La belleza oculta de las ciénagas de Tierra del Fuego en Argentina
Las imágenes de la fotógrafa de National Geographic Luján Agusti documentan las "mágicas" turberas argentinas.
En la isla de Tierra del Fuego, que abarca la parte más meridional de Chile y Argentina, el valle de Carbajal, visto aquí desde arriba, alberga una de las mayores turberas de la zona. Las turberas desempeñan un papel fundamental en la mitigación de las inundaciones, la retención de agua potable y el almacenamiento de carbono absorbido de la atmósfera.
En el extremo más meridional de Sudamérica, en la región conocida como Tierra del Fuego, la cordillera de los Andes y los prístinos lagos azules crean uno de los destinos más codiciados por los turistas en busca de aventuras. Pero son los discretos campos anegados en la base de estas majestuosas montañas los que ahora están llamando la atención como potencia medioambiental.
Pacíficos, vacíos y silenciosos, los ecosistemas de turberas de Tierra del Fuego son en realidad muy activos: proporcionan un hábitat para la fauna y la flora y albergan enormes reservas de agua, así como grandes almacenes de carbono.
Las turberas, como las que se encuentran en las remotas zonas montañosas de Sudamérica, tienen el potencial de luchar contra el cambio climático, o de acelerarlo si se alteran. En comparación con todos los demás ecosistemas combinados, las turberas constituyen los mayores almacenes de carbono terrestre. A pesar de ocupar sólo el 3% de la superficie mundial, almacenan más del 30% del carbono global, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Se calcula que el 5% de las emisiones mundiales anuales proceden de las turberas drenadas.
Aunque muchas de las turberas de Tierra del Fuego siguen siendo prístinas, se enfrentan a una serie de amenazas: propuestas de carreteras que atraviesan la región, muy turística, animales invasores como los castores, que excavan agujeros en la turba, y pocas protecciones legales que garanticen que sigan sin el hombre las toque en el futuro.
Esta turba recién sacada se recogió en un lugar donde una empresa extraía turba para uso comercial. La turba, muy popular en la horticultura, se utiliza como suelo fértil para plantar y para mitigar los vertidos de las explotaciones petrolíferas.
Turba de un pantano local en Tierra del Fuego. Hay varias empresas locales que extraen turba para utilizarla como combustible, fertilizante o absorbente en la industria pesada.
En la península de Mitre, en el extremo sur de Argentina, la bióloga Verónica Pancotto mide la vegetación que crece en la turbera de Moat.
La mayor reserva de turba de Sudamérica (el 84% de las turberas de Argentina) se encuentra en una península de Tierra del Fuego llamada Península Mitre. Este año, la legislatura fueguina votará una propuesta para proteger 2400 kilómetros cuadrados de turberas vírgenes en la península.
Al igual que muchos de los humedales del mundo, su naturaleza discreta puede hacer que les cueste llamar la atención como ecosistemas que merecen ser salvados. Hoy hace 51 años se adoptó oficialmente un tratado mundial llamado Convención sobre los Humedales para ayudar a luchar por los pantanos, las turberas, las marismas y otros ecosistemas que componen los humedales. Pero entre 1971 y 2021 se perdió un tercio más de los humedales del mundo.
Este año, el Día Mundial de los Humedales, que conmemora la convención, se ha centrado en la acción: comprometer el capital financiero, político y humano para salvar los humedales.
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"La gente suele pensar que las turberas son lugares sombríos y horribles. Hay mucho viento. Llueve muy a menudo, pero si se observa la vegetación, yo diría que también son realmente hermosas", dice Renée Kerkvliet-Hermans, experta en turberas del Programa de Turberas de la UICN en el Reino Unido.
Comparación entre dos muestras de turba; una más reciente tomada cerca de la superficie (arriba) y otra que podría tener unos 10.000 años (abajo), en la que se aprecia un material más compacto y una mayor descomposición.
Una sección de turbera extraída del Valle de Andorra en Tierra del Fuego. Aunque el suelo, normalmente anegado, está seco, son visibles cientos de años de capas. La turba se forma muy lentamente, apenas un milímetro por año. Muchas de las turberas del mundo contienen miles de años de carbono almacenado.
Archivos de carbono e historia
Las turberas acumulan su turba muy lentamente, creciendo gradualmente durante miles de años. Un estudio sobre una turbera de Borneo, por ejemplo, reveló que tenía 47 800 años de antigüedad. Las turberas son famosas por su capacidad para conservar registros ecológicos de polen, semillas, cerámica antigua y cuerpos humanos.
Las plantas de las turberas secuestran y almacenan grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera porque no se descomponen del todo en sus condiciones de humedales.
En un ecosistema seco, como el suelo de un bosque, las plantas muertas que caen al suelo quedan expuestas al oxígeno, las bacterias, los hongos y los bichos que las descomponen, liberando el carbono y los nutrientes que almacenaban. Sin embargo, en las condiciones de anegamiento de una ciénaga, el oxígeno y los nutrientes son escasos y la acidez es elevada. Todos los agentes de descomposición que se encuentran en los ecosistemas secos faltan o se reducen considerablemente. El material vegetal no descompuesto se hunde en el fondo, acumulándose año tras año. A medida que se acumula más material vegetal, esa compresión gradual aumenta el grosor de la turba e incrementa el carbono almacenado en ella.
