Hubo una vez que Japón invadió territorio estadounidense: los naufragios nos cuentan su historia
Las fuerzas estadounidenses y japonesas lucharon por las islas Aleutianas durante la Segunda Guerra Mundial. Todavía hoy se pueden encontrar vestigios de este conflicto en el lecho marino.
El carguero japonés Kotohira Maru (mostrado aquí en una imagen de sonar) fue uno de los tres pecios de una batalla de la Segunda Guerra Mundial que los arqueólogos descubrieron frente a la costa de la isla de Attu.
El pasado julio, hubo un momento en el que el barco de investigación de Wolfgang Tutiakoff avistó por primera vez la isla de Attu pareció. Y aquello pareció algo casi sagrado: "Fue realmente emotivo y verdaderamente sobrecogedor", dice: "Unas veinte personas permanecieron en silencio durante al menos cinco minutos antes de que alguien dijera algo".
Attu recibe pocas visitas hoy en día. Nadie vive allí y el Servicio de Parques Nacionales de EE. UU. controla el acceso. Situado en el extremo de la cadena de las Aleutianas, Attu es el territorio más occidental de Estados Unidos, tanto que técnicamente se encuentra en el hemisferio oriental y rodeado por la Línea internacional de cambio de fecha.
A principios de junio de 1942, seis meses después del ataque a Pearl Harbor, Attu y Kiska, otra isla de las Aleutianas a unos 290 kilómetros al este, se convirtieron en las únicas partes de Estados Unidos ocupadas por el enemigo cuando fueron invadidas por Japón. La ocupación duró casi un año, hasta que las tropas estadounidenses y canadienses expulsaron a los japoneses en mayo de 1943, una campaña nefasta para ambos bandos conocida como la Batalla de Attu, en la que murieron casi 3000 personas y miles resultaron heridas, a menudo a causa del frío extremo.
Sin embargo, desde la guerra, Attu y Kiska han estado prácticamente deshabitadas y rara vez se visitan, salvo en alguna que otra expedición arqueológica como en la que ha trabajado Tutiakoff, cuyo objetivo es documentar los detalles desaparecidos del "campo de batalla olvidado" de Alaska.
Las tropas estadounidenses y canadienses retomaron la isla de Kiska durante la batalla de Attu en 1943. Aquí ondean las banderas de ambos países en la cima de una colina de Kiska el 12 de octubre de 1943, mientras las tropas se apresuran a desembarcar suministros y municiones.
Isla ancestral
Los arqueólogos marítimos Jason Raupp, de la Universidad de Carolina del Este, y Dominic Bush, que ahora forma parte del grupo sin ánimo de lucro Ships of Discovery, dirigieron en julio de 2024 la expedición a Attu en busca de pecios y otras reliquias hundidas a bordo del buque de investigación Norseman II.
Estudiante del Institute of American Indian Arts de Santa Fe, Tutiakoff era uno de los dos enlaces culturales de la tribu Qawalangin del pueblo Unanga (Aleut). El pueblo unanga habitó las islas Aleutianas durante miles de años, y su principal tarea era proporcionar un contexto cultural, especialmente a partir de las historias tribales, para los descubrimientos científicos de la expedición.
Tres bombarderos estadounidenses Vega Ventura pasan sobre un volcán en la isla Kiska.
Bombas de un avión de la Fuerza Aérea del Ejército de EE. UU. caen sobre una retención japonesa en la isla de Kiska.
El viaje fue también una especie de peregrinación personal: tras el bombardeo japonés de la ciudad aleutiana de Dutch Harbor el 3 de junio de 1942, el abuelo de Tutiakoff (entonces un niño) fue una de las casi mil personas evacuadas de Attu y otras islas Aleutianas por las autoridades estadounidenses que luego fueron realojadas en chozas miserables en el Panhandle de Alaska. Además, unos 45 unanga fueron capturados en Attu durante la invasión japonesa y hechos prisioneros (de los cuales sólo la mitad de ellos sobrevivieron a la guerra).
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A pesar del final de la guerra, a los unanga nunca se les permitió regresar a Attu; en su lugar, el ejército estadounidense ocupó la isla tras la expulsión de los japoneses y, finalmente, quedó abandonada, a excepción de una estación de la Guardia Costera que cerró en 2010. El ejército estadounidense también contaminó partes de la isla con productos químicos tóxicos.
Attu forma parte ahora de un Monumento Nacional, y aunque es legal visitarla, los antiguos residentes y sus familias siguen sin poder vivir allí. Para Tutiakoff, el mero hecho de ver la remota isla fue un acontecimiento importante. "Es tan mágica", dice. "Es una isla gigantesca, con montañas y tundra y playas rocosas... Está cubierta de hierba de playa que no sólo es verde, sino verde neón... Parecía que fuera a salir un unicornio".
En busca de naufragios
El S.S. Dellwood (mostrado aquí en una imagen de sonar) era un buque cablero del ejército estadounidense. En julio de 1943, el buque chocó contra un pináculo sumergido y se hundió mientras era remolcado a un muelle.
El equipo buscó durante 11 días en las aguas que rodean Attu. Las islas Aleutianas son famosas por sus tormentas, fuertes vientos, lluvia y niebla, pero Raupp recuerda que tuvieron la suerte de disfrutar de un tiempo inusualmente despejado y tranquilo.
