Las mujeres son pioneras en este prometedor destino de surf

En la costa vasta y accidentada de Chile, las surfistas brillan tanto en la competición como en la conservación.

Por Lacy Morris
Publicado 15 mar 2021, 11:25 CET
Paloma Santos surfea en Puertecillo, Chile

Paloma Santos coge una ola en la playa de Puertecillo, cerca de Pichilemu, uno de los lugares que atrae a surfistas a la costa desconocida de Chile.

Fotografía de Matias Donoso

Estoy con mi tabla de surf en la playa de Pichilemu, Chile. Es enero —el apogeo del verano en el hemisferio sur—, el sol ha salido y una brisa casi constante circula sobre el océano Pacífico. Una serie de calas de arena negra son el telón de fondo de la principal atracción en estas partes: Punta de Lobos, una rompiente izquierda que se curva con gracia (en condiciones suaves) alrededor de un afloramiento de roca irregular. 

Esta escena podría estar en Maui o el sur de California, salvo porque los árboles son pinos, no palmeras, la temperatura del agua es de unos 15 grados y apenas hay gente. Enfundada en un traje de neopreno Quiksilver 4/3mm —ideal para este frío—, me subo a la tabla y empiezo a remar sintiendo emoción y terror a partes iguales.

Con casi 4000 kilómetros de costa de norte a sur, Chile es una de las últimas fronteras del surf. Los surfistas visitantes hallan kilómetro tras kilómetro de playas y olas inexploradas y vacías, ubicadas en un puñado de pueblos pesqueros acogedores. Por el agua fría, la ubicación remota y la falta de infraestructura turística, Chile no ha figurado en la lista de la mayoría de los surfistas trotamundos, que acuden a lugares como Irlanda o China si buscan una aventura, o a Bali y Hawái si no.

Pero durante los últimos 20 años el interés por el deporte ha aumentado y, con el desarrollo de una cultura del surf que es excepcionalmente chilena, también se ha puesto más énfasis en la comunidad y la sostenibilidad. Los surfistas locales son unas de las voces más sonoras a la hora de presionar para proteger los diamantes en bruto que saben que tienen y, en los últimos años, esas voces han sido sobre todo de mujeres. En un país que, antes de la pandemia, se encontraba en pleno cambio social, las mujeres lideran una marea de activismo comunitario al frente tanto de un movimiento político en desarrollo como del avance de un deporte.

Olas sin descubrir

La capital del surf no oficial de Chile, Pichilemu, es un antiguo pueblecito pesquero de 15 000 habitantes ubicado a poco más de 200 kilómetros de Santiago de Chile. Su ola residente, Punta de Lobos, puede producir olas de hasta seis metros de altura.

En el 2017, tras el éxito de una iniciativa conjunta de recaudación de fondos y campañas de la organización sin ánimo de lucro Save the Waves Coalition, la empresa de equipo de actividades al aire libre Patagonia y una organización local sin ánimo de lucro llamada Fundación Punta de Lobos, la costa fue nombrada la séptima Reserva Mundial de Surf, lo que protegerá la rompiente y la zona circundante del desarrollo futuro.

La surfista chilena Antonia Vidueira participa en la semifinal de la competición Maui and Sons Pichilemu Women Pro Chile 2016.

Fotografía de Martin Bernetti, AFP, Getty Images

Y en el 2020, el gobierno chileno aprobó la creación del Santuario Marino Costero Piedra del Viento. Este refugio protege más de 4000 hectáreas de litoral al norte de Pichilemu y es la primera área protegida en Chile que tiene en cuenta la protección de las olas y el surf, preservando seis famosas rompientes.

También está creciendo la popularidad de otras pequeñas localidades surfistas en desarrollo, como Matanzas, Reñaca y Totoralillo, todas al norte de Pichilemu y fuera de las áreas protegidas. Y aunque por ahora los proyectos de conservación se realizan a una escala inferior, ocurre lo mismo con los de desarrollo. Estos lugares pueden compararse con la California de los años cincuenta, cuando las tablas flotando en el agua todavía eran una novedad y las cabañas chapuceras con techo de paja ofrecían alquiler de tablas y clases para los pocos que buscaban la cultura relajada del surf.

