Conoce a la mujer que hará de las hormigas las próximas grandes estrellas de la biología
Corrie Moreau está cambiando nuestras ideas sobre la evolución de los insectos y confrontando la discriminación de género en el proceso.
Esta historia forma parte de Women of Impact, un proyecto de National Geographic centrado en mujeres que rompen barreras en sus campos, cambian sus comunidades e inspiran a la acción. Únete al debate en este grupo de Facebook.
Es una tarde de martes de abril normal y corriente. Las nubes cargadas de lluvia oscurecen el centro de Chicago, ocultando el cielo nocturno. Pero en una sala de exposiciones cerrada del Museo Field de Historia Natural, pueden verse estrellas.
Jane Goodall está aquí, en su 84º cumpleaños, hablando amistosamente con el personal y los mecenas del museo. La emblemática primatóloga está en la ciudad para la gala de esta noche: la proyección de un nuevo largometraje (producido por National Geographic) sobre sus décadas de trabajo de campo entre los chimpancés del Gombe, Tanzania.
Pero Goodall no es la única científica pionera de la sala. Otra mujer —de flequillo castaño y vestido negro— también está presente. Mientras los vasos de cóctel entrechocan y los platos de aperitivos van de un lado al otro, se mezcla entre unos invitados visiblemente emocionados de conocer a toda una estrella de la ciencia.
Corrie Saux Moreau es una bióloga evolutiva, entomóloga, conservadora del Museo Field, miembro del profesorado de la Universidad de Chicago y exploradora de National Geographic. Se especializa en mirmecología: el estudio de las hormigas. Al igual que Goodall, su trabajo ha cambiado nuestra comprensión del mundo natural y nuestra imagen sobre el aspecto de los científicos.
La investigación de Moreau ha redefinido el árbol genealógico de las hormigas, demostrando que estos ubicuos insectos son al menos 40 millones de años más antiguos de lo que se creía. Junto a sus colegas, también ha demostrado que los microbiomas de las hormigas desempeñan un papel importante en sus dietas, sus interacciones sociales y su éxito evolutivo. En términos más generales, el trabajo de Moreau podría ayudarnos de forma indirecta a desarrollar herramientas para responder a mayores incógnitas biológicas: cómo controlar plagas, cómo promover especies provechosas, cómo mejorar la digestión y la nutrición.
Sin embargo, la investigación revolucionaria solo es una parte de la historia de Moreau. Como gran defensora de las mujeres en las disciplinas CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), Moreau cofundó el Field Museum Women in Science en 2011. Con reuniones mensuales y una serie de conferenciantes, el grupo promueve activamente la paridad de género mediante becas para candidatas doctorales y posdoctorales y prácticas pagadas para mujeres jóvenes en el instituto y la universidad.
Horas antes ese mismo día, Moreau había moderado una sesión de preguntas y respuestas con Goodall, describiéndola como «un privilegio y un punto culminante en mi carrera». Goodall podría haber dicho lo mismo. Para todos los presentes en la sala aquel día, fue difícil pasar por alto ese acto simbólico de relevo. De hecho, la sucesión de mujeres innovadoras en las ciencias —desde Elizabeth Blackwell y Marie Curie hasta Rachel Carson y Jane Goodall, llegando hasta Corrie Moreau— continúa a buen ritmo.
El poder de las hormigas
Es un lunes por la mañana en el Museo Field. Moreau está sentada frente a su mesa. Una enorme hormiga tortuga acecha a sus espaldas.
La acuarela enmarcada cuelga en la pared de su nueva oficina, pintada por la primera artista residente del museo, Peggy McNamara. Moreau, que ha sido ascendida a directora del Integrative Research Center, supervisa las tres divisiones fundamentales de la institución —ciencias de la vida, ciencias de la Tierra y ciencias sociales— y su centro de investigación académica, que incluye a un cuerpo docente de conservadores, laboratorios científicos y personal adjunto. A todo esto se le suma dirigir el Moreau Lab, que cuenta con 12 integrantes, y llevar a cabo sus propias investigaciones, la gestión de colecciones y el trabajo de campo, incluidos viajes anuales al cinturón ecuatorial para recolectar hormigas.
