La capa de hielo de la Antártida Occidental es más sensible de lo que creemos
Conforme se derrite, el nivel del mar aumenta, y un nuevo estudio determina que disminuyó drásticamente cuando la Tierra no era tan cálida como hoy en día.
Los científicos han descubierto que la capa de hielo de la Antártida Occidental sufrió un retroceso importante entre 10.000 o 12.000 años, una época en la que el mundo era más frío que hoy. Este colapso tuvo lugar al final de la última glaciación y dejó la capa de hielo casi 350.000 kilómetros cuadrados más pequeña que en la actualidad, una diferencia superior a la superficie de Finlandia.
«Que la capa de hielo pudiera retroceder más allá de su límite actual, en un clima que era probablemente un poco más frío que el de hoy, indica una sensibilidad extrema», afirma Robert DeConto, glaciólogo de la Universidad de Massachusetts Amherst que no participó en la investigación.
La mayoría de investigadores creían que la capa de hielo de la Antártida Occidental no había sido mucho más pequeña que la actual durante al menos 120.000 años. «Todos nos quedamos atónitos», afirma Reed Scherer, de la Universidad del Norte de Illinois en DeKalb, coautor del nuevo estudio, publicado hoy en la revista Nature, junto con otros nueve científicos.
La Antártida Occidental se considera la capa de hielo más vulnerable de entre las tres más importantes de la Tierra. Descansa en un lecho un amplio y profundo a cientos de metros por debajo del nivel del mar, lo que la expone a corrientes oceánicas cálidas. Si se derritiera, aumentaría el nivel del mar más de 3 metros.
Los científicos esperan poder predecirel futuro de la capa de hielo de la Antártida Occidental en pleno calentamiento global mediante la reconstrucción de sus avances y retrocesos en el pasado.
Otro estudio publicado en el mismo número de Nature confirmó la urgencia: determinó que la Antártida ha perdido en total más de 3 billones de toneladas de hielo entre 1992 y 2017. La mayoría eran de la Antártida Occidental, donde el ritmo de pérdida de hielo se ha triplicado en el último cuarto de siglo.
Un agujero de 800 metros
Las nuevas pruebas de la fragilidad de la Antártida Occidental surgen de dos expediciones de investigación que visitaron la región en los últimos años. Scherer formó parte de la primera. Comenzó en enero de 2013, cuando un convoy de tractores que remolcaba 453 toneladas de equipo sobre trineos gigantescos llegó a una zona remota de la capa de hielo a solo 611 kilómetros del Polo Sur. El lugar era aparentemente anodino, sin nada salvo nieve plana esculpida por el viento en todas las direcciones.
El objetivo real de la expedición estaba a 800 metros bajo la superficie: una masa de agua llamada lago Whillans sellada bajo el casquete glaciar. El contorno del lago había sido cartografiado con un radar de penetración de hielo. Ningún humano lo había visto nunca. Pero ese enero, ensamblaron el equipo de esos cargueros para construir un taladro monstruoso que, con un chorro de agua caliente, derritió un agujero de 50 centímetros de ancho y 66 metros de profundidad en el hielo hasta llegar al lago.
Scherer y sus colegas introdujeron un cilindro hueco hasta el fondo del lago e izaron 45 centímetros de lodo, una materia arenosa llena de fragmentos del lecho rocoso antártico, pulverizado por el deslizamiento del hielo. Cuando Scherer estudió el lodo al microscopio, descubrió que estaba lleno de delicados fragmentos de cristales curvados y orondos: antiguas conchas de diatomeas, diminutas criaturas marinas que vivieron en este lugar en una época en la que no estaba cubierto de hielo, sino de océano, quizá con algo de hielo flotando en la parte superior.
La datación por carbono del lodo demostró que algunas de esas diatomeas habían quedado depositadas en el actual lago Whillans hace solo 10.000 años, un hallazgo sorprendente. Pero Scherer y sus colegas analizaron el lodo de otros nueve agujeros tierra adentro desde el lago Whillans, a 193 kilómetros del límite actual del hielo. Descubrieron materiales recientes en todos. «Fue toda una sorpresa», afirma Scherer.
Sugería que la capa de hielo de la Antártida Occidental había retrocedido al menos 193 kilómetros. Pero ese es «un límite inferior», según el glaciólogo Slawek Tulaczyk de la Universidad de California en Santa Cruz, codirector de la expedición de perforación.
