Dentro del misterioso mundo del comercio ilegal de colibríes
Atrapar un colibrí. Matarlo. Envolverlo en ropa interior, cubrirlo de miel y venderlo para despertar la pasión de un amante. ¿Quién hace esto?
Hay una bruja en San Diego que realiza hechizos para «atrapar a un hombre» y «dominarlo» para que «siempre vuelva». Tiene una tienda en San Ysidro Boulevard, a un kilómetro y medio del cruce fronterizo más frecuentado entre México y Estados Unidos, cerca de una tienda de empeños, una licorería y el Smokenjoy Hookah Lounge, donde suena música de DJ los viernes por la noche.
No es necesario ir a su tienda para conseguir sus hechizos; puedes unirte a las decenas de miles de seguidores que la ven en YouTube. Como una Martha Stewart malvada, que hace pociones en lugar de popurrí, da instrucciones paso por paso para sus conjuros.
«Esto es un tarro de miel», dice a los espectadores mientras presenta los ingredientes en su mesa de trabajo: las fotografías de dos futuros amantes, un pedazo de papel con sus nombres escritos tres veces, un frasco de vidrio pequeño y un colibrí muerto. Enrolla el diminuto animal en las fotografías y envuelve el paquete en forma de cigarro con un hilo rosa brillante, casi del mismo tono de sus largas uñas falsas.
Exhibe solo sus brazos y la parte inferior de su cuerpo para proteger su identidad; mientras tanto, envuelve el paquete en un sarcófago de pegajoso papel matamoscas, lo sumerge en canela, lo introduce en un tarro y lo rocía con perfumes y aceites (feromonas) «para que él quede sexualmente atraído». Un bálsamo inquieto «para que él diga: ‘Dios mío, tengo que llamarla’». Un aceite para dormir «para que sea como un zombi». Un aceite de atracción «para que él diga: ‘Eres tan bella y preciosa’». Un aceite dominante «para dominar sus pensamientos».
Finalmente, llena el frasco con un espeso líquido de miel dorada y lo cubre con una pizca de pétalos de rosa. «Me encanta», afirma. «Ya me está dando muy buenas vibraciones», añade.
Como toda una mujer de negocios y emprendedora, les dice a los espectadores que todos los ingredientes difíciles de conseguir están disponibles para sus clientes. Por ejemplo, en su sitio web, un colibrí muerto —que en vida es una enérgica criatura verde iridiscente con una cola de plumas de color rojizo—, cuesta 50 dólares (40 euros). Otra opción es comprar un tarro de miel preparado. En un correo electrónico, me dijo que valía 500 dólares (400 euros).
Si hubiera introducido el número de mi tarjeta de crédito, habría cometido un delito. Muchas leyes de vida silvestre federales (en Estados Unidos) e internacionales protegen a los colibríes y a muchos otros animales con plumas de ser objeto de compra y venta. Incluso la posesión de aves sin documentación es un delito grave. El pasado mayo, un hombre de California, en un vuelo procedente de Vietnam, fue sorprendido en el aeropuerto internacional de Los Ángeles con casi cien aves cantoras de «la buena suerte» en su equipaje. Fue sentenciado a seis meses de arresto domiciliario y un año de prisión.
La vudú de YouTube que presenta colibríes muertos no es solo una rareza de Internet; es un vistazo al oscuro mundo de un misterioso comercio internacional que puede ser una grave amenaza para un grupo de animales que ya se enfrenta a un grave declive debido a la pérdida de hábitat y el cambio climático.
Algunos mexicanos creen que los colibríes tienen poderes sobrenaturales. Más allá de Internet, los comerciantes los venden en las trastiendas de establecimientos espirituales mexicanos llamados botánicas, llenos de hierbas, incienso, velas, aceites y estatuas de la Santa Muerte con su guadaña, la diosa mexicana de la muerte. Algunos místicos llaman al colibrí la chuparrosa, un amuleto parecido a la pata de conejo para la buena suerte en el amor. Las chuparrosas se venden a menudo envueltas en papel rojo y borlas de satén con una oración de amor que las acompaña: «Divino colibrí..., con tu poder santo te pido que mejores mi vida y el amor de tal forma que mi amante solo me desee a mí».
