¿Cómo se enfrenta Venecia al coronavirus?

Así viven esta antigua ciudad y sus habitantes con el nuevo brote de coronavirus.

Por Cathy Newman
Publicado 13 mar 2020, 10:19 CET, Actualizado 22 abr 2021, 22:26 CEST
Puente de Rialto
Trabajadores en puntos desinfectados de Venecia (en la foto, el puente de Rialto), un día después de que el primer ministro italiano Giuseppe Conte anunciara el bloqueo total del país el 10 de marzo, una medida sin precedentes para intentar contener la propagación del COVID-19.
Fotografía de Stefano Mazzola, Awakening/Getty Images

Hasta hace poco, la única «infección» moderna en Venecia había sido la plaga de turistas (al menos 23 millones al año) que agota los recursos y enfurece a los residentes de una ciudad improbable, un espejismo que surge de las aguas de una laguna en el Adriático.

Sin embargo, con la crisis que ha desencadenado el COVID-19, una plaga real ha vaciado la plaza de San Marcos, la basílica de San Marcos, el Palacio Ducal y otros monumentos de la ciudad. Ante el incremento de los casos en toda Italia, La Serenissima (como llaman a Venecia) no hace honor a su nombre. La última cifra de casos confirmados en el país, más de 12 400 al cierre de esta edición, deja a Italia con la mayor cantidad de infecciones fuera de China, donde surgió el virus en diciembre.

El 8 de marzo, a las 3:30 de la mañana, el primer ministro Giuseppe Conte impuso una cuarentena en toda la región de Lombardía y en otras 14 provincias entre las que se incluyen Venecia, Parma y Padua. Ante el aumento de la estadísticas de infección, un día después se anunció que las zonas rojas se ampliarían a todo el país y a sus 60 millones de habitantes. Se han cerrado colegios, gimnasios, museos y otros establecimientos públicos. Se han suspendido los eventos deportivos que, hasta hace poco, se permitían a puerta cerrada sin espectadores, y se han paralizado casi todas las actividades comerciales.

La plaza de San Marcos, en Venecia, suele estar llena de turistas. Sin embargo, reinaba un silencio inquietante cuando las medidas de cuarentena de emergencia empezaron a restringir las salidas y entradas de la ciudad el 9 de marzo.
Fotografía de Marco Di Lauro, Getty Images

Calles y plazas en silencio

Nadie puede salir de la ciudad salvo por un problema de trabajo o de salud, escribe mi amiga Antonietta (Tonci) Poduie, que vive allí. Poduie es una de las 54 000 residentes del centro histórico. Esa cifra desciende cada año conforme los lugareños son expulsados por el aumento de los precios y la menor cantidad de viviendas asequibles. Ahora, a la inundación rutinaria provocada por la connivencia de las mareas y el hundimiento de los cimientos se suma una pandemia viral con el nombre real y malévolo de «corona» (que se debe a la envoltura que rodea al patógeno), un fenómeno más impredecible e infinitamente más alarmante que el acqua alta.

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    Los empresarios de Venecia empezaron a echar el cierre cuando el primer ministro Giuseppe Conte anunció una «emergencia nacional» por el brote de coronavirus el 9 de marzo.
    Fotografía de Marco Di Lauro, Getty Images

    Está prohibido besarse y abrazarse, escribe Poduie. «¿Te imaginas pedirles a los italianos que ni se besen ni se abracen?». Como el resto de los teatros, La Fenice, la casa de la ópera de la ciudad, está cerrada, aunque la semana pasada un cuarteto de cuerda actuó en el escenario ante un patio de butacas vacío y lo retransmitió en directo por YouTube. (Una agradecida audiencia virtual respondió con «una ovación de emojis de aplausos», según informó el New York Times.) Fue el consabido colmo de todos los males. La Fenice acababa de recuperarse de los daños provocados por las mareas altas de récord que se habían producido meses antes.

    El mes pasado, el Carnaval se canceló tras dos días; «alguien dijo que era como cancelar la Navidad el día después», me cuenta Poduie. «Nos enteramos de que era una gripe, pero una muy contagiosa y agresiva, y que teníamos que quedarnos en casa en la medida de lo posible y rezar, añadiría yo, aunque no en misa (se habían cancelado)». La contención religiosa no se limitó a Venecia.

    En Roma, el papa transmitió en directo la misa del domingo y la oración de la tarde del miércoles. Las parroquias han vaciado las pilas de agua bendita y los sacerdotes, hasta que se cancelaron las misas, colocaron las hostias de la comunión en la mano, no en la lengua.

    Las personas disfrazadas participaron en la procesión de médicos de la peste negra durante el Carnaval, antes de que se cancelara el festival anual el 25 de febrero.
    Fotografía de Andrea Pattaro, AFP/Getty Images

    Contención a la italiana

    Italia está tomando medidas más agresivas que otros países para contener la pandemia pese a la certidumbre aplastante del desastre financiero que se cierne sobre una economía italiana ya debilitada. Siendo Italia, algunos han intentado engañar al sistema. Cuando se difundieron los rumores de un bloqueo inminente de toda Lombardía (se filtró el borrador), se produjo una estampida hacia la estación de tren de Milán para evitar el confinamiento. «No debemos pensar que somos más inteligentes», imploró el primer ministro. Ahora, con todo el país bloqueado, quedan menos vías de escape y la inteligencia es irrelevante.

