Estudiantes de la Universidad de Yale celebran su graduación en 1914

El pasado antisemita de los procesos de admisión en las universidades de Estados Unidos

Pruebas estandarizadas. Entrevistas. Actividades extracurriculares. A principios del siglo XX, las universidades estadounidenses utilizaban estas tácticas para asegurarse de que sus estudiantes fueran predominantemente protestantes.

Estudiantes de la Universidad de Yale celebran su graduación en 1914, a pesar de lo que dice la fecha garabateada en la imagen. A principios del siglo XX, las universidades de élite de Estados Unidos se asustaron ante la afluencia de solicitantes judíos, por lo que idearon un sistema para excluirlos que hoy sigue vigente en su mayor parte.

Fotografía de George Grantham Bain Collection, Library of Congress
Por Erin Blakemore
Publicado 28 ene 2025, 12:42 CET

La respuesta a la pregunta puede parecer obvia y, sin embargo, en Estados Unidos ha sido, desde hace décadas, un tema a debatir: ¿deberían los estudiantes universitarios ser admitidos por sus méritos académicos o por quiénes sean sus padres? La cuestión ha resucitado atención mediática en Estados Unidos tras la invalidación de la discriminación positiva por parte del Tribunal Supremo en 2023 y del anuncio del Departamento de Educación de abrir una investigación sobre derechos civiles en relación con el trato preferente de la Universidad de Harvard a los estudiantes por legado, es decir, por sus vínculos familiares, lo que se conoce como legacy admission.

Aunque pueda parecer un problema moderno, hace un siglo que las facultades y universidades estadounidenses empezaron a tener en cuenta, en sus decisiones de admisión, las relaciones familiares y otros criterios, como las actividades extraescolares, las entrevistas y los resultados de los exámenes estandarizados. Y parece ser que estas políticas tienen su origen en ciertas posturas antisemitas que pretendían mantener a los estudiantes judíos fuera de las escuelas de élite.

A continuación te explicamos cómo la discriminación antisemita alimentó las admisiones universitarias modernas en Estados Unidos, mucho antes de que existiera la discriminación positiva.

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Campos de entrenamiento para la élite de la sociedad

La discriminación hacia los judíos en Estados Unidos, al igual que en otras partes del mundo, tiene raíces complejas que incluyen prejuicios históricos, estereotipos culturales y factores socioeconómicos. En parte, el antisemitismo en EE. UU. se alimentó de las tensiones en torno a las diferencias religiosas y culturales. A lo largo de la historia, los judíos han sido vistos por algunos como "extranjeros" o "diferentes". Además, han prevalecido estereotipos negativos, como los de tacharlos de avaros o manipuladores. En períodos de crisis económica, como la Gran Depresión, los chivos expiatorios fácilmente identificables (en este caso, los judíos) fueron culpados de los problemas sociales y económicos.

Antes de todo eso, a mediados del siglo XIX, la educación universitaria estaba prácticamente fuera del alcance de todo el mundo, excepto de los protestantes ricos, que fundaron universidades y colegios para preparar a sus hijos de cara a ejercer papeles de liderazgo cultural y político. Aunque estas instituciones daban un trato preferente a los hijos de graduados anteriores, sus requisitos de acceso eran relativamente laxos: lo cierto es que en esta época previa a la generalización de la educación pública, pocos de los que podían permitírselo eran rechazados.

Pero a partir de la década de 1840, la composición de la sociedad estadounidense cambió debido, en parte, a las oleadas de emigrantes católicos y judíos. Según escriben los sociólogos Deborah L. Coe y James D. Davidson, a medida que estos inmigrantes inundaban la nación, su presencia se veía como una amenaza en los grupos protestantes blancos que hasta entonces habían protagonizado la cultura dominante.

“Como resultado, los sentimientos anticatólicos y antisemitas encontraron su camino en una variedad de mecanismos que se crearon en respuesta a los indeseables cambios demográficos”, escriben Coe y Davidson. Y este sentimiento no tardó el traspasarse también a las admisiones universitarias.

Teniendo en cuenta que las comunidades católicas se apresuraron en fundar sus propias universidades y animaron a los miembros de su religión a asistir a ellas, podría decirse que fue la matrícula universitaria judía la que generó especial preocupación en las instituciones predominantemente protestantes.

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Pánico ante solicitantes “indeseables"

Históricamente, las instituciones toleraban a algunos estudiantes judíos, pero sólo a aquellos que, en opinión de los administradores, perteneciesen a la clase social adecuada y hubiesen “asimilado” debidamente a la cultura estadounidense dominante.

A finales del siglo XIX y principios del XX, los recién llegados de enclaves mayoritariamente judíos no encajaban en ese molde, por lo que los protestantes de élite intentaron cerrar filas. A las autoridades universitarias, que creían en los tradicionales estereotipos que tachaban a los judíos de fanáticos, conspiradores y socialmente indeseables, les preocupaba que admitir a judíos manchara la reputación de sus instituciones. Además, no les gustaba la idea de que sus hijos recibieran educación junto a ellos.

El poder adquisitivo ya no bastaba para ser aceptado en los círculos sociales de élite. Como escribe el historiador John Higham, las élites protestantes de la época “se aferraron a distinciones sociales que eran más que pecuniarias”, incluido “el culto a la genealogía”. De repente, instituciones como los clubes sociales, las organizaciones deportivas, las escuelas preparatorias e incluso los vecindarios hicieron hincapié en las conexiones familiares como parte del precio de entrada, lo que por defecto excluía a los judíos.