La conexión amorosa
El mercado clandestino de colibríes es tan secreto que los funcionarios del gobierno de Estados Unidos ni siquiera sabían que existía hasta hace unos 10 años, cuando agentes del Servicio de Pesca y Vida Silvestre interceptaron un paquete postal enviado desde México que contenía decenas de aves de colores preciosos sin vida.
«Nos preguntamos… ¿colibríes? ¿Qué hace la gente con esa cantidad comercial de colibríes muertos?», relata el agente especial James Markley, quien dirige las investigaciones sobre el comercio de colibríes. Pronto, supo la conexión amorosa que existía con los mismos. «Mujeres que tratan de atraer a un hombre; viudas con la esperanza de volver a casarse; hombres que los llevan para evitar que sus amantes y esposas se conozcan; una esposa que intenta evitar que su marido mire a otras mujeres», enumera. Y reconoce: «Hemos escuchado todo tipo de historias».
Los colibríes han desempeñado papeles importantes en las culturas, religiones y mitología latinoamericanas. Los incas utilizaron las plumas de colibríes en sus elegantes trajes, sacrificios rituales e incluso en su arquitectura. En la Isla del Sol, ubicada en el lago Titicaca, al sur de Cuzco (Perú), una entrada a un importante santuario inca estaba cubierta de plumas de colibrí.
En la mitología azteca, el colibrí representa al poderoso dios del sol Huitzilopochtli, concebido por su madre después de que esta apretara contra sus senos una bola de plumas de colibrí —el alma de un guerrero— que caían del cielo. Los ancianos mexicanos decían que Huitzilopochtli había guiado la larga migración de los aztecas al valle de México y que, por lo tanto, el colibrí es el símbolo de la fortaleza en la lucha de la vida por elevar la conciencia de una persona para alcanzar sus sueños.
En la actualidad, además de ser poderosos talismanes del amor, los colibríes se consideran mensajeros de los cielos y los que «abren el camino» a los viajeros. Markley conoció recientemente a un antiguo agente de la división de narcóticos que encontró colibríes en santuarios usados por los cárteles de droga para rezar a los santos patrones y pedir un paso seguro, buena suerte y protección policial.
Los agentes federales, haciéndose pasar por clientes, generalmente encuentran colibríes en venta en botánicas, en pequeñas bolsas de plástico que contienen al ave envuelta en raso y con una oración de amor. El precio promedio: 45 dólares (36 euros). Texas ha sido un punto caliente. En 2013, un hombre llamado Carlos Delgado Rodríguez, propietario de una botánica en Dallas, le ofreció a Markley un descuento al por mayor: 35 chuparrosas a 770 dólares (622 euros).
En los meses que siguieron, Delgado continuó haciendo transacciones y vendió a Markley más de cien colibríes. La agencia pudo identificar que al menos 60 de ellos representaban 10 especies distintas, entre ellas algunas en rápido descenso.
En mayo de 2014, después del último día en que Delgado se reunió con Markley para intercambiar los cadáveres de aves por dinero, fue arrestado, según documentos judiciales. Se le acusó de cinco cargos, entre ellos la violación de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que regula el comercio de vida silvestre a escala global, al igual que el Tratado de Aves Migratorias, la ley de contrabando de Estados Unidos, conocida como la Ley Lacey, y la ley estatal de Texas. El juez del caso lo sentenció a cuatro años de libertad condicional y multas de 5.000 dólares (4.000 euros).
El castigo fue leve, comentó Markley, pero el veredicto fue una victoria porque se había detenido a un contrabandista. «Es para reflexionar», aseguró. «Si hubieran sido elefantes o águilas calvas y hubiéramos comprado tal cantidad de una sola persona... Es increíble», añade.
Un componente clave del caso fue el análisis de las aves en el laboratorio forense del Servicio de Pesca y Vida Silvestre en Ashland, Oregón, donde expertos en patología, morfología y química examinan las pruebas de la escena del crimen utilizando potentes microscopios e instrumentos científicos que pueden incluso identificar un árbol en peligro de extinción a partir de una astilla de madera.
El Sherlock Holmes del laboratorio, experto en crímenes de aves, es Pepper Trail, quien ha pasado 20 años estudiando las plumas y los cadáveres de estos animales para ayudar a identificar a las víctimas de los crímenes contra la vida silvestre. Trail, amante de la naturaleza y poeta con el ceño fruncido y pequeñas gafas que se asientan sobre el puente de su nariz, es el primero en admitir que la labor puede ser increíblemente deprimente.
