Una nueva tumba para las ruinas radiactivas de Chernóbil
Treinta años después del desastre, una estructura gigante remplazará el sarcófago de la era soviética construido para contener la radiación del lugar que se está desmoronando.
Cuando Ilya Suslov se enteró del desastre nuclear en Chernóbil del 26 de abril de 1986, estaba trabajando de capataz en la construcción en una ciudad secreta en la República Socialista Soviética de Uzbekistán. Inmediatamente se ofreció voluntario para ser un “liquidador”, uno de entre cientos de miles de soldados y civiles soviéticos, la mayoría reclutados, que limpiaron el lugar.
El trabajo de Suslov consistía en ayudar a construir el “sarcófago” gigante, una tumba de acero y hormigón construida en ocho meses para contener los restos que ardían lentamente de la Unidad 4 de la planta de energía nuclear. Tras 30 años ese sarcófago está a punto de ser reemplazado por otro, en este caso diseñado para durar cien años.
Allá por el año 1986, mientras Suslov se encaminaba hacia el peor accidente nuclear del mundo, lo único que le dijeron fue: “vamos, prepárate”. Sobre el terreno, le entregaron ropa de trabajo ligera y una gorra y mascarilla de cirujano, sin ningún tipo de protección frente a la radiación. Al asomar la cabeza por una esquina del búnker desde el cual coordinaban las labores de volcado del hormigón y soldadura del acero para el “refugio del objeto”, como lo llamaban, su jefe le arrastraba de vuelta y le gritaba, “¡eh!, ¿qué estás haciendo? ¿Quieres contaminarte?”.
Hoy apenas sobrevive como electricista a tiempo parcial. Su pensión no es mayor que la de cualquier jubilado soviético, aunque se haya enfrentado a grandes riesgos para su salud. Como muchos en la Ucrania escasa de fondos de hoy en día, su nevera está vacía a finales de cada mes. Aun así, está orgulloso de lo que hizo. “Si no hubiésemos construido ese sarcófago, entonces la contaminación por radiación continuaría hoy en día. El sarcófago era como un frasco de conservas, una lata de hojalata que lo dejaba todo cerrado, pero era un simple envase”, dice.
Sabe que se está acabando el tiempo del sarcófago. Fue reforzado hace unos pocos años ya que estaba a punto de caerse, una segunda catástrofe que hubiese enviado de nuevo polvo y residuos radiactivos a la atmósfera. “Mi sarcófago consiguió llegar a los 30 años, gracias a Dios”, comenta. “Pero ahora hay que pensar en el futuro”.
De hecho, si todo va según lo planeado, para finales del año próximo, un arco gigante de acero inoxidable llamado "Nuevo Confinamiento de Seguridad" será colocado sobre el reactor. Construido por un consorcio internacional de donantes, sellará las alrededor de 5.500 toneladas de arena radiactiva, plomo, ácido bórico y las 220 toneladas de uranio y otros isótopos inestables, así como las decenas de toneladas del cemento y el acero que han sido irradiados.
El mayor objeto móvil
El arco es un logro incomparable de la ingeniería. “Para un ingeniero es la Meca. Quiero decir, espero que no tengamos que construir un arco de este estilo en ningún otro lugar. Estamos aquí debido a una catástrofe, pero para un ingeniero es perfecto”, dice Nicolas Caille, director del proyecto que aúna esfuerzos internacionales comandado por Novarka. “Haremos cosas aquí que nunca se han hecho en ningún otro lugar”.
Con la forma de un hangar para aviones sobredimensionado, la estructura se ha fabricado a partir de kilómetros de tubos de acero que se mantienen unidos por unos 600.000 tornillos hechos a medida, con un coste de alrededor de 15 euros la unidad. Los costes ya han llegado a los 2.100 millones de euros, y subiendo. El gigantesco arco se eleva hasta unos 110 metros de altura y tiene una longitud de 165 metros y un ancho de 260 metros y, en cuanto sea desplazado hasta su sitio gracias a unos railes especiales de acero inoxidable y revestidos de teflón, se convertirá en el objeto de mayor tamaño hecho por el hombre que se desplaza por tierra.
El arco ha sido revestido con un "sándwich" brillante de acero inoxidable, visible por encima de los tejados de la ciudad abandonada de Pripyat, a unos 3 kilómetros de distancia por un bosque que poco a poco se ha ido repoblando con lobos, linces, ciervos, jabalíes, alces y castores.
En el espacio que separa los recubrimientos interno y externo circulará aire seco, para que la estructura no se oxide, y será un espacio despresurizado para minimizar el riesgo de fuga de polvo radiactivo.
Diseñado para resistir el intenso calor del fuego y el frío del invierno ucraniano, a la vez que mantiene su flexibilidad, el edificio también será capaz de resistir un terremoto o un tornado con vientos superiores a los 330 kilómetros por hora.
Para conseguir llevar a cabo todo esto, los ingenieros han de ser creativos. Siendo demasiado grande como para rodar, el nuevo confinamiento de seguridad se deslizará a ritmo de caracol en noviembre, para terminar encajando en su sitio como un gigantesco bloque te tetris rodeando los restos de la Unidad 4. La membrana que sellará el sarcófago de la antigua estructura soviética también será del mismo material utilizado para mantener fuera el agua del mar cuando un submarino abre la escotilla de lanzamiento de un misil balístico.
Una vez sellado, dos grúas gigantes con brazos mecánicos controladas por control remoto, tan pesadas como un Boeing 737, con capacidad para manejar un taladro, una trituradora de cemento y una aspiradora de 10 toneladas serán utilizadas para romper y limpiar el reactor.
Menos del 5 por ciento de la radiactividad contenida en la Unidad 4 fue liberada al medio ambiente durante el accidente, así que la mayor parte continúa in situ y deshacerse de ella llevará décadas. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, principal financiador del arco, no ha hecho públicos los planes para la deconstrucción. Ucrania se ha comprometido a financiar el proceso, aunque el país se encuentra en la actualidad ahogado por las deudas, así que no está claro cómo pagarán el proyecto si no cuentan con la ayuda de donantes extranjeros.
“El objetivo prioritario es controlar la contaminación”, dice Caille. “El segundo objetivo es proporcionar las herramientas necesarias para deconstruir el reactor dañado”. Pero el objetivo global es “contenerlo todo”, dice Caille, “asegurarse de que incluso si ocurre un terremoto o si el sarcófago existente se derrumba, no se produzca ninguna contaminación en Europa”.