Lo que sucedió en la educación superior no fue muy distinto, donde los líderes se alarmaron por el aumento de matrículas judías. Como respuesta, empezaron a pensar en cómo limitar el número de solicitantes judíos sin poner en peligro la financiación pública o dañar su reputación.

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El legado antisemita de las universidades de élite estadounidenses

La Universidad de Yale fue una de esas instituciones. “No parece haber duda de que la Universidad en su conjunto tiene más o menos a suficientes de esta raza como para manejarse bien”, escribió Robert Nelson Corwin, presidente de admisiones de Yale, en 1922. Aunque los estudiantes judíos mostraban el mismo rendimiento académico que sus homólogos, escribió Corwin, “los miembros de esta raza... se gradúan de la universidad tan ajenos en moral y modales como lo eran en el momento de su admisión”.

Recomendó que Yale aplicara “requisitos no intelectuales”, como cartas de recomendación, entrevistas en persona y pruebas psicológicas, para limitar el número de judíos.

Corwin no fue el único. De Harvard a Rutgers, de Columbia a Tufts, las universidades de élite empezaron a hacer todo lo posible por controlar la composición de su alumnado. Algunas implantaron cuotas para limitar el número de judíos en las nuevas promociones. Otras concentraron el reclutamiento en zonas donde sabían que había menos judíos, y empezaron a fijarse más en las actividades extracurriculares que diesen pistas sobre la clase social y la religión de los solicitantes. Más requisitos de admisión significaban más razones para rechazar estudiantes, y una forma de enmascarar las políticas antisemitas de las escuelas.

Cuando los judíos ganaron más becas académicas, escuelas como Harvard y Yale las suspendieron en favor de otras ayudas económicas. También adoptaron el nuevo campo de las pruebas psicológicas, ofreciendo pruebas que medían la aptitud y no el rendimiento, como las Pruebas Thorndike de Agilidad Mental.

“Los primitivos y sesgados tests redujeron a la mitad la matrícula judía [en Columbia]”, escriben los historiadores de la educación Jim Horn y Denise Wilburn, señalando que muchos de esos tests fueron desarrollados por eugenistas en busca de “una forma supuestamente objetiva de cuantificar el racismo estructural de la época y de que fuera aceptado como científico”.

Otro nuevo requisito se volvió tan común que se hizo casi omnipresente durante el periodo: la fotografía. La historiadora Marianne R. Sanua escribe que, en Columbia, una publicación de una fraternidad recomendaba satíricamente que, para eludir los nuevos requisitos de admisión más estrictos, los solicitantes se tiñeran el pelo de rubio, fingieran ser más altos y se hicieran fotos que restaran importancia a los rasgos faciales estereotípicamente “judíos”.

Por último, las instituciones de enseñanza superior también aplicaron políticas internas de admisión por legado, reclutando activamente a familiares de antiguos alumnos y ofreciéndoles una ventaja sobre otros solicitantes.

“Todos los hijos de antiguos alumnos de Dartmouth y de trabajadores del Dartmouth College que cumplan los requisitos serán aceptados”, escribió el Dartmouth College en su revista de antiguos alumnos en 1922. El colegio también exigía a los solicitantes que presentaran varias cartas de antiguos alumnos de Dartmouth, prometiendo que daría prioridad a “los hombres que poseyeran claramente las cualidades de liderazgo o cualidades de promesa sobresaliente” sobre aquellos “cualificados por altos rangos académicos pero sin pruebas de cualidades positivas por lo demás”.

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La persistencia de las 'legacy admission'

A medida que el sentimiento antisemita fue perdiendo fuerza tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y con el auge del movimiento por los derechos civiles, muchas universidades fueron eliminando progresivamente sus políticas más abiertamente antisemitas. Pero muchas de las restricciones impuestas para limitar la admisión de judíos se mantuvieron. Los exámenes estandarizados y las entrevistas siguen siendo requisitos habituales para la admisión en la universidad y las instituciones de enseñanza superior actuales siguen admitiendo a más estudiantes ricos.

Según un análisis reciente, los niños del 0,1% de la población con mayores ingresos tienen más del doble de probabilidades de ser admitidos en las facultades de la Ivy League (las de más prestigio del país) que los estudiantes más pobres con la misma puntuación en los exámenes y, el 46% de esta ventaja, puede atribuirse a las políticas de admisión que conceden un trato preferente a los estudiantes “heredados”.

A pesar de que algunas instituciones como Amherst, Johns Hopkins y Wesleyan anunciaron que han abandonado la práctica, el sistema sigue siendo común hoy en día. En una encuesta de 2018 realizada por Inside Higher Education, el 42% de los directores de admisiones de universidades privadas afirmaron que el estado del legado es un factor en su proceso de admisión, en comparación con el 6% en las instituciones públicas.

Entre esas instituciones se encuentra Harvard, cuya política de admisión por legado se está enfrentando ahora al escrutinio de los investigadores federales de derechos civiles. El Harvard Crimson informa de que, entre los estudiantes de primer año de 2022, más del 14% de los encuestados declararon ser estudiantes de legado y los legados declarados por ellos mismos tenían más probabilidades de ser blancos. Más de un tercio de los estudiantes con uno o más padres que asistieron a Harvard declararon tener unos ingresos familiares combinados de 500 000 dólares anuales o más.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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