«Los observadores de aves tienen listas de vidas», explicó cuando hablamos por primera vez por teléfono. Se refería a la manera en que muchos amantes de las aves calculan cuántas especies diferentes han visto en sus vidas. «También tengo una lista de muertes de todas las especies de aves que he identificado en estudios de casos. Son más de 775 especies de todas partes del mundo; desde pingüinos y casuarios hasta colibríes. Siempre aprendes cosas nuevas», afirma.
Resolver el misterio de la chuparrosa se ha vuelto especialmente importante para él. «Los colibríes son animales poderosos», comentó Trail. «Reaccionamos a su vitalidad, su combatividad y su belleza. Todo el mundo adora a los colibríes. Descubrir que existía esta gran explotación que pasaba desapercibida, para mí es muy triste», reconoce.
Nadie sabe el daño exacto que el contrabando provoca en las poblaciones de colibríes, pero a algunos expertos les preocupa que la demanda de amuletos del amor parece ser grande y posiblemente siga aumentando.
En 2009, los investigadores que analizaban el mercado de brujería de Sonora en la Ciudad de México documentaron más de 650 colibríes muertos en venta. Desde entonces, los agentes federales que trabajaron encubiertos compraron chuparrosas con las etiquetas «hecho en México», una señal de que existe un mercado comercial. «Tal vez exista una fábrica, o al menos una tienda de tamaño considerable, que esté produciéndolos», comentó Markley, y añadió que todos «están siendo procesados en alguna parte».
Hay todavía muchas preguntas sin respuesta: ¿Cuál es el tamaño del mercado? ¿De dónde vienen las aves? ¿Cómo las capturan y las matan? ¿Existen solo unos pocos grandes traficantes o el comercio está descentralizado? ¿Cuántos compradores creen realmente en la magia amorosa o quieren a las aves como novedades?
«Muchas de las respuestas están en México, pero México no se encuentra en nuestra jurisdicción», explica Trail. «Será interesante saber lo que usted encuentra». Hizo una pausa. «Tenga cuidado», advirtió.
Joyas de fuego radiante
Los naturalistas se han asombrado mucho tiempo de los colibríes. En el siglo XIX, John James Audubon alabó a estas aves «parecidas a hadas» de las que había dado cuenta mientras pintaba a las aves de América del Norte. Cuando le escribía a un amigo, descubrió al colibrí con su collarín como una «joya que respira... de fuego radiante, que llega a su hermoso collar, como simulando el sol en su esplendor».
Los colores del colibrí brillan; desde la destelleante corona morada y la iridiscente garganta amarillo-verdosa del magnífico colibrí macho, hasta el collar de un escarlata brillante del colibrí de garganta rubí. Su capacidad voladora es famosa: son capaces de planear hacia arriba, hacia abajo, adelante, atrás, a los lados, incluso boca abajo.
Como grupo, unas 340 especies —algunas tan pequeñas como una abeja y otras tan grandes como un cardenal— reciben su nombre por el agudo sonido de sus alas, que zumban a 80 aleteos por segundo. Con el metabolismo más rápido que cualquier otro animal en la naturaleza, apenas dejan de alimentarse, excepto cuando duermen, lo que pueden hacer solo por su sorprendente capacidad para calibrar sus termostatos internos y entrar en un estado de letargo, como el sueño profundo de los astronautas en los viajes interestelares de las películas del espacio de ciencia ficción.
Cada especie de colibrí se define en gran parte por su adaptación para recolectar néctar suave de los tipos de plantas que poliniza. En el extremo final de este espectro, el pico en forma de sable del colibrí picoespada es más grande que su cuerpo. El pico del ave evolucionó para recolectar néctar de las flores con corolas tubulares largas, incluida una pasiflora que depende casi exclusivamente del espadín de esta ave para su polinización. El colibrí pico de hoz tiene un pico considerablemente arqueado para sorber el dulce sustento de una flor de heliconia mientras se cuelga de la flor. El pequeñísimo colibrí abeja, que solo se encuentra en Cuba, es el ave más diminuta del mundo y pesa menos que una moneda, se ha adaptado a beber el néctar de flores que son demasiado pequeñas para cualquier otro colibrí. Sin embargo, dado que las flores no pueden suministrar toda la energía para mantener al ave en vuelo, también puede atrapar mosquitos en el aire.
