Según la ONU, las ciudades flotantes podrían mitigar la crisis de vivienda mundial
Las ciudades, afectadas por el aumento demográfico, el aumento del nivel del mar y los ecosistemas amenazados, necesitan nuevas opciones.
Artículo creado en colaboración con la National Geographic Society.
Esta semana, los pasillos y las salas de reuniones de las Naciones Unidas estaban llenas de una mezcla de sesiones: «opciones de políticas para la baja fertilidad», la publicación del «The State of Pacific Youth Report», el «Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz».
Pero en la sala de conferencias 8 estaba ocurriendo algo completamente diferente: un brillante modelo de color azul y beige colocado sobre un podio ilustraba el tema que figuraba en la puerta: «Ciudades flotantes sostenibles».
En la sala, decenas de expertos, inversores, científicos y autoridades —así como un grupo de estudiantes en videoconferencia desde Nairobi— exploraban un nuevo planteamiento para construir centros marítimos de viviendas, comercio, educación y ocio diseñados para mitigar la presión que sufren las ciudades costeras, oprimidas por el aumento demográfico, el aumento del nivel del mar y el riesgo de tormentas, los recursos limitados y los ecosistemas amenazados.
Durante décadas, se han propuesto ideas positivas y negativas para que la humanidad pase a una vida en el mar. Las variantes van desde lo optimista —una ciudad flotante con forma piramidal concebida para la bahía de Tokio en los años 60 por R. Buckminster Fuller— hasta lo involuntario, como es el caso de los supervivientes de un planeta inundado que construyen «atolones» variopintos en la película distópica de 1995 Waterworld.
La promotora, una empresa denominada Oceanix y sus socios, entre ellos el arquitecto neerlandés Bjarke Ingels, insisten en que esta es una época diferente.
Imaginan una galaxia de «ciudades» satélites construidas allí donde la urbanización costera ha llegado a sus límites. Serían módulos flotantes hexagonales, capaces de resistir a las tormentas y producidos en masa. Se colocarían mediante remolques, se anclarían y se conectarían en grandes abanicos rematados con viviendas construidas de manera sostenible e instalaciones religiosas y de ocio. Drones teledirigidos y ferris servirían como vínculo con la orilla. Las comunidades se mantendrían tanto como fuera posible con energía solar local u otras fuentes renovables, la recirculación del agua y el agua de lluvia y la producción local de alimentos.
A primera vista, el concepto de ciudades flotantes parece pensamiento mágico. Pero las ciudades costeras de todo el mundo se enfrentan a una crisis espacial que empeora rápidamente.
La erosión de los casquetes glaciares polares y la expansión del agua marina caliente por el calentamiento global siguen aumentando los niveles del mar y probablemente seguirán haciéndolo durante los próximos siglos. Las incógnitas restantes son el ritmo de inmersión costera y el aumento de las pérdidas por marejadas. Además, los peligros costeros aumentan a más velocidad con el crecimiento demográfico en un mundo que se urbaniza rápidamente.
Según sus defensores, excluir dichas soluciones sí sería pensamiento mágico.
Una nueva propuesta de seasteading
El proyecto ha sido obra de Marc Collins, un emprendedor hawaiano con raíces tahitianas y chinas que ha pasado más de una década en busca de una serie de opciones para dicho proyecto, como las preferidas por los individuos que practican el «seasteading» para huir de las restricciones de los gobiernos y los impuestos.
Ya ha declarado en varias entrevistas que se ha dado cuenta de que las comunidades flotantes solo pueden salir adelante con el apoyo del gobierno y funcionarían mejor dentro de las aguas costeras de un país. «Harán falta gobiernos», declaró en una entrevista.
Esta propuesta apunta a un término medio que atraiga a los inversores centrándose en Asia, donde las ciudades son extraordinariamente densas y las propiedades tienen precios exorbitantes, y donde hay suficiente poder gubernamental como para diseñar proyectos tanto en el mar como en tierra firme. Pero Collins ha dicho que es fundamental que estos proyectos beneficien a todos los habitantes de una ciudad, no solo a los ricos. «Esto no puede convertirse en un lugar desde el que unas cuantas personas ricas observen a los pobres ahogarse en la playa», declaró en una entrevista.