    Las medidas de contención tienen paralelismos históricos. Venecia y otras ciudades-estado, como Milán, fueron las primeras que recurrieron a la cuarentena durante los brotes de peste bubónica del Renacimiento. Hay varias islas que se convirtieron en «estaciones de cuarentena» en la laguna veneciana como testimonio del pasado.

    «Venecia estaba en la encrucijada del comercio, con una mezcla de gente, así que para garantizar el comercio y el bienestar recurrió a un enfoque pragmático. Las ciudades-estado eran lo bastante pequeñas para permitir suficiente control estatal e iniciar la cuarentena», explica Anna Marie Roos, profesora de historia de la ciencia y la medicina en la Universidad de Lincoln, en Reino Unido. La mayoría de los edificios de las islas de cuarentena albergaba a personas pobres. Los ricos se retiraron a sus casas de campo.

    Los médicos de la peste (que llevaban máscaras picudas con sustancias aromáticas, capas enceradas y guantes) eran habituales durante la peste bubónica que afectó a Italia durante el periodo renacentista.
    Fotografía de De Agostini Editorial, Getty Images
    Como vemos en este cuadro de la peste en 1523, «Peregrinación de la Compagnia del Crocifisso a Loreto», Italia no es ajena a los brotes virales ni las cuarentenas. En la laguna veneciana hay varias islas que sirvieron como estaciones de cuarentena que son testimonio del pasado.
    Fotografía de Heritage Images, Getty Images

    La larga sombra de la peste abarca siglos. Roos afirma que se produjeron unos 22 brotes de peste bubónica en Venecia entre 1361 y 1528, otro en 1576 que mató a un tercio de la población y otro en 1680 que se cobró 80 000 víctimas en 17 meses. El recuerdo de la peste es invocado por una máscara habitual en el Carnaval: Dr. Peste, la encarnación del médico de la peste, que lleva una larga capa negra y una máscara picuda llena de hierbas a modo de prevención contra el miasma de la enfermedad.

    Por aquel entonces, el culpable infeccioso fue una bacteria, Yersina pestis, que vive en las entrañas de las pulgas. Ross añade que el sarampión, la viruela, la gripe o el tifus podían producir un repunte de la mortalidad y también las llamaban pestes. En la novela de Thomas Mann La muerte en Venecia, donde el tufillo a desinfectante es la primera pista de algo no va bien, el culpable es el cólera.

    Las repercusiones en el sector turístico

    El turismo se ha evaporado en Venecia. Según Claudio Scarpa, director de la Asociación de Hosteleros Venecianos, el 80 por ciento de los hoteles de la ciudad (hay 400 en la asociación, que incluye el área circundante y el municipio de Mestre) planeaban cerrar temporalmente y se preveía que el 90 por ciento de los 8000 trabajadores del sector se quedaran en casa. Hasta la fecha, las pérdidas de los hoteles han alcanzado 1000 millones de euros, cifra que incluye los daños causados por las inundaciones de las mareas en noviembre. Las empresas más grandes con más apoyo financiero tendrán más resiliencia.

    Las pequeñas empresas son las que más sufrirán. El martes, el día después del bloqueo del país, Giacomo Donato, dueño de La Feluca, un pequeño restaurante familiar en la Calle della Mandola, había servido comida a unos cuantos trabajadores de una oficina cercana. Pero con las horas restringidas, prácticamente no valía la pena; los italianos cenan mucho más tarde que la hora de cierre estipulada del restaurante, las seis de la tarde.

    Los gondoleros, como otros trabajadores de Venecia, registraron una caída de las ventas tras el cierre de colegios y universidades el 5 de marzo ante el aumento de las muertes por COVID-19. El país cerró sus fronteras el 10 de marzo.
    Fotografía de Andrea Pattaro, AFP/Getty Images

    El 11 de marzo, ante el aumento de los casos un 30 por ciento en un periodo de 24 horas, el primer ministro Conte ordenó el cierre de todas las tiendas y restaurantes salvo farmacias y supermercados.

    El virus ha sacado a la luz una realidad preocupante, incluso para quienes creen que el turismo es disruptivo. «Cuando cerré el puente de Rialto el día después de la suspensión del Carnaval y vi el Campo Bartolomeo totalmente desierto, se me cayó el alma a los pies», contó Silvia Zanon, amiga de Poduie, que vive en el Lido. «Aunque Internet está lleno de venecianos satisfechos por haber reclamado su ciudad, no puedo unirme a ellos. Venecia no debería estar desierta. La belleza es inútil si no se comparte».

    «La belleza», como me dijo una vez el exalcalde de Venecia Massimo Cacciari, «es difícil», y Venecia, que posee una seducción letal, es tan hermosa y difícil que no puede describirse con palabras precisamente por el «sobreturismo». (La proporción visitantes-residentes es de unos 370 turistas por cada residente.) Les guste o no, el turismo es el motor de la economía. Genera miles de millones de euros, pero las cifras exactas son engañosas porque gran parte de los negocios se hacen en negro. Quizá, como sugieren Silvia y Giacomo Donato, cuando la pandemia amaine habrá espacio para reconsiderar cómo podría acoger el turismo de forma más sostenible, pero por ahora hay temas más apremiantes.

    «Prepárate», me recomienda Podui con un tono inconfundiblemente sombrío, añadiendo a modo de cierre: «Baci y abbracci... del único tipo que se permiten... por Internet».

    Cathy Newman es exeditora de National Geographic. Su reportaje de la revista sobre Venecia fue galardonado con el premio internacional de periodismo del Instituto Véneto de Ciencias, Letras y Artes en 2010. Síguela en Twitter. Antoniette Poduie contribuyó al reportaje.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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