El comercio de caracolas como souvenirs mata a especies marinas protegidas

El mercado de conchas de moluscos es poco conocido, pero esta gigantesca industria devasta a especies marinas de todo el planeta.

Por Tina Deines
Publicado 17 jul 2018, 16:06 CEST
Caracolas
Recoger caracolas para venderlas como piezas de artesanía y 'souvenirs' es una industria a gran escala que implica a muchas especies. Estas caracolas de Charonia y Cassidae se venden en un puesto de 'souvenirs' en Turcas y Caicos.
Fotografía de Mike Theiss, National Geographic Creative

En la pequeña ciudad costera de Kanyakumari, en el sur de la India, montañas de conchas de moluscos recién recolectadas —con los animales vivos todavía dentro— se secan cerca de una playa bañada por el sol. El futuro de estas caracolas es pasar unas pocas horas sumergidas en enormes recipientes de aceite y ácido para limpiarlas. Los cientos de trabajadores locales raspan a mano cualquier carne o protuberancia restante, y a continuación les dan otro remojo en aceite. Tras un pulido final a mano, muchas se llevan a los artesanos de localidades cercanas que elaboran joyería y otros recuerdos para vender a los turistas. Las caracolas restantes se envían a otras partes de la India y al extranjero.

Para muchas de las especies que viven aquí, esta industria es ilegal según la legislación india.

Además, según Amey Bansod, que presenció de primera mano la recolección masiva y el procesado de los moluscos en Kanyakumari en 2014, es cruel porque «las caracolas siguen vivas».

Bansod era estudiante de posgrado cuando visitó Kanyakumari para su tesis, que comenzó siendo una investigación del oficio de los artesanos de caracolas y se transformó en lo que denomina «un marco para un movimiento contra la explotación y la destrucción sin sentido de las especies marinas».

Caracolas
Las caracolas se llevan a una central de procesado en la India, donde las limpian, secan y abrillantan.
Fotografía de Amey Bansod

Bansod esperaba hablar con algunos artesanos y aprender acerca de su oficio, pero lo que vio le dejó atónito. Un trabajador de la fábrica le enseñó un centro de procesado y «un enorme almacén abierto» con puertas altísimas y guardas de seguridad. «Tan pronto como abrimos esas puertas, pude ver camiones cargados —montones y montones de caracolas por todas partes hasta donde alcanzaba la vista— y eso me puso en perspectiva», cuenta. «Ahí me di cuenta de la escala de este mercado».

Un trabajador le contó que aquella fábrica procesaba entre 30 y 100 toneladas de caracolas al mes y, según Basod, existen otras instalaciones similares distribuidas por el sur de la India. Las decenas de especies de moluscos que manipulan van desde los caracoles Lambis lambis, una caracola curvada con largas protuberancias parecidas a las patas de una araña, hasta el Turbo marmoratus, con sus capas verticales en espiral de verde esmeralda, blanco y marrón. Ambas especies figuran en la Ley de Protección de vida silvestre de la India y por lo tanto su captura es ilegal en el país.

Según Bansod, las caracolas se empaquetan por kilos y se venden a artesanos como materia prima para souvenirs y otros productos. La cadena de suministro varía según la ciudad. Por ejemplo, las caracolas pueden ir desde una fábrica de Kanyakumari hasta la casa de un artesano o una tienda cercana. En el caso de las ciudades menos turísticas, como Rameshwaram, explica que las fábricas de procesado de mayor tamaño envían sus caracolas a intermediarios que las venden a artesanos en lugares como Kanyakumari. Las caracolas de Rameshwaram también se exportan al extranjero o a ciudades indias más grandes como Vizag y Mumbai.

La escala mundial del mercado de caracolas

Al menos 50.000 especies de molusco habitan el planeta. Mientras algunos se capturan por su carne, otros —como el nautilo, conocido por su hermosa concha multicolor en espiral— se recolectan solamente para propósitos decorativos.

India no es ni de lejos el único gran proveedor. Informes de prensa locales de GMA News Online, en las Filipinas, describen procesos similares para la recolección, limpieza y distribución de las caracolas. Las conchas también se explotan comercialmente en Indonesia y por todo el Caribe, entre otros lugares.

Solo unas pocas especies —en particular el caracol pala, que puede alcanzar 30 centímetros de largo, el Nautilus pompilius, la almeja gigante y unas cuantas especies de caracol— están protegidas por el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES), el organismo que regula el comercio global de fauna y flora silvestre.