A lo largo de miles de años, se convierte en un campo de turba, y en decenas de millones de años, sometido a las condiciones adecuadas, puede fosilizarse y convertirse en carbón.
"El carbón comenzó originalmente como turba. Durante un tiempo muy largo de fosilización y presión, se fosilizó y se convirtió en piedra, pero su origen es la turba. Por eso tiene tanto carbono", afirma Jack Rieley, ecologista de turberas y vicepresidente de la Sociedad Internacional de Turberas.
Del mismo modo que los árboles almacenan carbono en su tronco durante décadas, las turberas contienen densos depósitos de carbono de turba sumergidos en los humedales. Cuando las turberas se degradan, ya sea como resultado de una sequía natural prolongada o por haber sido drenadas para dar paso a la agricultura, esos almacenes de carbono densamente empaquetados se liberan repentinamente en forma de dióxido de carbono a la atmósfera.
"Pueden ser muy buenas para nuestro clima, pero no cuando las degradamos", dice Kerkvliet-Hermans, "emiten más carbono del que retienen todos nuestros bosques en el Reino Unido".
Las turberas se reconocen cada vez más como una poderosa herramienta "basada en la naturaleza" para luchar contra el cambio climático. Junto con la gestión de los bosques y el mantenimiento de suelos sanos, mantener las turberas intactas y restaurarlas cuando sea posible es una de las formas en que los defensores del medio ambiente dicen que el mundo podría mitigar el cambio climático.
En 2019, se inició la construcción de una carretera, denominada Ruta Provincial Nº 30 Corredor costero del canal Beagle. Conectando la ciudad de Ushuaia con Cabo San Pío en el punto final de Tierra del Fuego, la ruta se extendería aproximadamente 128 kilómetros a lo largo de toda la costa del Canal Beagle. La construcción implicaría la tala de árboles y el paso por turberas. Ante la oposición local, el proyecto está ahora en suspenso.
La extracción de turba sigue siendo una industria activa en Tierra del Fuego. Esta máquina muele la turba, que luego se coloca en mantas absorbentes utilizadas por la industria pesada para absorber el petróleo.
El científico local Julio Escobar asiste al trabajo de campo en la turbera de Moat. Aquí observa los avances en la construcción de una carretera sin la necesaria aprobación ni estudios de impacto ambiental.
¿Qué podemos hacer para conservarlas?
A diferencia de los bosques imponentes o de las praderas panorámicas, la falta de encanto de las turberas hace que su conservación y restauración requiera de campañas de concienciación.
"Antes se consideraban terrenos baldíos", dice Kervliet-Hermans. "En la década de 1980 la gente todavía tenía la opinión de que había que drenarlas y plantarlas con árboles para aprovecharlas".
Al igual que muchos humedales de todo el mundo, las turberas han sido drenadas con frecuencia para dejar espacio a actividades de más valor económico, como el pastoreo de ganado o las plantaciones de palma aceitera. En el pasado, muchas de las turberas de Norteamérica y Europa fueron drenadas o quemadas para obtener combustible. En el sudeste asiático, grandes franjas de turberas tropicales han sido deforestadas, drenadas y convertidas en plantaciones de lucrativas palmas aceiteras. Esta destrucción a gran escala ha provocado un aumento de los incendios forestales en los humedales degradados, una catástrofe antaño poco frecuente que ahora asola anualmente Indonesia y los países vecinos.
El país, que posee más de un tercio de la turba tropical del mundo, está llevando a cabo un proyecto de restauración de entre 2600 y 6100 millones de euros para recuperar 2,5 millones de hectáreas de bosques de turba. Un estudio publicado el pasado mes de diciembre en la revista Nature Communications concluyó que si los esfuerzos de restauración de Indonesia se hubieran completado hace seis años, los mortíferos incendios de 2015 habrían producido un 18% menos de emisiones de dióxido de carbono.
Recientemente se han descubierto enormes reservas de turba en lugares como el Congo y el Amazonas, que son vulnerables a la explotación. Explotarlas sería un error peligroso, dice Rieley.
"Siempre sostengo, como conservacionista, que hay que intentar conservar lo que se tiene. Siempre es costoso recuperarlo. Es una pérdida de tiempo y de dinero", afirma.
Las turberas pueden tardar cientos de años en formarse, y devolverles la vida es una tarea complicada y costosa, entre otras cosas porque a menudo se encuentran en lugares remotos. Un proyecto para restaurar un ecosistema de turberas en el Reino Unido costó 2,3 millones de euros para restaurar poco más de 16 kilómetros cuadrados.
En Argentina, las turberas de Tierra del Fuego están clasificadas legalmente como minerales y, por tanto, sujetas a una posible explotación minera, dice Adriana Urciuolo, directora de la oficina de recursos hídricos de Tierra del Fuego.
"El principal desafío", dice Urciuolo, "es la falta de conocimiento y conciencia de la comunidad y los gobiernos sobre el valor de las turberas". Debido a esta situación, los intereses privados sobre las turberas como minerales para uso extractivo, suelen prevalecer sobre los esfuerzos de conservación."
La National Geographic Society, comprometida con la iluminación y protección de las maravillas de nuestro mundo, ha financiado el trabajo de la exploradora Luján Agusti. Descubre aquí más información sobre el apoyo de la Sociedad a los exploradores.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.