Aquí todo sigue siendo nuevo, pero «hay mucho potencial [para el surf] en Chile si logramos proteger la fuente de todo esto», afirma Ramón Navarro, el nombre más asociado al surf chileno, como atleta y defensor de su protección. Fue el primer chileno que se dio a conocer en un circuito competitivo internacional, así como quien dirigió los esfuerzos de la campaña sobre el terreno.

En Chile, las raíces del surf se remontan a los años setenta, cuando los jóvenes empezaron a ver a turistas brasileños que traían tablas durante las vacaciones, buscando nuevas olas fuera de su país, donde el deporte estaba mucho más establecido. Antes de eso, se había considerado un espacio para niños ricos o simplemente algo inalcanzable, ya que no había lugares donde comprar tablas.

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      Las surfistas esperan las olas durante la semifinal de la competición Maui and Sons Pichilemu Women Pro Chile 2016.

      Fotografía de Martin Bernetti, AFP/Getty Images

      Las mujeres solo empezaron a aparecer en este deporte dominado por los hombres en los años noventa. Involuntariamente, esto podría haber allanado el camino hacia la futura lucha por la igualdad de las mujeres en Chile, que recibió atención internacional a finales del 2019, en el apogeo del movimiento #MeToo.

      Una consigna y una danza interpretadas por el grupo feminista chileno Las Tesis se extendió por el mundo y fueron adoptadas y adaptadas por las activistas del #MeToo para denunciar las violaciones de los derechos de las mujeres. «Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía» se coreó en varios idiomas, en países como la India, Turquía o Estados Unidos, donde este poderoso himno se cantó frente al tribunal neoyorquino donde juzgaban a Harvey Weinstein por violación en enero del 2020.

      Las mujeres de la alineación

      «Sin duda fue un momento poderoso» para las mujeres chilenas ver cómo se hacía global un movimiento que habían empezado ellas, dice Jessica Anderson, surfista competitiva de 30 años. Para Anderson, fue una ocasión grata —y poco común— de desafiar las normas de género, ya que «aquí la cultura era y todavía es muy machista, pero el surf y los deportes en general ayudan a romperlo».

      Anderson, cuyos padres son misioneros cristianos y exsurfistas californianos, se crio en Pichilemu. Cuando ella era pequeña, no era más que una aldea pesquera sin asfaltar con playas amplias y acantilados rocosos.

      En 1993, cuando Anderson tenía tres años, Chile celebró su primer evento World Surf League en una localidad costera a 1900 kilómetros llamada Iquique, el lugar donde la frontera del país se topa con Perú. El evento tuvo lugar casi 30 años después de la fundación de la organización que representa a surfistas profesionales de todo el mundo. Para entonces, otros países ricos en olas se encontraban en su segunda, tercera o incluso cuarta generación de leyendas del surf.

      «Por motivos desconocidos, el deporte tardó en arraigar [en Chile]; el vecino del norte, Perú, había adoptado el surf con gusto décadas antes y Brasil estaba en vías de convertirse en una potencia internacional del surf», señala el autor Matt Warshaw en The Encyclopedia of Surfing.

      «Ha sido un deporte de crecimiento lento», coincide Anderson. Sin apenas tiendas de surf (la primera abrió en Santiago de Chile en 1985), el padre de Anderson «consiguió que sus amigos y las iglesias de Estados Unidos donaran tablas de surf y trajes de neopreno, y compartíamos todo el equipo con nuestros amigos. Unos pocos surfistas brasileños venían a Pichilemu y todo el mundo les compraba tablas». Así fue como Anderson consiguió su primera tabla corta, a los 15 años.