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    Nautilus pompilius
    La concha del Nautilus pompilius es popular en la joyería y la decoración del hogar, pero la pesca insostenible lo ha puesto en peligro. Desde 2005 hasta 2014, solo Estados Unidos importó más de 900.000.
    Fotografía de Nobert Wu, Minden Pitures, National Geographic Creative

    Para comerciar con estas especies, los importadores deben obtener un permiso del país de origen, que está registrado en una base de datos internacional. Además, CITES exige que los países de origen establezcan cuotas de pesca para garantizar que el comercio de estas especies sea sostenible. Como India, una serie de países ha puesto en marcha sus propias políticas para proteger a los moluscos marinos.

    Pese a estas medidas, según un estudio de 2016 de Defenders of WIldlife, una organización estadounidense sin ánimo de lucro, las conchas de molusco son uno de los productos de vida silvestre más confiscados en los puertos de entrada a Estados Unidos. Entre 2005 y 2014, los agentes del Servicio de Pesca y Vida Silvestre confiscaron 77 tipos diferentes de productos de vida silvestre, y las caracolas, con más de medio millón incautadas, aparecían entre los cinco productos principales. Los productos derivados de conchas de moluscos suponían casi un 42 por ciento de todos esos objetos. No haber obtenido un permiso de importación —o intentar importar más objetos que los permitidos— es una razón habitual para confiscarlas.

    Según Aleandra Goyenechea, abogada internacional principal de Defenders of Wildlife, más del 90 por ciento de los productos de moluscos incautados por el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos durante ese periodo procedían de la naturaleza, y casi el 99 por ciento estaban destinados a propósitos comerciales. (El Servicio define la importación de ocho objetos o más como «comercial».)

    Caracolas
    Caracolas en una fábrica de Kanyakumari, en la punta meridional de la India, aguardan a ser procesadas. Se venderán por kilos a artesanos.
    Fotografía de Amey Bansod

    El caracol pala —con su caracola en espiral, de color crema o naranja y rosa, que puede medir hasta 30 centímetros de largo— es uno de los moluscos protegidos más reconocibles. Según una hoja informativa de 2016 de Defenders of Wildlife, los caracoles pala sin documentación (o documentación inadecuada) suponían más de un 90 por ciento de todas las caracolas de Latinoamérica confiscadas por el Servicio de Pesca y Vida Silvestre entre 2005 y 2014. Goyenechea explica que el comercio no documentado a tal escala podría poner en peligro a las poblaciones salvajes.

    «Se produce un impacto al medio ambiente, no es lo mismo traer dos caracolas que traer mil», afirma. Cuando estas caracolas usadas en joyería y objetos decorativos como lámparas y marcos de fotos tienen dentro animales vivos, cuando están en el océano, desempeñan una serie de papeles ecológicos, como servir de punto de anclaje a las algas, que proporcionan alimento a las especies marinas, y a los percebes, que se alimentan por filtración y ayudan a limpiar el agua. El caracol pala desempeña un papel importante en su ecosistema, ya que ayuda a limpiar las aguas del Caribe y proporciona alimento a animales como la tortuga boba y el tiburón nodriza. Por no hablar de que los científicos consideran que los moluscos son un excelente indicador de salud general en un ecosistema.

    Caracolas procesadas
    Las caracolas procesadas en un almacén de la India se empaquetan y se preparan para su venta. Hasta 100 toneladas de caracolas pasan cada mes por estas instalaciones.
    Fotografía de Amey Bansod

     «Como cualquier explotación del mundo natural, si sacas más del medio ambiente de lo que es sostenible, dicho medio ambiente y su ecosistema van a venirse abajo», explica Neil Garrick-Maidment, director ejecutivo de The Seahorse Trust, una organización sin ánimo de lucro con sede en Inglaterra que ha trabajado para crear conciencia sobre los efectos perjudiciales del comercio de curiosidades marinas desde 2015.

    Amey Bansod afirma que los pescadores de moluscos de la India usan una técnica de pesca similar al arrastre, que implica arrastrar una enorme red por el lecho marino. Según Oceana, cuando se hace esto «se destroza, desgarra o asfixia al hábitat vivo a medida que se vuelca el lecho marino». No está claro lo extendido que está el arrastre en la industria pesquera mundial de moluscos.

    Hacer que se cumpla la ley: un desafío

    El Nautilus pompilius, originario del Pacífico Sur, es probablemente el molusco más afectado por el comercio de caracolas. Se sabe poco sobre esta especie, a la que CITES otorgó protección en 2017 y es especialmente vulnerable porque, a diferencia de, por ejemplo, las almejas gigantes, los nautilos no pueden criarse en cautividad para reponer las poblaciones salvajes que disminuyen.