La reunión fue organizada por el programa ONU-Hábitat, puesto en marcha en 1978 para avanzar hacia comunidades humanas adecuadas a nivel social y medioambiental y que ahora se centra en la consecución del undécimo Objetivo de Desarrollo Sostenible: que las ciudades sean inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles para el 2030.
No es una agencia vinculada a la tecnología y el diseño de vanguardia. Pero según Victor Kisob, subdirector ejecutivo de ONU-Hábitat, debido a la intensificación de las presiones —sobre todo ante el lento progreso a la hora de abordar el calentamiento global antropogénico— no deben descartarse las soluciones poco convencionales.
¿Cómo se ha convertido una idea tan poco convencional en el centro de atención?
«Entró en escena cuando buscábamos posibles soluciones que pudiéramos tener en cuenta ante fenómenos como la supertormenta Sandy o las crisis humanitarias a las que hacemos frente, como en Mozambique», afirmó. «Al escuchar a Marc y ver sus diseños, parecen futuristas, pero en realidad son prácticos. Y se debe tener en cuenta qué ocurriría de lo contrario en estos lugares».
Durante el transcurso de la jornada, las ventajas de dicho proyecto, en teoría, se hicieron evidentes. La amenaza del aumento del nivel del mar y las marejadas ha erradicado entre 1,5 y tres kilómetros. Ni siquiera los tsunamis supondrían un peligro similar al de las costas, porque dichas olas causadas por seísmos solo se alcanzan alturas devastadoras en aguas poco profundas.
En la mayoría de los países, las aguas mar adentro pueden arrendarse por dólares la hectárea, mientras que los valores inmobiliarios en ciudades como Hong Kong o Lagos son astronómicos.
Posibles retos
Pero durante el debate se identificó una serie de problemas.
Algunos eran técnicos. ¿Puede un cúmulo de plataformas unidas y ancladas resistir a un tifón?
Nicholas Makris, director del Centro de Ingeniería Marina del MIT, estuvo presente con varios colegas. Preguntó cuántos asistentes habían estado en el mar con vientos huracanados. Solo él levantó la mano.
Makris describió una serie de estructuras diseñadas en todo el mundo para resistir dichos fenómenos, pero señaló que todas son enormes y carísimas, y que forman parte de la infraestructura global de petróleo y gas natural.
En una entrevista, reconoció el mérito del concepto de Oceanix, pero también declaró que debería restringirse a aguas resguardadas cuando se diseñe.
La escala, claro está, será posiblemente el mayor problema. En la actualidad existen numerosas estructuras flotantes en todo el mundo. Los Países Bajos, que llevan mucho tiempo a la cabeza de estas iniciativas, tienen un prototipo de granja de lácteos flotantes en Róterdam y albergan el Centro Global de Adaptación al cambio climático en un edificio flotante. Pero la granja está diseñada para 40 vacas.
Sin embargo, Collins señala que el concepto de Oceanix se centra en la fabricación masiva de unidades flotantes básicas, que pueden remolcarse a cualquier parte del mundo y ofrecer el mismo ahorro mediante la eficiencia de fabricación que reduce en gran medida el coste de muchos elementos, desde el mobiliario hasta las células solares.
Según él, aunque la construcción de dichas comunidades puede ser cara, una «ciudad» Oceanix podría ser una ganga en comparación con el coste de las viviendas en tierra firme. Y el valor social puede ser enorme en las ciudades que registran un crecimiento más rápido, donde los costes y la escasez de la vivienda son una carga gigantesca para los pobres.
Joseph Stiglitz, el nobel en economía de la Universidad de Columbia que ha dedicado su carrera a estudiar vías políticas para reducir la desigualdad, expresó entusiasmo en la reunión. «Sin duda vale la pena intentarlo», afirmó en una entrevista. «La única forma de descubrir si estas cosas funcionas es haciéndolas realidad».