De algún modo, a Moreau todavía le queda tiempo para ofrecer visitas personalizadas al Museo Field. Tras mostrar a un visitante las colecciones de insectos en las entrañas con olor a naftalina del edificio, señala algunas de sus especies favoritas. Una de ellas es la hormiga cortadora de hojas, que obtiene nutrientes a partir de una dieta vegetariana cultivando en su nido hongos disolventes de polímeros. Otra es la hormiga verde de Australia, que usa seda larval para crear un nido, «como una maquinita de coser».
Pero su favorita posiblemente sea la hormiga tortuga, cuyo nombre científico es Cephalotes varians. Estas moradoras de árboles neotropicales, descritas por Darwin por primera vez, habitan agujeros perforados por escarabajos en la corteza. Para proteger sus nidos, las hormigas soldado hembra usan sus cabezas para taponar los agujeros y mantener a raya a los intrusos. Moreau y Shauna Price, estudiante posdoctoral en el Moreau Lab y miembro del comité de Women in Science, cuentan con una beca plurianual de la Fundación Nacional para la Ciencia para estudiar la evolución de estos «topes vivientes» perfectamente adaptados.
“La gente cree que la dureza y la diligencia son rasgos masculinos. En las hormigas es todo lo contrario, y eso me encanta.”
Algo que distingue a Moreau de otros científicos es su capacidad para transmitir asombro y entusiasmo, para hacer que a quienquiera que la escuche le importen las hormigas. Aunque para mucha gente no son más que plagas que tienen que soportar o erradicar, para Moreau son un grupo infinitamente fascinante de animales sociales rebosantes de información evolutiva.
«Las hormigas son como otros insectos porque tienen seis patas y tres partes corporales principales: cabeza, tórax y abdomen», explica. «Pero, a diferencia de muchos insectos, son muy organizadas, son superfuertes, pueden “escuchar” sin oídos [sintiendo las vibraciones a través de sus patas] y comunicarse entre sí químicamente. Es espectacular».
También son una de las pocas especies en las que las hembras llevan la batuta.
«Casi todas las hormigas que vemos son hembras», afirma Moreau. «Son las obreras que salen a conseguir comida. Son las soldados que luchan contra otras colonias. Son las cuidadoras de las hormigas jóvenes. La gente cree que la dureza y la diligencia son rasgos masculinos. En las hormigas es todo lo contrario, y eso me encanta».
Como era de esperar, Moreau desafía el estereotipo del aburrido hombre científico que trabaja con una bata de laboratorio blanca. Sonríe con frecuencia y su risa es cálida. Solo lleva ropa de color rojo y negro. Y tiene muchos tatuajes, una constelación de insectos grabada en las piernas y en el torso. (Sus favoritos, naturalmente, son los de las detalladas hormigas científicamente precisas que tiene en los brazos: una hormiga guerrera, una hormiga cosechadora, una hormiga cortadora de hojas y una hormiga Drácula.)
Su historia también tiene un comienzo inusual. Moreau nació y se crió en la Nueva Orleans urbana, donde había la biodiversidad justa para que una bióloga en ciernes atisbara su futuro: en las grietas de la acera.
«Creo que la razón de que me apasionen las hormigas es que las encuentras en todas partes, sabes que vas a encontrarte más», cuenta. «Puedo esparcir miguitas de pan y observar lo que hacen. U observar a dos colonias luchando. Puedo observar biología real, en tiempo real, en la vida real».
Pero no supo que quería tener una carrera en investigación científica hasta que llegó a la universidad. Cuando estudiaba entomología en la Universidad Estatal de San Francisco y trabajaba en el laboratorio de filogenética molecular de Greg Spicer, le preguntaron qué quería hacer tras graduarse. Sin pensarlo un instante, dijo que quería hacer un máster.