Los colibríes pueden tener una apariencia delicada, pero si se sienten amenazados persiguen a las mascotas y a la gente, y son lo suficientemente fuertes como para crecer en algunos de los lugares más inhóspitos del planeta, desde las cimas de los Andes y las tierras bajas de Centroamérica hasta los áridos desiertos del suroeste de Estados Unidos y las gélidas costas de Alaska. Algunos realizan migraciones épicas entre sus áreas de invernada y las de apareamiento: un colibrí rufo estableció un récord al rastrearse a más de 5630 kilómetros (unas 3500 millas) desde Tallahassee, Florida, hasta cerca de Anchorage, Alaska.
Peligros del vuelo
Al menos 17 especies de colibríes migran entre Estados Unidos y México, donde un pequeño grupo de investigadores pasa varios días al mes siguiendo tanto a los huéspedes invernales como a los residentes anuales.
Su sitio de estudio, llamado La Cantera, es un oasis exuberante en el campus principal de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Ciudad de México. Protegidos del ruido del tráfico y de la contaminación de una de las metrópolis más pobladas de América del Norte, los florecientes arbustos de la antigua cantera de roca y el murmurante arroyo son un refugio para los colibríes.
Al alba, en una mañana de febrero, Claudia Rodríguez Flores se envolvía en una parka de invierno tratando de mantenerse abrigada a la sombra. Ella, una estudiante de doctorado de Ornitología de Bogotá, Colombia, se apartó su largo cabello de la cara y se puso un par de guantes.
Mientras organizaba un área limpia de trabajo sobre una mesa de plástico con una toalla y unas pinzas especialmente diseñadas para ajustar brazaletes de metal a las patas tan delgadas como un alfiler de los colibríes, presentó el proyecto de investigación, que está en su séptimo año. «Intentamos realizar un seguimiento de la población de colibríes», afirmó. «Los atrapamos con redes de niebla y les ponemos una cinta para que podamos rastrear sus movimientos e intentar comprender la estructura de la comunidad», explica. Las redes de niebla se elaboran generalmente a partir de mallas de poliéster negro suspendidas como redes de voleibol entre postes de metal. «Hasta ahora, hemos capturado 1355 aves, que representen alrededor de nueve especies distintas».
Al recorrer un camino adoquinado, apuntó a una cañada sombría en la que hasta una docena de colibríes como duendecillos se sumergían y salían del agua en su baño matinal. Observé con asombro, pensando en el raro placer de observar un solo colibrí en mi jardín, un breve momento de deslumbramiento, como al admirar una estrella fugaz. Rodríguez desenredó con cuidado un colibrí graznante de la red de niebla. Puso el ave en una bolsa de tela y la colocó dentro de su camisa para mantenerla abrigada.
De vuelta en la mesa hizo un comentario sobre el aspecto saludable del ave. «Se encuentra en una gran condición general», aseguró. «Probablemente solo mudó de plumas y ya le han puesto una cinta; es una recaptura. La atrapamos antes».
Utilizó una lupa para leer el código MX8165, ubicado en el diminuto tobillo del ave y le dio agua azucarada a través de un gotero mientras tomaba medidas y le dictaba a un estudiante que registraba la información. «Un colibrí berilo adulto, macho», dijo.
El colibrí berilo, enérgico y abundante a nivel local, es la especie más común que se encuentra en La Cantera. «Son los jefes de los alimentadores», afirmó María del Coro Arizmendi, quien había pasado a ver cómo iban las cosas. Espantan y persiguen a otros colibríes al tratar de alimentarse.
Arizmendi, de 55 años, justo después del ejercicio matutino, en leggings, una chaqueta negra y zapatillas moradas con cordones de color naranja fluorescente, es la experta más importante en colibríes de México. Ha pasado más de 30 años estudiando estas aves y lo que las amenaza. «Cincuenta y ocho especies se encuentran en México», afirmó. «Trece están en peligro de extinción y cinco son especies amenazadas», subrayó después.