      En los últimos 10 años, «el surf ha causado un cambio enorme en Pichilemu», cuenta, y las mujeres son una parte importante del crecimiento, sobre todo por los esfuerzos de Trinidad Segura. Es una vecina de Pichilemu y a veces la contrincante de Anderson en el agua.

      En el 2011, Segura fundó Sirena Producciones, una empresa cuya misión es fomentar la participación de las mujeres en el surf. Segura desempeñó un papel fundamental en la celebración del primer evento de clasificación de la World Surf League en el que una mujer se declaró campeona. Maui and Sons Pichilemu Pro, una competición en Punta de Lobos, comenzó en el 2014 y ha tenido lugar cada año desde entonces. (La World Surf League aún no ha celebrado un evento masculino de clasificación en la misma rompiente.)

      «Es difícil ser una mujer y es aún más difícil ser una mujer surfista», afirma Segura. «Quería iniciar algo que nos uniera y creara una comunidad, pero también quería atraer la atención de los medios a mis amigas. No hay muchas oportunidades de patrocinio para las surfistas, sobre todo en Chile».

      En la actualidad, hay una alineación de nombres de mujeres reconocibles, como Josefina Vidueira, de 22 años, que trabaja con marcas como O’Neil. En el 2014, a los 15 años, fue una de los 75 jóvenes surfistas prometedores que recibieron la beca individual de la International Surfing Association, cuyo fin es reducir el coste de las tasas de competición y del equipo de surf. Lorena Fica, de 26 años y respaldada por Rip Curl, es una de las chilenas de mayor rango en la World Surf League, habiendo ganado el campeonato internacional cinco veces, mientras que Paloma Santos, de 21 años, se ha llevado la corona nacional en dos ocasiones.

      Un surfista monta una ola de 24,3 metros, la más grande surfeada en el mundo
      Este muro de agua ha batido el récord mundial de la ola más grande del mundo surfeada. El surfista brasileño Rodrigo Koxa surfeó la ola de 24,3 metros en Nazaré, Portugal. Este hito tuvo lugar en noviembre de 2017, pero la World Surf League ha homenajeado ahora al surfista y a la ola en los Big Wave Awards. Anteriormente, el surfista hawaiano Garrett McNamara batió el récord de 23,7 metros en 2011. La playa, llamada Praia do Norte, está cerca de una aldea pesquera de Nazaré y se ha hecho famosa por tener unas de las olas más grandes del mundo.

      «[Pichilemu] se ha convertido en una localidad surfista entretenida, con todo lo necesario y muchas cosas que hacer», dice Anderson. «Tengo el privilegio de haber surfeado por todo el mundo y no tiene nada que envidiar a ninguno de esos lugares, salvo quizá el agua caliente. Puede haber mucho ego en la alineación, pero tienes que ser fuerte y luchar por tus olas, como los hombres».

      La infraestructura hostelera construida en torno al deporte está creciendo en Pichilemu y, en la mayoría de los casos, sigue un modelo similar de sostenibilidad. El Hotel Alaia, un alojamiento de 12 habitaciones hecho con madera roble y roca negra recicladas, es el estudio perfecto de la arquitectura chilena de color tierra y poca altura. Ahí es donde me reuní con Segura, con la que charlé junto a una chimenea común que daba a un ventanal posicionado a la perfección para comprobar la marea. Segura, que estaba hacia el final de su embarazo, había dejado la tabla por ahora; lo que más echaba de menos era la camaradería de sus compañeras surfistas, dijo.

      «Resultó gratificante ver a las mujeres de nuestro país poner en marcha un movimiento internacional», afirma. Es algo para lo que Segura ha servido de catalizador, creando una marea en su localidad natal, Pichilemu, dando a las mujeres la voz que merecen en un deporte que adora.

      «Aquí también hay un movimiento», dice. «Eso es lo que me encanta del surf: puede unir a las personas».

      Lacy Morris es una escritora, redactora y fotógrafa autónoma. Sigue sus aventuras en Instagram.

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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