«Y ya está», recuerda. «Soy del sur, donde tu palabra importa mucho. Así que, como lo dije en alto, supe que iba a hacer ese máster».
En Harvard, Moreau tuvo dos tutores destacados. Uno fue E.O. Wilson, el famoso biólogo evolutivo y, en palabras de Moreau, «un consumado ídolo de las hormigas». La otra fue Naomi Pierce, una de las principales autoridades mundiales en mariposas. (Y lo que es más sorprendente, casi la mitad de las especies de mariposas de la familia de los licénidos —las favoritas de Vladímir Nabokov— mantienen relaciones simbióticas con las hormigas.)
La tesis de máster de Moreau, sobre la evolución y diversificación de las hormigas, era muy ambiciosa. Junto a sus colegas, usó 43 fósiles del árbol genealógico de las hormigas para calibrar un «reloj molecular», y a continuación secuenciaron seis genes de 139 géneros que comprenden 19 de las 20 subfamilias de hormigas del mundo. Con sus hallazgos, fueron capaces de rediseñar el árbol genealógico de las hormigas, retrasando los orígenes de los insectos en millones de años y demostrando que la espectacular proliferación global de las hormigas —se han nombrado más de 15.000 especies— coincidió con la aparición de las angiospermas (plantas con flores) hace unos 100 millones de años.
En Harvard, Moreau también empezó su investigación sobre el microbioma, los billones de organismos bacterianos que viven dentro de todo cuerpo vivo. Al igual que los humanos, las hormigas son una especie muy social que extiende microbios beneficiosos y perjudiciales. Trabajando con el entonces recién doctorado Jake Russell —que ahora es ecólogo microbiano en la Universidad de Drexel (y todavía un colaborador frecuente)—, Moreau empleó la secuenciación bacterial y genómica dirigidas para demostrar, entre otras cosas, que algunas especies de hormiga evolucionaron para hacerse vegetarianas gracias a los microbios de su aparato digestivo, que pueden convertir los aminoácidos en proteínas. «Es superguay», afirma Moreau.
Cerrando brechas
Es la hora de comer del primer lunes del mes, lo que significa que las integrantes del Field Museum Women in Science van a reunirse.
En una sala cerrada en la ajetreada planta baja del museo, Heather Snyder habla a un público de 50 personas —la mayoría mujeres, aunque también hay algunos hombres— sobre los avances en la investigación del alzhéimer. Al acabar, Moreau da comienzo a una sesión de preguntas y respuestas para profundizar en los puntos clave de la presentación.
Moreau fundó este grupo hace siete años sin financiación ni recursos, ni siquiera una página web. Logró instaurarla a través de una avispada combinación de recaudación de fondos, alianzas y adquisición institucional. En la actualidad, la integran 500 miembros, tanto de Chicago como de otros lugares.
«Enseguida reconocí que no podía hacerlo sola», afirma Moreau. Por eso habló con personas como Emily Graslie, la corresponsal del Museo Field. El canal educativo de Graslie en YouTube, The Brain Scoop, había llamado la atención de Moreau años antes, por eso la incorporó a la plantilla del museo.
«Corrie vio mucho potencial en lo que hacía», afirma Graslie, miembro del comité directivo de Women in Science. «También apostó por mí como líder, como mujer en los medios, haciendo cosas novedosas en el mundo de la historia natural».
Cuando ambas colaboraron en un vídeo en el que Moreau muestra a los espectadores cómo extraer el veneno de las hormigas bala, consiguieron más de dos millones de visualizaciones, siendo el Brain Scoop más popular de su historia.
Pero reclutar voluntarias apasionadas fue solo el principio. Moreau sabía que la financiación sería crucial para que el grupo saliese adelante. Muchas de las mujeres con las que quería contactar tenían limitaciones financieras que no les permitían aceptar puestos como voluntarias.
