Esta diosa hindú pervive en un país de mayoría musulmana
Contempla el mar de colores que inunda el oeste de Pakistán cada primavera en honor a la diosa Sati.
Las colinas azotadas por el viento del oeste de Pakistán han presenciado el auge y el declive de imperios.
La provincia de Baluchistán, ubicada en una antigua ruta comercial entre Oriente y Occidente, conserva el legado de siglos de patrimonio hindú, zoroastrista y sufí. Su costa sobrenatural, que se extiende a lo largo de cientos de kilómetros por el mar arábigo, se considera hogar de lo divino. Cada primavera, más de 40.000 personas inundan el paisaje monocromático para homenajear a la diosa Sati y limpiar sus pecados mediante una serie de rituales durante Hinglaj Yatra, la mayor peregrinación hindú en una nación de mayoría musulmana.
El origen de Hinglaj se remonta a una historia de amor desdichado. Según la leyenda, la diosa Sati se casó con Shiva, dios de la destrucción, contra la voluntad de su padre. Para castigar a su hija desobediente, se negó a invitar a su nuevo marido a una ceremonia sagrada. Humillada por el insulto, Sati se arrojó a la pira ritual y, así, puso fin a su vida. Shiva cargó con su cadáver hasta que su dolor amenazó con destruir el mundo, de forma que el resto de dioses desmembró el cuerpo de su amada para poner fin a esta danza mórbida. Cincuentaiún fragmentos cayeron a la Tierra y se repartieron por los actuales India, Pakistán, Bengala Occidental, Nepal, Sri Lanka y Bangladesh.
Los templos que marcan estos lugares se convirtieron en lugares sagrados donde los yatrees, o peregrinos, contemplaban a la diosa y pedían su bendición. Históricamente, pocos podían realizar el agotador viaje a Hinglaj, un extenuante trayecto de unos 260 kilómetros de desierto aislado hasta el lugar donde cayó la cabeza de Sati. Pero, en los últimos años, la nueva infraestructura ha permitido a un número sin precedentes de peregrinos acceder al lugar y ha alterado los rituales de siglos de antigüedad.
En honor a la diosa
Tradicionalmente, la ruta de peregrinación se recorría a pie. El esfuerzo físico era una penitencia para limpiar el alma. «Cuando atraviesas el calor abrasador del desierto, todos tus pecados se queman y te purificas para poder estar frente a la diosa en un estado mental purificado», afirma Jürgen Schaflechner, profesor adjunto del Instituto de Asia Meridional de la Universidad de Heidelberg, Alemania, y autor de Hinglaj Devi: Identity, Change, and Solidification at a Hindu Temple in Pakistan.
El trayecto resultó traicionero para muchos, pero la finalización de la autopista costera de Makran, Pakistán, en 2004 conectó regiones remotas y permitió a los devotos viajar directamente al lugar. Durante los últimos 15 años, el tráfico ha crecido de forma exponencial y, como consecuencia, los peregrinos han adaptado sus viajes.
«Todos están de acuerdo en que caminar es la forma adecuada de hacerlo, pero no todos tienen el tiempo necesario», afirma el fotógrafo Matthieu Paley, que documentó la peregrinación esta pasada primavera. «El mundo moderno se afianza: la gente no tiene meses, quizá una semana. Se dan cuenta de que no es la experiencia real, pero es mejor que nada».
Incluso durante los periodos coloniales, quienes viajaban en barco, camello o burro eran considerados menos «puros» que quienes atravesaban el desierto a pie. «Los peregrinos tratan de decir que el mérito espiritual real del santuario ha disminuido porque mucha gente viene como turista», explica Schaflechner.
Para otros, la autopista favoreció el resurgir de las prácticas a pie, ya que invita a la gente a aceptar el rigor físico y psicológico que, según la creencia, purifica sus pecados sin la preocupación de perderse o quedarse sin agua.
«La región en torno a los volcanes es un paisaje desolador, podrías estar en la luna», afirma Paley.
Cuando los peregrinos llegan a Hinglaj, completan una serie de rituales, como escalar los volcanes de lodo Chandragup y Khandewari, considerados rarezas geológicas.
«Existe una sensación de respeto frente al volcán, una fuerza de la naturaleza», afirma Paley. «Cuando te acercas al cráter, es lodoso y escarpado. Está caliente, hay polvo. La gente resbala y algunos se desmayan por el agotamiento».
Los devotos tiran cocos a los cráteres para pedir deseos y agradecer que los dioses hayan respondido a sus plegarias. Algunos esparcen pétalos de rosas, otros se pintan el cuerpo y la cara con arcilla.
«La gente construye casas simbólicas en miniatura en la tierra agrietada», cuenta Paley. «Las hacen con paredes y un tejado, como una casa de muñecas. Su deseo es tener una casa propia o casarse».
A continuación, los peregrinos se dan un baño ritual en el río sagrado Hingol antes de acercarse por fin al altar que marca el lugar de descanso de la diosa, la culminación del peregrinaje.
La documentación más antigua del Hinglaj Yatra data del siglo XIV. Cuando una persona sobrevivía al peligroso viaje, la sacaban de su casta y la adoraban como devatma, o alma divina, después de la muerte. La enterraban en un samadhi, o tumba, en lugar de quemarla en una pira. Estas lápidas son evidencias de los primeros peregrinos, aunque algunos historiadores creen que la tradición es aún más antigua, según Schaflechner.
La tierra de los puros
Hinglaj, impregnado de significado para hindúes y musulmanes por igual, algunos de los cuales creen que fue Eva y no Sati quien cayó a la tierra en este lugar, es uno de los pocos espacios religiosos compartidos de Pakistán que pasaron a favorecer la tradición hindú tras la partición de la India, según Schaflechner.
En 1947, Pakistán, o «Tierra de los Puros», fue grabado en el subcontinente asiático. Aquel agosto, el fundador de la nación, Mohammad Ali Jinnah, expuso su idea de un país laico en su primer discurso presidencial.
«Eres libre; eres libre de ir a tus templos, eres libre de ir a tus mezquitas o a cualquier otro lugar de culto en el Estado de Pakistán. Quizá pertenezcas a una religión o casta o credo, pero no tiene nada que ver con la actividad del Estado», declaró Jinnah. «Empezamos con este principio básico: que todos somos ciudadanos, ciudadanos iguales, de un Estado».
Ese mismo año se produjo la amarga espiral de violencia en una nación dividida durante la partición, cuando Pakistán se estableció como estado independiente para los musulmanes de Asia Meridional. Se estima que 14 millones de personas huyeron de sus hogares, los musulmanes al norte y los hindúes al sur, en la que se considera una de las mayores migraciones de la historia. Los secuestros, los incendios provocados, la tortura y las masacres a gran escala se cobraron hasta un millón de vidas y perduran en la memoria de ambas naciones. Estas heridas se vieron agravadas por décadas de políticas divisorias y sanguinolentas disputas de tierras.
En sus años de formación, la identidad nacional de Pakistán se convirtió en sinónimo del islam suní y la de la India en sinónimo del hinduismo. Debido a su vínculo con los horrores de la división, los hindúes y sus lugares sagrados han sido objeto de la violencia en Pakistán. Por su parte, los musulmanes sufren brutalidades similares en la India.
Hasta la fecha, Hinglaj ha resultado ser una excepción, donde más peregrinos hindúes que nunca visitan el santuario pacíficamente junto a musulmanes.
«Hinglaj es otra faceta de Pakistán. Por eso me encanta pasar tiempo en este país, hay muchas formas de expresar visualmente su diversidad».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.