas historias, el emú es un espíritu creador que guía el mundo natural, y en otras aparece como una figura celestial en la Vía Láctea. La conexión de los emús con Australia es tan profunda que aparecen en el escudo de armas de la nación, en la moneda de 50 céntimos e incluso en los logotipos de los equipos deportivos nacionales como los equipos de cricket, rugby o el Comité Olímpico de Australia.
“Son bastante icónicos: muy curiosos, nada asustadizos, bastante seguros de sí mismos”, dice Comacchio al destacar los extravagantes comportamientos de estas aves, como saltar excitadamente de una pata a otra. “A la gente le encantan”.
Puede que la guerra de los emús acabara en fracaso militar, pero consolidó a estas aves como símbolos de supervivencia y adaptabilidad. Protegidos por la legislación medioambiental australiana desde 1999, su población se mantiene fuerte, con más de 600 000 emús salvajes recorriendo el continente.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.