«Aunque les interese la ciencia a una edad temprana, no tienen el currículum para ser competitivas en trabajos científicos», afirma Moreau. «Acaban trabajando en un restaurante de comida rápida en verano; tienen que ayudar a sus familias. Debemos crear igualdad, en términos de oportunidades y compensación».
La brecha de género en CTIM en Estados Unidos ha ido disminuyendo con el paso del tiempo, pero el progreso se ha visto obstaculizado durante años. Según las estadísticas de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, en 1970, las mujeres solo ocupaban el 7 por ciento de los puestos de trabajo en CTIM. Para 1980, esa cifra se había duplicado. Para 1990 había subido de nuevo, hasta el 23 por ciento. Pero desde entonces, ha permanecido más o menos congelada. En 2011 (el último año con datos censales disponibles), el porcentaje de mujeres en posiciones CTIM estaba fijo, en un 26 por ciento.
Aunque la cifra de graduadas en CTIM sigue aumentando, el conducto se estrecha a medida que asciende. El efecto de filtrado da como resultado un porcentaje de mujeres que ocupan puestos importantes en CTIM inferior al porcentaje de graduadas en CTIM.
«No solo queremos alentar a las mujeres a participar en las ciencias, queremos que persistan», afirma Moreau. «Queremos alentar a las niñas cuanto antes. Vamos a colegios locales desfavorecidos y las ayudamos a escribir currículums. Les enseñamos cómo solicitar prácticas».
Esas prácticas de verano se han vuelto muy competitivas: el año pasado, 250 mujeres jóvenes solicitaron 10 puestos. Uno de los puestos se lo concedieron a Destiny Reeves. Reeves, integrante de la Nación Choctaw de Oklahoma de 23 años, se especializó en ciencias biológicas y geofísicas en la Universidad de Chicago y fue la primera en su familia en ir a la universidad.
Trabajando en el Moreau Lab, Reeves aprendió a extraer, preparar, secuenciar y analizar ADN. «Suena a cliché, pero aprendí más en una semana allí que en todas las clases de genética», cuenta.
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Al finalizar sus prácticas, la contrataron como investigadora adjunta en el Moreau Lab, un grupo muy unido que Reeves compara con una familia, «o una colonia de hormigas». Reeves espera llevar a cabo más investigaciones aplicadas a la biología de conservación y la genética, obtener un doctorado y «alentar a otros nativos americanos a convertirse en naturalistas y preservar a los organismos importantes para las culturas nativas».
«He descubierto el vocabulario y las habilidades que necesitaba, pero que no sabía que existían», afirma. Si no hubiera conseguido esas prácticas, «no sé dónde estaría ahora».
El futuro de Moreau
¿Qué le depara el futuro a Corrie Moreau?
La investigación biomimética, para empezar. Hace poco, obtuvo una beca para trabajar con científicos de materiales y químicos orgánicos en busca de una armadura más fuerte y duradera. El secreto, según ella, podría estar en las cutículas de las hormigas.
Y tras 10 años en la Ciudad del Viento, Moreau pronto se mudará a Nueva York. A partir de enero, trabajará como profesora de entomología, ecología y biología evolutiva en la Universidad de Cornell, donde también conservará las colecciones de insectos y abrirá un nuevo frente en su guerra contra la discriminación de género.
Moreau pretende fundar becas de investigación para mujeres estudiantes y un programa de mentores para chicas jóvenes en escuelas locales, para darles «experiencias de ciencia reales con un científico de Cornell. Los datos demuestran que cuanto antes se anima a las niñas a dedicarse a la ciencia, más probabilidades hay de que sigan una carrera científica».
Si esa carrera es la mirmecología, mucho mejor.
«Hay más hormigas que aves y mamíferos juntos», afirma Moreau. «Pero solo hay unos pocos cientos de personas en el mundo que trabajen con ellas, y no es suficiente».
Hace una pausa y se ríe.
«Ese va a ser mi lema: “¿Buscas un futuro en la biología? Estudia hormigas”».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.