Declaró que la ventaja de mudarse al mar es la capacidad de empezar de cero y adoptar un enfoque holístico para configurar los servicios y limitar costes y riesgos, tanto medioambientales como financieros.
¿Cómo sería la vida en una isla flotante?
La reunión también identificó problemas políticos y sociales.
¿Cómo se escogería a los residentes de estas comunidades? Los estudiantes que asistieron por videoconferencia desde Nairobi estaban menos preocupados por la tecnología y más interesados en cómo dichos proyectos disminuirían la división mundial entre ricos y pobres.
Un observador en los asientos cerca de la mesa circular central se preguntó si los jóvenes se sentirían aislados en una isla artificial, aunque estuviera conectada con la costa mediante transporte. Desde Polinesia a África septentrional, el atractivo de las ciudades ha aumentado entre los jóvenes, no solo por la oferta laboral, sino también por la cultura, las artes, la creatividad y la conexión.
¿Verían la vida en una isla como algo similar a estar atrapados?
Pero otro joven, Max Kessler, estudiante de ingeniería en el MIT, afirmó que estaba ansioso por trabajar en este tipo de proyecto.
«Yo crecí en una isla en el Pacífico noroeste», declaró. «Si creamos algo que pueda albergar el tipo de cultura unida y mentalidad de sostenibilidad que teníamos allí, creo que esto será factible».
Otro participante indicó que el diseño comunitario sería ideal para los ancianos, ya que ofrecería una opción como viviendas de jubilación a medida que aumente el porcentaje de ancianos en las próximas décadas.
La urbanización y el desarrollo están vinculados al intercambio. Si al final no se establece una opción como los anexos flotantes, esto podría aumentar las posibilidades de más dragados y rellenados, soluciones escogidas durante el último siglo, en el que el nivel del mar ya ha aumentado casi 30 centímetros.
Singapur, mediante la extracción de arena y la importación y el rellenado ha expandido su tamaño casi un cuarto desde su independencia en 1965, según la ONU. Pero los daños medioambientales que causa la industria global de arena y rellenado limitan dicha opción en el futuro.
No es una sorpresa que a finales de este mes Singapur vaya a celebrar un evento más explícitamente comercial para fomentar la construcción en el mar: la World Conference on Floating Solutions.
Antes del final de la jornada, la idea obtuvo el importante apoyo de la vicesecretaria general Amina J. Mohammed, que ha abordado problemas costeros atroces como ministra del medio ambiente en Nigeria, sobre todo en otro tipo de ciudad flotante: la vasta barriada de Makoko, en Lagos, donde cientos de miles de personas viven en un laberinto de barcos y balsas atados.
Aunque dijo que se tardarían años, quizá este modelo de comunidad flotante podría resultar de ayuda allí. «Tenemos la oportunidad de hacer algo» en lugares como Makoko, declaró. «Podríamos servirnos de nuestras universidades, de los jóvenes, de socios extranjeros y convertirlo en un ejemplo brillante de posibilidades para que millones de personas puedan vivir en la costa sin verse obligadas a mudarse al interior».
Afirmó que las ideas e innovaciones «punteras» son fundamentales conforme el mundo se enfrenta al logro de un desarrollo sostenible ante la aceleración de los cambios medioambientales y tecnológicos. (En mayo, otra agencia de la ONU celebrará una sesión en Ginebra acerca del papel de la ciencia y la tecnología a la hora de acelerar el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible.)
«Nuestras ideas para lograr la sostenibilidad medioambiental y el desarrollo en ciudades deben reconfigurarse para enfrentarse a los retos de hoy y mañana», afirmó Mohammed, señalando también que las ciudades son el mayor banco de pruebas de nuevas ideas y la urgencia de la vulnerabilidad climática. «Las ciudades flotantes pueden formar parte de nuestro nuevo arsenal de herramientas».
Andrew Revkin moderó las mesas redondas de apertura en la reunión de la ONU pero no participó de otro modo y sus opiniones son personales. Es el asesor estratégico de periodismo medioambiental y científico de la National Geographic Society.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.