Los piroplásticos: una nueva forma de contaminación por plástico
Los fragmentos de plástico de color gris, redondos y con aspecto de rocas se ocultan a plena vista en las playas del sur de Inglaterra.
En las bahías arenosas que bordean el litoral sudoccidental de Inglaterra, los recolectores pueden encontrar una gran variedad de piedras, desde guijarros hasta bloques pesados, esparcidas entre otros restos que han llegado flotando. Tienen un aspecto más bien mediocre: una paleta de grises con algún que otro toque de color, de superficie suave y bordes redondeados.
Pero al empezar a recogerlas, uno enseguida descubre que estas rocas aparentemente anodinas no son rocas.
Son piroplásticos, una nueva forma de contaminación por plástico que ha sido transformada por el fuego. Su apariencia confunde incluso a los geólogos. Para Andrew Turner, científico medioambiental de la Universidad de Plymouth que describió esta sustancia en un reciente estudio publicado en Science of the Total Environment, esto sugiere que los piroplásticos podrían ocultarse a plena vista por todo el planeta.
«Como parecen geológicos, uno puede pasar junto a cientos de ellos sin darse cuenta», afirma Turner.
Impostores rocosos
Turner oyó hablar de esta extraña novedad en el linaje de la basura humana hace unos años, cuando los voluntarios de la Cornish Plastic Pollution Coalition, un conjunto de grupos que organizan limpiezas en playas muy turísticas del condado de Cornualles, contactaron con él.
Los recolectores habían encontrado insólitos facsímiles de guijarros y piedras, impostores plásticos lo bastante ligeros para flotar en el agua. Según Turner, algunos voluntarios habían recogido miles. Rob Arnold, artista medioambiental autóctono de Cornualles, creó una exposición para un museo local en la que retaba a los visitantes a distinguir las rocas reales entre el plástico. Pocos fueron capaces.
«Tuvo mucho éxito, pero resultó bastante desconcertante», afirma Arnold. «A la gente le sorprendía que la contaminación estuviera ahí fuera y ser incapaz de verla».
Hace un año, Turner decidió estudiar este fenómeno de forma más sistemática. Aunque recibió muestras de Escocia y la Columbia Británica tras hacer un llamamiento en redes sociales, sus análisis se centraron en un conjunto de restos recopilados en torno a la bahía de Whitsand, una bahía amplia y protegida que contiene algunas de las mejores playas de Cornualles. Tras medir el tamaño y la densidad de las muestras, su equipo examinó la composición química de los plásticos empleando rayos X y espectroscopia infrarroja.
Descubrieron que las «piedras» estaban hechas de polietileno y polipropileno, dos de los plásticos más comunes. También contenían una mezcla de aditivos químicos, pero el que más destacó fue el plomo, que solía aparecer junto al cromo.
Turner cree que estas son trazas de cromato de plomo, un compuesto que los fabricantes añadían a los plásticos hace décadas para dotarles de una viva coloración amarilla o roja. Según él, es probable que el fuego borrase estos colores, una idea que su equipo y él pusieron a prueba derritiendo algunos de los plásticos de colores en el laboratorio. Como era de esperar, adoptaron tonalidades grises.
Por su parte, los años de erosión por parte del viento y el agua explicaban los bordes suavizados y el aspecto degradado.
«En el caso de un guijarro alterado geológicamente, tardaría cientos de miles de años», afirma Turner. «Creo que observamos lo mismo en estos plásticos, pero ocurre mucho más rápido».
Orígenes desconocidos, futuros inciertos
El origen exacto de los piroplásticos de Cornualles es un misterio. Turner sospecha que podrían existir varias fuentes, desde hogueras —implicadas en la formación de un híbrido de plástico y roca denominado plastiglomerado en Hawái— a antiguos vertederos. Parte de ese material podría haber atravesado el canal de la Mancha desde la isla de Sark —donde, según las últimas noticias, los residuos se queman y se vierten al mar— o incluso haber llegado desde el Caribe.
Independientemente de su origen, los piroplásticos están por todas partes y Turner se pregunta qué tipo de riesgos medioambientales podrían entrañar. Varias de sus muestras contenían tubos de gusanos que parecían estar enriquecidos con plomo, lo que apunta a que los animales pueden ingerir el plástico y podrían introducir metales pesados en la cadena trófica.
Turner ha compartido algunas muestras con un colega en los Estados Unidos, que las analizará para comprobar si también contienen compuestos orgánicos perjudiciales.
«Si quemas plástico en un entorno sin control, puede generar muchos tipos de sustancias dañinas», afirma.
Más allá de los efectos ecológicos inmediatos, los piroplásticos son un indicador más de la ubicuidad del plástico en el medio ambiente. Jan Zalasiewicz, profesor de paleobiología en la Universidad de Leicester, se pregunta si este material acabará dejando su huella en el registro de rocas, quizá intercalado entre los restos de huesos de pollo y polvo radiactivo que marcarán nuestro fugaz momento geológico.
Sea cual sea el destino final de los piroplásticos, Zalasiewicz tiene claro que los plásticos están «empezando a formar parte del ciclo geológico».
«Ahora hasta parecen rocas», afirma.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.