Las especies de colibrí endémicas se confinan a nichos de hábitat que son particularmente vulnerables a los peligros ambientales. La coqueta cresticorta tiene el tamaño de un pulgar y la cresta corta, y se encuentra en los límites del bosque a lo largo de un tramo de camino de 24 kilómetros en la Sierra Madre del Sur, en el sur de México. Ahora una zona de guerra de los carteles de droga, campesinos guerrilleros y milicias gubernamentales; el área es demasiado peligrosa para investigaciones biológicas y, como resultado, se conoce muy poco del estado del ave. Birdlife International, una organización conservacionista sin ánimo de lucro, estima que la coqueta cresticorta probablemente esté desapareciendo en un 10 a 20 por ciento cada década debido a que su hábitat forestal se reemplaza con plantaciones de café y otras cosechas, entre ellas las amapolas de opio.
También existe otra amenaza: el cambio climático. Con el aumento de las temperaturas globales, los períodos de florecimiento de las salvias y otras importantes plantas de néctar de las que dependen los colibríes están cambiando más temprano en la temporada, con lo cual se desfasan las demandas de búsqueda de comida por parte de las aves. Es una gran preocupación para las especies migratorias que tienen que encontrar comida en paradas técnicas a lo largo de sus rutas. «Vuelan durante un día, recargan energías, luego vuelan unos cuantos días más», dijo Arizmendi. Si las flores continúan la tendencia de florecer más y más temprano, los colibríes finalmente pasarán hambre.
Cuando le pregunté sobre la amenaza que el contrabando de vida silvestre representa para los colibríes, apuntó: «Nadie conoce las dimensiones, pero si el comercio por la búsqueda del amor está creciendo, tenemos que detenerlo». Le preocupan los efectos de la caza furtiva indiscriminada por cazadores furtivos («sin discriminación; hembras, ejemplares jóvenes, lo que encuentren») en poblaciones de especies endémicas que están confinadas a pequeñas áreas.
Ahora la mesa estaba llena de estudiantes y voluntarios que revuelven guías de aves, lápices, walkie-talkies, pizarras y hojas de datos. Carlos Soberanes González, de 38 años, colíder en el trabajo de campo junto con Rodríguez, regresa de hacer una revisión final de la red. Al haber ya marcado y liberado a los colibríes de la mañana, era hora de que Soberanes, Rodríguez y yo viéramos a un sacerdote santero en una cafetería cerca del centro de la ciudad.
«Hecho en México»
Me había imaginado que un santero podía ser un anciano con una bata decorada o algo exótico, pero Arturo Frausto Iwori Ogbe («Nicho»), de 25 años, llegó vestido con una camisa negra, un chaleco verde abombado, pantalones crudos y un par de zapatillas Nike negras. En Starbucks, mientras bebíamos un macchiato de caramelo, nos preparó para nuestra visita al mercado en el que compra suministros para las ceremonias religiosas, incluidos los sacrificios de animales. Hablaríamos con algunos comerciantes que venden colibríes muertos, según Nicho. «Pero nada de fotografías; a menos que yo diga que podemos». (Ya había sido advertido que ese no era un lugar para turistas).
La religión de Nicho es la yoruba, bautizada así en honor a uno de los principales grupos étnicos de Nigeria; una fe africana que se profesa comúnmente en Cuba, el Caribe, Latinoamérica y algunas partes de los Estados Unidos. Las creencias tradicionales de la religión yoruba sostienen que todas las personas tienen un destino o suerte y que finalmente las personas se convierten en un espíritu con un creador divino y fuente de toda energía. El colibrí desempeña un papel importante en esta religión como fuente de poder y como un mensajero entre los reinos espirituales y físicos.
En el mercado cada segunda tienda rebosaba de atrapasueños, muñecos de vudú, velas, calaveras de animales y estatuas de la Santa Muerte. Nicho nos llevó directamente a ver a una «bruja», una mujer robusta en un delantal con camuflaje verde y botas militares. Nos dio la bienvenida a su tienda, en la que colgaban del techo calaveras y plumas. Extendió la palma de la mano y nos mostró cuatro pequeños colibríes inertes.
«Es para el amor», afirmó, un conjuro. «Cuando uno consigue un amor de este tipo, hay que tener cuidado porque es en serio. La fuerza de un colibrí es muy fuerte en el mundo místico», aclaró.
Luego nos explicó cómo realiza el conjuro. «Los ponemos cara a cara (un macho y una hembra), si puede ser con ropa interior de un hombre y una mujer. Luego los colocamos en una pequeña bolsa roja, llenamos la bolsa con miel pura y la colocamos en el santuario con velas; así lo hacemos».