Explica que, como los glaciares arrastran constantemente el lodo de su base conforme fluyen hacia la costa, el lodo reciente en los pozos podría haber venido de entre 480 y 640 kilómetros tierra adentro, lo que significa que hace 10.000 años, el límite del casquete glaciar habría estado a esa distancia tierra adentro.
Cicatrices reveladoras
Mientras Scherer, Tulaczyk y sus colegas lidiaban con estas sorpresas, otro científico al que no conocían estaba haciendo su propio descubrimiento.
Jonathan Kingslake, un joven glaciólogo que ahora trabaja en el Lamont-Doherty Earth Observatory en Nueva York, pasó dos meses a finales de 2014 acampando en el lado opuesto de la Antártida Occidental, a 1287 kilómetros del lago Whillans. Con motos de nieve atadas en fila india —para que ninguna se cayera en una fisura—, su guía y él remolcaron un trineo que transportaba un radar de penetración de hielo. A medida que viajaban, a veces hasta 15 horas al día, el radar trazaba las capas internas y las grietas ocultas a cientos de metros bajo el hielo.
Una noche, en su tienda, mientras revisaba los datos del día en su ordenador, Kingslake observó algo intrigante. Los trazos blancos y negros del radar mostraban una serie de líneas brillantes que se elevaban desde el fondo del hielo.
Esas líneas, según dedujo finalmente, eran las cicatrices de antiguas grietas que se habían abierto años atrás en la parte inferior del casquete glaciar, en una época en la que no era grueso ni descansaba sobre lecho rocoso, como ocurre ahora en ese lugar, sino que era más delgado y flotaba en el océano. Las grietas se habían formado a medida que el hielo patinaba y temblaba sobre una montaña subglacial. Después, se habían llenado de agua marina y se habían congelado de nuevo.
En el extremo opuesto de la Antártida Occidental respecto al lugar donde trabajaban Scherer y Tulaczyk, Kingslake había descubierto evidencias independientes de que el casquete glaciar se había retirado tierra adentro. Tras revisar las pruebas, Torsten Albrecht, del Instituto de investigación de efectos climáticos de Potsdam en Alemania, estimó que el retroceso se había producido hace 10.000 o 12.000 años. En comparación con el presente, Albrecht calcula que la Antártida Occidental aportó unos 125.000 kilómetros cúbicos de hielo que contribuyeron al aumento del nivel del mar, equivalentes a 130 billones de toneladas.
La recuperación no nos salvará
En aquella época, la capa de hielo ya estaba en pleno derretimiento desde su máximo durante la glaciación, cuando se extendía 965 kilómetros más mar adentro que hoy en día. Y el lecho oceánico descansaba a una profundidad de al menos 396 metros superior a la actual, ya que el peso del gigantesco casquete glaciar había presionado la corteza terrestre.
A medida que le hielo se retiraba, adelgazaba y flotaba, permitió que las corrientes oceánicas más cálidas se deslizaran sobre el profundo lecho oceánico. Esto derritió el hielo a mayor velocidad, provocando un colapso en toda regla de la capa de hielo. Retrocedió al menos 193 kilómetros tierra adentro respecto a sus límites actuales.
Este desplome desbocado se detuvo finalmente debido a los lentos cambios en la corteza terrestre. La retirada de todo ese hielo permitió que la corteza se recuperara hacia arriba. Los investigadores calculan que el lecho marino bajo la capa de hielo aumentó a un ritmo de 18 centímetros al año, o más de 396 metros en el transcurso de varios miles de años. Esto resguardó el hielo restante de las corrientes oceánicas profundas que lo estaban derritiendo, permitiendo que se estabilizase, avanzase y alcanzara su superficie actual, quizá hace solo 2000 años.
Con el calentamiento actual del planeta, ¿nos protegerá esta recuperación glaciar frente a una retirada masiva de la capa de hielo de la Antártida Occidental y el catastrófico aumento del nivel del mar que le seguiría? Como las temperaturas y los niveles de dióxido de carbono atmosférico ya son mucho más altos que hace 10.000 años, y siguen aumentando, Tulaczyk advierte que la retirada y la recuperación glaciales observadas entonces no pueden extrapolarse al futuro.
Pero en cualquier caso, una recuperación glacial es un proceso demasiado lento como para ser un alivio para los humanos. No salvará a las ciudades costeras del aumento del nivel del mar, «a no ser que estemos dispuestos a aguantar la respiración durante miles de años bajo el agua», afirma Tulaczyk.