    Según un estudio de 2016 de TRAFFIC y World Wildlife Fund, el tráfico mundial de nautilos todavía está desenfrenado. El estudio señala que el comercio ilegal ha pasado de que las tiendas los mostrasen abiertamente a su venta en Internet, algo más difícil de supervisar y controlar. El estudio también identifica la supervisión del comercio de Nautilus pompilius en China, las Filipinas e Indonesia como un reto particular.

    «CITES es tan fuerte como lo es la capacidad de los países miembros para hacer que se cumplan [sus protecciones]», afirma la portavoz del Servicio de Pesca y Vida Silvestre Laury Parramore, añadiendo que el Servicio trabaja con gobiernos extranjeros y otros socios para desarrollar competencias, aumentar conocimientos y crear recursos para implementar CITES de forma apropiada.

    En la India, la Ley de Protección de vida silvestre tiene como objetivo salvaguardar una serie de moluscos cada vez más raros, como el Lambis scorpius y el Pleuroploca trapezium. Pero, según Amey Bansond, el cumplimiento de la ley es irregular y las conchas de moluscos protegidos se venden abiertamente en las playas a consumidores y artesanos, mientras que otras se exportan por todo el mundo. «Por desgracia, la falta de información dificulta que las autoridades pongan fin al comercio de las variedades de moluscos en peligro de extinción. Y hay que sumarle el hecho de que las autoridades portuarias no lo entienden ni lo reconocen como un problema. Para ellos, es solo materia prima», afirma.

    Según Goyenechea, identificar especies de moluscos es uno de los retos más complejos en la vigilancia del comercio internacional de caracolas. En las aduanas, los importadores suelen describir sus bienes como «conchas», y los pocos inspectores en la mayoría de puertos de entrada son lo bastante expertos para identificar especies protegidas.

    El estudio de 2016 de TRAFFIC y WWF, que se centraba en conchas de nautilos, respalda esta afirmación. Señala que en Europa, China, Hong Kong y Taiwán, las conchas tienen los mismos códigos de aduanas de especie o género que el coral u otros moluscos, crustáceos y equinodermos y que supervisar el comercio de moluscos (en este caso, las caracolas de los nautilos) no es una prioridad para las autoridades. «La ausencia de códigos de aduanas para rastrear el comercio internacional y la ausencia de medidas de mercado para garantizar que el intercambio sea legal enmascaran el volumen total de la recolección y compraventa que se produce», afirma el informe.

    La ayuda para los moluscos: algo difícil de conseguir

    Bansod estima que 30.000 o 40.000 personas en la región de Kanyakumari están implicadas en el negocio de las caracolas. Dice que durante años ha intentado atraer a inversores para comenzar una campaña que eduque a las comunidades sobre los daños que provoca el comercio de conchas y que forme a los artesanos locales para que adopten un oficio alternativo, creando «conchas» de cristal soplado en lugar de usar moluscos. Pero nadie ha dado un paso adelante y sus esfuerzos se han marchitado.

    Garrick-Maidment afirma que garantizar financiación para las especies de fauna silvestre menos llamativas es «muy complicado». Los moluscos y otras especies marinas como el caballito de mar «no tienen el mismo atractivo que los elefantes, los tigres o los pandas», afirma, añadiendo que, como consecuencia, es difícil «que quienes están en el poder se den cuenta de esto».

    Lo que se necesita más urgentemente, según Goyenechea y Bansod, es reducir la demanda de conchas decorativas y otras baratijas, creando conciencia entre los consumidores sobre los peligros de sobreexplotar a los moluscos.

    Y, según Bansod, esto «va más allá de un solo animal o una sola especie. Consiste en ser consciente de lo que conlleva que un recurso natural sea extraído de su hábitat solo para acabar en una sala de estar», especialmente si la explotación «utiliza prácticas descontroladas y poco éticas solo para poder comprar un objeto de una tienda».

    Goyenechea sugiere que la gente que quiera comprar productos de moluscos pregunte a los dueños de las tiendas cuál es su procedencia. Si se desconoce el origen de un objeto, insta a no comprarlo.

    «Creo que uno de los aspectos más importantes es que la gente no tiene información sobre la procedencia real de un producto ni de cómo podría perjudicar a la especie y al medio ambiente». Se podría pensar por error que alguien recogió las conchas que yacían en la playa, en lugar de obtenerlas como parte de un mercado a escala industrial.

    «El lugar de la vida silvestre está en la naturaleza, no en nuestras casas», afirma.

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