Utilizando la última tecnología de búsqueda submarina, los investigadores descubrieron y documentaron tres pecios de guerra (dos cargueros japoneses y un buque cablero estadounidense) en las aguas que rodean Attu. Los investigadores creen que los dos cargueros transportaban suministros a la guarnición japonesa, mientras que el barco estadounidense data de los meses posteriores a la expulsión de los japoneses y el refuerzo de las defensas de la isla.
Expedición a Kiska
La expedición a Attu se hace eco de una expedición similar a Kiska en 2018 que culminó con el descubrimiento de la popa del USS Abner Read, un destructor estadounidense que quedó gravemente dañado en agosto de 1943 cuando chocó contra una mina marina japonesa. El buque se salvó, pero 71 tripulantes murieron en Kiska y docenas sufrieron heridas graves o inhalaron humo tóxico (posteriormente fue hundido en 1944, en la batalla del golfo de Leyte, en Filipinas).
La expedición de 2018 también documentó los restos de un submarino de la Armada Imperial Japonesa, designado I-7 (que fue gravemente dañado por los disparos de un destructor estadounidense en junio de 1943, y que encalló deliberadamente en las rocas), así como los restos hundidos de un submarino japonés “enano” de dos tripulantes, destinado a torpedear buques de guerra enemigos. También encontraron piezas de un bombardero estadounidense B-24 Liberator que fue alcanzado por fuego antiaéreo mientras atacaba posiciones japonesas en la isla.
Abastecimiento por submarino
El mes pasado se publicó un informe científico de la expedición a Kiska en la revista International Journal of Nautical Archaeology.
“Nuestro objetivo era estudiar y documentar el aspecto del campo de batalla submarino”, explica el autor principal, Andrew Pietruszka, arqueólogo marítimo del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California (Estados Unidos), que dirigió la expedición. Se habían realizado importantes prospecciones arqueológicas en las islas del campo de batalla “y eso nos sirvió de inspiración para nuestro trabajo... nos propusimos reproducir lo que estaban haciendo en tierra”.
El pecio del submarino I-7 era especialmente notable. Los estadounidenses habían estado bombardeando a los japoneses en Kiska desde la invasión, por lo que Japón trató de evitar los ataques aéreos utilizando submarinos para abastecer a la guarnición ocupante de varios miles de soldados. “Estados Unidos ganó superioridad aérea, y eso dificultó el apoyo de los buques de superficie”, dice Pietruszka. “Así que creo que [los japoneses] empezaron a confiar más en los submarinos para el reabastecimiento, y eso es lo que estaba haciendo el I-7 cuando fue detectado”.
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Nuevas herramientas
Ambas expediciones se basaron en robots submarinos para cartografiar y buscar en el fondo marino.
El equipo de Kiska pasó dos semanas en un barco de investigación alrededor de la isla, y exploró sus principales emplazamientos con equipos de sonar instalados en cuatro vehículos submarinos autónomos (AUV) que operaban independientemente de los investigadores embarcados. Era la primera vez que se utilizaban AUV en los alrededores de Kiska, y los autores del estudio señalan que son capaces de cartografiar zonas mucho más extensas del fondo marino con mayor detalle que los tradicionales sonares remolcados, al tiempo que varios AUV pueden funcionar continuamente durante un ciclo de 24 horas.
Los investigadores de Attu, sin embargo, trabajaron con vehículos ligeros especializados operados a distancia (ROV) que estaban amarrados al barco de investigación y proporcionaban vídeo en directo desde las oscuras profundidades. Bush afirma que los ROV en tiempo real eran preferibles en algunas circunstancias a los AUV, cuyos datos deben “descargarse” tras su recuperación, y afirma que las futuras expediciones arqueológicas marítimas en la zona utilizarán idealmente ambas tecnologías.
Más información sobre Attu
Meses después, siguen saliendo a la luz nuevos aspectos de los pecios de Attu, a medida que los socios de la expedición, incluido el proyecto japonés World Scan, que desarrolló sus ROV, procesan los ingentes volúmenes de datos registrados.
La investigación histórica también insinúa nuevos detalles sobre las motivaciones bélicas de Japón para su invasión de las islas Aleutianas. Los historiadores suelen considerarla una distracción para el malogrado ataque japonés al atolón de Midway, que había tenido lugar unos días antes.
Pero Bush dice que parece que Japón también esperaba utilizar Attu como base para ataques aéreos más arriba en la cadena de islas (y quizás en el continente norteamericano), planes que nunca se llevaron a cabo. “[Los japoneses] llegaron a pensar que apoderarse de suelo estadounidense en Norteamérica sería ventajoso desde un punto de vista estratégico”, afirma: “Llamaban a Attu su 'portaaviones insumergible'“.
La expedición a Attu fue también una experiencia de aprendizaje para Tutiakoff, así como una oportunidad para compartir sus conocimientos con los investigadores. Aprovechó parte del tiempo para investigar su historia familiar y evaluar las posibilidades de que el pueblo unanga pudiera volver a vivir algún día en Attu, dados los peligros medioambientales. “Regresar es sin duda uno de nuestros objetivos”, afirma. “Esa es una de mis misiones que quiero cumplir: volver a habitar la isla y devolvérsela a nuestra gente, para que podamos crecer como comunidad”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.