Sin la miel y otras trampas, no se puede utilizar un colibrí como amuleto, continuó: «para la buena suerte, o para abrir caminos. Si tiene a alguien en mente, solo escriba su nombre, envuélvalo hacia su lado y llévelo con usted. Ponga todos los días algo de su perfume en él».
Estas aves, explicaba, las consiguió de un hombre en Pachuca, la ciudad capital del estado de Hidalgo, al norte de la Ciudad de México. «Echan redes sobre los árboles, los atrapan y los preservan en agua oxigenada», afirmó. «De esa forma no se rompen ni pierden sus plumas», aclaró. Una sola ave cuesta 50 pesos (alrededor de dos euros), mientras que un amor preparado, 600 pesos (27 euros). Ella realiza cerca de 20 de estos al mes, en su mayoría para mujeres. «Funciona el 98 por ciento de las veces», aseguraba. E insistió: «Muy poderoso».
Más adentro en el mercado, Nicho se detuvo a saludar a otros comerciantes que nos mostraron sus colibríes. En un área —en la que aparentemente interminables jaulas de cachorros, conejos, pollos, loros y una chinchilla muerta llenan los pasillos— nos encontramos a un hombre que mostraba algunos colibríes. Los recomendaba como un buen tratamiento para la epilepsia o problemas del corazón.
«Le extrae el corazón y lo cose para hacer té o sopa», explicó. Una de las especies en su mano era un colibrí amatistino, notablemente más grande que las otras especies que había visto. Al darse cuenta de nuestro interés en el ave, nos la ofreció por unos 150 pesos (6,6 euros). Para animarnos a comprar, añadió dos dientes que, según dijo, eran de cocodrilo.
Casi cada vendedor que encontramos tenía una docena de colibríes colgando de ganchos como amuletos, con hilo rojo cosido en los ojos y garganta. Soberanes, quien de niño había trabajado en tiendas de mascotas y acuarios, y había estudiado en su postgrado guacamayos militares en el cañón El Sabino de Oaxaca, los tocó incrédulo. Susurró: «estas son las aves que intentamos preservar. Es muy triste».
Investigación en curso
En el laboratorio forense del Servicio de Pesca y Vida Silvestre, en Oregón, Pepper Trail se encontraba inclinado sobre una encimera negra, pinchando un colibrí petrificado con un escalpelo. Había hallado otra clave en el misterio de la chuparrosa: pequeñas esferas visibles en una tomografía computada. Por curiosidad, había sometido a rayos X algunos especímenes recogidos durante el caso Delgado y los examinaba ahora para ver si había algún indicio de cómo se había asesinado a las aves; uno de los misterios que lo perturbaba.
Se quitó las gafas y sacó una lupa para ver las aves mejor. Al principio encontró solo una sustancia parecida a la resina. Notó que los pechos de las aves tenían cortes, pero no podía encontrar ningún metal dentro. La patóloga veterinaria del laboratorio, Tabitha Viner, se ofreció a echar un vistazo. Minutos después, extrajo una bola de metal de color verde opaco del tamaño de una cabeza de alfiler.
«Parece plomo», comentó Trail. «¿Tal vez un tipo de bala?», se preguntó.
Colocó el fragmento en un sobre y lo llevó al final del pasillo para que lo examinara su colega Pam McClure, una analista del laboratorio de química. «Sí, es plomo», respondió, al ver los resultados en la pantalla del ordenador. Al compararlo con una tabla de tamaños de municiones, supuso que se trataba de una del calibre 11 (1,57 milímetros de ancho), probablemente usada en una escopeta de calibre pequeño.
Utilizar una escopeta para derribar un colibrí equivale a emplear un machete para cortar una lechuga. Sin embargo, más de una cuarta parte de las aves que Trail expuso a rayos X recientemente contenían una bala de plomo. Cómo no volaron en pedazos es otro misterio.
Pedro Trinidad, quien creció en las montañas a las afueras de la Ciudad de México y ahora vive en Nueva Jersey, me dijo que cuando tenía seis años, él y sus hermanos mataban colibríes con hondas. Era para matar el tiempo, afirmó, mientras cuidaban a las vacas de la familia. Ahora se arrepiente, pero en ese entonces, era lo que los chicos hacían. «Conejos, víboras; si se movían los matábamos. Podía matar dos o tres colibríes en un día. Un hombre de una tienda local los compraba. Nos poníamos muy contentos porque teníamos unos pesos para comprar una Coca Cola o un dulce», relataba.
Se necesitaría un ejército de niños con hondas para abastecer la abundante demanda de colibríes en el mercado de Sonora y todas las tiendas de botánica en México y Estados Unidos.
«Todo tiene que ver con la oferta y la demanda», afirmó Trail. «En cuanto la demanda es alta, las personas siempre tratan de satisfacerla», agregó.
Detener el contrabando de colibríes requerirá la aplicación de la ley a ambos lados de la frontera; sin embargo, México todavía no considera que exista un problema real con los colibríes.
Joel González Moreno encabeza la inspección y vigilancia de la vida silvestre, los recursos marinos y los ecosistemas costeros en la Procuraduría Federal de Protección Ambiental. «No hemos detectado una situación de contrabando grave de este grupo de especies», escribió en un correo electrónico. Citó la pérdida de hábitat como la principal preocupación, pero añadió que los traficantes de animales pueden enfrentarse a hasta tres años de prisión. Y si el contrabando se asocia con el crimen organizado, el castigo puede ser de hasta 20 años en una prisión mexicana.
Pepper Trail está tratando de hacer llegar el asunto a las autoridades mexicanas. Cada año, México se reúne con Estados Unidos y Canadá en un encuentro trilateral para coordinar esfuerzos de conservación. Preparándose para el encuentro del 9 de abril, Trail envió información actualizada sobre el comercio de colibríes.
«El trabajo de investigación en curso por parte de la Oficina de Aplicación de la Ley (del Servicio de Pesca y Vida Silvestre) indica que este comercio es importante y extendido, al menos en los estados fronterizos», escribió. «Se necesita un esfuerzo continuo para recopilar información sobre el estado de las poblaciones de colibríes en Estados Unidos y, en especial, en México... Podría ser apropiado considerar si se necesitan protecciones adicionales para los colibríes dentro de la ley mexicana... Se tienen que realizar trabajos de cooperación adicionales que involucren organizaciones gubernamentales y no gubernamentales en Estados Unidos y México para educar al público acerca de la importancia ecológica de los colibríes y para desalentar su matanza para utilizarlos en estos amuletos del amor», añadió.
No cree que esta petición influya en el orden del día. «Recibí confirmación de que se había recibido», afirmó. «Pero no hay nadie que la apoye; no soy miembro de la delegación», reconoció.
Una persona que es miembro de la delegación es Humberto Berlanga, coordinador de la Iniciativa para la Conservación de las Aves de América del Norte de México. Él confirmó que el tráfico de colibríes no está en el orden del día de este año. No lo considera tampoco como una alta prioridad. «Tengo la impresión de que el mercado no es tan grande y no creo que afecte a alguna especie en peligro de extinción, pero no tenemos datos», aseguró. Y añadió: «Esa en mi impresión general. La gente atrapa y usa ilegalmente las aves, pero no hay suficiente aplicación de la ley para poner límites y detener esta práctica; es triste pero cierto».
Recientemente, un flujo continuo de nuevas pruebas llegó al laboratorio del Servicio de Pesca y Vida Silvestre en Oregón: un total de aproximadamente 300 aves que representa apenas 20 especies, hasta ahora. Acompañan a las aves al menos cinco variantes de oraciones amorosas. «Están impresas de manera distinta y el idioma es un poco diferente», afirma Trail. «Mi hipótesis es que esas presentaciones implican diferentes productores. Eso nos dice que no es sólo uno; podrían ser muchos», reconoce.
Trail tal vez nunca lo sepa, ya que tiene la intención de dejar el oficio de detective pronto. En una biblioteca de su oficina se encuentra una carpeta blanca y abultada etiquetada como «Plan de jubilación». El año pasado el laboratorio contrató a un nuevo ornitólogo que le relevará. Está ansioso por tener más tiempo para organizar viajes de observación de aves, escribir y ver animales vivos, que respiran. Sin embargo, todavía no ha renunciado al caso de la chuparrosa.
Rene Ebersole escribe sobre Ciencia y Medio Ambiente para muchas publicaciones, entre ellas Popular Science, Outside, The Nation y Audubon.
Wildlife Watch es un proyecto de investigación que realiza informes sobre delincuencia y explotación de la vida silvestre, en un esfuerzo conjunto entre National Geographic Society y National Geographic Partners.